Dialogo ministerial
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Dialogo ministerial

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Dialogo ministerial

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Índice
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Información del libro

La complejidad, las exigencias y las presiones del ministerio pastoral son el tema central de muchos estudios y debates. Sin embargo, nadie mejor que un pastor que conoce las derrotas y los triunfos del ministerio. Diálogo Ministerial es una obra dinámica e inspiradora, escrita para el ministro con el propósito de esclarecer aspectos complicados en la labor pastoral. Esta obra resume la sabiduría adquirida en los años de servicio a la grey del Señor. Una obra que todo ministro debe leer.

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN
9780829778236

TERCERA PARTE

EL PASTOR Y SU CONGREGACIÓN

CAPÍTULO SEIS

La congregación y el pastor se casan

Las relaciones entre el pastor y la congregación se pueden comparar con las relaciones matrimoniales. El pastor, por decirlo así, se enamora de la congregación. Esta también se enamora de él y se comprometen. Finalmente se casan mediante una ceremonia donde a ambos se les hacen ciertos encargos. Analicemos de cerca estas relaciones matrimoniales entre el pastor y la congregación. Alguien dijo: «En el primer año el pastor conoce a la congregación, en el segundo año la congregación conoce al pastor y en el tercer año el pastor y la congregación parece que no se conocen».
El noviazgo
Puede surgir de la iniciativa que tenga él o ella hacia la congregación. Muchas congregaciones se quedan sin pastor y el concilio envía algunos candidatos. El comité de pulpito los examina. Los pone a prueba delante de la congregación por algunas semanas. Esta los escucha y se expone a su ministerio. Cuando llega la noche de la votación, la congregación escoge a uno de los candidatos.
La congregación elige al pastor del que se ha enamorado, quizás por su carácter, apariencia física, estilo de predicar o preparación académica. Algunas congregaciones se sienten inclinadas hacia los pastores de más edad. Otras los prefieren jóvenes. Muchas prefieren como pastor a un candidato templado. Otras prefieren a uno que sea avivado. La gran mayoría prefieren un pastor espiritual, visionario, comunicativo y sensible a las necesidades de los demás.
No basta conque una congregación se enamore de un candidato, este a su vez debe enamorarse de ella. Quizá se enamore de su historia, tamaño, recursos económicos, madurez teológica, historia, percepción evangelística o esperanza cristiana.
Hay congregaciones que prefieren que su enamorado venga de afuera; otras prefieren que sea de la misma comunidad, es decir, que haya sido miembro y crecido en ella. Un día descubre que su enamorado ha estado siempre con ella. Él a la vez sabe que ama a su congregación y se declaran este amor.
Algunas congregaciones se ven forzadas a enamorarse de quien le han puesto como pastor. Esa decisión la toman los líderes de la denominación o el concilio, el pastor saliente o simplemente la junta de síndicos. En ese caso no se oye ni se consulta a la congregación.
El pastor, para ganarse el amor de la congregación, le tiene que expresar su amor. Mediante el amor el uno se unirá al otro. El pastor y la congregación tienen que estar enamorados. Ese amor se tiene que cultivar. Y esto se conoce en las relaciones públicas como comunicación.
Desde luego hay congregaciones que le profesan un amor falso al pastor que han aceptado. Todavía viven enamoradas del pastor anterior. El día que aquel decide regresar, traicionan al pastor actual y vuelven con el otro. Los pastores nuevos muchas veces entran en una crisis de liderazgo en contra del pastor pasado, y algunos tratan inmediatamente de enterrar la imagen dejada por el otro.
Muchos llegan nuevos a una congregación y se dedican a criticar el trabajo del pastor anterior. Declaran que la congregación no cuenta con muchos miembros, que las finanzas están por el piso, que no hay espiritualidad … Eso es malo, lo que uno siembra eso también cosechará.
