Comentario bíblico con aplicación NVI 2 Pedro y Judas
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Comentario bíblico con aplicación NVI 2 Pedro y Judas

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Comentario bíblico con aplicación NVI 2 Pedro y Judas

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Los apóstoles Pedro y Judas no hubieran hecho postmodernistas buenos. Ellos insisten que hay tal cosa como un absoluto, una verdad no negociable, además de error y decepción. Ellos hablan de falsas doctrinas y aquellos que las ensenan como si ellos realmente creen que la eternidad se sostiene en balance y que Dios, lejos de encojar sus hombres como un buen relativista, toma los asuntos de la verdad y la autoridad espiritual muy seriamente. Hoy día, el lenguaje ardiente e impenitente de 2da de Pedro y Judas puede abrir nuestros ojos a verdades espirituales extremas. Como otros muy pocos escritos apostólicos, estas dos cartas nos sacuden para despertarnos a la necesidad de abrazar el verdadero evangelio y trasmitirlo sin distorsionarlo. El mensaje es tan contracultural como es posible, y profundamente oportuno.

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Información

Editorial
Vida
Año
2016
ISBN
9780829759648
2 Pedro 1:1-2
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Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo habéis recibido una fe tan preciosa como la nuestra. 2 Que abunden en vosotros la gracia y la paz por medio del conocimiento que tenéis de Dios y de Jesús nuestro Señor.
Sentido Original
Segunda de Pedro empieza con los elementos que esperaríamos encontrar al principio de una carta y que, de hecho, son típicos de las cartas del Nuevo Testamento: (1) identificación del autor de la carta; (2) identificación de los receptores de la carta; (3) saludo introductorio.
Al principio ya vemos que el autor de la carta es “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo”. Los nombres dobles como el de “Simón Pedro” eran muy comunes en el antiguo Oriente Próximo. Como el griego se había extendido por todo lugar, mucha gente usaba el nombre que le habían puesto en su lengua materna y un nombre griego. Así, “Simón”, uno de los nombres judíos más comunes en aquel tiempo, viene del hebreo, mientras que “Pedro” viene del griego. En el Nuevo Testamento, este nombre doble aparece con frecuencia. Pero solo aquí y en Hechos 15:14 Simón se deletrea Symeon en lugar de Simon. Esta forma de escribir el nombre es una transliteración casi exacta del hebreo y, dado que es una forma poco común, sería muy extraño que alguien que supuestamente escribió en nombre de Pedro lo escribiera así. No obstante, para Pedro, escribirlo así sería lo más natural del mundo, pues lo habría hecho así toda su vida.1
Al autodefinirse como “siervo… de Jesucristo”, Pedro está mostrando un sentido de humildad en relación a su Señor. La palabra que traducimos “siervo” no es el término griego diakonos, “siervo del hogar”, sino doulos, que también se puede verter “esclavo”. Pedro no posee en sí mismo ninguna autoridad particular; su autoridad proviene completamente del señor al que sirve. Pero el título “siervo” también es un título con honor. Grandes figuras de la historia de Israel habían sido llamados “siervos” de Dios, en especial Moisés (p. ej., Jos 14:7; 2R 18:12) y David (p. ej., Sal 18:1; Ez 34:23). Por tanto, al autodenominarse “siervo” Pedro también trasmite a sus lectores que él se haya igualmente en la línea de las figuras importantes de la historia religiosa de Israel.
El segundo término, “apóstol”, enfatiza el derecho de Pedro a hablar a aquellos cristianos con autoridad. Esta palabra (en griego apostolos) puede significar simplemente “mensajero”, como vemos en algunos pasajes del Nuevo Testamento (p. ej., 2Co 8:23; Fil 2:25). Pero por lo general, esta palabra tiene un sentido técnico y se refiere a aquellos hombres elegidos especialmente por el Señor para ser sus representantes. Como afirma Pablo, junto con los profetas conforman “el fundamento” de la iglesia (Ef 2:20). Dios no solo les encargó la proclamación de las buenas nuevas, sino también desarrollar y garantizar la verdad del mensaje del evangelio. Pedro fue uno de los apóstoles más famosos. Con Juan y Jacobo, eran los apóstoles más cercanos a Jesús (cf. Mr 5:37; 9:2; 14:33). Pedro fue el portavoz más destacado del mensaje cristiano durante los primeros días de la iglesia, como recoge Lucas en Hechos 2—12. Ser apóstol le dio a Pedro el derecho de decirle a estos cristianos —¡y a nosotros!— qué debían creer y cómo debían vivir.
