Memorias
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Hector Berlioz

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Hector Berlioz

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"Tras una vida sumamente complicada en lo profesional y más aún en lo personal, Hector Berlioz decidió lanzarse a la empresa autobiográfica como una necesidad de justificación ante los ataques sufridos por crítica y público parisinos, así como ante la ausencia de apoyo de las instituciones. El resultado es una obra escrita en un estilo sencillo, directo y alejado del recargamiento sentimental característico de las novelas de la época, en la que hace de la ironía un recurso de ataque eficaz, y del sentido del humor un medio para ganar la complicidad y empatía del lector.Las Memorias son, pues, el producto de la aventura literaria emprendida por un hombre romántico, para quien la música constituye el más alto grado de elevación del alma hacia la verdad. Para Berlioz, el arte está por encima de todo, de las personas y de los aplausos. Tan sólo hay una cosa que se sitúa a su misma altura: el amor. En efecto, el amor y la música constituyen los dos grandes temas de esta obra. La verdadera protagonista es, sin duda, la música, de tal modo que el fin artístico que se pretende alcanzar surge de la configuración literaria de datos musicales. En sus páginas aparecen orquestas, compositores, directores, virtuosos y cantantes que, como personajes, van urdiendo la trama autobiográfica del autor. Pero, de forma paralela, todo el libro es el cauce de una impresionante historia de amor romántico que no alcanza su desenlace hasta el punto final y gracias a la cual lo acerca a la apariencia de una novela.Este libro se erige, tan sólo un pequeño escalón por encima de Las tertulias de la orquesta, como la obra en prosa más sobresaliente sobre música y, sin duda, como el mejor libro escrito por músico alguno. Al contrario que otros compositores, Berlioz fue escritor por vocación. Como tal, siente la necesidad de expresarse con la pluma para defender su credo artístico y su propia concepción de la estética musical frente a los usos parisinos contra los que le tocó luchar a lo largo de toda su vida. El Berlioz escritor, más que convertirse en narrador de su vida, va a ser un cronista encargado de mostrar al mundo las desventuras de un artista en su afán por desenvolverse en una época y un lugar nada favorables al arte."

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Informations

VIAJE MUSICAL A ALEMANIA
1841-1842[1]
Primera carta[2]
Al señor A. Morel[3]
Bruselas, Maguncia, Fráncfort
Sí, mi querido Morel. Ya he regresado de este largo viaje a Alemania durante el cual he ofrecido quince conciertos y realizado más de cincuenta ensayos. Imaginará usted que, después de semejantes fatigas, estoy necesitado de un periodo de inacción y de reposo. Es cierto, pero, ¿podría creer que este reposo y esta inacción me resultan demasiado extraños? Me ha ocurrido varias veces que, por la mañana, aún medio dormido, me visto precipitadamente, convencido de que llego tarde y de que la orquesta me está esperando... hasta que, tras un instante de reflexión, recupero el sentido de la realidad y me pregunto: ¿qué orquesta? Estoy en París. ¡La costumbre aquí es que sea la orquesta la que se hace esperar! Es más: no tengo ningún concierto a la vista, ni un coro para ensayar, ni una sinfonía que dirigir. No tengo que ir a ver esta mañana ni a Meyerbeer, ni a Mendelssohn, ni a Lipinski, ni a Marschner, ni a Anton Bohrer, ni a Schlosser, ni a Mangold, ni a los hermanos Müller, ni a ninguno de estos excelentes artistas alemanes que tan amablemente me han acogido y que me han dado tantas muestras de respeto y de entrega. En este momento apenas puede escucharse música en Francia, y el aspecto triste y desanimado con que me han respondido usted y todos los amigos con los que he tenido la alegría de reencontrarme, cuando les he preguntado sobre lo que ha ocurrido en París durante mi ausencia, me ha helado el corazón, hasta el punto de hacerme desear volver a Alemania, donde el entusiasmo aún existe. Y, no obstante, ¡qué enormes recursos poseemos en esta vorágine parisina, hacia la que tienden las inquietas ambiciones de toda Europa! ¡Qué espléndidos resultados