cinco preguntas más importantes
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cinco preguntas más importantes

y otra pregunta esencial de la vida

  1. 160 páginas
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Información

Año
2018
ISBN
9781418597566
CAPÍTULO UNO
Espera, ¿qué dices?
La primera vez en mi vida que pregunté: «Espera, ¿qué dices?» fue momentos antes de que naciera mi hijo Will.
Katie y yo pensábamos que sabíamos todo con respecto a las contracciones y el parto en sí, aunque éramos padres primerizos. Fuimos a clases de preparación para el parto, practicamos la respiración, vimos videos. Cuando llegó el momento, y Katie rompió aguas la mañana del 25 de febrero de 1996, sabíamos que estábamos listos.
Hicimos el ingreso en el hospital Lenox Hill en la ciudad de Nueva York y nos llevaron a una sala de contracciones y partos, la cual estaba decorada como la habitación de un hotel Marriot. Como era su primera vez, Katie no sabía realmente si eran contracciones o no. Tenía algunos dolores suaves, pero las enfermeras más veteranas no estaban preocupadas. Mientras caminábamos por el hospital, esperando que el proceso se acelerase, con Katie casi todo el tiempo riendo y ocasionalmente haciendo muecas de dolor, una enfermera mayor le dijo con un clásico estilo neoyorkino: «Cariño, ¿sabes lo que necesitas? Una verdadera contracción».
Las verdaderas contracciones llegaron unas diez horas más tarde. Era difícil no darse cuenta. El problema era que parecía que no ocurría nada más, y después de un tiempo, Katie y el que pronto sería nuestro hijo Will comenzaron a sufrir. El médico entró en la habitación y dijo con aire despreocupado que era el momento de llevarnos a otra habitación. Eso no formaba parte del plan original, pero fuimos sin preguntar, lo cual es bastante irónico dado el tema de este libro.
La otra habitación era un quirófano, así que pasamos de los acogedores confines de nuestra habitación de imitación de un hotel a una sala iluminada y fría, de baldosines. Nos esperaba un equipo de técnicos y enfermeras. Yo estaba de pie junto a la cama de Katie mientras el médico explicaba con mucha calma que Will básicamente estaba atascado, probablemente porque tenía una cabeza muy grande, y que tenían que sacarlo de inmediato. El médico preguntó si preferíamos fórceps o ventosa para ayudar al parto. Katie gritaba: «¡Quítenme los dolores!». Eso no respondía directamente a la pregunta, pero decidí que era mejor no destacarlo. En cambio respondí que pensaba que el médico sabría qué era lo más indicado, dado que aquella era básicamente nuestra primera vez en esa situación. Él decidió usar la ventosa.
Lo siguiente que supe es que apareció un hombre junto a mí y se presentó como médico. Después explicó, con mucha calma, que iba a presionar con su antebrazo el estómago de Katie y a deslizarlo para sacar a nuestro bebé, «algo parecido a cuando aprietas y le quitas un hueso a una aceituna». Mientras se cruzaba por el estómago de Katie para asirse del rail opuesto de la cama para hacer palanca, recuerdo claramente pensar que nunca vimos ese procedimiento concreto en las clases de preparación para el parto, y que tampoco vimos nunca eso de «quitarle el hueso a la aceituna» en los videos de preparación para el parto.
Pero lo único que pude decir fue: «Espera, ¿qué dices?».
En lugar de responder, el médico presionaba hacia abajo sobre el estómago de Katie. Katie educadamente explicaba que eso le causaba un ligero malestar; creo que sus palabras exactas fueron: «Quítese de encima o le mato». Momentos después, Will actuó como si fuera un hueso de aceituna y salió.
Había oído la pregunta «Espera, ¿qué dices?» mucho antes de hacerla yo mismo en la sala de partos. Uno de mis compañeros de cuarto en la universidad, Keith Flavell, hacía esa pregunta a cada momento. Canadiense encantador y amable, a Keith le resultaba difícil a veces entender a muchos de sus compañeros de cuarto, incluyéndome a mí. «Espera, ¿qué dices?» se convirtió en la respuesta casi refleja de Keith en nuestras conversaciones, las cuales por lo general contenían rangos de aseveración que iban desde ligeramente increíble hasta ridículo. Sin embargo, hasta donde yo sé, la pregunta era única de Keith; era su pregunta de identidad.
Desde entonces me dijeron que la pregunta es común entre los canadienses, pero no he sido capaz de determinar si era común a mitad de la década de los ochenta, cuando Keith y yo estábamos en la universidad. De hecho, no he podido saber con exactitud dónde o cuándo apareció esta pregunta por primera vez. Lo único que sé es que Keith comenzó una moda internacional.
