Ética y deontología
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Ética y deontología

La universidad, la ética profesional y el desarrollo

Máximo Vega Centeno

  1. 184 pages
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Ética y deontología

La universidad, la ética profesional y el desarrollo

Máximo Vega Centeno

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Este libro se centra en la importancia del juicio, la exigencia y la honestidad en el desempeño de los científicos y profesionales. De todo ello proviene la preocupación por la universidad como centro privilegiado de cultivo de conocimientos, de métodos para crearlos, acrecentarlos y difundirlos; como centro de formación humana y de ciudadanía. La universidad debe formar ciudadanos competentes y éticos y, por eso, capaces de servir a la sociedad, sin comprometer sus legítimos intereses, ni su dignidad y responsabilidad. Así pues, la competencia personal y el sentido ético son cualidades irrenunciables. Es pues en base a la iniciativa, al aporte y a la competencia científica y profesional que una sociedad puede construir una situación de justicia, de equidad o de posibilidades de realización personal para todos.

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Informations

Année
2017
ISBN
9786123172862
Capítulo III.
La persona, la ética y la moral
Una preocupación recurrente e insistente en nuestro tiempo es sobre la corrección de actos humanos, la queja o condena —por lo menos en el discurso— de actos inaceptables o inmorales. Esto implica que en lo personal e incluso en el ámbito social se pueden o se deben distinguir actos o comportamientos según su valor moral y básicamente se los puede juzgar respecto a principios o, inclusive en relación con algún código moral.
Ahora bien, esos actos son realizados por personas y, en la perspectiva que nos preocupa, no se trata de hechos o cuestiones ocasionales y accidentales, sino de actos que corresponden a comportamientos estables. Todos los humanos realizan actos continuamente y, en ese sentido, todos tenemos la experiencia de acertar o errar, de incurrir en incoherencias, de actuar moral o inmoralmente, es decir, tenemos una experiencia o una moral vivida. Sin embargo esa experiencia puede y debe ser sometida a reflexión y, esta vez, por personas con capacidad específica de hacerlo: los filósofos. Uno de ellos, Aranguren (citado por Cortina, 2011, p. 12) define aquello como la moral pensada. Se hace necesaria, entonces, una ampliación del campo del saber humano sobre la moralidad, es decir que además del saber involucrado en la acción humana, se construya un saber derivado, que es la ética, que reflexiona sobre este tema permanente y que trata de apoyar u orientar la acción humana en el sentido de generar comportamientos o desempeños deseables y estables. El concepto de ética se origina en la filosofía griega y se deriva del vocablo éthicos, que quiere decir carácter, pero no como un estado de ánimo, sino como un patrón de comportamiento estable.
Por otra parte, el comportamiento de las personas en sociedad está siempre condicionado por la relación con otras personas y por la existencia de organizaciones e instituciones en la sociedad. Estas relaciones y condicionamientos pueden influir en los desempeños personales, de manera que aparece la necesidad de introducir restricciones y aun prohibiciones (no robar o no matar) y también ciertos estímulos o valores (respetar a los demás). En otras palabras, se trata de crear condiciones para que la acción o el desempeño de las personas sean adecuados, sean lo conveniente o lo debido y esta es la finalidad y la preocupación de la deontología. Este concepto, al igual que el de ética se origina en la filosofía griega y en el término deóntos que se refiera a lo que es conveniente y que, como disciplina, hace que la deontología se concrete en normas que, sean exhortativas o coercitivas, puedan, por tanto, apoyar comportamientos deseables. Ética y deontología son conceptos muy cercanos y a veces se los utiliza como sinónimos y por ello más adelante volveremos sobre su complementariedad y las distinciones que son necesarias. En todo caso, ambas se refieren al desempeño de las personas y por eso debemos revisar más detalladamente su carácter, atributos y dignidad.
Para comenzar, la persona no es una simple individualidad en la especie humana: es algo más rico, complejo y dinámico. Podemos decir que la persona es un concepto y un conjunto de atributos solo aplicable o reconocible en los seres humanos. Por eso, la denominación, hoy tan generalizada de persona humana, puede ser criticada como un error gramatical, un pleonasmo, pero resulta muy expresiva de la reserva que estamos poniendo en lo que respecta a la exclusividad de una característica de los humanos. Ahora bien, las personas, varones y mujeres, no son un dato o comprobación de algo ya hecho o concluido. Se trata más bien de un proyecto que se realiza o se desarrolla a través de la vida, en el transcurso del tiempo y de las relaciones en medio de las que se concreta. Este es el dinamismo de la persona a lo largo de toda su vida, esa es su historia particular y su proceso de acumulación de experiencias que completan su naturaleza humana. Por tanto, es un proceso acumulativo de humanización que en realidad es el que completa la naturaleza humana. Podemos decir que desde el nacimiento tenemos la potencialidad de ser personas en plenitud, pero en la etapa inicial tenemos sobre todo potencialidades sobre las cuales se debe construir la persona en su plenitud. En este proceso son muy importantes los elementos que los humanos reciben y que se conocen como la lotería genética y también la lotería social, es decir las diferencias inherentes a la filiación, como la salud, educación y facilidades de los padres, que el niño no elige, como tampoco las relaciones y las condiciones del medio social en que se inicia su vida. A estas condiciones aleatorias o loterías se las conoce como el pathos, condiciones iniciales no elegidas, que más adelante, con el eventual apoyo de su propio medio social o por esfuerzo propio, debería corregir o desarrollar en curso de su proceso personal; y eso da lugar a lo que se conoce como como el éthos, lo que viene a ser el aporte propio, aislado o asistido.