podrían obtenerse de la confluencia de todos los medios de que se dispone: Conservatorio, Gymnase musical, nuestros tres teatros de ópera, las iglesias y las escuelas de canto! Con una selección inteligente podría configurarse, si no un coro de alta calidad (pues las voces no están lo bastante instruidas), al menos una orquesta sin igual. Para tener en París un magnífico conjunto de ochocientos o novecientos músicos sólo hacen falta dos cosas: un local para colocarlos y un poco de amor al arte para conseguir juntarlos. ¡Pero tan sólo tenemos una gran sala de conciertos! El Teatro de la Ópera podría valer si los servicios de maquinaria, decorados y trabajos cotidianos, que son indispensables por las exigencias del repertorio y que tienen ocupado el escenario casi todos los días, no hicieran imposibles los preparativos y la organización del espacio de una orquesta tan amplia. Pero, entonces, ¿sería posible encontrar suficiente entusiasmo colectivo? ¿Lograríamos cierta unidad de sentimiento y de acción, además de la dedicación y la paciencia sin las cuales nunca se conseguiría nada grande o hermoso en música? Tengo esperanza de que así fuese, pero eso, esperanza, es lo único que tengo. La excepcional disciplina que se ha establecido en los ensayos de la célebre Sociedad del Conservatorio, junto al ardor que ponen sus miembros, son cosas que gozan de la admiración universal. Ahora bien, sólo las cosas verdaderamente infrecuentes son tan bien valoradas... Sin embargo, en Alemania he encontrado que, en casi todas partes, el maestro goza del orden y la atención de sus músicos. Debería decir de «los maestros», puesto que, en efecto, hay varios. En primer lugar, el compositor, que casi siempre dirige en persona los ensayos y la interpretación de su obra, sin que el orgullo del director de la orquesta se vea en absoluto herido. Además, está el maestro de capilla[4], que suele ser un compositor competente; se encarga de dirigir las óperas del gran repertorio y todas las producciones musicales importantes cuando los autores han fallecido o se encuentran ausentes. Por último, el maestro de concierto, que dirige las óperas breves y los ballets y, cuando no dirige, toca la parte del primer violín, haciéndose cargo, en este caso, de transmitir las órdenes y las observaciones del maestro de capilla a todas las secciones de la orquesta. Supervisa, asimismo, los materiales de estudio, está pendiente de que no falte nada en cuanto a instrumentos y partituras, y realiza las indicaciones sobre golpes de arco o sobre el fraseo, de lo cual no puede encargarse el maestro de capilla, puesto que este dirige siempre con batuta.
No cabe duda de que también en Alemania, entre todas esas multitudes de músicos de habilidades desiguales, deben de existir vanidades oscuras, insatisfechas y mal reprimidas, pero (con una sola excepción) no recuerdo haberlas visto levantar la cabeza y tomar la palabra. Tal vez se deba a que no entiendo alemán.
En cuanto a los directores de coro, he visto muy pocos que fuesen buenos. La mayoría son malos pianistas. Encontré, incluso, uno que no tocaba el piano nada en absoluto y daba el tono golpeando las teclas con dos dedos de la mano derecha. En Alemania, como aquí, se mantiene la costumbre de reunir a todas las voces del coro en el mismo local con un solo director, en lugar de tener tres salas de estudio y tres maestros de canto para ensayar durante varios días sopranos y contraltos por un lado, y tenores y bajos por separado. De este modo se economizaría el tiempo y se conseguirían excelentes resultados en el aprendizaje de las diferentes partes corales. En general, los coristas alemanes, especialmente los tenores, poseen mayor frescura en la voz y timbres más elegantes que los que escuchamos en nuestros teatros. Mas no caeré en el error de afirmar que son superiores a los nuestros, pues enseguida verá usted, si tiene a bien seguirme por las diferentes ciudades que he visitado, que, con la excepción de los coros de Berlín, Fráncfort y tal vez Dresde, todos los coros de teatro son malos o, al menos, bastante mediocres. Por el contrario, debemos considerar las llamadas academias de canto como una de las glorias musicales de Alemania. Trataremos, más adelante, de encontrar el motivo de esta diferencia.
