El problema de Dios
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El problema de Dios

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El problema de Dios

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Información del libro

Este libro se enfrenta con los diez desafíos más difíciles y las críticas en contra del cristianismo contemporáneo, revelando por qué la fe cristiana y el creer en Dios es el sistema de creencias racional más convincente en la época moderna de escepticismo.

Este libro fue escrito por un escéptico que se convirtió en cristiano y luego en pastor, todo mientras exploraba las respuestas a las interrogantes más difíciles contra el cristianismo. Mark Clark creció en un hogar ateo, y vivió una época muy difícil durante el divorcio de sus padres, adquiriendo el síndrome de Tourette y trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) en sus años de adolescencia.

Tras la muerte de su padre, comenzó una búsqueda de la verdad a través de la ciencia, la filosofía y la historia, eventualmente encontró respuestas en el cristianismo. En una manera simpática y persuasiva, este libro responde a las diez preguntas acerca de Dios en la época actual, incluyendo:

• ¿Existe Dios?

• ¿Qué hacemos con la historia violenta del cristianismo?

• ¿Es Jesús otro mito?

• ¿Podemos confiar en la Biblia?

• ¿Por qué todavia debemos creer en el infierno?

El libro concluye con la aseveraciónmás audaz del cristianismo: ¿cómo debemos responder a la afirmación de que Jesús es Dios y el único camino de salvación?