Si la descripción que Pedro hace de sí mismo deja claro desde el principio su derecho a escribir a aquellos creyentes como les escribe, la descripción que hace de ellos también señala algunos de los puntos que tratará en la carta. En primer lugar, aquellos cristianos que, como hemos indicado, son gentiles han “recibido una fe tan preciosa como la nuestra”. Pedro podría estar contrastando la fe de aquellos cristianos con la suya propia fe y la de los apóstoles.2 Cierto es que en 1:16-18, donde Pedro describe la transfiguración, distingue entre los apóstoles (“nosotros”) y los cristianos a los que escribe (“vosotros”). Pero aquí el énfasis no está en la revelación (como ocurre en los vv. 16-21), sino en la fe. Y, por ello, lo más probable es que Pedro quiera asegurar a aquellos cristianos gentiles que el estatus que tienen en la nueva comunidad de creyentes es exactamente igual al suyo propio y al de otros judeocristianos.3 Al tirar por tierra todas las barreras étnicas, el mensaje del evangelio ha permitido que los gentiles, antes “ajenos a los pactos de la promesa” (Ef 2:12), crean ahora en Jesucristo y sean salvos de sus pecados. En el reino del los cielos, los cristianos gentiles no son ciudadanos de segunda clase.
Es muy probable que, para aquellos cristianos gentiles, fuera importante subrayar esa certeza, para poder estar confiados en que ciertamente eran hijos de Dios, y no dejaran que los falsos maestros sembraran dudas al respecto. Por tanto, sugerimos que la palabra “fe” en este texto tiene su sentido más usual, el sentido activo que denota la acción de creer.4 Ciertamente, hablar de fe como algo que “hemos recibido” no es usual y, por ello, muchos comentaristas creen que Pedro se refiere a la fe en su sentido pasivo: aquello que los cristianos creen, es decir, la doctrina o verdad cristiana.5 Pero la palabra que traducimos “habéis recibido” (lanchano) habla de una asignación o distribución sin favoritismos. La fe es un regalo de Dios, distribuida por igual a judíos y a gentiles.
Además, Pedro describe a los cristianos a los que se dirige como aquellos que han obtenido esa fe “por la justicia de nuestro Dios y Salvador”. (N. de la T. Durante todo el párrafo, la palabra que traducimos por “justicia” es el término inglés “righteousness”). En la Biblia, “justicia” (dikaiosyne) tiene muchos significados. Uno de ellos es “imparcialidad” o “ecuanimidad”, y algunos comentaristas creen que ese es el sentido en este pasaje: es gracias a la ecuanimidad de Dios que los cristianos gentiles pueden disfrutar como los judíos de los beneficios de la obra de Cristo.6 Pero la palabra griega que aquí vertimos “justicia” suele referirse al acto por el que Dios hace justos a los pecadores para que puedan acercarse a él. Y aquí parece que ese sentido encaja mucho mejor.7 No obstante, lo inusual de esta expresión es que este es el único lugar del Nuevo Testamento en el que se habla de “la justicia… de Jesucristo”. En todos los demás lugares, la justicia siempre se atribuye a Dios Padre. Pero esta referencia a Cristo está en consonancia con toda la carta, en la que una y otra vez se pone a Cristo al mismo nivel que Dios.
