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  1. 592 páginas
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Índice
Citas

Información del libro

¿Cómo se define una relación con Dios y cómo la podemos obtener? Es vital para los líderes de la iglesia tomar muy en serio esta interrogante para lograr respuestas más allá de las que ya no son suficientes. Vivir una vida recta, no solo pronunciar palabras elocuentes, debe ser nuestra respuesta. La calidad de nuestra relación con Dios es lo que influirá en nuestra salud, fortaleza y en el testimonio de la iglesia en un mundo cada vez más complejo y hostil.

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN
9780829730616

FACETA 1

ESPIRITUALIDAD DE RELACIONES

Amar a Dios en forma total, a nosotros mismos de manera correcta y a otros con compasión
Como comunión de tres personas, Dios es un ser de relaciones. De él surge una relación personal con nosotros, y nuestro llamamiento sublime y santo es responder a sus amorosas iniciativas. Al amar a Dios en forma total, descubrimos quiénes somos y de quién somos al vernos a nosotros mismos como Dios nos ve. De esta forma, adquirimos suficiente seguridad para centrarnos en otros más que en nosotros mismos, y esto nos permite convertirnos en dadores más que en acaparadores.

1

ESPIRITUALIDAD DE RELACIONES

Amar a Dios de forma total

SÍNTESIS DEL CAPÍTULO

Como Dios es un ser de relaciones, nosotros, creados a su imagen, también somos llamados a tener relaciones adecuadas, primero con él y luego entre nosotros. Este capítulo examina el amor sin razón, sin medida e interminable de parte de Dios y la respuesta pertinente de amar a Dios de forma total. Avanzamos en esta dirección al conocerlo con más claridad, amarlo de manera más entrañable y seguirlo más de cerca.

OBJETIVOS DEL CAPÍTULO

  • Un reconocimiento mayor de la grandeza y gloria de Dios
  • Una mayor percepción del dilema de nuestra dignidad y nuestra depravación
  • Una mejor comprensión del amor sin razón, sin medida e interminable de Dios
  • Un entendimiento de qué significa amar a Dios con nuestra mente, voluntad y emociones.

¿QUÉ ES EL SER HUMANO PARA QUE PIENSES EN ÉL?

El Dios de la Biblia es infinito, personal y trino. Como Dios es una comunión de tres personas, uno de sus propósitos al crearnos es manifestar la gloria de su ser y sus atributos ante criaturas morales inteligentes que están en condiciones de responder a sus iniciativas de relaciones. A pesar de la rebelión y pecado humanos contra la persona y carácter del Señor, Cristo cargó con el terrible precio de nuestra culpa y dio comienzo al «camino nuevo y vivo» (Hebreos 10:20) por medio del cual se ha superado la barrera a la relación personal con Dios. Como el Dios infinito y personal nos ama, quiere que crezcamos en una relación íntima con él; este es el propósito para el que fuimos creados: conocer, amar, disfrutar y honrar al Señor trino de toda la creación.
Como Dios es un ser de relaciones, los dos grandes mandamientos de amarlo a él y de expresar este amor amando a otros son también intensamente de relaciones. Fuimos creados para tener comunión e intimidad no solo con Dios sino también entre nosotros. Las implicaciones de las relaciones de la doctrina cristiana de la Trinidad son profundas. Por cuanto fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, también nosotros somos seres de relaciones. Cuanto mejor conozcamos a Dios, tanto mejor nos conocemos a nosotros mismos. La oración de Agustín para pedir este doble conocimiento («Que te conozcamos, que nos conozcamos a nosotros mismos») refleja la verdad de que nuestra unión con Cristo es superar la enajenación respecto a Dios, a nosotros mismos y a otros que se produjo en la Caída.

Nuestra grandeza y nuestra pequeñez

La naturaleza humana es una madeja de contradicciones. Somos a la vez la grandiosidad y la degradación del orden creado; llevamos la imagen de Dios, pero estamos atrapados en faltas y pecados. Somos capaces de movilizar las fuerzas de la naturaleza pero incapaces de controlar nuestra lengua; somos los seres más maravillosos y creativos sobre este planeta pero los habitantes más violentos, crueles y despreciables de la tierra.
En sus Pensamientos Blaise Pascal describió la dignidad y la fragilidad de la humanidad. «El ser humano no es sino una caña, lo más frágil en la naturaleza; pero es una caña pensante. El universo entero no necesita instrumentos para aplastarlo. Un humo, una gota de agua, bastan para matarlo. Pero, si el universo llegara a aplastarlo, el ser humano seguiría siendo más noble que aquello que lo mató, porque sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él; el universo no conoce nada de esto».

