Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo
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Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo

  1. 240 páginas
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Información del libro

DIOS PADRE, HIJO Y ESPIRITU SANTOEste libro le ayudará a ver y entender a Dios desde cada una de las perspectivas de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.¿Cuánto sabemos acerca de la Trinidad? La Biblia es una fuente inagotable que permite adentrarnos en temas como este, que tanto nos inspiran a vivir como verdaderos cristianos. Sin embargo, no siempre estamos preparados. Si ese es su caso, emprenda un viaje a través de la Biblia mediante Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De manera sencilla y práctica, Cho nos lleva a profundizar en lo que significa para nosotros Dios el Padre, quien con su misericordia infinita preparó el camino de la redención a través de Jesucristo; Dios el Hijo, que entregó su vida en rescate por todos y que, al marchar a los cielos, no nos dejó solos, sino que nos dejó la presencia poderosa del Espíritu Santo.

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN
9780829781915

Jesucristo, el Hijo

5
Jesús, el que
viene con la
nueva respuesta

El huerto de Edén que Dios creó para Adán y Eva era perfecto. Se trataba de un huerto hermosísimo, abundante en todas las cosas. Sin embargo, Adán y Eva comieron el fruto del árbol del bien y del mal que representaba la autoridad de Dios. Al comer el fruto, cometieron una grave ofensa contra Dios. Cuando Adán y Eva se ocultaron detrás de los árboles del huerto, debido al temor producido por haber pecado, Dios llamó al hombre mientras los buscaba: “¿Dónde estás tú?”

La nueva respuesta

Dios, que es omnipotente y omnipresente, ¿llamaba y buscaba a Adán porque no sabía dónde estaba? No. Después que Adán pecó, Dios lo llamó para darle tiempo a que comprendiera la gravedad del pecado cometido contra Dios.

La pregunta original

La pregunta de Dios: “¿Dónde estás tú?”, es el primer interrogante que Él hace a todos los hombres.
Si Adán hubiera podido dar un paso al frente para responderle a Dios, su única respuesta debió haber sido: “Señor, estoy plenamente consciente de mi pecado al desobedecer tu mandamiento y me siento muy culpable. Estoy separado de ti y mi espíritu está muerto. A causa de mi pecado estoy espiritualmente ciego y me han echado de tu lado.”
La cultura del presente se ha desarrollado a una velocidad asombrosa; sin embargo, los descendientes de Adán, la humanidad moderna, se encuentran en la misma situación, escondidos tras los árboles del huerto de Edén. Los que no se han reconciliados con Dios, sin consideración de quiénes puedan ser, aún ocupan el mismo lugar y posición de Adán que se escondió detrás de los árboles.
Entonces, ¿en qué posición estaba exactamente Adán?
Adán enfrentó la desesperación por su sentimiento de culpa, así como por la enfermedad y la muerte de su cuerpo físico. La desesperación espiritual era por el caos y la condenación eterna. Para Adán no había siquiera una chispa de esperanza. Había olvidado de dónde venía, por qué vivía y qué rumbo llevaba su vida.
Así, Adán estaba en una situación de completa desesperación. Después de desobedecer a Dios, Adán no podía eludir este aprieto. Sus descendientes recibieron el mismo destino y han luchado con él hasta el día de hoy.
El hombre ha intentado diversos medios para huir de su desesperación y destino, incluso la invención de varias religiones y el desarrollo de la ciencia y la cultura. Pero nadie ha podido encontrar una solución a su destino y desesperación; solo han ocasionado más caos. Como resultado, durante largo tiempo el hombre se ha lamentado: “El pecado, la enfermedad y la muerte me rodean. Vivo una eterna condenación y desesperación.”
Para dar una respuesta a esta desesperación y condenación, Dios en persona vino al mundo y nos dio una respuesta. Aunque ningún hombre, ya sea político, filósofo o algún gran héroe ha podido rescatar al hombre, Dios se hizo carne y vino al mundo para solucionar finalmente la terrible condición del hombre.

