"¡Nos Quitan Nuestros Trabajos!"
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"¡Nos Quitan Nuestros Trabajos!"

y 20 mitos más sobre la inmigración

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"¡Nos Quitan Nuestros Trabajos!"

y 20 mitos más sobre la inmigración

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"An indispensable guide to the current debate on immigration."—Howard Zinn

Aviva Chomsky dismantles twenty-one of the most widespread myths and beliefs about immigrants and immigration. "¡Nos Quitan el Trabajo!" challenges the underlying assumptions that fuel these misinformed claims about immigrants, radically altering our notions of citizenship, discrimination, and US history.

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Información

Mito 1
Los inmigrantes nos quitan nuestros trabajos
Uno de los argumentos más utilizados para justificar la necesidad de una política de inmigración más restrictiva es que “los inmigrantes les quitan sus trabajos a los estadounidenses”. Este se basa en dos falacias fundamentales que cumplen un propósito. En las páginas siguientes explicaremos estas dos falacias y las razones por las que muchos las creemos.
La primera se relaciona con el concepto de “trabajos estadounidenses”. En realidad, la economía actual está tan interrelacionada globalmente, que el concepto de trabajos con identidad nacional resulta inexacto. En muchas industrias, los patronos buscan reducir sus costos al contratar a los grupos más pobres y vulnerables. Por un lado, mudan sus operaciones a otros lugares donde el predominio de la pobreza y la desigualdad produce una fuerza laboral vulnerable; por otro, apoyan políticas que crean pobreza y desigualdad en los Estados Unidos —incluyendo políticas de inmigración que precisan un constante flujo de inmigrantes y los mantienen vulnerables. Así que vamos a profundizar en la cuestión de lo que son realmente los “empleos estadounidenses”.
La segunda falacia está estrechamente relacionada con la primera: la idea de que la inmigración y los inmigrantes reducen el número de trabajos disponibles para las personas que viven en los Estados Unidos. De hecho, la inmigración desempeña un papel mucho más complejo en el panorama del empleo; muchos factores diferentes afectan las cifras de empleo y desempleo.
La mayoría de los estudios identifican el origen de las transformaciones en los patrones de empleo en las postrimerías del siglo xx con dos grandes cambios estructurales en la economía norteamericana: la desregulación y la desindustrialización. La desregulación de sectores masivos de la economía y los cortes presupuestarios a los programas federales de bienestar social bajo la administración Reagan y sus sucesores fueron escoltadas por un aumento en los cierres de fábricas y el traslado de empleos al exterior (outsourcing).
Durante este período no sólo se eliminaron empleos sino también su naturaleza sufrió una transformación. Desaparecieron los empleos de salarios altos en el sector manufacturero y en el sector público; muchos de los nuevos empleos fueron de salario mínimo en el sector de los servicios en lugares como McDonald’s y Wal-Mart. Estos cambios constituyeron parte de los cambios estructurales en la economía norteamericana y en la manera en que esta se integra a la economía global. La inmigración es sólo un componente muy pequeño de un proceso mucho más complejo.
Por lo general, los negocios tratan de mantener lo más bajo posible los costos de sus operaciones para obtener el mayor margen de ganancias. Una manera de lograrlo consiste en mudar los trabajadores y la producción alrededor del mundo. Al principio de la revolución industrial, las fábricas movilizaban a los trabajadores al lugar de producción. Algunos se mudaban de zonas rurales locales a las nuevas ciudades industriales, mientras que en los Estados Unidos muchos de estos trabajadores provenían del otro lado del planeta.
En la economía actual, a veces llamada la economía “posindustrial”, no sólo se ha relocalizado a los trabajadores sino también a las industrias mismas. La restructuración económica global desde la Segunda Guerra Mundial ha creado lo que suele llamarse una “nueva división internacional del trabajo”.1 Trabajadores mal pagados en el sur antes producían y exportaban materias primas en un proceso que sustentó la revolución industrial en el norte. La materia prima barata producida por estos trabajadores, con grandes ganancias para los inversionistas, contribuyó a la prosperidad de los Estados Unidos y Europa, basada de manera parcial en los precios artificialmente bajos que hacían posible la mano de obra barata.
En la reestructuración de la posguerra, las industrias comenzaron a trasladarse al sur para aprovecharse del bajo costo de la mano de obra. La gente del sur todavía producía para exportar al norte, pero ahora sus países exportaban productos manufacturados y no sólo materias primas.