La gloria de Dios

El Salmo 8 habla de estos dos temas, entre expresiones de la majestad del Creador de toda la vida biológica y espiritual: «Oh Señor, soberano nuestro, ¡que imponente es tu nombre en toda la tierra!» (vv. la, 9). El Dios vivo ha desplegado su esplendor arriba en los cielos, y ha puesto alabanza del huésped celestial en la boca de los niños y de los que aún maman (vv. lb-2). Cuando, después de la entrada triunfal del Señor en Jerusalén, los niños clamaron en el templo, «Hosanna al Hijo de David», los sumos sacerdotes y los escribas se indignaron, y Jesús les citó este pasaje (Mateo 21:15-16). La sencilla confesión de amor confiado por parte de los niños fue suficiente para reducir al silencio la burla de sus adversarios y para «silenciar al enemigo y al rebelde» (Salmo 8:2b).
En el Salmo 8:3-4, la meditación de David transcurre desde el testimonio de los niños hasta la elocuencia del cosmos: «Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: “¿Qué es el hombre para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?”». Desde la época en que David escribió estas palabras hasta la invención del telescopio a comienzos del siglo diecisiete, solo unos pocos miles de estrellas se podían ver sin ayuda, y el universo parecía mucho menos impresionante que ahora que ya sabemos cómo es. Incluso hasta la segunda década del siglo veinte se pensaba que la Vía Láctea era sinónimo del universo. Solo esto resultaría sobrecogedor por su amplitud, dado que nuestra galaxia espiral contiene más de 200.000.000.000 de estrellas que abarca un diámetro de 100.000 años luz (recordemos que un segundo luz es más de 240.000 kilómetros; los casi 150.000.000 kilómetros entre el sol y la tierra son 8 minutos luz). Pero descubrimientos más recientes en astronomía han puesto de manifiesto que nuestra galaxia es parte de un conglomerado local de unas 20 galaxias y que este conglomerado local no es sino un componente de un superconglomerado colosal de miles de galaxias. Se sabe que existen muchos superconglomerados parecidos, por lo que la cantidad de galaxias se estima que excede los 100.000.000.000.
¡Qué es el género humano, en realidad! El Dios que creó estas estrellas y las llama por su nombre (Isaías 40:26) es inverosímilmente asombroso; su sabiduría, belleza, poder y dominio exceden por completo la comprensión humana. Y con todo, se ha dignado buscar la intimidad con las personas en este débil planeta y les ha otorgado gran dignidad y destino: «Lo hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste de gloria y de honra» (Salmo 8:5). Estas palabras se aplican a todas las personas, pero encuentran su cumplimiento definitivo en Jesucristo, como resulta claro a partir de la cita de este pasaje en Hebreos 2:6-8.
Hemos sido hechos para tener dominio sobre las obras de las manos de Dios (Salmo 8:6-8), pero renunciamos al mismo en la devastación de la Caída («todavía no vemos que todo le esté sujeto» [Hebreos 2:8b]). Sin embargo, todas las cosas serán puestas bajo los pies de Cristo cuando regrese (1 Corintios 15:24-28), y viviremos y reinaremos con él (Romanos 5:17; 2 Timoteo 2:12; Apocalipsis 5:10; 20:6).
Por maravilloso que vaya a ser nuestro dominio sobre la naturaleza, la verdadera causa de nuestro regocijo debería encontrarse en el hecho de que, si hemos puesto nuestra confianza en Jesucristo, nuestros nombres están registrados en el cielo (Lucas 10:20). «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que lo visites?» El Soberano infinito de toda la creación piensa en nosotros y nos cuida, y lo ha demostrado con el don indescriptible de su Hijo (2 Corintios 9:15; 1 Juan 4:9-10). En las palabras de C. S. Lewis, gloria significa «buena relación con Dios, aceptación de parte de Dios, respuesta, reconocimiento y bienvenida al corazón de las cosas. La puerta a la que hemos estado llamando todas nuestras vidas por fin se abrirá». ¡Regocijémonos en la esperanza de la gloria de Dios!

