El Evangelio de Rut
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El Evangelio de Rut

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El Evangelio de Rut

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Tradicionalmente, el libro de Ruth se considera una hermosa historia de amor entre Rut y Booz. Sin embargo, si uno hurga más hondo, hallará revelaciones sorprendentes: que Dios hace mucho con las vidas destrozadas, que llama a hombres y mujeres para que les sirvan juntos, y que cuenta con sus hijas para edificar su reino.

Esta no es la Rut, ni la Noemí, ni el Booz que pensábamos que conocíamos...

Carolyn James ha desenterrado nociones nuevas y asombrosas de esta bien conocida narración… nociones que tienen implicaciones que cambiarán su vida. A Noemí ya no se le considera como una mujer amargada y quejosa, sino como una triunfadora valiente. Una Job femenina. Rut (típicamente admirada por su devoción a Noemí y su deferencia a Booz) se convierte en una mujer intrépida que se arriesga y en una agente poderosa de cambio entre el pueblo de Dios. Tiene ideas novedosas, y su amor por Jehová y Noemí la lleva a romper las reglas de los convencionalismos sociales o religiosos en casi cada ocasión. Booz, el pariente redentor, repetidas veces se ve sorprendido con la guardia baja por las iniciativas de Ruth.
Su relación con ella modela el tipo de relación personal entre un hombre y una mujer que el evangelio propone para todos los que sigue a Jesús. Carolyn James hurga hondo en el relato, descubriendo en el Antiguo Testamento el mismo evangelio apasionado, contracultural y quebrantador de reglas que Jesús modeló y enseñó a sus seguidores a buscar. Dentro de esta historia antigua hay un mapa a niveles radicales de amor y sacrificio, combinado con el mensaje de que Dios cuenta con sus hijas para edificar su reino.
El Evangelio de Rut enviste la vida de toda mujer con los propósitos del reino y nos liberta para abrazar de todo corazón el llamamiento de Dios, independientemente de las circunstancias o temporadas de la vida. Este relato de dos mujeres que lo habían perdido todo contiene un profundo mensaje: Dios creó a la mujer no para vivir en las márgenes a la sombra de los hombres o el pasado, sino para emerger como activistas valientes para su reino.