En otras palabras, podemos hablar de la construcción de la persona, que no se reduce a la primera infancia o ya está dado desde el nacimiento, es un proceso de personalización, es decir un proceso de maduración progresiva en busca de la plenitud y es también, en lo que toca al mundo de las relaciones, un proceso de socialización en lo que se refiere a las condiciones de relación con otros y a la adhesión a valores, como veremos más adelante. En efecto, en curso del proceso que sigue la persona recibe apoyos y también amenazas del medio y de otras personas, de manera que no se puede ignorar el apoyo de personas e instituciones que con incentivos o restricciones orientan el comportamiento, ni tampoco los desafíos, obstrucciones y perturbaciones que provienen de fuentes parecidas. Acoger estímulos y orientación, como resistir o superar desviaciones, supone capacidad, es decir madurez que es fruto de la experiencia acumulada o evaluada y que en una existencia prolongada da origen a la tan valorada ancianidad, que en este caso no es sinónimo de simple vejez o decrepitud y más bien puede ser fuente de sabiduría humana. Sabiduría que consiste en elevación de juicio, en visión amplia y que no es necesariamente intelectual.
La persona como promesa y su construcción es un proyecto grandioso y al mismo tiempo es frágil, dadas sus propias características, como veremos más adelante. Además, si reconocemos que cada uno estrictamente se hace persona plena pero se desempeña en una sociedad plural, debemos reconocer que allí mismo nacen diferencias y originalidades, lo cual plantea problemas de la coexistencia, respeto mutuo y en general, de relación.
Nos hemos referido a las características de la persona y señalaremos en primer término que todo hombre, varón y mujer, puede comprender, conocer y explicar, dentro de ciertos límites, las realidades que lo circundan, interesan y afectan, y esto en razón de que es inteligente, pero no necesariamente un portento. Los conocimientos humanos y las capacidades que de allí se desprenden son enormes y crecientes, pero son permanentemente ambiguos. Estos conocimientos pueden ser incompletos, erróneos y tener tal vez otras debilidades. Sin embargo, lo que nos interesa —las acciones y el desempeño humano— no es nunca independiente de su capacidad de conocimiento.
En segundo término, debemos señalar que el ser humano es capaz de reflexionar y de hacer autocrítica; es decir, de evaluar lo que conoce y lo que hace o experimenta. Lo radical en este aspecto es que puede tener juicio sobre sí mismo y sobre sus propias acciones. Estas pueden ser conocidas desde el exterior o no y por eso podrían ser disimuladas, aparentes o fingidas. De esta capacidad estrictamente humana resulta que la persona es responsable.
En tercer término, y no menos importante que los anteriores, la persona es capaz de optar o decidir, justamente en razón de su inteligencia y responsabilidad, como persona y hacia otras personas. Puede poner a su servicio la naturaleza y la dinámica social o impedirlo, de hacerlo de una manera u otra y con apoyo de diferentes medios y esto en razón de su libertad.
Son estas tres características, inteligencia, responsabilidad y libertad que hacen de la persona un sujeto moral, y esto tiene implicaciones sustanciales, ya que el sujeto moral, por poseerlas, es autónomo, irreemplazable e inviolable. La persona es autónoma porque puede establecer interiormente coherencia entre lo que piensa o conoce, es decir su horizonte de verdad, y sus actos o decisiones. Este es un proceso interior e irrenunciable. Por la misma razón, la persona es irremplazable, en el sentido de que la confrontación entre pensamiento y decisión es propia o estrictamente personal, es decir corresponde a la conciencia interior de cada uno. Otra cosa sería disimulo, mentira o bien suplantación o manipulación si es por estímulo o presión externa. Finalmente, la persona, sujeto moral, es inviolable en el sentido de que toda suplantación, habitualmente violenta, del proceso interior, destruye la persona para convertirla en objeto de manipulación o como se dice en el lenguaje coloquial, de cosificación de un humano.
Ahora bien, la persona con los atributos o características que estamos señalando se afirma y se realiza en relación con otras personas. El hombre, varón y mujer, es un sujeto de relación y en relación; nunca está aislado. Por eso mismo, la persona está expuesta a mensajes, enfrentamientos y conflictos, como también a apoyos y estímulos. En todo caso, en su condición de sujeto moral y a lo largo de su desempeño, la persona ordena sus actos y sus decisiones en función de referencias o valores que son válidos en primer lugar para ella misma, independientemente de su validez más general. En otras palabras, ella misma define lo que es su propio código moral; puede saber el conjunto de normas y prioridades que constituyen su referencia personal. Lo que es bueno o malo; lo que debe hacer o no hacer. Esto involucra su ubicación en el territorio y el uso del o de los espacios, como su relación con otras personas14