La respuesta de Jesús

Jesucristo vino al mundo para mostrarnos el gran designio del plan de Dios. Dio una respuesta absoluta y final al sufrimiento del hombre por su desesperación eterna, a través de su muerte en la cruz.
A Jesús lo clavaron en la cruz y por su cuerpo castigado y su sangre derramada salva al hombre destinado a la condenación. Después que Adán peca contra Dios, la pregunta de Dios a la humanidad, “¿Dónde estás tú?”, ha quedado sin respuesta. Sin embargo, ahora Jesús nos ha dado la respuesta completa y perfecta a esta pregunta. Cuando en la cruz dijo: “Consumado es”, también quedó completa, consumada, la respuesta a la pregunta. Más aun, con su resurrección, al tercer día de su muerte, Jesús nos prueba que su respuesta es la verdad.
Esta bendición de la salvación que Jesús preparó para el hombre puede recibirla quien así lo quiera. Todo aquel que crea en Jesús recibirá la bendición de la salvación. Una vez recibida esta bendición, puede responder con confianza la pregunta de Dios.
En primer lugar, cuando enfrentamos la pregunta “¿Dónde estás tú?”, podemos responder: “Soy libre de mis pecados y me pueden contar entre los justos en Cristo Jesús. Aunque pequé, nací en corrupción y merezco la condenación, recibí la justicia porque me arrepentí de mis pecados. Ya no estoy bajo el control del diablo y puedo presentarme delante de Dios con confianza.”
Segundo, cuando enfrentamos la pregunta “¿Dónde estás tú?”, podemos responder: “Soy partícipe de la felicidad que hay en ti, oh Señor. Aunque era tu enemigo a causa del pecado, ahora, en el Señor Jesucristo, puedo llamarte Padre y tener parte en la bienaventurada relación contigo.” De esta forma, por medio de Jesucristo, hemos encontrado la felicidad con Dios y, a través de nuestras oraciones, podemos comunicarnos con nuestro Señor. Se nos ha dado el privilegio de comunicarnos con Dios mediante nuestras oraciones.
Tercero, cuando nos enfrentamos con la pregunta “¿Dónde estás tú?”, podemos responder: “Estoy en medio de un tratamiento. Por medio de Jesucristo estoy pasando por un tratamiento espiritual por el cual me llenaré de justicia, paz y amor. Además, mi cuerpo físico está bajo tratamiento de modo que disfruto de una buena salud.”
En cuarto lugar, cuando enfrentamos la pregunta “¿Dónde estás tú?”, respondemos: “Estoy en medio de las bendiciones de Abraham. He escapado de las espinas y cardos de la condenación para llevar una vida que fluye leche y miel.” De modo que ya no viviremos con la condenación pendiendo sobre nosotros. Cuando acudimos a Cristo, tenemos la victoria sobre la condenación y debemos dar gracias al Señor por permitirnos vivir con tales bendiciones.
Quinto, cuando enfrentamos la pregunta “¿Dónde estás tú?”, podemos responder: “¿Estoy en la vida eterna. Con la ayuda de Jesucristo, tengo el poder de la victoria sobre la muerte. Entraré en el cielo eterno.”
El apóstol Pablo dice: “¿Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos” (2 Corintios 5:1). Este versículo nos da una prueba sólida de que nuestro refugio está preparado para nosotros en los cielos. Viviremos eternamente en un lugar sin lágrimas, muerte ni desesperación.
Todas estas cosas son dones que Jesucristo nos da a cada uno en respuesta a la pregunta de Dios. Por medio de Jesucristo vivimos en perdón y justicia, en reconciliación y en el Espíritu Santo, en tratamiento y en salud, y recibimos la vida eterna en los cielos.
Por Jesucristo podemos ponernos de pie cuando se nos hace la pregunta original, “¿Dónde estás tú?”, para responder con satisfacción a nuestro Dios.
Desde los tiempos de Adán, el hombre ha vivido con temor e incertidumbre, y debido a su sentimiento de culpa, ha buscado constantemente maneras de evitar el encuentro cara a cara con Dios. Sin embargo, para quienes han llegado ante nuestro Señor Jesucristo, han vencido su pasado y han adquirido los derechos de la fe, la esperanza y el amor.
Querido Señor, lleno de bondad y misericordia, te damos gracias por habernos salvado a nosotros que merecíamos la muerte eterna. Por favor, ábrenos un nuevo camino de vida y ayúdanos a recordar siempre la luz que nos muestra el camino a la salvación eterna. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Jesucristo, el Sumo Sacerdote

En los días del Antiguo Testamento, después que Dios entregó las leyes a los israelitas, si alguien quería adorar a Dios y dar una ofrenda, primero debía ver a un sacerdote del Señor. No cualquiera podía ofrecer un sacrificio, sino solo los sacerdotes que Dios designaba para ese propósito. La presentación de un sacrificio a Dios era derecho y responsabilidad del sacerdote.
Aun entre los sacerdotes había tan solo un sumo sacerdote que estaba facultado para entrar en el lugar santísimo del templo. En tiempos normales, el sumo sacerdote representaba a todos los israelitas y ofrecía los sacrificios a Dios.
Uno de los deberes más importantes del sumo sacerdote era entrar en el santuario una vez al año para adorar y presentar una ofrenda para remisión de los pecados de todos los israelitas. En tales ocasiones el sumo sacerdote tenía que llevar la sangre de un animal y rociarla sobre el propiciatorio. Al hacerlo, todos los pecados cometidos por los israelitas durante el año pasado quedaban perdonados.
De esta manera, el sumo sacerdote, un hombre escogido por Dios, representaba a los israelitas y ofrecía un servicio de adoración y presentaba el sacrificio al Señor. Era importante que el sumo sacerdote fuera un hombre y que Dios lo eligiera. Ni los ángeles ni otros seres que no fueran hombres podían asumir esta responsabilidad. Solo un hombre escogido por Dios podía representar a otros hombres y orar por el perdón de Dios.
Debido a esta limitación, Jesucristo tomó carne de hombre y vino al mundo como hombre para ser el eterno sumo sacerdote para todo el pueblo y para todos los tiempos.
Siendo así, “¿cómo llegó Jesucristo a ser nuestro sumo sacerdote?”