Muchos pastores cuando deciden aventurar con algún traslado para residir en otro lugar, le imponen un pastor a la congregación. Casi siempre ponen a una persona que les ha sido fiel. Algunos lo hacen con sinceridad, pero he sabido de muchos que después que se han ido, al ver que las cosas no le salen como esperaban, deciden regresar. ¿Qué sucede? ¿Falta de integridad? No se debe jugar con nadie. Tampoco dar esperanzas falsas a nadie.
Uno ya se lo puede imaginar. Regresan a reclamar su antiguo pastorado. Lo extraño, irónico y traicionero es que la mayoría de las congregaciones vuelven con ellos, dejando espiritualmente destruido a quien les estaba pastoreando.
La luna de miel
La luna de miel para algunos pastores y congregaciones dura uno, dos, tres años o toda una vida. Otros nunca llegan a tener la experiencia romántica de una luna de miel. Desde que se unen lo que experimentan es hiel. ¿A qué se debe que la luna de miel dure mucho o poco? Esto depende de muchos factores:
Como indicamos antes, hay congregaciones que jamás se llegan a enamorar verdaderamente de sus pastores. No obstante, encontramos iglesias que se enamoran de sus líderes de manera permanente y sincera. Si no hay amor recíproco entre el uno y el otro, la luna de miel no puede perdurar.
Cuando la congregación y el pastor se casan sin conocerse bien, tiene que haber un período de adaptación. Entran a la luna de miel abrigando falsas esperanzas. Cada uno espera que el otro se conduzca y obre conforme a sus demandas. Pronto se dan cuenta de que todo ha sido una fantasía.
Sea larga o corta, todo pastor debe procurar tener una luna de miel con la congregación a la cual ha sido llamado a servir. El ministerio es para gozarse, para saborearlo, para hacerlo con felicidad.
El nuevo pastor, antes de involucrar a la congregación en aventuras colosales de aspecto financiero, debe aprovechar su luna de miel para conocerla, y ella a la vez debe hacer lo mismo. Es característico de los nuevos pastores entrar de lleno a desarrollar proyectos grandes.
Algunas congregaciones no tienen un buen diálogo con su pastor. Lo que uno comunica, el otro no lo entiende. Uno de los dos habla lo que quiere, para que el otro entienda lo que quiere. Es posible que el uno sea claro, y que el otro no entienda bien.
La mayoría de los pastores dialogan con la congregación a la hora de la predicación. Nunca tienen tiempo para sentarse con los miembros a hablar en la oficina pastoral. No comparten con ellos ningún día de campo. Nunca hacen una reunión con la congregación. Cuando se reúnen con ellos es para que aprueben lo que él y los funcionarios de la iglesia ya han aprobado y ejecutado.
Dios me ha permitido servir en varias juntas y he visto la manipulación que en muchas de ellas existe. Los miembros integrantes se pueden convertir en sellos de goma. En ocasiones se esconde información de algunos que forman el consejo. Cuando se descubre es porque ya se ha estado practicando algo por bastante tiempo.
Un pastor que no tiene tiempo para dialogar con su congregación es como el esposo que desea resolver todos los problemas con su esposa a la hora de dormir. Entre el pastor y la congregación tiene que existir comunicación efectiva y afectiva, la que se logra mediante la predicación, los estudios bíblicos, las reuniones o las visitas pastorales.
El pastor tiene que sentarse con los dirigentes de la congregación, que son el corazón y la mente de ella. El evitar reunirse con ellos es como el esposo que rehúsa conversar con su esposa.
Da tristeza que muchos pastores teman las confrontaciones con los dirigentes. Por tal razón no creen en tener sus congregaciones organizadas con una junta administrativa. Al no tenerla, el gobierno de la iglesia se concentra en ellos.
Estos dirigentes problemáticos se establecen como dueños y señores de la obra y oprimen a la congregación y al pastor. Ejercen sus funciones según la carne y no según el Espíritu.
La sumisión o la adaptación