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Información

Editorial
Vida
Año
2013
ISBN
9780829777871

Capítulo uno

MIRAR A DIOS DESDE EL PUNTO CERO

«Demasiado para su Dios».
Aquellas duras palabras fueron dirigidas hacia una amiga que estaba de pie junto a sus compañeros de trabajo en torno al televisor de la oficina, mirando el desarrollo de los trágicos eventos del 11 de septiembre. El inesperado comentario provino de un colega que estaba a su lado, un hombre con el cual ella compartió su fe en numerosas ocasiones, todas sin resultado. Esas palabras pronunciadas en el momento preciso en que la segunda torre del World Trade Center se derrumbaba, expresaban lo que mucha gente horrorizada pensaba.
En la actualidad, con posterioridad al 11/9, vimos a líderes cristianos confrontarse con periodistas que querían saber, «¿Dónde estaba Dios el 11 de septiembre?». Nos guste o no, es un interrogante justo. Aun me estremezco cuando lo escucho porque no estoy segura cómo responder. No significa que tenga dudas sobre la existencia de Dios, sino que debo admitir que hay cosas sobre él que no comprendo. Decir, «Sus maneras no son nuestras maneras», en última instancia no satisface o alivia un corazón lastimado.
No puedo negarlo, el 11 de septiembre me preocupa. Existen otros días inquietantes en el almanaque, no solo los que presentan las noticias, también los que terminan en mi diario personal. Hojeando las páginas de mis reflexiones privadas, encontré anotaciones escritas durante las noches que no podía conciliar el sueño, cuando la ansiedad me tomaba y sacaba de mi descanso. Cuando mi mundo personal se deshace y algo o alguien querido está en juego, preocupa el hecho de que Dios no se hace presente para hacerse cargo de todas las cosas, en especial cuando ruego que venga. Ninguna voz llama desde el cielo para calmar las aguas turbulentas. No hay una curación milagrosa o un cambio en el corazón, ni tampoco un ejército oculto de ángeles que me proteja del desastre. Entonces, en vez de mejorar, el panorama se complica. Mi madre solía decirme, «Las cosas siempre se ven peor por la noche». Sin dudas, le creo en la mayoría de los casos. Pero algunas de las preocupaciones que no me permiten dormir, se ven mal también por la mañana.
Considero que los cristianos somos grandes simuladores. Por ejemplo, afirmamos que no se supone ser de esta manera por ser cristianos y recurrimos a un encubrimiento. Por el bien del Evangelio, no queremos expresar (especialmente frente a un mundo observador) que las cosas no funcionan tan bien. Entonces tratamos de suavizar todo por Dios, enviamos a nuestro mejor equipo de control de daño para tratar estas preguntas embarazosas, y limpiamos la reputación de Dios. Sentimos que es nuestro deber cristiano vernos lo mejor posible y no podemos permitir mostrar nuestras fallas. Démosle al mundo (y a cada uno) la versión gráfica de nosotros mismos como prueba de que la vida cristiana realmente funciona.
Créame que Dios no lo hará y tampoco participa de esa clase de engaño. Si la Biblia nos dice algo, es que este mundo está lleno de riesgos y privaciones. Eugene Peterson es lo suficientemente sincera para decirnos la verdad: «No hay literatura más realista y honesta que la Biblia para enfrentar las duras facetas de la vida. En ningún momento existe la mínima sugerencia que una vida en fe nos exime de sufrimientos … En cada una de sus páginas, hay un reconocimiento de que la fe encuentra problemas».1 Estamos mal y no podemos escapar de la desolación y pérdida de nuestro mundo caído.
Una lectura a conciencia de la Biblia revela a un Dios que no huye de las preguntas extrañas. En realidad, él aparenta darles la bienvenida. Las angustiantes vidas de Job y Noemí planteaban preguntas perturbadoras sin censura acerca de Dios, una indicación sorprendente de que estos interrogantes desconcertantes que formulan los periodistas sobre Dios, tampoco están restringidas para nosotros. También se presenta a un Dios que no se explica a si mismo. Él no le contó a Job sobre su conversación previa con Satanás y no le dio a Noemí tres buenas razones de por qué su mundo se había desmoronado. Los dos personajes bíblicos que sufrían se fueron a sus tumbas con el dolor de sus pérdidas intacto y sus por qué sin respuesta. Lo importante es que al encontrar a Dios en su dolor, ambos ganaron una profunda confianza en él, lo cual contribuyó a disminuir la acción de la adversidad y rechazar un posible alejamiento de Dios. Sus historias logran que nosotros, si nos atrevemos, nos dispongamos a luchar con Dios en vez de perseguir arcos iris y emplear la misma honestidad cruel que ellos lograron.