Cuando Keith y yo separamos nuestros caminos después de la graduación, la pregunta prácticamente desapareció de mi vida, al menos por un tiempo. Katie hacía la misma pregunta de vez en cuando, al habérsela escuchado a Keith, pero yo nunca volví a escuchar a nadie más hacerla. Después nuestro hijo Will, debidamente apropiado dado sus orígenes, comenzó a hacer la pregunta hace unos diez años. Observé que sus amigos también hacían la pregunta; y entonces casi de la noche a la mañana, parecía que a cada lugar donde yo iba, alguien estaba haciendo esa pregunta. Ahora es algo básico en las conversaciones del día a día, especialmente entre aquellos que tienen menos de treinta años, aunque ciertamente no está limitado a los mileniales.
Algunos lingüistas tradicionales quizá lamenten que esta pregunta en particular se haya difundido tanto, y tal vez se quejen de la aparente superfluidad del «espera». Otros quizá vayan más lejos y señalen que es más una prueba de degradación del lenguaje y el declive de la civilización. Pero los odiosos siempre odian, como se suele decir, y en este caso los escépticos se equivocan, porque «Espera, ¿qué dices?» es verdaderamente una gran pregunta. Sin duda, esta pregunta engañosamente sencilla es esencial, si no profunda, una vez que uno aprecia bien cómo se puede usar.
Para comenzar, «Espera, ¿qué dices?» es notablemente flexible, lo cual podría explicar parte de su popularidad. La pregunta se puede hacer de varias formas, dependiendo de lo que demande la ocasión. Un «Espera, ¿qué dices?» dicho sin más, por ejemplo, puede ser simplemente una forma de pedirle a una persona que repita lo que ha dicho y que lo explique un poco más, porque la aseveración o sugerencia causó sorpresa y fue un poco difícil de creer. Un «espera» alargado y seguido de un corto pero enfático «¿qué dices?» es una buena manera de indicar una genuina incredulidad. Es un poco como preguntar, educadamente: «¿Realmente has dicho lo que has dicho?» o «¿Estás de broma?». La formulación inversa, donde tenemos un corto «Espera» seguido de un «¿qué dices?» alargado se puede usar cuando alguien te pide que hagas algo, y pueda conllevar sospecha y escepticismo con respecto a los motivos que hay tras la petición u oposición abierta a lo que nos han pedido.
La última formulación es la manera en que mis hijos más frecuentemente usan la pregunta en nuestras conversaciones. Por lo general, hacen esta pregunta cuando llego al punto en una conversación en el que estoy sugiriendo que hagan una tarea o dos. Desde su perspectiva, me oyen decir algo como: «Bla, bla, bla y después me gustaría que limpiaran sus cuartos». Y en ese preciso instante, inevitablemente aparece la pregunta: «Espera, ¿qué diceeeees? ¿Has dicho limpiar? ¿Nuestros cuartos?».
«Espera, ¿qué dices?» es la primera de las preguntas esenciales en mi lista porque es una manera eficaz de pedir aclaración, y la aclaración es el primer paso hacia el verdadero entendimiento de algo, ya sea una idea, una opinión, una creencia o una propuesta de negocio. (Probablemente no sea una buena idea hacer esta pregunta como respuesta a una proposición matrimonial. Solo lo digo).
El «espera» que precede al «¿qué dices?» se podría considerar tan solo como un tic retórico inútil; pero creo que es crucial porque nos recuerda a nosotros mismos (y a otros) que debemos aminorar para asegurarnos de entender correctamente. Con demasiada frecuencia no nos detenemos para pedir aclaración, pensando que entendemos algo antes de ser así. Al hacer eso, nos perdemos la oportunidad de entender el pleno significado de una idea, una aseveración o un evento. Preguntar «Espera, ¿qué dices?» es una buena forma de aprovechar, en lugar de perder, esas oportunidades.
Para dar un ejemplo, hace años Katie y yo, junto a un par de amigos, viajamos a Noruega para hacer senderismo y viajar en kayak. Mientras estábamos allí nos encontramos con otro viejo amigo que trabajaba como guía rural, llevando pasajeros en viajes de turismo y a zonas de camping remotas. Cuando escuchó que estábamos planeando hacer senderismo cerca de un fiordo en particular al día siguiente, nos preguntó si podíamos llevar a uno de sus clientes con nosotros, un chico japonés de diecinueve años, que quería ver ese fiordo en concreto. Accedimos y le recogimos al día siguiente.