Esta posibilidad evidentemente está abierta a toda persona y en sociedades en que actúan una pluralidad o multiplicidad de personas, de inmediato se plantean los problemas y también las posibilidades de existencia y vigencia, en una sociedad o en una parte de ella, de diferentes códigos morales que pueden entrar en conflicto o por lo menos constituir algún impedimento a la vida y relaciones en la sociedad. Por esto debemos considerar los casos de sociedades monistas y pluralistas.
En efecto, reconocer o definir una sociedad humana supone aceptar que esta incluye a una pluralidad o mejor aún, una multiplicidad de personas y, tal como señalamos líneas arriba, cada una de ellas puede definir su propio código moral. En otras palabras, en una sociedad puede existir una multiplicidad de códigos que pueden ser concurrentes, diferentes o contradictorios. En el fondo se plantea un problema complejo de convivencia en ámbitos donde ocurren diferentes y hasta opuestas formas de comportamiento de sus integrantes. Puede haber discrepancia en los principios o valores de referencia y es también posible que aparezcan diferencias en la forma como se concreta la observancia de esos principios en el desempeño habitual de las personas. Sí, en general, se puede decir que coexisten códigos morales muy exigentes con otros más bien laxos, unos de elevado valor ético y otros menos valederos; la realidad es que surge una posibilidad y hasta una necesidad de conflictos o imposibilidad de convivencia social. Por eso se debe recurrir a soluciones prácticas que hagan posible una coexistencia imperfecta sobre la base de consideraciones difíciles entre la exigencia razonable y la tolerancia y este es el caso de todas las sociedades pluralistas.
Se podría también considerar el caso de sociedades monistas en que existe un solo código moral que debería ser cumplido por todos. En realidad, ello se da a partir de simplificaciones o fundamentalismo religioso o político, y por tanto recurriendo a diversas formas de imposición y control. Estas sociedades todavía existen en alguna forma y en algunas regiones del planeta y han existido en la historia de otras sociedades hoy pluralistas. Por ejemplo, son hoy partes o regiones de los Estados que profesan el islam como religión oficial y fueron en otro tiempo la motivación de las Cruzadas o la Inquisición por parte de Estados donde la religión oficial era el cristianismo. Es decir, hablamos de sistemas en que la libre opción personal era o es aniquilada por algún sistema represivo.
Este tipo de sociedades aún no son suficientemente conocidas. En efecto, existe hoy más una visión simplificadora y caricaturesca que evidencias sólidas y se las podría asemejar en alguna medida con los movimientos políticos de corte mesiánico que recurren al terror y a formas crueles de represión. Tal vez menos que realidades consolidadas y duraderas se trata o se ha tratado en diversos momentos y en diferentes regiones o países de imponer una visión del mundo y un proyecto que se proponía como perfecto para el futuro y para ello no se vaciló en la simplificación en la propuesta, ni en medios humanamente inaceptables en la práctica de «construcción» del proyecto. Podemos mencionar el caso de los Khmer Rojos en Camboya y el de Sendero Luminoso y el MRTA en el Perú de los años ochenta y noventa, e incluso el periodo de la Revolución Cultural en la China de Mao, cuya influencia fue muy grande y amplia.
Por estas razones, históricamente se ha buscado siempre una solución de inspiración deontológica, es decir, la de establecer normas que puedan ser cumplidas por todos —en principio— en la sociedad, lo que se denomina ética social o ética cívica. Esto significa que para lograr una convivencia social pacífica, en términos de valores, se recurre a una opinión mayoritaria; en realidad se aspira a un consenso, en términos de valores y en concreto, valores mínimamente imprescindibles. Se trata de una ética de mínimos. Una ética que puede constituir una exigencia razonable y valedera, pero sobre todo, susceptible de ser cumplida por todos. Pero por el hecho de ser una ética referida a mínimos, esta no resultará satisfactoria para la exigencia principista de unos, así como puede incluso estar por encima de los códigos de otros. Si pensáramos en una ética social de máximos, es decir de valores máximos, nos encontraríamos con normas óptimas aunque difíciles o impracticables y hasta indeseables para otros.
Es evidente que la búsqueda o definición de una ética cívica no se refiere a valores en forma indiscriminada, sino a valores esenciales de la vida social que, por lo demás, habrá que precisar en sus aspectos más concretos. Pensamos en los valores de la vida, la libertad, la igualdad de las personas y la solidaridad entre ellas, valores que afectan a toda la sociedad y en toda ocasión. Estos valores se promueven y se suscitan para que las personas los hagan suyos, o como se dice en sociología, los internalicen y en ningún caso se trataría de proclamarlos en el discurso y luego ser inconsecuentes en el terreno de las acciones o el desempeño. No se podría, legítimamente, tratar de promoverlos a la manera de la propaganda comercial y con sus habituales medios o recursos. Por lo mismo, están excluidos, ...