Mi viaje comenzó bajo auspicios desafortunados. Le aseguro, querido amigo, que los contratiempos y percances de todo tipo se sucedieron de forma tan inquietante que necesité echar mano de toda mi testarudez para comenzar el viaje. Salí de París con la seguridad de que daría tres conciertos: el primero debía tener lugar en Bruselas, donde había sido contratado por la Societé de la Grande Harmonie. Los otros dos ya habían sido anunciados en Fráncfort por el gerente del teatro, que parecía otorgar gran importancia y emplear el mayor celo en asegurar la interpretación. Y, sin embargo, ¿qué pasó con todas esas bonitas promesas y todo aquel afán? ¡Absolutamente nada! He aquí lo que sucedió. Madame Nathan-Treillet había tenido la bondad de prometerme venir a París para cantar expresamente en el concierto de Bruselas. En el momento de comenzar los ensayos, y después de haberse anunciado con toda pompa aquella velada musical, nos enteramos de que la cantante se había puesto gravemente enferma y que, por consiguiente, le resultaba totalmente imposible abandonar París. Madame Nathan-Treillet dejó en Bruselas tan gratos recuerdos de la época en que fue en su teatro la prima donna, que se puede decir, sin exagerar, que se la adora. Provoca furor, fanatismo, y todas las sinfonías del mundo no valen para los belgas lo que una romanza de Loïsa Puget cantada por madame Treillet. Con el anuncio de esta catástrofe, la Grande Harmonie se tiñó entera de duelo, la sala de fumadores aneja quedó desierta, todas las pipas se apagaron como si, súbitamente, hubiera faltado el aire, y los «grandes harmonistas» se dispersaron entre lamentos. Para consolarlos les dije: «Como no hay concierto, no tendrán que pasar por el trance de escuchar mi música. ¡Tal vez eso compense una desgracia como esta!». Pero no sirvió de nada: «Sus ojos se fundían en amargas lágrimas, et nolebant consolar[5], porque madame Treillet no iba a venir. Así se fue el concierto al diablo. El director de orquesta de la Sociedad tan Grandemente Armónica, un hombre de auténtica valía plenamente dedicado al arte, que no se dejaba llevar fácilmente por la desesperación aun viéndose privado de admirar las romanzas de la señorita Puget, Snel, decía, que me había invitado a Bruselas, en su calidad de eminente artista, avergonzado y confuso,
juró, aunque un poco tarde, que no le volverían a cazar[6].
¿Qué podía hacer entonces? ¿Dirigirme a la sociedad rival, la Philharmonie, dirigida por Bender, el director de la admirable música de los Guides[7]? ¿Reunir una brillante orquesta combinando la del teatro con los alumnos del Conservatorio? La cosa no habría sido difícil, gracias a la buena disposición de los señores Henssens, Mertz y Wéry, quienes ya en una ocasión anterior no habían dudado en ejercer su influencia en mi favor sobre sus alumnos y amigos. Pero para eso debía volver a empezar desde cero y ya no tenía tiempo, pues suponía que me esperaban en Fráncfort para los dos conciertos que he mencionado. Así pues, debía partir lleno de remordimientos por las consecuencias que pudiera acarrear el espantoso sufrimiento de los diletantes belgas, y reprochándome a mí mismo, inocente y humillado, el ser su causante. Felizmente, este tipo de remordimiento es de los que no duran mucho, tanto como lo que tarda en irse el humo. No llevaba una hora en el barco del Rin, admirando el río y sus orillas, cuando ya no pensaba más en ello. ¡El Rin! ¡Es hermoso! ¡Hermosísimo! ¿Piensa usted, mi querido Morel, que voy a aprovechar la ocasión para escribir sobre él poéticos elogios? ¡Dios me libre! Sé demasiado bien que aquello que trataría de engrandecer se vería empequeñecido de la manera más prosaica, y, además, de acuerdo con su reputación, supongo que ha leído y releído usted el precioso libro de Victor Hugo[8].
Al llegar a Maguncia me informé sobre la banda militar austríaca que había estado allí el año anterior y que, a decir de Strauss (el Strauss de París[9]), había to­cado varias de mis oberturas con expresividad, energía y un efecto prodigioso. Pero sin el regimiento, ya no había música de banda (¡eso hubiera sido una verdadera Grande Harmonie!) ni posibilidad de dar concierto alguno (me había hecho ilusiones de que, ya que pasaba por allí, podía haber dado una sorpresa a sus habitantes). Aun así, ¡tenía que intentarlo! Me voy a casa de Schott, el patriarca de los editores de música. Este buen hombre tiene aspecto, como la bella durmiente del bosque, de llevar dormido cien años. A todas mis preguntas responde lentamente, intercalando prolongados silencios entre sus palabras:
—No creo... que pueda... dar un concierto... aquí... No hay... orquesta... no hay... público... no tenemos... dinero...
