Capítulo 1
El Espíritu Santo es el que desarrolla a la iglesia
Aprincipios de 2008 yo (Paul) regresé a casa luego de asistir a uno de los mayores festivales cristianos del año en Europa, con la conciencia de que nosotros tenemos presuposiciones con respecto a los líderes cristianos. Una de las corrientes de ese seminario había sido dedicada específicamente a los que estaban comprometidos con el liderazgo de la iglesia, y a medida que considerábamos algunas cuestiones cruciales con respecto al trabajo en equipo y a los cambios, se nos recordó acerca de la necesidad de orar y buscar la guía y la sabiduría del Señor al tomar decisiones, para mantenernos al mismo paso que el Espíritu. Se nos dieron ejemplos referidos a que esa guía había resultado vital en ciertas situaciones particulares aunque, sin embargo, faltó algo. Nadie enfocó los aspectos prácticos acerca de «cómo» hacerlo. Se nos instó y animó a hacerlo pero no se nos equipó ni capacitó. Escondida bajo aquellas palabras subyacía la presuposición de que todos sabíamos cómo discernir la guía del Espíritu para poder cooperar con él.
Este libro nace a partir de la convicción de que esa presuposición es equivocada. Por las experiencias personales que hemos tenido en una diversidad de ambientes de liderazgo, creemos que existe la necesidad real de que los líderes de la iglesia de Jesús descubran más con respecto a cómo obedecer la instrucción bíblica de «andar guiados por el Espíritu» (Gálatas 5:25). Nuestro propósito al escribir es ayudarlos a analizar los pasos que se pueden dar en esta gran «danza» de cooperación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. A través de esta dinámica de colaboración, el Espíritu Santo hace crecer a la iglesia y la lleva a expresar la realidad del reino de Dios sobre la tierra.
Cuando nos convertimos en discípulos de Jesucristo, lo cual acontece por la obra del Espíritu Santo, entramos en la nueva realidad del reino de Dios. Ya no somos plenamente de esta tierra; constituimos un inicio de la nueva tierra y del nuevo cielo. En esa nueva realidad, cada uno de nosotros recibe un llamado, se le asigna un rol y se le da una comisión. Hemos sido llamados y capacitados para convertirnos en amigos de Jesús y en co-creadores junto con Dios. Nuestra eficacia en la realización de esa tarea depende de la comprensión que alcancemos de la danza de cooperación que debemos llevar a cabo con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.
Ser conducidos por el Espíritu Santo
En la oscuridad de la noche se encendió una luz. Luego de tantear de un modo especulativo el camino a recorrer a través de territorio incierto, buscando a tientas la ruta correcta, tenían delante de ellos el camino, radiantemente iluminado. ¡Finalmente podían ver a dónde iban!
El pequeño grupo de viajeros había estado marchando hacia el oeste a través de Galacia y Frigia, procurando con ansias lograr nuevas oportunidades de contarle a la gente acerca de Jesús. Dirigían su mirada al Asia, un campo de misión virgen, pero la ruta les había sido bloqueada de un modo claro, lo que frustró todos sus esfuerzos. Persistentes en el intento, habían cambiado el rumbo hacia el norte en dirección a Bitinia, pero otra vez se habían topado con la misma experiencia de «puertas cerradas». Poco después se les abrió de par en par un portón de entrada; el camino que tenían por delante se les volvió claro, y eso los llevó a embarcarse en un viaje de dos días a través del Egeo para establecer la primera iglesia en suelo europeo, en la colonia romana de Filipos.
Tal como Lucas narra este episodio, deja completamente en claro que toda la empresa fue supervisada y dirigida por el Espíritu Santo. A aquellos discípulos «el Espíritu Santo les había impedido que predicaran la palabra en la provincia de Asia», en primer lugar. Luego «intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se los permitió». Y finalmente «durante la noche Pablo tuvo una visión». Lucas señala que a la mañana siguiente, en una respuesta plena de fe, «después de que Pablo tuvo la visión, en seguida nos preparamos para partir hacia Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado a anunciar el evangelio a los macedonios» (Hechos 16:6-10). ¡Los arreglos de su viaje de evangelización eran organizados por el Espíritu Santo!
