CAPÍTULO 1
UNA VERDAD DESCUIDADA
El rendimiento humano, su rendimiento, tiene sus límites. ¿No cree?
En buena medida, esa pregunta es el enfoque central de este libro; no es tanto si hay límites, sino que esta es una cuestión casi desconocida. Después de todo, ¿quién conoce los verdaderos límites humanos? Cada vez que pensamos en alguien que los alcanzó, otro los superó. Lo que creemos que es el límite máximo siempre está siendo redefinido, incluso por nosotros mismos.
Nuestro enfoque aquí será en cómo y por qué algunas personas son capaces de superar sus propios límites. En mi trabajo con ejecutivos y organizaciones de alto rendimiento, este es un tema que abordamos en una de dos formas.
La primera implica cierto límite conocido que mis clientes están experimentando: un patrón, un obstáculo, un dilema de liderazgo o un desafío, un conflicto con una persona, una debilidad o un problema, algo que ellos saben que les ha salido al camino, bloqueando su futuro deseado, su negocio, o incluso amenazando sus vidas. Algo los está limitando… aun cuando no saben exactamente qué es.
La segunda forma no supone un problema o un asunto conocido. Es solo el deseo de mejorar, de ir más allá del nivel actual, de tener o hacer más. Más potencial, más ganancias, más fuerza de empuje, más diversión, más sentido, más amor… más alegría. Estos clientes saben que hay más dentro de ellos mismos, de sus negocios o de sus vidas. Y lo quieren.
Es posible que usted ya haya identificado el problema que le impide alcanzar el siguiente nivel de rendimiento, o simplemente quiere asegurarse de que puede llegar hasta donde quiere. En cualquier caso, quizás quiera superar su actual límite, su realidad presente. Cómo lograrlo es el tema de este libro: cómo llegar a ser mejor, cómo llegar a más.
Y aquí está la buena noticia: esto no es un misterio. Sabemos cómo ocurre. Mejor aún, usted puede aprender a hacerlo.
MÁS CUANDO NO HAY MÁS
Cuando un miembro de la Marina de los EE. UU. llega a ser un SEAL* no es porque se haya ganado la lotería. El candidato se gana el derecho luego de pasar por uno de los procesos de selección basado en rendimiento más exigentes de todo el mundo. Seleccionados entre los mejores, de los mejores, los candidatos tienen que demostrar su más alto rendimiento en cada etapa del proceso. No hay favoritismo. Los SEAL trabajan en una verdadera meritocracia.
En el camino que el candidato debe recorrer hasta llegar a la fase final del proceso de selección hay muchos pasos que dar, muchas calificaciones que alcanzar y muchas puertas que deberá franquear. Hacia el final del programa de entrenamiento, conocido con la sigla BUDS*, el aspirante debe pasar la prueba de todas las pruebas, la «Hell Week» («Semana Infernal»).
La Semana Infernal comprende una serie de ejercicios que demandan del candidato a SEAL toda su resistencia física y mental y que lo llevan a los límites extremos más absolutos: permanecer dentro del agua fría hasta casi el grado de hipotermia, nadar largas distancias sin haber podido dormir y soportar un esfuerzo físico extremo, algo que más de dos terceras partes de los candidatos no logran aprobar.
Y recuerde, todos ellos son lo mejor de lo mejor. Al final, la mayoría termina «sonando la campana», que es la señal de que se han dado por vencidos. Pero en la realidad, pocos son los que se rinden, pues quieren desesperadamente ser vencedores. Se trata más de que sus cuerpos y sus mentes han llegado al límite de sus capacidades. Ya no tienen nada más que dar; no hay forma de hacerlo mejor. Ya se trate de dolor físico, de agotamiento mental o de ambas cosas, la mayoría de los candidatos carecen de los recursos que les permitan superar sus propios límites y alcanzar la siguiente etapa, la más dura para terminar convirtiéndose en un SEAL. Todo el proceso de selección está configurado para saber exactamente dónde están esos límites y quién los puede superar. Aquellos que superan el proceso de desafiar los límites son enviados a las operaciones que requieren que los seres humanos se desempeñen más allá de los límites normales y que lo hagan regularmente. La vida o la muerte, la victoria o la derrota dependen justamente de esa capacidad.