EL AMOR DE DIOS POR NOSOTROS

Hemos visto que el amor de Dios es la fuente de la fe y la esperanza bíblicas. Pensemos en estas verdades acerca del amor de Dios tomadas de la carta de Pablo a los Romanos. En el libro de la naturaleza, Dios revela su eterno poder y naturaleza divina (1:20), y en el libro de la conciencia humana, revela nuestra imperfección y culpa (2:14-16). Pero solo en el libro de la Escritura revela Dios su amor ilimitado que puede superar nuestra culpa y transformarnos en nuevas criaturas en Cristo. El amor fiel de Dios por nosotros no tiene razón de ser en nosotros (5:6), excede toda medida (5:7-8) y nunca se interrumpe (5:9-11). Nada en nosotros mereció o produjo su amor; en realidad, Cristo murió por nosotros cuando éramos sus enemigos impíos. El amor de Dios es espontáneo y sin fin, nos amó porque quiso amarnos y, si hemos respondido a la oferta de Cristo de su perdón y de relacionarnos con él, nada nos puede separar de ese amor, ni disminuirlo (8:35-39). Esto significa que tenemos seguridad del amor incondicional del Señor; como pertenecemos a Cristo, nada de lo que hagamos puede hacer que Dios nos ame más y nada de lo que hagamos puede hacer que Dios nos ame menos.
A las personas que han experimentado dolor y rechazo debido a un amor basado en la conducta y por ello condicional, esta descripción parece demasiado buena para ser cierta. ¿No debemos acaso hacer algo para merecer el favor de Dios o ganar su aceptación? Si tenemos temor de que otros nos puedan rechazar si supieran cómo somos por dentro, ¿qué se puede decir del Señor santo y perfecto de toda la creación? El poeta isabelino George Herbert (1593-1633) captó este sentido punzante de falta de mérito en su espléndida personificación del amor de Dios:
El amor me acogió; pero mi alma retrocedió,
Consciente del polvo y del pecado.
Pero el Amor perceptivo, viendo que me volvía negligente
Desde mi primer ingreso,
Se me acercó más, preguntando con dulzura,
Si me faltaba algo.
«Un huésped», respondí, «digno de estar aquí».
El Amor dijo, «Tú lo serás».
«¿Yo, el duro, el desagradecido? Ah, mi amado,
No puedo ni mirarte».
El Amor me tomó la mano, y sonriendo me respondió,
«¿Quién hizo tus ojos, sino yo?»
«Cierto, Señor, pero los he manchado; que mi vergüenza
Vaya donde se merece».
«¿Acaso no sabes», dijo el Amor, «quién sobrellevó la vergüenza?»
«Amado mío, entonces serviré».
«Debes sentarte», dijo el Amor, «a saborear mi comida».
Así que me senté y comí.
Más allá de toda fe humana, más allá de la esperanza terrenal, el Dios eterno del amor ha descendido hasta nosotros y, en el sacrificio final, nos ha comprado y nos ha hecho suyos.
¿Cómo respondemos a semejante amor? Con demasiada frecuencia, estas verdades reveladas parecen tan lejanas e irreales que no cautivan nuestras mentes, emociones y voluntades. Podemos cantar acerca del amor de Dios en los servicios de culto y aprender del mismo en las clases bíblicas pero pasar por alto implicaciones radicales que tienen para nuestras vidas. La verdad espiritual nos elude cuando la limitamos a la esfera conceptual y no llegamos a interiorizarla. La diluimos con filtros culturales, emocionales y teológicos y la reducimos a una formulación mental que afirmamos más por ortodoxia que por convicción personal profunda. ¿Cómo avanzamos en la dirección de amar a Dios en forma total?