Tampoco yo tengo tanta... paciencia. Así que me dirijo lo más rápido posible a la estación de ferrocarril y parto hacia Fráncfort. Como si no hubiera tenido bastante como para que mi frustración fuese completa, el tren, también él, está como dormido. No tiene ninguna prisa. En vez de avanzar, holgazanea. Aquel día, ...

Table des matières

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Contraportada
  4. Legal
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Cronología
  8. Prefacio
  9. I. La Côte-Saint-André. Mi primera comunión. Primera experiencia musical
  10. II. Mi padre. Mi educación literaria. Mi pasión por los viajes. Virgilio. Primera convulsión poética
  11. III. Meylan. Mi tío. Los botines rosas. La hamadríade del Saint-Eynard. El amor en un corazón de doce años
  12. IV. Primeras lecciones de música, recibidas de mi padre. Mis primeros intentos en composición. Estudios osteológicos. Mi aversión hacia la medicina. Partida a París
  13. V. Un año de estudios de medicina. El profesor Amussat. Una representación en la Ópera. La biblioteca del Conservatorio. Inclinación inevitable hacia la música. Mi padre se niega a permitirme seguir esta carrera. Discusiones de familia.
  14. VI. Lesueur me admite como alumno. La bondad de mi maestro. La Capilla Real6
  15. VII. Mi primera ópera. El señor Andrieux. Mi primera misa. El señor Chateaubriand
  16. VIII. Agustín de Pons. Me presta mil doscientos francos. Interpretación de mi misa por primera vez en la iglesia de Saint Roch. Una segunda vez en la iglesia de Saint Eustache. La prendo fuego
  17. IX. Mi primera entrevista con Cherubini. Me expulsa de la biblioteca del Conservatorio
  18. X. Mi padre retira mi asignación. Regreso a La Côte. Las ideas provincianas sobre el arte y los artistas. Desesperación. Los temores de mi padre. Consiente en dejarme regresar a París. Fanatismo de mi madre. Su maldición
  19. XI. Regreso a París. Doy algunas clases. Asisto a las clases de Reicha en el Conservatorio. Mis cenas en el Pont Neuf. Mi padre vuelve a retirarme la pensión. Oposición inexorable. Humbert Ferrand. R. Kreutzer
  20. XII. Concurso para una plaza de corista. Consigo el puesto. A. Charbonnel. Nuestro piso de estudiantes
  21. XIII. Primeras composiciones para orquesta. Aprendizaje en la Ópera. Mis dos maestros, Lesueur y Reicha
  22. XIV. El concurso del Instituto. Mi cantata es declarada inejecutable. Mi veneración hacia Gluck y Spontini. Irrupción de Rossini. Los diletantes. Mi cólera. El señor Ingres.
  23. XV. Mis soirées en la ópera. Proselitismo. Escándalos. Escenas de entusiasmo. La sensibilidad de un matemático
  24. XVI. Aparición de Weber en el Odeón. Castil-Blaze. Mozart. Lachnith. Los arreglistas. Despair and die!
  25. XVII. Prejuicio contra las óperas italianas. Su influencia sobre la impresión que me causaron ciertas obras de Mozart
  26. XVIII. Irrupción de Shakespeare. Miss Smithson. Amor mortal. Letargo moral. Mi primer concierto. Cómica oposición de Cherubini. Su derrota. Sapos y culebras
  27. XIX. Concierto inútil. El director de orquesta que no sabe dirigir. Los coristas que no cantan
  28. XX.La llegada de Beethoven al Conservatorio. Rencor y prejuicios de los maestros franceses. La impresión que produjo en Lesueur la Sinfonía en do menor. La persistencia de la oposición sistemática de este
  29. XXI. Fatalidad. Comienzo mi carrera como crítico
  30. XXII. El concurso de composición. El reglamento de la Academia de Bellas Artes. Obtengo el segundo premio
  31. XXIII. El conserje del Instituto. Sus revelaciones
  32. XXIV. Siempre miss Smithson. Un concierto benéfico. Crueles casualidades
  33. XXV. Tercer concurso del Instituto. Declarado desierto. Una conversación curiosa con Boïeldieu. Música para relajarse.