Mi cuñado Mark fue un SEAL. Pasó con éxito la prueba de BUDS. Mark fue el hermano que nunca tuve (tuve dos hermanas). Era el tipo de hermano que todos quisieran tener. Me gustaba escuchar sus historias (aquellas que me podía contar sin tener que matarme) sobre las hazañas extraordinarias que él y sus compañeros SEAL llevaban a cabo como cosa rutinaria: saltar de un avión desde alturas increíbles, caer de golpe sobre la superficie de un océano frío en alguna tierra lejana, cambiar el engranaje para entrar en batalla, tomar una siesta corta en el suelo marino, luego abordar un barco enemigo en la oscuridad, hundirlo y después de todo eso, preguntar: «¿Qué vamos a almorzar hoy?», como si no fuera más que otro día de trabajo. Rutinas que ninguno de nosotros podría siquiera imaginar ni mucho menos que podríamos tener éxito llevándolas a cabo. Increíble.
Perdimos a Mark en la guerra de Irak. Murió como un héroe, haciendo exactamente lo que le gustaba: usando sus habilidades, con su equipo de compañeros, peleando por nuestro país y liberando a quienes habían caído en manos de los terroristas. Fue un golpe devastador para todos los que lo amábamos, admirábamos y sentíamos un profundo aprecio por la persona sacrificada que era. Dejó atrás a su esposa y a su pequeña hija, una numerosa familia extendida y muchos amigos cuyas vidas él había influenciado.
A raíz de su muerte, conocí a varios de los miembros de su equipo SEAL. Colegas y compañeros que habían luchado codo a codo con él en Afganistán e Irak. Nos contaron historias increíbles sobre el valor de Mark, sus habilidades, su personalidad, su espíritu y su amor por la vida. Había dejado una huella en muchos de ellos. Nosotros éramos parte de una gran comunidad que se había beneficiado con su amistad y juntos lloramos, recordamos y compartimos recuerdos e historias.
La experiencia que se relaciona con nuestro tema es uno de los más claros ejemplos que conozco de cómo los límites humanos, cuando se enfrentan, son superados. La contó uno de los miembros del equipo SEAL de Mark unos días después de su muerte.
Uno de sus compañeros, al que llamaré Bryce, estaba en el océano durante la Semana Infernal. Nadaba el último tramo que lo llevaría a la meta. Mark ya la había alcanzado; había aprobado la prueba final y sabía que se convertiría en un SEAL. Para él, ya todo había pasado. Se encontraba de pie sobre unas rocas, observando con ansiedad a sus compañeros que nadaban hacia la meta.
Fue entonces cuando vio que uno de ellos se quedaba atrás.
Como lo describió el propio Bryce, había llegado a un punto en su resistencia que el cuerpo ya no le respondía. Había dado todo lo que podía dar. No le quedaban fuerzas. Y aunque trató de darse ánimo para seguir, su cuerpo le decía que no.
Si alguna vez usted ha estado en una situación parecida podrá verse reflejado en la historia de Bryce; si, por ejemplo, alguna vez ha estado en el gimnasio tratando de alzar pesas una y otra vez, llegará al punto en que sus brazos ya no le obedecerán. No más. Ya no le quedará ni un gramo de fuerza; ni la más decidida oleada de voluntad hará que sus brazos le respondan.
En ese punto se encontraba Bryce cuando comenzó a hundirse en el agua fría. Toda su energía se había agotado; nada de fuerzas, incapaz de avanzar un metro más. Lo intentó una y otra vez, pero su cuerpo y sus habilidades le estaban fallando.
Imagínese ese momento: todos esos años, todo el entrenamiento, todo el sacrificio estaban a punto de irse a pique. Sus sueños hundiéndose con él. ¿Cómo se habrá sentido? Haber hecho todo lo que se le había exigido, haber pasado todas las pruebas y ahora, cuando estaba por llegar a la meta, sus fuerzas lo abandonaban. Pero entonces…
Cuando estaba hundiéndose y a punto de gritar pidiendo ayuda, sus ojos se posaron en la tierra firme que estaba delante de él. Allí estaba Mark, de pie sobre unas rocas. Mark lo vio y Bryce dice que le hizo un gesto con el puño cerrado a la vez que le gritaba: «¡Puedes hacerlo!». Sus miradas se encontraron por un segundo y, como lo describe Bryce, algo ocurrió. Algo que estaba más allá de él. Sintió cómo su cuerpo pasaba de pronto a otra marcha, a otra dimensión de rendimiento que nunca había experimentado antes: pudo recuperar su posición en la superficie del agua y nadar hasta alcanzar la meta. ¡Lo logró! ¡Completó la prueba! ¡Ya era un SEAL!