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Información

Editorial
Vida
Año
2018
ISBN
9780829768237
CAPÍTULO 1
El problema de
LA CIENCIA
La pega de los razonamientos consiste en que trasladan la lucha al campo propio del Enemigo [. . .] El mero hecho de razonar despeja la mente del paciente, y, una vez despierta su razón, ¿quién puede prever el resultado?
C. S. LEWIS, CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO
Con qué frecuencia prendemos el televisor y escuchamos al presentador decir: «Esta noche estaremos hablando de la fe contra la ciencia. Nuestro primer invitado es un exprofesor de la Universidad de Oxford, biólogo evolutivo y autor de libros de gran éxito de ventas. Él cree que la ciencia, no la fe, tiene las respuestas a todas las preguntas. Al otro lado tenemos a Joe Smith, quien hablará de la legitimidad de la fe y el cristianismo. Joe proporciona educación escolar a sus hijos en su casa, cree que Oprah es el anticristo y vive en un pantano».
Algo así reincide cada día en la televisión, los medios sociales e incluso las universidades por todo el mundo occidental. Joe y el profesor de Oxford representan las ampliamente acogidas caricaturas de los lados opuestos del debate entre la fe y la ciencia. Al cristianismo —y la fe en general— se le ve como ingenuo, simplista e incompatible con el razonamiento humano. Quizás tenga un lugar en una aislada esfera de la vida, pero la ciencia debe ocupar toda la vida. La ciencia se basa en la verdad y la evidencia, mientras que la fe se basa en las ilusiones y la leyenda. La ciencia es una búsqueda de evidencia objetiva que guía a la humanidad hacia adelante, mientras que la fe mira retrospectivamente a las enseñanzas antiguas, libros sagrados anticuados y conclusiones irracionales ante la abrumadora evidencia de lo opuesto.
Confrontar el mito
La dicotomía entre la fe y la ciencia, no obstante, es errónea. Ha sido creada por una cultura que solo piensa en el ámbito de declaraciones cortas y extremos, en vez de molestarse en investigar el lugar donde la verdad generalmente se encuentra: en los puntos comunes, en este caso, de la fe y la ciencia operando juntos en vez de las opciones exclusivistas que se nos presentan una y otra vez, en las que ambos se excluyen mutuamente. Este es un mito cultural escrito y predicado por una de las estructuras intelectuales más poderosas y difundidas que jamás haya conocido el mundo —el secularismo. El secularismo enseña que debido a que no hay Dios ni una realidad espiritual en el universo más allá de lo que podamos examinar (naturalismo), las creencias en tales ideas deben ponerse al margen de la vida y el discurso público. Los secularistas creen que los desarrollos modernos de la ciencia y la tecnología han comprobado rotundamente que las creencias religiosas son falsas, y que ahora pueden ser descartadas.
El secularismo ha ejercido una influencia filosófica en la cultura occidental desde su ascenso durante la Ilustración (1600—1800 a. d.). Su estilo moderno lo representan de manera muy popular pensadores como Richard Dawkins, Sam Harris y el difunto Christopher Hitchens. Ellos argumentan que la ciencia y la evolución naturalista han brindado suficiente evidencia como para deducir conclusiones ateas a todas nuestras preguntas fundamentales —las de orígenes, significado, moralidad y destino. Además, ellos afirman que la gente que no se somete a una perspectiva puramente naturalista es primitiva e irracional. «La fe es como una enfermedad mental», ha dicho Richard Dawkins, «un gran escape, la excusa para evadir la necesidad de pensar y evaluar la evidencia».2 Sam Harris está de acuerdo, diciendo: «Nosotros tenemos un nombre para la gente que tiene muchas creencias para las cuales no hay justificación racional. Cuando sus creencias son extremadamente comunes, nosotros la llamamos religiosa. De lo contrario, probablemente se le llamaría loca, delirante, o psicótica».3
Fíjese en la dicotomía: la ciencia trata del pensamiento, la evidencia y la justificación racional, mientras que el cristianismo y la fe en general consisten en evadir la evidencia y aferrarse a lo que no es racional. Pero ¿y si el secularismo y el naturalismo son los puntos de vista que son anticuados? ¿Y si los mundos de la fe y el razonamiento no se oponen entre sí para nada, sino que en realidad se corresponden mutuamente en una simetría hermosa y transformadora de vidas que interpreta sensatamente la evidencia, incluso más que las explicaciones ateas? Eso es precisamente lo que he llegado a ver después de años de investigación. El razonamiento y el estudio de la ciencia, la historia y la filosofía me han dirigido a la fe cristiana, y lejos de una cosmovisión moderna, secular y atea. He llegado a ver que el cristianismo no es una cosmovisión menos racional («espiritual» contra «lógica»), sino una más racional.
El efecto Plantinga
Tal conclusión no solo es mía, sino que es la experiencia de muchos en las disciplinas académicas de la ciencia, filosofía y otras así, lo cual es una historia que no oímos con mucha frecuencia. Por ejemplo, hace unos años, Quentin Smith deploró la forma en que los cristianos estaban haciéndose cargo de departamentos de filosofía en las universidades de los Estados Unidos, y advirtió a sus colegas «que el campo de la filosofía está siendo “desecularizado”»,4 un movimiento que surgió mayormente debido a la obra de un hombre —Alvin Plantinga, un teísta (uno que cree en Dios) y un cristiano que es considerado por muchos como el filósofo más grande que existe.5 Plantinga argumenta a favor de la existencia de Dios a un nivel tan alto y convincente que Smith dice: «En filosofía, se convirtió, casi de la noche a la mañana, “académicamente respetable” argumentar a favor del teísmo».6
Esta tendencia solo es una de una plétora de ejemplos, incluyendo muchas que están ocurriendo en los campos de la historia y la ciencia, donde los muros que habían separado la fe de la razón se están derrumbando. Y esta resurgencia de la credibilidad del teísmo no está sucediendo como producto de la ignorancia ingenua, sino como el derivado directo del razonamiento y la exploración inteligente de máximos pensadores en sus campos respectivos. Tanto así, de hecho, que el sentimiento de muchos ahora refleja no una burla del cristianismo como la de Dawkins sino lo opuesto —una burla de los mal informados principios del ateísmo. El filósofo David Bentley Hart capta bien este cambio fundamental, diciendo: «Yo no considero al verdadero ateísmo filosófico una posición válida o incluso convincente; de hecho, lo veo como un punto de vista fundamentalmente irracional de la realidad, que solo puede sustentarse mediante la trágica ausencia de la curiosidad o una fervorosa voluntad resuelta en creer lo absurdo»,7 concluyendo que el ateísmo «debe ser considerado como una superstición».8