Revelación y colaboración
En el libro de Hechos, luego de ambientar la escena con una descripción de los sucesos de Pentecostés, Lucas pinta un cuadro muy vívido de la iglesia de Jesús viviendo en una cooperación dinámica con la guía del Espíritu Santo. De modo similar, cuando Pablo enseña que Cristo «es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia» (Colosenses 1:18), habla de una realidad que él experimenta en su propia vida, en la que los miembros del cuerpo reciben revelación e instrucciones de la cabeza y entonces actúan en una cooperación obediente. Esos constituyen los principios fundamentales que subyacen bajo la actividad de la iglesia, y son los mismos que Jesús ha empleado para sí. Dicho en sus propias palabras: «Ciertamente les aseguro que el hijo no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su padre hace, porque cualquier cosa que hace el padre, la hace también el hijo. Pues el padre ama al hijo y le muestra todo lo que hace» (Juan 5:19-20). Estos dos principios (revelación y cooperación) resultan componentes fundamentales de la acción de reinar de Dios (o de su reino). Y lo que los hace posibles es la obra del Espíritu Santo.
Henry Blackaby define el rol de los líderes a través de una declaración concisa: «El liderazgo espiritual lleva a la gente a entrar en la agenda de Dios». Agrega que «en última instancia solo el Espíritu Santo puede realizar esa tarea».1 Según la descripción de Lucas de la iglesia primitiva, eso es precisamente lo que se ve que sucedía. Los discípulos discernían la agenda de Dios que les era revelada a través del Espíritu Santo y luego, en cooperación con el Espíritu, volcaban sus energías en la tarea encomendada.
Bill Hybels analiza estos principios centrales en el terreno de la evangelización personal cuando alienta a los cristianos a «simplemente atravesar el cuarto»2 sin depender de una fórmula o de un libreto y, en lugar de ello, descansar tan solo en la guía del Espíritu Santo. Eso es revelación más cooperación expresadas en la vida de los individuos. También precisa tener su expresión dentro del contexto de la vida congregacional y en el liderazgo.
Todos los que estamos comprometidos en el liderazgo de la iglesia de Jesús deseamos verla crecer y cumplir su misión en el mundo. Para lograrlo, con frecuencia nos resulta tentador sencillamente remitirnos a algún nuevo plan o programa, a algún método que podamos aplicar con la esperanza de que le permita a la iglesia volverse vital y alcanzar su desarrollo. Esos planes, programas e iniciativas en verdad ocupan un lugar valioso y han sido muy usados por Dios para el logro de sus propósitos. Sin embargo, el éxito de ellos no descansa en los programas en sí sino en la dinámica de colaboración con el Espíritu Santo que debe tener lugar tanto en la selección inicial de un programa como en su implementación. El Espíritu Santo es aquel que desarrolla el fruto de los discípulos de Cristo Jesús.
Considerando la iglesia a un nivel mundial, a través de los siglos y abarcando una diversidad extraordinaria de ambientes culturales, vemos que las dinámicas de revelación y cooperación han adquirido una sorprendente variedad de formas y expresiones. Un grupo de cristianos perseguidos que se reúnen subterráneamente en una iglesia de hogar en la China es muy diferente de una congregación anglicana tradicional en Inglaterra, de una mega-iglesia abarrotada en Texas o de una congregación rural en África. Pero si cada una de ellas es verdaderamente la iglesia de Jesucristo, entonces podemos ver más allá de todas sus diferentes actividades y formas externas para notar algunos lineamientos comunes que convierten a cada una de estás expresiones diversas en parte de la misma realidad espiritual: el «cuerpo de Jesucristo» sobre la tierra.