El término sumisión significa: «Someter o someterse a alguien». La adaptación por su parte tiene el significado de «acoplamiento». Todo matrimonio puede funcionar bajo sumisión o adaptación. El esposo puede imponer a la esposa, mediante su carácter, que ella se someta. Este tipo de relación produce fricción, frustración y tensión. Lo saludable es que haya adaptación entre ambos. Es decir, equilibrio, comunicación y cooperación.
El Nuevo Testamento habla de sumisión y de sujeción: «Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos» (Hebreos 13:17). «Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos» (1 Pedro 5:5).
Estos pasajes hacen que muchos pastores esperen que la iglesia les diga siempre que sí; que no objeten sus acciones y decisiones, ni se atrevan a llevarle la contraria.
Este sometimiento y sujeción al pastor es una avenida de muchos carriles que corren en ambas direcciones. Según nos damos a otros, otros se darán a nosotros.
Examinemos algunas citas bíblicas acerca de la sumisión y el sometimiento: «Someteos unos a otros en el temor de Dios» (Efesios 5:21). «Y todos, sumisos unos a otros …» (1 Pedro 5:5). Es evidente que el Nuevo Testamento señala la sumisión como algo que se comparte. Cada una de las partes comprometidas tiene ciertas responsabilidades.
Esa sumisión democrática que la Biblia proclama los sicólogos la llaman adaptación. La adaptación entre el pastor y la congregación les permite comunicarse y acortar la distancia que pueda separarlos. Esa distancia se acorta cuando los dos están dispuestos a caminar hasta encontrarse.
El problema de muchos pastores es que son como el esposo mandón que no escucha a su esposa y quiere que ella le diga: «Sé, mi amo». El matrimonio entre el pastor y la congregación exige compatibilidad, no una relación que busque ventajas personales.
Las peleas
En todo matrimonio se presentan «peleas» y «conflictos». Uso el término peleas para referirme a las discusiones, los desacuerdos y la falta de consideración del punto de vista del otro. Conflicto quiere decir encuentros físicos, emocionales y explosiones temperamentales.
Por ejemplo, un pastor puede pelear contra la junta directiva porque esta le revoca una resolución en la cual propuso comprar un edificio mayor. Según los dirigentes, el presente templo está pagado y todavía suple las necesidades de la congregación. Una congregación puede pelear contra el pastor porque este les exija un aumento de salario pastoral, o solicite un mes de vacaciones pagadas.
Las guerras entre el pastor y la congregación pueden ser largas, sin que ningún bando se rinda. La mayor guerra es por el poder y el dominio. Cada cual quiere imponer su autoridad sobre el otro. El «yo» siempre trata de destronar al Espíritu Santo.
Hay pastores que para no tener problemas con los dirigentes, los cuales mientras los dejen tranquilos le darán todo lo que quiera, les entrega el poder. Cuando llega un nuevo pastor, con más carácter y liderazgo que el anterior, comienza una lucha de poder entre pastor y dirigentes.
Una guerra continua o peleas sin cesar a la larga enfrían cualquier sentimiento de amor entre el pastor y la congregación. Un divorcio será inminente tarde o temprano.
No deseo que me interpreten mal, pues creo en la autoridad pastoral y la acepto. El verdadero hombre de Dios puede ejercer su autoridad con amor. No apoyo a los pastores voluntariosos o caprichosos que reciben o excomulgan a quienes quieren.
El divorcio
Entre los pastores y las congregaciones hay muchos casos de divorcio. Las causas son múltiples: traslado, expulsión, pecado, falta de responsabilidad, rechazo, desánimo y conflictos. ¿Qué lleva a las congregaciones a divorciarse de los pastores?
A. La falta de atención de los pastores. El pastor es como un esposo para la congregación; si la desatiende y no le responde, esta dejará de amarlo.
El púlpito del pastor estará en su iglesia. Una vez que uno es llamado al ministerio del pastorado, los compromisos como predicador de otras congregaciones se limitarán. Un pastor debe confraternizar, pero ha de evitar el hábito de estar predicando fuera de la congregación muy a menudo.