UNA JOB FEMENINA

¿En qué pensaba Noemí cuando escudriñó los restos de su vida y contempló al Dios en el que ella creyó desde niña? ¿Se susurró a ella misma un «Demasiado para su Dios?» ¿Qué pensaban sus dos nueras moabitas después de presenciar los maremotos que arrastraron el mundo de Noemí sin un suspiro de interferencia de su Dios? No solo ellas fueron testigos de las pérdidas de su suegra, sino que fueron atrapadas en la ola de sus penas y al mismo tiempo se ahogaban ellas también en el dolor.
El derrumbe del mundo de Noemí no sucedió en un día sino a lo largo de muchos años de dolor y tragedia. No hubo rescatistas heroicos corriendo para trasladarla a un lugar seguro, ni presentadores de noticias con rostros adustos ocultando las lágrimas mientras contaban una implacable secuencia de desastres que la horrorizaban, ni banderas a media asta o una nación en llanto para sentir pena por sus pérdidas. El dolor de Noemí era de larga data y conformaba la suma de años de decepciones y reveses contados por el narrador bíblico como hechos fríos en cinco versículos cortos sin ni siquiera un suspiro o una lágrima.
Nunca me conecté emocionalmente con las pérdidas de Noemí hasta que escuché su comparación con el legendario y sufrido Job. Eso llamó mi atención. Hasta ese momento, sus sufrimientos parecían servir de apoyo para establecer un hecho real, la historia de amor entre Rut y Booz. En mi afán por arribar a la parte donde él hace su ingreso en la narrativa, obvié a una destrozada Noemí y en el proceso, perdí el poder real de la historia, una historia de lucha de una mujer con Dios.
Pasar por alto las agonías de Noemí tiene un alto precio, porque si minimizamos su dolor, casi sin advertirlo hacemos lo mismo con el nuestro. Se lo debemos a Noemí y a nosotros mismos el detenernos y contemplar el derrumbe de las torres en la vida de Noemí, sentarnos con ella por un momento en el punto cero porque sin una mejor comprensión de su sufrimiento, perderemos el impacto de sus dudas acerca de Dios y el poder del Evangelio de Rut.

ENTRAR AL MUNDO DE NOEMÍ

Los sufrimientos de Noemí no comenzaron en Moab sino en Belén con el hambre, una crisis humanitaria temerosa la cual es difícilmente comprensible para una próspera y bien alimentada Norte América. Cuando el promedio americano dice, «estoy muerto de hambre», es un preludio a un asalto de media noche a una surtida heladera o un repentino viaje al restaurante más cercano de comida rápida. Algunas veces nos privamos de comer en una empeñada búsqueda por estar delgada como lo determina la moda. Somos capaces de pasar por alto la palabra «hambre» en el texto bíblico sin quizás detenernos para estremecernos ante los horrores que esta palabra implica. La prosperidad nos coloca en un plano de desventaja cuando se trata de entender las devastadoras condiciones que llevaron a Noemí y a su familia desde los estragos que produjo el hambre en Belén que significa «casa de pan», hasta Moab (hoy Jordán) donde había comida.
Un informe documental acerca de una cansada y desnutrida mujer somalí, me enfrentó al verdadero rostro del hambre. Descalza y hambrienta, ella recorrió por diez días caminos de tierra a altas temperaturas para llegar a la clínica de UNICEF para madres y niños en la ciudad de Waajid. En su casa, dos de sus seis hijos yacían en pequeñas tumbas, víctimas del hambre que aun amenaza al resto de la familia. Con un gemido lánguido, su enflaquecido niño de un año que tenía apoyado sobre su pecho estaba muy débil y en urgente necesidad de atención medica. Aunque la tierra se endurezca y quiebre por el calor abrasador, los padres hacen lo imposible, incluso ir hasta Moab, para salvar la vida de sus pequeños.
El hambre de Noemí comenzó durante un notorio período oscuro en la historia de Israel, los días cuando los jueces gobernaban. El libro de Jueces representa una gran decepción después de los gloriosos días de Moisés y Josué, donde leemos que la siguiente generación «no conocía al Señor ni sabía lo que él había hecho por Israel» (Jueces 2:10). Dios creó a los jueces para rescatarlos de la preocupación que ellos mismos se provocan y llevarlos a Jehová. Los escritores bíblicos cuentan lo que con frecuencia la gente hacía, «lo que estaba bien a sus ojos» (17:6; 21:25), que es lo mismo que decir que ellos le dieron la espalda a Dios. A partir de allí, fue un corto paso para que los israelitas comenzaran a adorar ídolos de sus prójimos y adoptar formas paganas. Luego siguió una terrible caída.2 Y también catastróficos juicios, tomando la forma de invasiones militares, caída gubernamental, opresores extranjeros y hambre.3
De la misma forma en que la lluvia cae sobre el bien y el mal, así también los juicios de Dios lo hacen sobre una infiel Israel y una Israel llena de fe. Los indicios parecen ubicar a Noemí y su esposo Elimélec en este último grupo, lo que determina que su sufrimiento sea incluso más lamentable. El hambre sacó a la familia de Elimélec de su casa. Debe haber sido una pastilla amarga difícil de digerir. Únicamente puedo imaginar los pensamientos de Noemí mientras se desplazaba a lo largo del camino de tierra hacia Moab con su esposo, sus dos hijos y otros refugiados hambrientos. «¿Tierra prometida? ¿Casa de pan? ¿Pueblo elegido? Si Dios nos ama tanto, ¿por qué no nos ayuda?» Pero el hambre significó solo el comienzo de los problemas de Noemí.