El mito de la iglesia contra la ciencia
En contra de la narrativa popular de nuestra época que plantea que la fe y la iglesia, en particular, están en contra de la ciencia; la realidad es que la iglesia jamás ha sido su enemiga, y cualquier desacuerdo entre ambos, lo cual, por supuesto ha existido a veces, ha sido gravemente exagerado. Cuando los ateos hablan de la «persecución» que ejerce la iglesia sobre los científicos, por ejemplo, cuentan historias de gente que fue quemada en la hoguera por teorías científicas que reemplazan a Dios. Hablan acerca de Galileo, Copérnico, y Giordano Bruno que fueron torturados por tener puntos de vista «heliocéntricos» del universo. Son dramas emocionantes, pero falsos. El historiador David Lindberg, hablando de la era medioeval en la que sucedieron estas supuestas persecuciones, escribe: «No hubo ninguna guerra entre la ciencia y la iglesia».9 Los historiadores están de acuerdo con que la historia que pone a la ciencia en contra de la religión es un invento del siglo xix.10 La iglesia no persiguió a Copérnico o Bruno o Galileo por sus teorías científicas. Como historiador, Thomas Kuhn indica: «Bruno no fue ejecutado por Copernicanismo sino por una serie de herejías teológicas centradas en su concepto de la trinidad».11 Una realidad horripilante pero no está basada en el conflicto entre la religión y la ciencia.
De hecho, Galileo fue un amigo de la iglesia la mayor parte de su vida, un católico devoto. En 1616 llegó a Roma y se reunió con el papa muchas veces. Conforme avanzó el tiempo, criticó más a la iglesia y sus puntos de vista. La iglesia sí persiguió a Galileo por un tiempo, exigiendo que retractase algunos de sus conceptos heliocéntricos, pero nunca se le acusó de herejía ni se le puso en un calabozo, o se le torturó, como lo indica lo que se ha convertido en mitología popular entre los escépticos. Él fue sentenciado a arresto domiciliario y luego se le puso en libertad bajo la custodia del arzobispo de Siena, quien lo alojó por cinco meses en su palacio. Galileo después regresó a su villa en Florencia, y continuó su obra científica e incluso publicó antes de morir de causas naturales en 1642.12 La imagen tradicional de Galileo como mártir de la libertad intelectual es errónea. Cualquier persecución que él enfrentó representa una «“anomalía”» como escribe el historiador Thomas Lessl, “una pausa momentánea en la que de otro modo era una relación armoniosa” que había existido entre el cristianismo y la ciencia. En verdad no hay otro ejemplo en la historia de la iglesia católica en la que se condenase una teoría científica».13
Otro ejemplo moderno de este revisionismo histórico por parte de los escépticos es la historia de la iglesia medioeval que creía que la Biblia enseñaba que la tierra era plana, y luego reaccionaba con indignación cuando llegó la ciencia y probó que la Biblia estaba equivocada. Esto simplemente no es cierto. Desde la época de los antiguos griegos, la gente sabía que la tierra era redonda. Observaban que el casco de un barco que salía de la costa desaparecía antes que la punta del mástil, y veían el reflejo de la tierra en la luna durante un eclipse.14 Sabían que la tierra era redonda. El llamado conflicto de la tierra plana es simplemente parte de la propaganda del siglo xix. Así que, el profesor de Oxford, Alister McGrath concluye correctamente, «La idea que la ciencia y la religión están en conflicto perpetuo ya no lo toma en serio ningún historiador importante de la ciencia [. . .] Uno de los últimos bastiones que quedan del ateísmo que sobrevive solo a nivel popular —concretamente, el mito que una ciencia atea y basada en hechos está permanentemente en guerra con una religión basada en la fe».15
El jardín del cristianismo
El cristianismo no está en guerra con la ciencia. Ahora, los historiadores reconocen que «lo que actualmente llamamos ciencia moderna fue [en realidad] concebida, nació y floreció en la matriz del teísmo cristiano»16 mismo. La teología cristiana fue el jardín del cual surgió la ciencia moderna porque presentó un mundo con forma, complejidad y diseño definido. El cristianismo nos reta a experimentar con lo que vemos, creyendo que hay orden y uniformidad en el universo. Ninguna otra cosmovisión, filosofía, o religión del mundo antiguo ofrecía la singular perspectiva que ofrecía el cristianismo. Por eso la ciencia moderna no surgió antes del siglo xvii. La mentalidad filosófica fundamental en muchas culturas inhibió el progreso hacia una perspectiva científica:
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El animismo deifica la naturaleza y declara que hay un dios en los árboles, el agua, y las rocas. Tal cosmovisión inhibió la investigación científica porque uno no puede sujetar a objetos deificados al análisis objetivo.
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El budismo dice que el universo mismo es una ilusión; por lo tanto, no sirve de nada hacer ningún tipo de investigación científica porque todas sus conclusiones también van a ser una ilusión.
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Las religiones politeístas explican eventos citando acciones de los dioses; por lo tanto, es inútil realizar una investigación. No es necesario preguntar por qué el agua burbujea en el océano porque la respuesta es metafísica: Poseidón la está agitando.
Aunque varias civilizaciones grandiosas del mundo antiguo (Mesopotamia, India, China, Egipto, Grecia, Roma) desarrollaron algunos avances tecnológicos importantes, estas sociedades carecían el marco filosófico necesario para dar origen a la empresa experimental conocida como ciencia moderna.17 El cristianismo ofreció una cantidad de variables fundamentales que preparó el trabajo preliminar para la investigación científica. Kenneth Richard Samples cita diez de esas variables:
(1) El universo físico es una realidad definida y objetiva, (2) las leyes de la naturaleza demuestran orden, patrones y regularidad, (3) las leyes de la naturaleza son uniformes a través de todo el universo físico, (4) el universo físico es comprens...

Índice

  1. Contenido
  2. Prólogo
  3. Reconocimientos
  4. Introducción
  5. Capítulo 1: El problema de la ciencia
  6. Capítulo 2: El problema de la existencia de Dios
  7. Capítulo 3: El problema de la Biblia
  8. Capítulo 4: El problema del mito de Cristo
  9. Capítulo 5: El problema del mal y el sufrimiento
  10. Capítulo 6: El problema del infierno
  11. Capítulo 7: El problema del sexo
  12. Capítulo 8: El problema de la hipocresía
  13. Capítulo 9: El problema de la exclusividad
  14. Capítulo 10: El problema de Jesús
  15. Notas