La industria textil de Nueva Inglaterra fue una de las primeras en experimentar con la relocalización de plantas, cuando a principios del siglo xx trasladó su producción al sudeste de los Estados Unidos con el propósito de reducir los costos de sus operaciones. A fines de siglo, el patrón se había extendido a casi todas las industrias.
Cuando a mediados de ese siglo la clase trabajadora de los Estados Unidos comenzaba a disfrutar plenamente de los beneficios de la industrialización, los negocios aumentaron su búsqueda de mano de obra más barata en el extranjero. Tan pronto como en la década de los 40, el gobierno estaba colaborando con los empresarios para intentar volver a establecer el sistema basado en mano de obra barata y alto lucro, en vías de extinción gracias a los derechos logrados por los trabajadores de las fábricas. Su primer experimento ocurrió en Puerto Rico. Se llamó “Operación Manos a la Obra” y ofrecía incentivos a ciertos negocios de los Estados Unidos para transferir parte de sus operaciones intensivas en mano de obra a la isla. El gobierno isleño ofrecía tierra, préstamos, edificios e infraestructura como incentivos para las compañías dispuestas a correr el riesgo.
El programa de Puerto Rico fue tan exitoso para los negocios, que pronto se extendió a México. Los gobiernos de México y de los Estados Unidos recurrieron, una vez más, a las oficinas de A. D. Little, una empresa de consultoría en Cambridge, Massachusetts, que había ayudado a establecer la “Operación Manos a la Obra”, con el objetivo de que diseñara un programa similar para México. El Programa de Industrialización de la Frontera comenzó sus operaciones en 1965.
Fue una movida ingeniosa. Como en los Estados Unidos se hacía cada vez más difícil negarles derechos a los trabajadores debido a movilizaciones populares, sindicatos y leyes que protegían a los trabajadores y sus derechos de organización, la relocalización de trabajos al otro lado de la frontera —donde las leyes de los Estados Unidos no funcionaban— se hacía crecientemente atractiva para las compañías. Funcionó tan bien, que para la década de los 70 el gobierno norteamericano comenzó a extender esta estrategia al Caribe, y luego a Centroamérica, Sudamérica y Asia. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), implementado en 1994, lo impulsó todavía más. La industria manufacturera inició un sistemático proceso de desplazamiento al extranjero en busca del país que ofreciera los salarios más bajos, los sindicatos más dóciles (o inexistentes) y la menor cantidad de regulaciones.
En naciones como México, El Salvador y República Dominicana los trabajadores han visto una avalancha de inversiones extranjeras en la producción de las maquiladoras, un proceso en el cual las compañías externalizan la parte del proceso de producción más intensiva en mano de obra. Los trabajadores se benefician de alguna manera cuando Nike, Liz Claiborne o Dell abren fábricas porque se crean empleos. Pero también salen perdiendo: los nuevos empleos dependen de que los patronos mantengan salarios bajos, ofrezcan pocos beneficios y no tengan que lidiar con muchas regulaciones. Si los trabajadores o los gobiernos comienzan a exigir una mayor parte de las ganancias, la compañía puede cerrar sus operaciones y mudarse a otro lugar más barato.
Este fenómeno crea lo que algunos analistas han llamado la “carrera hacia el fondo”. Los trabajadores y los gobiernos compiten unos con los otros para ofrecer impuestos y salarios más bajos y un ambiente más favorable para las empresas con el fin de atraer o mantener empleos en un ambiente de precariedad. La competencia puede ser más devastadora en países del Tercer Mundo que ya son pobres, pero también puede verse en los Estados Unidos, donde las comunidades vuelcan sus recursos en planes para atraer negocios.2
Al mantener y explotar las desigualdades globales, el sistema económico de los Estados Unidos ha conseguido crear un modelo que produce mercancías baratas con un alto margen de ganancias. Pero este modelo es insostenible tanto desde un punto de vista moral como práctico. En este último sentido, ya se conocen los resultados en la década de los 30: si no se les paga suficiente a los trabajadores para que sean también consumidores, no habrá un mercado suficiente y la producción caerá. El New Deal de la administración Roosevelt intentó remediar esta situación al reestructurar la división de recursos y hacer que la clase trabajadora tuviera más acceso al dinero. La industria respondió acelerando su traslado al extranjero. Sin embargo, el modelo de producción de mercancías baratas con altos márgenes de ganancias tampoco es sostenible a nivel global.