El final de la expresión lo deja aún más claro. Al traducir “nuestros Dios y Salvador Jesucristo”, la NVI deja claro que ambos títulos, el de “Dios” y el de “Salvador”, se aplican a Jesucristo y, casi con toda seguridad, es la traducción más exacta.8 (Las versiones que traducen “de Dios y nuestro Salvador Jesucristo” o “de nuestro Dios y el Salvador Jesucristo” no son tan acertadas.) Por tanto, aquí tenemos uno de los pocos versículos del Nuevo Testamento donde a Jesús se le llama “Dios” explícitamente. Claro que eso no significa que, para Pedro, Jesucristo haya tomado el lugar del Dios del Antiguo Testamento que él adoraba desde niño. Lo que significa es que ahora entiende que Jesús, junto con el Padre, es Dios. Tampoco significa que al afirmarlo Pedro esté abandonando el monoteísmo y que vea a Jesús como otro Dios además de Dios Padre. Aunque sería un anacronismo decir que el apóstol ha desarrollado una comprensión trinitaria de Dios, lo que aquí asevera junto con otros versículos similares del Nuevo Testamento supone el fundamento de la posterior elaboración de esa doctrina cristiana tan central.
El versículo 2, que sigue el saludo típico neotestamentario, continúa apuntando a temas que oiremos en el resto de la carta. En el Nuevo Testamento, “gracia” y “paz” son palabras recurrentes en este tipo de saludos. Pero esta es la única carta en la que se incluye una oración pidiendo que “abunde… el conocimiento” en los lectores. En esta epístola, el “conocimiento” es una idea clave. Por algo será que Pedro abre y cierra la misiva con una referencia al conocimiento de Dios y de Cristo (cf. también 3:18). Vuelve a mencionar ese conocimiento en 1:3 y 8 como fundamento de la experiencia cristiana de sus lectores. De forma similar, afirma que el destino de los falsos maestros será peor, porque habiendo conocido a Cristo abandonaron ese conocimiento (2:20-21). En su contexto bíblico, “conocimiento” implica “relación” (ver la sección Significado contemporáneo). Y el tema central de 2 Pedro es, precisamente, esa relación con Cristo. El propósito central de Pedro en esta carta es instar a los cristianos a que el “conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesucristo” sea útil y fructífero (cf. 1:8).
Construyendo Puentes
No podemos aplicar el mensaje bíblico hasta que no lo entendamos. Pero no podemos entenderlo hasta que no tengamos en cuenta el escenario original del mensaje. En esta sección, queremos cubrir dos cuestiones que nos ayudarán a trasladar a nuestros días el mensaje de 2 Pedro 1:1-2.
La primera cuestión tiene que ver con la forma literaria o género. Cuando Dios decidió comunicar el mensaje del evangelio al mundo, escogió como instrumentos a seres humanos. Y, a su vez, estas personas usaron los medios de comunicación usuales en sus días. Si Dios hubiera enviado a su Hijo en la actualidad, los encargados de propagar las buenas nuevas las transmitirían por radio, televisión e Internet. En el siglo I, los embajadores del evangelio hicieron uso de sermones en las sinagogas, de grupos de debate en los mercados y lugares públicos, y de las formas de escritura más usuales, como la carta.
El género epistolar era un medio de comunicación muy popular en el mundo antiguo e iban desde una breve nota que los hijos enviaban a sus padres pidiendo dinero hasta tratados bien elaborados escritos con el objetivo de ser publicados. Las cartas del Nuevo Testamento están más o menos en la mitad de ese espectro. Quizá con la excepción de Filemón, son más que notas privadas, puesto que están escritas por figuras públicas (apóstoles y otros mensajeros acreditados) para (normalmente) un colectivo de personas o iglesias. Pero a diferencia de la mayoría de las cartas de la antigüedad escritas a modo de tratado, las cartas neotestamentarias no tienen tanta brillantez literaria y están dirigidas a unos destinatarios en particular.