  34. XXVI. Primera lectura del Fausto de Goethe. Escribo mi Sinfonía fantástica Inútil tentativa de interpretación
  35. XXVII. Compongo una fantasía sobre La tempestad de Shakespeare. Se interpreta en la Ópera
  36. XXVIII. Una distracción violenta. F. H***. La señorita M***
  37. XXIX. Cuarto concurso del Instituto. Gano el premio. La Revolución de Julio. La toma de Babilonia. La marsellesa. Rouget de Lisle
  38. XXX. Entrega de premios en el Instituto. Los académicos. Mi cantata Sardanapale. Su interpretación. El incendio que no se encendió. Rabia. Consternación de madame Malibrán
  39. XXXI. Doy mi segundo concierto. La Sinfonía fantástica. Liszt viene a verme. El comienzo de mi relación con él. Los críticos parisinos. Un comentario de Cherubini. Parto hacia Italia
  40. VIAJE MUSICAL A ITALIA
  41. XXXIII. Los estudiantes de la Academia. Felix Mendelssohn
  42. XXXIV. Drama. Abandono Roma. De Florencia a Niza. Regreso a Roma. Nadie muere
  43. XXXV. Los teatros de Génova y Florencia. Capuletos y Montescos, de Bellini. Romeo interpretado por una mujer. La Vestale, de Pacini. Licinio interpretado por una mujer. El organista de Florencia. La festividad del Corpus Christi. Mi regreso a la Academia
  44. XXXVI. La vida en la Academia. Mis correrías en los Abruzos. La basílica de San Pedro. Melancolía. Excursiones a las afueras de Roma. El Carnaval. La plaza Navona
  45. XXXVII. Disparando en la montaña. Vuelta a la campiña romana. Evocaciones virgilianas. La Italia salvaje. Pesares. Bailes de taberna. Mi guitarra
  46. XXXVIII. Subiaco. El convento de San Benito. Una serenata. Civitella. Mi escopeta. Mi amigo Crispino
  47. XXXIX. La vida del músico en Roma. La música en la iglesia de San Pedro. La capilla Sixtina. Prejuicio sobre Palestrina. La música religiosa moderna en la iglesia de San Luis. Los teatros de ópera. Mozart y Vaccai. Los pifferari. Mis composiciones en Roma
  48. XL. Tipos de esplín. El mal de aislamiento
  49. XLI. Viaje a Nápoles. El soldado entusiasta. Excursión a Nisita. Los lazzaroni. Su invitación a cenar. Un latigazo. El teatro San Carlos. Regreso a pie a Roma a través de los Abruzos. Tívoli. Virgilio, una vez más
  50. XLII. Influenza en Roma. Un nuevo sistema filosófico. De caza. Problemas en casa. Vuelvo a Francia
  51. XLIII. Florencia. Escena fúnebre. La bella sposina. El florentino alegre. Lodi. Milán. El teatro de La Cannobiana. El público. Prejuicios sobre la vida musical de los italianos. Su incorregible tendencia a lo espectacular y vulgar. El regreso a Francia.