La segunda falacia —que el número de personas determina el número de empleos— parecería lógica a simple vista: hay un número finito de empleos, así que un mayor número de personas traería consigo una mayor competencia por los mismos. De acuerdo con esta teoría, los períodos de crecimiento poblacional acarrearían un crecimiento en el desempleo, mientras los de declive implicarían una baja. ¿Cómo podríamos interpretar, entonces, los resultados de un estudio de patrones de empleo en los Estados Unidos durante la última década realizado por el Pew Hispanic Center? El estudio encontró que “no emerge un patrón consistente que demuestre que los trabajadores nativos se perjudicaron o beneficiaron con el aumento de los trabajadores nacidos en el extranjero”.3
Obviamente, la relación entre el tamaño de la población y el número de empleos disponibles no resulta tan sencilla como parece. De hecho, el número de empleos no es finito: al contrario, es elástico y está afectado por muchos factores. El crecimiento poblacional crea empleos, a la vez que provee más personas para cubrirlos; el declive de la población reduce el número de empleos y al mismo tiempo provee menos personas para trabajar en ellos. Un aumento en la población crea empleos porque los seres humanos consumen además de producir: compran cosas, van al cine, mandan a sus niños a la escuela, construyen casas, llenan los tanques de sus automóviles con gasolina, van al dentista, compran comida en tiendas y restaurantes. Cuando la población disminuye, las tiendas, las escuelas y los hospitales cierran, y se pierden empleos. Este patrón se ha visto una y otra vez en los Estados Unidos: comunidades en expansión significan más empleos.
Sin embargo, el número de personas en una comunidad no constituye el único factor que afecta el número de empleos. Algunas personas trabajan en empleos que sirven a la comunidad local directamente, y estos están afectados por aumentos o descensos en la población. Pero muchos producen bienes y servicios absorbidos en otras partes. Plantas de manufactura de automóviles en Detroit, o granjas de frutas en California, o fábricas de textiles en El Salvador, o call centers en Bangalore, dependen de mercados globales, no locales.
Como se ha hecho penosamente obvio durante las últimas décadas, por lo general las empresas que sirven a un mercado global no tienen un sólido compromiso con la comunidad local. Una fábrica puede proveer empleos en Detroit durante una década, o un siglo, y luego cerrar y mudarse a otro sitio por razones para nada relacionadas con el tamaño de la población. De hecho, a menudo un declive en la población suele ocurrir luego de una pérdida de empleos —cuando una fábrica cierra operaciones, la gente, sobre todo los trabajadores jóvenes, abandonan la comunidad porque han perdido sus empleos— y luego los negocios locales también comienzan a cerrar porque la población ya no puede sostenerlos.
Todos vivimos, trabajamos y consumimos tanto en la economía local como en la global. Puede que la local sea más visible, pero comemos uvas cosechadas en Chile, manejamos automóviles manufacturados en México y llenamos sus tanques con gasolina de Kuwait o Colombia. Y la gente de los Estados Unidos produce bienes y servicios que se venden en el extranjero. Este país importa y exporta más de 100 billones de de dólares en bienes y servicios al mes.4 Los empleos en los Estados Unidos tienen mucho que ver con la economía global, no sólo con lo que está sucediendo a nivel local.
Entre las décadas de los 20 y los 70, la tasa de desempleo en los Estados Unidos osciló entre el 4% y el 6%. La excepción ocurrió durante la Gran Depresión de los años 30 (un período con tasas bajas de inmigración), cuando el desempleo aumentó dramáticamente a más del 20%. La cifra disminuyó de nuevo durante la década de los 40 con la Segunda Guerra Mundial. Comenzando en las postrimerías de los años 70, aumentó otra vez, llegando a la cima con el 10% a principios de la década siguiente, y se mantuvo entre el 5% y el 8% durante el resto del siglo xx y hasta el siglo xxi.5 Muchos factores han influido sobre las fluctuaciones en las tasas de desempleo a lo largo de los años. Sin embargo, las tasas de inmigración no parecen tener ninguna relación directa con las de desempleo.
Entre 1870 y 1910 hubo una tasa muy alta de inmigración en los Estados Unidos. La Primera Guerra Mundial y las leyes restrictivas de inmigración en 1917, 1921 y 1924 redujeron el número de inmigrantes. La Gran Depresión, con su devastadora tasa de desempleo, ocurrió cuando casi no estaban llegando inmigrantes a este país. La deportación del sudoeste de los Estados Unidos de miles de personas de ascendencia mexicana durante esa década afectó poco la tasa de desempleo en la región (a menos que se cuente a los empleados para llevar a cabo las deportaciones). El desempleo durante la Gran Depresión tuvo poco que ver con la inmigración, al igual que el desempleo actualmente.
Mito 2
Los inmigrantes compiten con los trabajadores poco calificados y hacen bajar los sueldos