Podemos ubicar la segunda carta de Pedro en esta categoría epistolar que acabamos de definir. Como el resto de las epístolas neotestamentarias, hace uso de muchas de las formas habituales en las cartas en aquel entonces. Hoy estamos acostumbrados a que en el encabezado de una carta aparezca el nombre y la dirección del remitente, seguido del nombre y la dirección del receptor, y seguido por último por un breve saludo: “Querido Dough”. En la antigüedad no existían los códigos postales, y normalmente el comienzo de las cartas era más breve: “X a Y, saludos”. Este es el formato que encontramos al principio de la carta que el concilio apostólico envió a las iglesias de Siria y del sur de Asia Menor: “Los apóstoles y los ancianos, vuestros hermanos, a los creyentes gentiles en Antioquía, Siria y Cilicia: Saludos” (Hch 15:23). (N. de la T. Hemos seguido la versión utilizada por el autor, y por eso traducimos “vuestros hermanos” en lugar de “a nuestros hermanos” como aparece en la NVI.)
Pero aunque los autores de las cartas neotestamentarias seguían el patrón establecido, lo adaptaban a sus necesidades. Identifican al remitente y al receptor, pero en lugar de usar la palabra “saludos” (gr. chairein), usan una palabra cercana, pero que encaja mejor con el mensaje del evangelio: “gracia” (gr. charis). Y desarrollan un poco ese tipo de palabras para empezar a transmitir el mensaje sobre el que van a escribir ya desde el principio de la carta. La cuestión es que comentemos un grave error cuando nos saltamos estos versículos como si no fueran más que una formalidad. Al mencionar algunas de las experiencias fundamentales que el autor y los destinatarios tienen en común, estos versículos anuncian cuál será el tono de la carta. Están unidos por la “gracia” revelada en Cristo, y ese es el contexto en el que tienen que entender la carta.
La segunda cuestión que hemos de mencionar para entender mejor la fuerza de estos versículos es la relación que había en el siglo I entre los judíos y los gentiles. Hacía mucho tiempo que Dios había escogido a Israel como su pueblo, y ese era un privilegio único que los judíos atesoraban con mucho celo. Durante el periodo intertestamentario, los judíos hacían un especial énfasis en prácticas como la circuncisión, la observancia del sábado y la dieta judía con tal de diferenciarse de los gentiles. La mayoría de los judíos en tiempos de Jesús esperaban la instauración de un reino mesiánico en el que los judíos ocuparían las posiciones de poder y los gentiles quedarían excluidos o, como mucho, recibirían las posiciones más bajas. Pero, como sabemos, Dios envió a su Hijo al mundo para formar a un pueblo que le honrara como Señor tomándolo de “todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas”. Lucas nos cuenta en Hechos 6—15 la forma paulatina en la que los primeros cristianos fueron aceptando esta idea del reino.
No obstante, la aceptación de los gentiles como miembros del pueblo de Dios junto a las condiciones que debían cumplir para ser aceptados fue la discusión teológica por excelencia en los inicios del cristianismo (ver, por ejemplo, la carta a los Gálatas). Por tanto, cuando Pedro les recuerda brevemente a sus lectores gentiles que disfrutan de “una fe tan preciosa” como la de los cristianos judíos, está tocando un tema que la mayoría de nosotros da por sentado pero que para sus lectores y para él mismo era una novedad revolucionaria. Y no deberíamos olvidar que fue Pedro a quien Dios usó para incluir a los gentiles de forma definitiva. Dios le envió una visión para ayudarle a entender que no podían excluir a los gentiles; y Dios usó le usó también para llevar a la fe al primer converso gentil (Hch 10). Y fue Pedro, alguien de credenciales judías impecables, quien defendió ante el concilio que la fe era el único requisito que los gentiles debían cumplir para formar parte del pueblo de Dios (15:7-11). Podemos apreciar mucho más la fuerza de la frase “a los que… habéis recibido una fe tan preciosa como la nuestra” cuando tenemos en cuenta el contexto y la encendida discusión que se vivían en aquel momento.
Significado Contemporáneo
De estos versículos, las palabras más relevantes para nosotros hoy son las que hablan sobre...

Índice

  1. Cover Page
  2. Title Page
  3. Copyright Page
  4. Contenido
  5. Introducción a la serie CBA NVI
  6. Prefacio del editor general
  7. Abreviaturas
  8. Introducción a 2 Pedro y a Judas
  9. Bibliografía comentada
  10. Texto y comentario sobre 2 Pedro
  11. Texto y comentario sobre Judas