Su inglés era un poquito irregular y nuestro japonés era inexistente, así que fue un viaje bastante callado. Cuando llegamos a nuestro fiordo, nuestro nuevo amigo de inmediato saltó del auto y sacó de su mochila la carátula de un álbum. Después comenzó a correr a distintos puntos, deteniéndose de vez en cuando para contrastar la carátula y mirar al fiordo hacia una gran montaña que se veía a lo lejos. Después se iba a otro lugar y se volvía a detener. Todos nosotros nos mirábamos mientras le observábamos, sin estar seguros de lo que estaba pasando y preocupados de que pasara algo malo.
Cuando finalmente le alcanzamos, vimos que la carátula tenía una fotografía de un fiordo, con una gran montaña en la distancia. La carátula era de una sinfonía de Edvard Grieg, el compositor noruego. Finalmente entendimos que la fotografía de la carátula era del lugar exacto que estábamos visitando, y nuestro nuevo amigo intentaba encontrar el lugar exacto desde donde se tomó la fotografía. Después explicó que había soñado toda su vida con visitar ese lugar, y que por eso había gastado los ahorros de toda su vida para ir a Noruega.
Y fue entonces cuando Katie preguntó: «Espera, ¿qué dices?». Finalmente supimos que ese joven se crió en un diminuto apartamento en Tokio y que había tenido una infancia difícil. Su único escape era escuchar la sinfonía de Grieg y soñar con ir a visitar algún día el lugar que aparecía en la fotografía del álbum. Para él, era el lugar más bonito del mundo. Tardamos un largo rato en entender su historia, pero al preguntar «Espera, ¿qué dices?», Katie le estaba invitando a explicar y señalar que queríamos escuchar su historia, que resultó ser una historia impresionante.
Preguntar «Espera, ¿qué dices?» es también una buena manera de evitar llegar a conclusiones rápidamente o hacer juicios inmediatos. Con demasiada frecuencia decidimos muy pronto si estamos o no de acuerdo con alguien o con alguna idea, sin hacer el esfuerzo de entender verdaderamente a la persona o el punto. Nuestras conversaciones públicas, y especialmente las conversaciones en las redes sociales, a menudo se parecen a ejercicios para escoger bandos y seleccionar equipos. Oímos o leemos algo, hacemos una breve llamada, y después menospreciamos a los que no están de acuerdo tachándolos de ignorantes o malvados. Si dedicásemos más tiempo a entender ideas y perspectivas, especialmente las nuevas y desafiantes, quizá seríamos menos desdeñosos y más curiosos. Incluso si entender mejor una idea o perspectiva no cambia tu manera de pensar, es probable que te haga respetar o al menos apreciar a la persona que propone dicha idea más de lo que lo harías de otro modo.
Aunque solo fuera por eso, entender verdaderamente una idea o un argumento te permite hacer un juicio informado al respecto. Eso lo aprendí viendo al juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, John Paul Stevens, que fue uno de los mejores interrogadores que jamás he visto en toda mi vida profesional. Vi al juez Stevens en acción cuando trabajaba para el juez de la Corte Suprema, Rehnquist. Ser empleado de la Corte es un trabajo soñado para un joven abogado, especialmente cuando está obsesionado con las preguntas, en parte porque se nos permitía asistir a todos los alegatos orales. Cada alegato duraba una hora, con treinta minutos para cada parte. Además del juez Thomas, que es una leyenda por no hacer casi nunca una pregunta, los jueces acribillan a los abogados con preguntas. A menudo, los jueces hacían alegatos mediante los abogados, comunicando más a sus colegas del banquillo que al abogado que alegaba ante el tribunal.
Ese no era el estilo del juez Stevens. Aunque nunca hizo la pregunta exacta «Espera, ¿qué dices?», esta era básicamente la pregunta que siempre hacía a los abogados, una y otra vez. Usando varias formulaciones de la misma pregunta, les pedía a los abogados que aclararan un punto clave de sus alegatos. Él lo hacía de una forma muy respetuosa, casi de manera amable. No solía bombardear ni era intencionadamente sarcástico, como algunos de sus colegas, el juez Scalia en particular. En cambio, él siempre comenzaba diciendo algo como: «Abogado, siento interrumpir, pero me pregunto si podría pedirle que aclarase un punto».
Casi sin excepción, la pregunta que seguía golpeaba en la parte más débil del caso del abogado. Al requerir al abogado que frenara su alegato y explicara el punto clave, y podía ser un hecho o un punto de la ley, el juez Stevens por lo general dejaba claro que había un problema con el alegato del abogado, a menudo un problema considerablemente grande. Más que ningún otro de sus colegas, el juez Stevens solía abrir el caso haciendo a los abogados la pregunta en el centro de su caso, una que ellos tenían que responder con éxito si querían prevalecer. Si eran incapaces de responder a la pregunta, el juez Stevens podía entonces explicar a través de las preguntas posteriores y en sus opiniones por qué la parte de los abogados podía perder el caso. Al pedir primero la aclaración, el juez Stevens se situaba él mismo en una posición donde era fuerte defensor del resultado que él pensaba que se demandaba en un caso.