De hecho, desde la década de los 60 los salarios en los Estados Unidos han bajado en relación con los precios y las ganancias. En el 2006, los salarios constituyeron una proporción del producto nacional bruto menor que en ningún otro momento desde que el gobierno comenzó a recopilar estas estadísticas en la década de 1940. Por otro lado, las ganancias corporativas alcanzaron los niveles más altos de los que se tenga registro. La disparidad continuaba para el 2011. Durante la “Gran Recesión” de 2007-2009, la clase trabajadora perdió no solo millones de trabajos, sino también sus inversiones en sus casas o en acciones. Las familias trabajadoras ganaban, en promedio, $5000 menos por año en 2009 que en 2000.1 Los avances graduales obtenidos por los trabajadores durante la primera mitad del xx comenzaron a reducirse en la segunda mitad del siglo, precisamente en el momento en que las tasas de inmigración comenzaban a aumentar de nuevo. ¿Por qué?
A simple vista, parecería cierto que los inmigrantes y los empleados poco calificados están compitiendo por los mismos trabajos. A las empresas les conviene este tipo de competencia: significa que pueden encontrar personas dispuestas a trabajar por bajos salarios. Y las empresas lo justifican diciendo que así pueden mantener los precios bajos.
Si miramos la economía de los Estados Unidos en su totalidad, es cierto que los precios de algunos tipos de productos han bajado y la gente los está consumiendo mucho más. La ropa y los aparatos electrónicos son dos ejemplos de cómo los fabricantes y vendedores han podido aprovechar los bajos salarios y la desregulación —tanto dentro de los Estados Unidos como fuera— para mantener los precios bajos. Y los consumidores están comprando mucho. La mayoría de la ropa y los aparatos electrónicos que compramos se producen fuera de los Estados Unidos, en países donde los gobiernos mantienen impuestos y costos de producción reducidos y en fábricas que pagan salarios miserables. Por esta razón, las compañías pueden mantener los precios bajos para los consumidores sin dejar de obtener una ganancia.
Si bien los precios de algunos productos de consumo, sobre todo los fabricados en el exterior, se mantienen bajos, los de otros tipos de bienes y servicios están aumentando en la economía actual. Muchas de las cosas que están subiendo de precio son las necesidades humanas básicas —servicios médicos, vivienda, educación, etc. La clase media, e incluso los trabajadores con bajos salarios, pueden beneficiarse al encontrar zapatos, teléfonos celulares e iPods baratos pero, a la vez, se les dificulta cada vez más comprar una casa, obtener los servicios médicos que necesitan o mandar sus hijos a la universidad.2
¿Qué está sucediendo? ¿Y qué tiene que ver con la inmigración?
Estudio tras estudio muestran que desde fines de la década de los 70, la distribución de la riqueza en los Estados Unidos se ha vuelto cada vez más desigual. Hacia fines de siglo, el 1% más rico de la población poseía cerca del 30% de la riqueza del país y el 5% más rico controlaba 60% de la riqueza.3
Aun cuando la inmigración también aumentó durante las últimas décadas del siglo, ello no significa necesariamente que constituyera la causa de la creciente desigualdad. La coincidencia no prueba una relación de causa y efecto. Más bien, la misma restructuración económica global que exacerbó la desigualdad en los Estados Unidos también contribuyó al aumento de la inmigración. De hecho, podríamos argüir que la relación de causa y efecto está invertida: un aumento en la desigualdad creó una demanda de trabajadores inmigrantes que, de esta manera, sirvió de estímulo a la inmigración.
El aumento en la desigualdad, la concentración de la riqueza y los productos baratos van todos juntos. Para entender cómo y por qué la inmigración encaja en la economía global, necesitamos comprender cómo funciona este sistema.
Los productos pueden fabricarse baratos cuando los gastos de las empresas —salarios, beneficios, impuestos, costos de la infraestructura y el costo de cumplir con las regulaciones de salud, seguridad y medio ambiente— resultan bajos. Las empresas siempre han intentado mantener sus gastos bajos; por esa razón tienden a oponerse a regulaciones como las antes enumeradas, porque implementarlas significa incurrir en gastos. La desigualdad les ayuda a mantener los costos bajos de varias maneras.
En primer lugar, cuando los trabajadores son pobres y carecen de protección legal están más dispuestos a trabajar jornadas largas por sueldos bajos. Las empresas se benefician cuando tienen una selección grande de trabajadores potenciales sin amparo económico o legal. Por esta razón, entre otras, las primeras industrias dependían de trabajadores inmigrantes; la agricultura en los Estados Unidos ha utilizado la esclavitud, trabajadores temporales como los del programa de los braceros e inmigrantes; y los negocios actualmente suelen oponerse a las restricciones en la inmigración. Asimismo, esto también ayuda a explicar por qué la desregulación de la economía, y hasta el aumento de la represión y la criminalización de los inmigrantes, en realidad crean una mayor demanda de trabajadores inmigrantes.
En una democracia es difícil justificar el hecho de mantener deliberadamente a una p...