UNA FORÁNEA EN MOAB

Si alguna vez usted vivió en un país extranjero y no posee la habilidad natural de un camaleón para mezclarse con su entorno, comprenderá lo que Noemí debió soportar después de su traslado a Moab. Los inmigrantes no son siempre bienvenidos. Incluso en Norteamérica, crisol de culturas, donde todo nativo desciende de inmigrantes, ya no damos la bienvenida con los brazos abiertos a los nuevos visitantes, sino lo hacemos con las cejas elevadas o tal vez algo peor. Los extranjeros aquí y en todo el mundo enfrentan las inevitables dificultades de barreras idiomáticas, cambios culturales, añoranza, depresión y la sensación de que realmente usted nunca será «uno de ellos». Después de emigrar desde Judea, Noemí vivió como una foránea entre los moabitas. Una larga historia de tensiones políticas entre Moab e Israel no suavizaron por cierto su situación.4
No obstante que el traslado de la familia de Elimélec para huir del hambre en Moab tuvo en sus orígenes la intención de una «estadía», esta gradualmente se transformó en un arreglo que perduró por más de diez años. Sin las modernas bendiciones de los correos electrónicos para mantenernos en contacto con la familia o las aerolíneas para facilitar ocasionales visitas de parientes o un repentino viaje a casa; las ansias de Noemí por retornar a su hogar no fueron aliviadas. Sin embargo, la añoranza era menor comparada con lo que sucedió después.