En cada contexto descubrimos a Jesucristo obrando en medio de su pueblo como Profeta, Sacerdote y Rey.3 Como profeta, Jesús habla la palabra de Dios con poder y autoridad. Como sacerdote, transmite perdón, sanidad, limpieza y reconciliación a su pueblo. Como rey produce el avance del reino de Dios, invitando a hombres, mujeres y niños a entrar en él; y también revirtiendo el reino de Satanás. Es a través de la operación dinámica del Espíritu Santo que estos tres aspectos del ministerio de Jesús se vuelven algo más que simples declaraciones de la verdadera doctrina. Se convierten en una realidad experimental en la vida colectiva de la iglesia.
La metáfora: Una danza de cooperación
Para describir la operación del Espíritu Santo que le otorga a nuestros programas vitalidad y eficacia, utilizaremos diversas imágenes. Al tratar de describir nuestra relación como humanos con esa realidad espiritual trascendente, nos vemos confrontados con la limitación del lenguaje y de los símbolos y metáforas. Al hablar de esta realidad y de nuestra relación con ella la llamaremos «la dinámica de colaboración». Esa expresión capta el carácter personal y dinámico de esta realidad.
Desde su comienzo en Génesis hasta su culminación en el Apocalipsis, las Escrituras señalan el deseo indeclinable (casi temerario) del Señor de incluir a los seres humanos como sus colaboradores, concediéndoles un papel de genuina responsabilidad en la gran obra de redención y transformación. A algunos esta puede resultarle una declaración escandalosa. En las culturas o tradiciones cristianas rígidamente jerárquicas, o en aquellas cuyo enfoque es tan fuerte en lo que hace a la soberanía de Dios que se ha perdido la iniciativa humana o se la ha relegado, la idea de una cooperación dinámica entre Dios y las personas humanas puede resultar un concepto extraño, ajeno. Puede ser considerado como ofensivo o imposible. Pero en realidad es profundamente bíblico y cristiano.
Jesús, nuestro rey, nos llama a trabajar junto con él como sus colegas. Hemos sido hechos sus hijos e hijas y somos coherederos juntamente con él (Romanos 8:17). Jesús, el Señor de todo el universo, el Logos eterno encarnado, nos describe como sus amigos (Juan 15:14-15) y es nuestro hermano mayor (Romanos 8:29). Todos nosotros somos hermanos y hermanas. Estas expresiones de cariño apuntan a una realidad espiritual muy profunda: hemos sido llamados a ser colaboradores en la tarea de compartir una amistad dinámica y el dominio con el rey del universo en la medida en que él implementa su voluntad entre nosotros.
Otra manera en la que hablaremos de esta dinámica de colaboración será utilizando la metáfora de una «danza de cooperación». En la Biblia encontramos imágenes de María (hermana de Moisés) conduciendo a los israelitas a una celebración gozosa, de David danzando delante del arca del pacto, y de los israelitas cuando son exhortados a adorar, no solo con música sino también con danza (Éxodo 15:20; 2 Samuel 6:14; Salmo 149:3). Aquí se aprecia un movimiento lleno de gozo del pueblo hacia Dios y de Dios hacia su pueblo. Al hablar de una danza de cooperación, lo que tenemos en mente es la imagen de un baile de salón con pasos que fluyen con belleza creando la sinergia de un movimiento en común.
Algunos años atrás yo (Paul) comencé a tomar lecciones de danza de salón y latinoamericanas junto con mi esposa Cynthia. Nos sonreímos ahora cuando vemos a otros novatos dar los primeros pasos tentativos de un vals torpemente, al recordar que nosotros nos veíamos también así. Pero la verdad es que hemos aprendido dos cosas con el correr de los años. En primer lugar, hemos aprendido toda una variedad de pasos de baile que se pueden unir unos con otros, no ya como una rutina fija sino como un recurso flexible. Y lo segundo, Cynthia ha aprendido a interpretar mis golpecitos de codo, de modo que la mayor parte del tiempo ella sabe qué pasos dar a continuación. El resultado agradable es que podemos bailar juntos un tema, moviéndonos ambos en el mismo paso, evitando choques con otros bailarines, y haciendo buen uso del espacio de suelo con el que contamos.