El método de preguntas del juez Stevens ilustra un punto imperecedero: en casi todas las ocasiones es mejor hacer preguntas de aclaración primero y argumentar después. Antes de defender una posición, asegúrate de preguntar «Espera, ¿qué dices?». La indagación, en otras palabras, siempre debería preceder a la defensa.
Por supuesto, decirlo es más fácil que hacerlo, un hecho que quedó claro tanto para mí como para otros que tuvieron la buena fortuna de participar en una clase magistral impartida el año pasado por Rakesh Khurana; Rakesh es profesor en la Escuela de Negocios de Harvard y trabaja actualmente como decano de la Universidad de Harvard. Para destacar la buena enseñanza en la universidad, mis colegas y yo cada año invitamos a profesores talentosos de todo Harvard para ofrecer varias clases magistrales en la Escuela Superior de Educación. Estos profesores enseñan una clase, después explican lo que estaban intentando conseguir y por qué. La clase de Rakesh destacaba su brillo en la enseñanza mediante el método de los casos, que es la forma en que normalmente se imparten las clases en la escuela de negocios.
Para su clase magistral, Rakesh nos presentó un caso a todos nosotros, basado en una historia real, que giraba en torno a Jenny, Lee y Piet. Jenny era una joven asociada en una pequeña agencia de relaciones públicas, y estaba intentando cerrar un trato con un posible cliente, un hombre holandés llamado Piet. Jenny invitó a Lee, su mentor y dueño de la agencia, a un importante almuerzo con Piet. Lee aún no había conocido a Piet. En el almuerzo, Piet mencionó varias veces lo maravilloso que era trabajar con Jenny, a quien repetidas veces describió como una joven especialmente atractiva. Lee ignoró esos comentarios, al igual que Jenny, y ambos intentaron mantener la conversación enfocada en el negocio. Piet preguntó si Jenny estaría trabajando en el proyecto personalmente, y Lee dijo que lo estaría, junto a otros compañeros de la agencia. Al término del almuerzo, Piet le hizo un gesto a Jenny y le dijo a Lee que había disfrutado el almuerzo, que siempre le encantaba poder comer con una chica bonita.
La subsiguiente discusión en la clase magistral giró primero en torno al dilema de Jenny y de cómo debía haberlo resuelto. ¿Debería haber señalado que los comentarios de Piet eran sexistas, lo cual podría significar la pérdida del cliente? ¿O debería haber permanecido callada para asegurar el negocio? La discusión también se enfocó en gran medida en Lee y el papel que debería haber desempeñado. Imagino que la audiencia, al igual que tú en este momento, tenía mucho que decir acerca de Lee, y no muchas cosas positivas. Muchos argumentaban que «él» debía haber dado la cara por su joven protegida, Jenny, y no haberla dejado colgada.
En este punto, Rakesh dijo, simulando que había olvidado ese detalle: «Oh, ¡lo siento! Olvidé decirles que Lee es una mujer». Hizo una pausa mientras ese importante hecho, que nadie había pedido que aclarase, hacía mella. La audiencia, yo incluido, de inmediato entendimos y dijimos: «Espera, ¿qué dices?». Después nos reímos con vergüenza al darnos cuenta de que habíamos estado haciendo todo tipo de argumentos con respecto a la conducta de Lee en base a nuestra suposición de que era un hombre, aunque el caso que habíamos leído nunca especificaba el género de Lee.
Y ese era básicamente el punto de Rakesh. Nosotros supusimos que teníamos razones para condenar a Lee. Rakesh, sin embargo, nos enseñó a no estar tan seguros, y demostró la tendencia que tenemos a argumentar y hacer juicios en base a falsas suposiciones. Quizá podríamos seguir criticando la conducta de Lee, pero obviamente es mejor hacerlo una vez que tengamos todos los datos. Es un punto que no olvidaré en mucho t...

Índice

  1. Contenido
  2. Introducción: ¿Por qué preguntas?
  3. 1. Espera, ¿qué dices?
  4. 2. Me pregunto. . .
  5. 3. ¿No podríamos al menos. . .?
  6. 4. ¿En qué puedo ayudar?
  7. 5. ¿Qué es lo verdaderamente importante?
  8. Conclusión: La pregunta extra
  9. Reconocimientos