Eso es «el poder del otro».
EL MISTERIO Y LA CERTEZA
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué una mirada y un gesto con el puño de un amigo fue capaz de llevar a Bryce más allá de sus límites físicos y mentales? ¿Por qué su cuerpo fue capaz de salir a la superficie, casi con piloto automático? ¿Cómo fue que sus brazos y piernas encontraron más energía de la que tenían antes?
En cierto sentido, no lo sabemos. ¿Cómo es que algo inmaterial, invisible y místico mediante una conexión emocional con un compañero puede tener efecto tan fenomenal en términos materiales, medibles y físicos y llenar de energía un cuerpo a distancia sobrepasando las fronteras físicas? Es difícil de entender.
A lo largo de los siglos, filósofos, psicólogos, teólogos y pensadores espirituales han luchado con algo llamado el problema mente-cuerpo, con el hecho que lo invisible tiene un efecto real en lo visible, y vice-versa. Pero por más que expliquemos estos mecanismos, la verdad es que los atributos invisibles de relación, de conexión entre las personas, tienen un poder real, tangible y medible.
Comienza con el nacimiento. ¿Sabía usted que, aunque alimente adecuadamente a los bebés, si los priva de una conexión relacional significativa, un acoplamiento o vínculo, no se desarrollarán como deberían? ¿Solo por no proveerles de una conexión relacional? Sus cuerpos no alcanzarán el peso adecuado, estarán más expuestos a enfermedades y, en casos extremos, podrán desarrollar un síndrome conocido como retraso en el desarrollo. Este es un término que significa precisamente eso: estarán alcanzando un límite falso. No están alcanzando su máximo potencial físico.
El daño causado por una falta de conexión puede ser aun más profundo. No es solo lo que se puede ver exteriormente. Si se pudiera mirar o examinar sus cerebros como muchas investigaciones lo están haciendo, se podrían ver, literalmente, agujeros negros; espacios donde las neuronas no se desarrollaron, los sistemas neurológicos no crecieron y las conexiones eléctricas no se completaron. También es muy frecuente que los niños que han experimentado estas privaciones tengan un cerebro más pequeño. Por esto vemos problemas de conducta y más tarde bajos rendimientos académicos. Estos niños están tratando de suplir las demandas de la realidad sin que los circuitos eléctricos de sus cerebros se hayan completado. Y la razón para que tengan estas limitaciones es la falta de relación, falta de una adecuada conexión humana.
Sin embargo, la necesidad de conexión comienza aun antes del nacimiento. Literalmente, va desde el vientre de la madre hasta la tumba. La relación afecta nuestro funcionamiento físico y mental durante toda la vida. Este poder invisible, el poder del otro, construye tanto el hardware como el software que lleva a un funcionamiento saludable y a un mejor rendimiento. Por ejemplo, las investigaciones muestran una y otra vez que las personas que tratan de alcanzar metas tienen éxito a un ritmo más acelerado si están conectados a un sistema de apoyo humano fuerte. Del mismo modo, investigaciones muestran que personas de edad avanzada que han sufrido ataques cardiacos o accidentes cerebrovasculares reaccionan mucho mejor, con una menor incidencia de recurrencia, cuando se unen a un grupo de apoyo. Otras investigaciones han demostrado que las personas que se benefician del poder de otros tienen sistemas inmunológicos más fuertes, tienden a enfermarse con menos frecuencia, y se recuperan más rápidamente cuando se enferman. Incluso si usted consume una dieta poco saludable, pero es parte de una comunidad muy unida, vivirá más tiempo que si está emocionalmente aislado y come solo alimentos saludables. (¡Digo amén a eso!)
Podemos preguntarnos cómo sucede y por qué, y tratar de averiguarlo. Pero ya no se puede negar que ocurre. La relación afecta la vida y el rendimiento. Punto. Por eso, en este libro vamos a hablar de eso, y cómo funciona realmente.
UNA CONVERSACIÓN DIFERENTE
Soy psicólogo, consultor de liderazgo y entrenador. Por definición, mi trabajo se centra en el rendimiento humano; es decir, en cómo la gente —individuos, equipos y organizaciones— puede d...