B. Su familia o las familias de la iglesia. En ciertas congregaciones los feligreses están en «clanes» de familias. El pastor que entra en guerra con un miembro de estos «clanes» firma un decreto de muerte. Por lo general estas familias son la maquinaria que mueve a las congregaciones y lo controla todo. Si el pastor no tiene tacto para tratarlos, en cualquier momento lo enredan en problemas.
En el reglamento de la iglesia local debe haber una cláusula donde se estipule que en la junta directiva de la congregación solo puede haber un miembro de cada familia. Dos o tres miembros de una familia dentro de una junta son una amenaza para el pastor.
Cuando él tenga problemas con uno, los otros dos se rebelarán. De igual manera en una junta de diáconos solo debe haber un miembro de determinada familia. El mayor peligro es tener esposos con sus esposas dentro de la junta. Los pastores que los han tenido pueden contar los dolores de cabeza que esto les produjo.
La familia del pastor puede ser causa de un divorcio. Es natural que todo el mundo desee sobrevivir, cuanto más el pastor. Esto lo puede llevar a colocar a miembros de su familia en posiciones estratégicas para así evitar un golpe de estado. Algo así puede dañar su ministerio. En particular si tiene como tesorero a su esposa o algún familiar. La familia del pastor debe reconocer el lugar que le corresponde y no entrometerse en los negocios de Dios.
El pastor no está llamado a compartir su poder con la familia. Su familia no es la congregación, sino forma parte de ella. Desde luego, esto ocurre mayormente en congregaciones no afiliadas o libres, donde después del pastor no hay otra autoridad. Por lo tanto, este no tiene que dar cuentas a ningún superior.
C. El adulterio. Tanto la congregación como el pastor pueden adulterar. El pastor puede caer en el adulterio físico. También puede adulterar en principios éticos, morales y doctrinales. Hay congregaciones que mientras tienen un pastor están deseando tener a otro, y hacen planes al respecto.
D. La incompetencia. La incompetencia surge por la falta de conocimiento, disciplina, responsabilidad y dedicación. La incompetencia se puede revelar en la administración, el cuidado pastoral, la organización y la predicación. Las congregaciones se cansan de los pastores incompetentes.
E. Los celos. Algunos pastores celan a su congregación. No les gusta que nadie les predique. Antes de que se invite a un predicador lo someten a un intenso y extenso interrogatorio. Les atemoriza que los miembros de la congregación en las noches que no tienen culto local puedan asistir a alguna cruzada evangelística o visitar otra congregación sin su compañía. Creen que le van a quitar a esos miembros. A cualquiera que pueda hacerles sombra en la congregación lo marginan y silencian. No les gusta la competencia. Su ministerio está cercado por la inseguridad, la falta de confianza y la necesidad de amor propio.
F. La falta de carácter. Si algo las congregaciones esperan de su pastor es que sea un representante de Dios, no un mentiroso ni un charlatán, además confian en que dé un buen ejemplo. Ellas desean un pastor, no un actor. Las congregaciones detectan cuando su líder exagera de manera enfermiza, miente continuamente, le gusta presumir, o vive enamorado de su ministerio más que de la presencia de Dios.
G. La integridad. El hombre o la mujer de Dios que ha sido llamado al ministerio pastoral debe ser íntegro, no hipócrita. El mundo está lleno de ellos y la iglesia también los tiene; pero donde no se esperaría encontrar hipócritas sería en el ministerio pastoral. Hay que admitir que no es siempre así, pero los pastores no deben nunca ponerse caretas. No se puede ser «santo el enmascarado de plata» los domingos, y el martes «Blue Demon» y el jueves «Mil Máscaras».
El robar a la iglesia es un pecado delante de Dios. Un pastor no debe apoderarse de propiedades que per...

Índice

  1. Cover
  2. Title Page
  3. Dedication
  4. CONTENIDO
  5. PRÓLOGO
  6. PRIMERA PARTE EL PASTOR Y SU MINISTERIO
  7. SEGUNDA PARTE EL PASTOR Y SU FAMILIA
  8. TERCERA PARTE EL PASTOR Y SU CONGREGACIÓN
  9. About the Author
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