AMAR A DIOS DE MANERA TOTAL

En años recientes, he adaptado y utilizado esta oración de San Ricardo de Chichester (1197-1253) en mis tiempos de meditación delante del Señor: «Te doy gracias, oh Señor Jesucristo, por todos los beneficios que nos has dado; por todos los dolores y ofensas que has soportado por nosotros. Oh Redentor lleno de misericordia, Amigo y Hermano, que te podamos conocer con más claridad, amarte de manera más entrañable y seguirte más de cerca; por ti mismo».
Amar a Dios de manera total implica toda nuestra personalidad, nuestro intelecto, emoción y voluntad, «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Marcos 12:30). Cuanto mejor conocemos a Dios («te podamos conocer con más claridad»), más lo amaremos («amarte de manera más entrañable»). Y cuanto más lo amemos, mayor será nuestra disposición a confiar en él y obedecerlo en las cosas que nos invita a hacer («seguirte más de cerca»).

Que te conozcamos con más claridad

Las grandes oraciones en Efesios 1 y 3, Filipenses 1 y Colosenses 1 revelan que lo que Pablo deseaba más profundamente para sus lectores era que crecieran en el conocimiento de Jesucristo. El conocimiento que el apóstol tenía en mente no era simplemente de formulaciones sino personal. Oraba que el Señor les diera un espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento suyo, que los ojos de sus corazones fueran iluminados y que conocieran el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento (Efesios 1:17-18; 3:19).
El riesgo profesional de los teólogos es absorberse tanto en la elaboración de modelos sistemáticos de comprensión que Dios se convierta en una formulación intelectual abstracta que analizan y sobre la que escriben en lugar de una persona viva que aman hincados de rodillas. En el sentido más hondo, el cristianismo no es una religión sino una relación que proviene del amor trinitario del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Cuando a Tomas de Aquino lo cuestionó su secretario, Reginaldo de Pi-perno, para que explicara por qué ya no trabajaba en su incompleta Summa Theologica, respondió, «Todo lo que he escrito es como paja comparado con lo que ahora me ha sido revelado». Según la tradición, en una visión había escuchado que el Señor le decía, «Tomás, has escrito bien acerca de mí: ¿cuál será tu recompensa?» y su respuesta fue, «Ninguna recompensa sino tú mismo, Señor». Nuestros mayores logros mentales, físicos y sociales son como paja comparados con un destello del Dios vivo (Filipenses 3:7-10). Nuestro Señor nos invita al llamamiento más sublime de todos, la intimidad con él, y día tras día dejamos de lado el ofrecimiento, prefiriendo en su lugar llenar nuestros estómagos con las vainas de placeres y posibilidades de corta duración.
¿Qué se requiere para conocer a Dios con mayor claridad? Los dos ingredientes esenciales son tiempo y obediencia. Tomar t...

Índice

  1. Cover
  2. Title Page
  3. Dedication
  4. CONTENIDO
  5. Contenido con acotaciones
  6. Prefacio
  7. Introducción: una piedra preciosa con muchas facetas
  8. FACETA 1 Espiritualidad de relaciones: amar a Dios en forma total, a nosotros mismos de manera correcta y a otros con compasión
  9. FACETA 2 Espiritualidad paradigmática: Cultivar una perspectiva eterna en contraposición a una temporal
  10. FACETA 3 Espiritualidad disciplinada: Poner en práctica las disciplinas históricas
  11. FACETA 4 Espiritualidad de vida cambiada: Comprender nuestra verdadera identidad en Cristo
  12. FACETA 5 Espiritualidad motivada: Un conjunto de incentivos bíblicos
  13. FACETA 6 Espiritualidad de devociones: Enamorarse de Dios
  14. FACETA 7 Espiritualidad integral: Todos los componentes de la vida bajo el señorío de Cristo
  15. FACETA 8 Espiritualidad de proceso: Proceso o producto, ser o hacer
  16. FACETA 9 Espiritualidad llena del Espíritu: Caminar en el poder del Espíritu
  17. FACETA 10 Espiritualidad de lucha: El mundo, la carne y el diablo
  18. FACETA 11 Espiritualidad formativa: Un estilo de vida de evangelización y discipulado
  19. FACETA 12 Espiritualidad colectiva: Ánimo, responsabilidad y culto
  20. Conclusión: Continuar con el peregrinaje: Lo que se requiere para acabar bien
  21. Apéndice A: La necesidad de diversidad
  22. Apéndice B: La riqueza de nuestra herencia
  23. Ayudas Adicionales
  24. Índices
  25. About the Author
  26. Copyright
  27. About the Publisher