Índice

  1. Cover
  2. Agradecimientos
  3. Introducción a la edición española
  4. Sobre la terminología
  5. Introducción
  6. Primera Parte: Los inmigrantes y la economía
  7. Mito 1: Los inmigrantes nos quitan nuestros trabajos
  8. Mito 2: Los inmigrantes compiten con los trabajadores poco calificados y hacen bajar los sueldos
  9. Mito 3: Los sindicatos están contra la inmigración porque perjudica a la clase trabajadora
  10. Mito 4: Los inmigrantes no pagan impuestos
  11. Mito 5: Los inmigrantes son una carga para la economía
  12. Mito 6: Los inmigrantes envían remesas a sus países con todo lo que ganan en los Estados Unidos
  13. Segunda Parte: Los inmigrantes y la ley
  14. Mito 7: Las leyes deben ser respetadas por todos. Los nuevos inmigrantes tienen que respetarlas, como hicieron los del pasado
  15. Mito 8: El país está siendo invadido por inmigrantes ilegales
  16. Mito 9: Los Estados Unidos tienen una política de refugiados muy generosa
  17. Tercera Parte: La inmigración y la raza
  18. Mito 10: Los Estados Unidos son un crisol de culturas que siempre han recibido con los brazos abiertos a inmigrantes de todas partes
  19. Mito 11: Ya que todos somos descendientes de inmigrantes, todos comenzamos en igualdad de condiciones
  20. Mito 12: Los actuales inmigrantes amenazan a la cultura nacional porque no la están asimilando
  21. Mito 13: Los inmigrantes de hoy no aprenden inglés y la educación bilingüe no hace más que empeorar el problema
  22. Cuarta Parte: ¿Cómo las políticas estadounidenses han creado la inmigración?
  23. Mito 14: Los inmigrantes sólo vienen al país porque quieren disfrutar de nuestro alto estándar de vida
  24. Estudio de caso: República de Filipinas
  25. Quinta Parte: El debate en el nuevo milenio
  26. Mito 15: El público estadounidense se opone a la inmigración y esto se refleja en el debate en el Congreso
  27. Mito 16: La abrumadora victoria electoral de la Proposición 187 en California demuestra que el público se opone a la inmigración
  28. Mito 17: La inmigración es un problema
  29. Mito 18: Los países tienen que controlar a los que salen y entran
  30. Mito 19: Necesitamos proteger nuestras fronteras para prevenir que terroristas y criminales entren a nuestro país
  31. Mito 20: Los inmigrantes que entran al país ilegalmente están violando nuestras leyes; por lo tanto, son criminales y deberían ser deportados
  32. Mito 21: Los problemas que este libro plantea son tan vastos, que no hay nada que podamos hacer para solucionarlos
  33. Epílogo
  34. Cronología
  35. Notes