Escogido por Dios

A fin de estar calificado para ser sumo sacerdote, Dios debe llamar a la persona. En la Biblia podemos ver que Dios designó a Aarón como sumo sacerdote (Éxodo 40:12-15). Así, no importa cuál sea la persona, si Dios no la llama, no puede ser sumo sacerdote.
En la actualidad muchos se ofrecen voluntariamente para ser siervos de Dios por su propia cuenta. A todos los que llegan ante mí a pedir consejo acerca de su meta de ser siervo de Dios, les digo: “¿Para ser siervo de Dios tiene que haber un llamado de Él. ¿Lo ha llamado Dios?”
Luego añado: “¿Si en realidad tuviera ese llamado, decidiría firmemente ser un siervo de Dios sin dudas en su corazón. Entonces perdería todo interés en trabajos relacionados con el mundo y solo ardería con el deseo de ser un siervo de Dios.” Así como Dios llamó a Aarón para ser sumo sacerdote, aun hoy día debe haber un llamado de Dios para ser su siervo.
Jesús también llegó a ser sumo sacerdote por dicho llamamiento. Hebreos 5:5 dice: “¿Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote.” Esto muestra que Jesús no se hizo sumo sacerdote por su propia voluntad, sino siguiendo el llamado de Dios.
En segundo lugar, puesto que el sumo sacerdote debe una persona, Jesús vino desde la gloria celestial para tomar cuerpo físico y hacerse hombre.
Aunque sigue siendo Dios, el Espíritu Santo lo concibió en el cuerpo de la virgen María, quien lo dio a luz como un hombre completo. A Jesucristo, que de esta forma vino al mundo como un perfecto hombre, Dios lo eligió para ser el sumo sacerdote que ofrecería un sacrificio a Dios por la salvación de todo el pueblo.

Jesús del orden de Melquisedec

En un principio, Dios hizo un pacto con los israelitas y les dio leyes. Al hacerlo, eligió al levita Aarón y a sus hijos para que fueran sumos sacerdotes. Desde entonces, todos los sumos sacerdotes fueron de ese orden y quien no fuera del orden de Aarón no podía ser sumo sacerdote. Todos los sumos sacerdotes, incluso Aarón, fueron guardas y testigos de la ley de Dios.
Sin embargo, Jesús no vino como guarda de la ley de Dios ni como testigo de ella. Vino como testigo de bendición. Por consiguiente, no podía seguir los pasos de Aarón para ser sumo sacerdote. Si lo hubiera sido según el orden de Aarón, habría estado dentro de las leyes y habría sencillamente otro guarda y testigo de las leyes de Dios; nada más que un simple sacerdote.
En el caso de Jesucristo, vino al mundo para abolir las leyes y el pacto que regía en el período del Antiguo Testamento. Hizo un nuevo pacto para la era del Nuevo Testamento y no descendió de la línea de Aarón, sino del orden de Melquisedec, por la línea de Judá.
En Hebreos 7:1-3 dice: “¿Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.”
De modo que Melquisedec no tiene linaje ni principio de días, pero recibió una bendición de Abraham, el padre de los levitas, para ser sacerdote de Dios.
Asimismo, Jesús no era del linaje levita, sino llegó a ser sumo sacerdote superando a cualquier otro sacerdote terrenal y no solo fue sumo sacerdote de los israelitas, sino también de todo el mundo.
Cuando vino como el sumo sacerdote para el mundo, la historia del mundo cambió de la era del Antiguo Testamento a la del Nuevo, pasó de la ley al perdón. Por consiguiente, si alguien con fe viene ante Jesucristo, que llegó a ser el sumo sacerdote del mundo, puede también entrar en la presencia de nuestro Dios.

Salvación eterna

Para que el sumo sacerdote sea capaz de adorar a Dios y orar por los pecados del pueblo, antes tiene que entender al pueblo. Solo así puede pedir perdón del Señor con compasión y amor a la gente.
Jesús vino al mundo y sufrió todas las debilidades del mundo y del hombre, como cualquiera de nosotros.
“¿Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).
Por lo tanto, debido a que vino al mundo con cuerpo físico y con todas sus flaquezas, Jesús puede entender nuestras debilidades y circunstancias.
Más aun, a pesar de las debilidades del cuerpo físico, obedeció la voluntad de Dios hasta lo sumo y sufrió cargando la cruz, que es la más difícil de las tareas para cualquier persona. Jesús nos dejó un ejemplo de victoria sobre nuestra debilidad humana mediante la fe y la obediencia.
Cuando enfrentamos “tentaciones” que parecen tan amenazador...

Índice

  1. Cover
  2. Title Page
  3. Contenido
  4. Introducción
  5. Dios, el Padre
  6. Jesucristo, el Hijo
  7. El Espíritu Santo
  8. About the Author
  9. Copyright
  10. About the Publisher
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