Table des matières

  1. Introducción
  2. Capítulo I. La universidad en el Perú: antecedentes y condicionantes
  3. Capítulo II. Deontología y ética en la formación universitaria
  4. Capítulo III. La persona, la ética y la moral
  5. Capítulo IV. La ética, la deontología y el desempeño profesional: valores, principios y normas
  6. Capítulo V. Los profesionales, la ética y la sociedad: el desarrollo
  7. Conclusión
  8. Bibliografía
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APA 6 Citation

Centeno, M. V. (2017). Ética y deontología (1st ed.). Fondo Editorial de la PUCP. Retrieved from https://www.perlego.com/book/1913550/tica-y-deontologa-la-universidad-la-tica-profesional-y-el-desarrollo-pdf (Original work published 2017)

Chicago Citation

Centeno, Máximo Vega. (2017) 2017. Ética y Deontología. 1st ed. Fondo Editorial de la PUCP. https://www.perlego.com/book/1913550/tica-y-deontologa-la-universidad-la-tica-profesional-y-el-desarrollo-pdf.

Harvard Citation

Centeno, M. V. (2017) Ética y deontología. 1st edn. Fondo Editorial de la PUCP. Available at: https://www.perlego.com/book/1913550/tica-y-deontologa-la-universidad-la-tica-profesional-y-el-desarrollo-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Centeno, Máximo Vega. Ética y Deontología. 1st ed. Fondo Editorial de la PUCP, 2017. Web. 15 Oct. 2022.