Las Escrituras nos instruyen a que «andemos guiados por el Espíritu» (Gálatas 5:25). Se trata de un proceso dinámico que requiere ante todo que estemos alerta con respecto a la manera en que el Espíritu Santo se mueve para luego dar los pasos propios que constituyan una respuesta de plena fe. En nuestra danza de cooperación con el Espíritu, él se constituye en el director de todo el proceso: nos invita a danzar, dirige los pasos, y conduce nuestro movimiento hacia sus propósitos. Al mismo tiempo, él nos proporciona el espacio para una participación plena, gozosa, sensible.
Si hacemos demasiado énfasis en la libertad e iniciativa humanas, minimizando por lo tanto el liderazgo soberano de Dios, seremos propensos a olvidar que es el Espíritu Santo el que conduce toda esa dinámica. Sería como si la mujer intentara conducir la danza en común. Si en cambio hacemos demasiado énfasis en la soberanía divina, minimizando la genuina necesidad que tenemos de dar pasos cooperativos nosotros también, nos mostraremos propensos a desestimar nuestra propia responsabilidad, o a volvernos fatalistas. Sería como una de aquellas rutinas de music hall en las que un bailarín tiene un maniquí adherido a sus zapatos y lleva a cabo el baile mientras la marioneta que es su «compañera» no asume ningún rol activo.
El propósito de este libro es introducir a todos los líderes a un conocimiento más amplio y a una comprensión experimental de los pasos de danza a dar en cooperación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vamos a echarle una mirada fresca a las cuestiones básicas relacionadas con trabajar junto con el Espíritu Santo que se describen gráficamente en el libro de Hechos. En la experiencia y en la enseñanza de la iglesia primitiva registradas allí, encontramos una demostración de cuáles son los pasos humanos a dar en esta danza de cooperación. Se trata de pasos que trascienden nuestras diferentes culturas y contextos. Esos pasos de baile proporcionan un fundamento para el desarrollo de la iglesia como cuerpo de Cristo en todo tiempo y lugar.
Los dos fundamentos para la danza de colaboración
En Hechos descubrimos que la habilidad para cooperar con el Espíritu requiere, antes que nada, que ciertos fundamentos espirituales estén en su lugar. La gente necesita convertirse y comprometerse con Jesucristo, crecer en el fruto del Espíritu y en el conocimiento de Dios, y darle la bienvenida a la presencia y a la acción del Espíritu, que imparte poder. Esto es así para los que están en el liderazgo, y también para las congregaciones en su totalidad. Sin estos fundamentos todos nuestros programas y estructuras administrativas seguirían señalando hacia Jesucristo, pero fracasarían al no ser capaces de proporcionar el contexto en el cual él pueda actuar. Sin embargo, cuando los fundamentos están en su lugar, puede comenzar la gran danza de cooperación con el Espíritu Santo para que se realice la obra de Jesús como profeta, sacerdote y rey. Nos referimos a esta necesidad espiritual básica de los líderes y de las congregaciones denominándola los dos fundamentos. Los dos juntos pueden crear una cultura eclesial en la que la danza de cooperación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se pueda llevar a cabo.
Le prestaremos atención especial al primer fundamento: Un liderazgo que encarna el reino de Dios. Esta forma de liderazgo espiritual tiene su modelo en Jesucristo, la Palabra encarnada, que es la cabeza de su cuerpo, la iglesia. A través de sus enseñanzas y ejemplo, descubrimos de qué manera preparar a la gente para cumplir con su responsabilidad de encarnar el reino. Este fundamento debe colocarse en su lugar s...