UN CRECIENTE NÚMERO DE VÍCTIMAS

La muerte del esposo de Noemí fue un mojón que ella nunca intentó cruzar. La desaparición de nuestro ser amado es algo duro de soportar. Si esto acontece en tierras extranjeras, la tragedia cobra una nueva dimensión. Recuerdo el impacto que mi familia sintió cuando mi tío Jorge, en la mitad del viaje de su vida alrededor del mundo junto a su esposa y tres hijos, nos llamó para decirnos que acababa de enterrar a su amada esposa en Afganistán. Ninguno de nosotros se atrevió a pensar que su gran aventura terminaría en una pesadilla o que volvería a los Estados Unidos viudo.
La muerte de Elimélec sumió a Noemí en un dolor que la consumió y sobrellevó por el resto de su vida. Tanto para ella, como para otras viudas con hijos, había poco tiempo para pensar o alimentar su propia angustia debido a las necesidades apremiantes de sus dos hijos. La muerte de Elimélec la catapultó en la categoría de madre soltera, una tarea desalentadora en cualquier tiempo o cultura. En el caso de Noemí, ella todavía tenía sus niños.
Los hijos representaban el futuro de la familia y la gloria de su madre. En una cultura donde se calculaba el valor de una mujer por el número de hijos que tenía, Noemí era digna de honor por dar a luz a Majlón y Quilión. Su éxito con los nacimientos indicaban que la línea familiar de Elimélec era una cadena doblemente fuerte. Incluso los males de su viudez eran de alguna forma menguados por el hecho que ella tenía doble cobertura de seguro para el futuro, es decir, dos hijos para continuar con el nombre de su esposo y cuidar de ella en su vejez.
No sabemos las edades de Majlón y Quilión cuando su padre murió. La única información que tenemos es que eran jóvenes y solteros. Esto significaba un problema serio en Moab, donde encontrar esposas perfectas para hombres israelitas y en condiciones para contraer matrimonio era lo más cercano a un imposible. Pensé en Noemí cuando oí a una mujer confiarles a sus amigas su disconformidad por la novia de su hijo, una joven cristiana que no estaba a la altura de las expectativas de esta madre.
Sin embargo, el problema para Noemí no era que las mujeres que sus hijos traían a casa eran menos que perfectas. Rut y Orfa no estaban ni siquiera en carrera de serlo. Como paganas moabitas devotas de Chemosh, un Dios que demandaba sacrificios con niños, estas mujeres representaban los peores miedos de una madre creyente israelí. La nación de Moab descendía de un incestuoso encuentro entre Lot y su hija mayor, parientes lejanos de una parte turbia del árbol genealógico de Abraham.5 Las leyes mosaicas prohibían a los moabitas en las asambleas de los hijos de Jehová hasta la décima generación.6 Los capítulos escandalosos del pasado de Israel que resultaban por las alianzas románticas con mujeres moabitas7 provocaban en Noemí una causa para alarmarse.
También había problemas desde la perspectiva de la cultura local. Antiguamente, los padres arreglaban los matrimonios, usualmente con la mirada puesta en establecer relaciones ventajosas con otras familias. A pesar de que el narrador omite detalles, nosotros sabemos que sumado a las desventajas de ser una inmigrante israelí y con la ausencia de un esposo, Noemí y sus hijos no tenían tierra, fortuna, ni ningún otro activo que pudiera atraer el interés de una familia moabita. Los padres de la alta sociedad de Moab no elegían casar a sus hijas con hombres como Majlón y Quilión. Es difícil determinar si las esposas que escogieron los hijos de Noemí eran las mejores de todas las mujeres moabitas.
Con el transcurrir del tiempo las cosas iban de mal en peor. Había pasado una década y ni Orfa ni Rut podían concebir. Si calculamos el ciclo mensual normal de un mujer, podemos afirmar que Noemí y sus nueras sufrieron tanto como doscientas cuarenta ilusiones devastadoras en una cultura donde el trabajo de una mujer es procrear. Además del dolor que esta doble infertilidad ocasionaba a estas mujeres, su incapacidad para concebir se traducía en una catástrofe para la familia, ya que la supervivencia de la línea de Elimélec dependía del nacimiento de al menos un varón para así continuar con el nombre de la familia, y en el antiguo mundo la supervivencia era todo.
Durante esos años desesperantes, ¿cuántas noches sin dormir pasó Noemí con lágrimas y súplicas, rogando a Dios que intervenga y detenga toda esta locura? ¿Dónde estaba él? ¿Por qué no hacía nada? El futuro de la familia se percibía dudoso, y Dios no parecía escuchar. A pesar de los ruegos insistentes de Noemí, el problema seguía adelante como un ejército enemigo aplastando bajo sus pies lo que quedaba de su vida, la última esperanza o sueño albergado «¿Por qué, Señor, te mantienes distante? ¿Por qué te escondes en momentos de angustia?» (Salmo 10:1).
Diez años difíciles de doble infertilidad finalmente terminaron, no con una prueba positiva de embarazo, sino con algo inimaginable, las prematuras muertes de los hijos de Noemí. Este era el peor escenario posible para una viuda. La luz se había apagado en la familia Elimélec, y t...

Índice

  1. Cover
  2. Title Page
  3. Dedication
  4. Epigraph
  5. Contenido
  6. Prólogo
  7. Prefacio
  8. Texto de Rut NVI
  9. Introducción: Lo que las mujeres quieren saber
  10. 1. Mirar a Dios desde el punto cero
  11. 2. Abandonada: Una mujer sola
  12. 3. La sabiduría recogida de brazos vacíos
  13. 4. Romper las reglas en Belén
  14. 5. El poder de la hesed
  15. 6. Hallar las huellas de Dios sobre nuestra vida
  16. 7. Una persona santa y arriesgada
  17. 8. Las tres caras del sometimiento
  18. 9. Cuando las mujeres toman la iniciativa y los hombres responden
  19. 10. En búsqueda de la excelencia
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