  52. XLIV. La censura papal. Preparativos de conciertos. Regreso a París. El nuevo teatro inglés. Fétis. Sus correcciones a las sinfonías de Beethoven. Soy presentado a miss Smithson. Está en la ruina. Se fractura la pierna. Me caso con ella
  53. XLV. Representación benéfica y concierto en el Teatro Italiano. El cuarto acto de Hamlet. Antony. Deserción de la orquesta. Me tomo la revancha. Visita de Paganini. Su viola. Composición de Harold en Italia. Fallos de Girard, el director de orquesta. Tomo la decisión de dirigir siempre mis obras. Una carta anónima
  54. XLVI. El señor De Gasparin me encarga una misa de réquiem. Los directores de Bellas Artes. Sus opiniones sobre música. Poca fe. La toma de Constantina. Intrigas de Cherubini. Boa constrictor. Se interpreta mi Réquiem. La tabaquera de Habeneck. No se me paga. Intentan engatusarme con la Legión de Honor. Infamias de todo tipo. Furia. Amenazas. Se me paga
  55. XLVII. Interpretación del «Lacrimosa» de mi Réquiem en Lille. Una pequeña culebra para Cherubini. Me juega una mala pasada. Le hago tragar un áspid venenoso. Me contratan en la redacción del Journal des Débats. Los tormentos que me causa el ejercicio de mi función de crítico
  56. XLVIII. La Esmeralda de la señorita Bertin. Ensayos de mi ópera Benvenuto Cellini. Su estrepitoso fracaso. La obertura El Carnaval romano. Habeneck. Duprez. Ernest Legouvé
  57. XLIX. Concierto del 16 de diciembre de 1838. Paganini, su carta y su donación. Fervor religioso de mi esposa. Iras, alegrías y calumnias. Mi visita a Paganini. Su partida. Composición de Romeo y Julieta. Críticas a esta obra
  58. L. El señor De Rémusat me encarga la Sinfonía fúnebre y triunfal. Su interpretación. Su popularidad en París. Una sentencia de Habeneck. El adjetivo que Spontini inventó para esta obra. Su error a propósito del Réquiem
  59. LI. Viaje y conciertos en Bruselas. Unas palabras sobre mis tormentos interiores. Los belgas. Zani de Ferranti. Fétis. Grave error de este último. Festival organizado y dirigido por mí en la Ópera de París. Conspiración frustrada de los partidarios de Habeneck. Un escándalo en el palco del señor De Girardin. Cómo hacer fortuna. Parto hacia Alemania
  60. VIAJE MUSICAL A ALEMANIA
  61. LII. Llevo a escena el Freischütz en la Ópera. Le añado recitativos. Los cantantes. Dessauer. Léon Pillet. Destrozos en la partitura de Weber, realizados por sus sucesores
  62. LIII. Me veo obligado a escribir crítica. Desesperación. Veleidades de suicidio. El Festival de la Industria. 1022 intérpretes. 32000 francos de taquilla. 800 francos de beneficio. El señor Delessert, prefecto de policía. Establecimiento de la censura en los programas de concierto. Los preceptores del derecho de los hospicios. El doctor Amussat. Viajo a Niza. Conciertos en el Circo de los Campos Elíseos
  63. SEGUNDO VIAJE A ALEMANIA
  64. LIV. Concierto en Breslau. Mi leyenda sobre La damnation de Faust. El libreto. Las críticas patrióticas alemanas. Interpretación de La damnation de Faust en París. Me decido a partir hacia Rusia. La bondad de mis amigos
  65. VIAJE A RUSIA
  66. LVI. >Regreso a San Petersburgo. Dos interpretaciones de Romeo y Julieta en el Gran Teatro. Romeo en su calesa. Ernst. El talento de Ernst. La acción retroactiva de la música
  67. CONTINUACIÓN DEL VIAJE A RUSIA
  68. LVII. París. Recomiendo a los señores Roqueplan y Duponchel como directores de la Ópera. Su agradecimiento. La Nonne Sanglante. Parto hacia Londres. Jullien, director de Drury Lane. Scribe. El sacerdote debe vivir para el altar
  69. LVIII. Muerte de mi padre. Nuevo viaje a La Côte-Saint-André. Excursión a Meylan. Ataque furioso de soledad. Reaparece la Stella del monte. Le escribo
  70. LIX. Muerte de mi hermana. Muerte de mi esposa. Sus exequias. El Odeón. Mi posición en el mundo musical. El teatro queda prácticamente cerrado ante mí debido al odio que he suscitado. La conspiración de Covent Garden. La camarilla del Conservatorio de París. Una sinfonía soñada y olvidada. El amable recibimiento que se me brinda en Alemania. El rey de Hannover. El duque de Weimar. El intendente del rey de Sajonia. Mi despedida
  71. Post scriptum
  72. Epílogo
  73. VIAJE AL DELFINADO
  74. LA VIDA NO ES MÁS QUE UNA SOMBRA EFÍMERA, ETC.
  75. Post scriptum de la edición española
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Berlioz, H. (2018). Memorias ([edition unavailable]). Ediciones Akal. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2040447/memorias-pdf (Original work published 2018)

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Berlioz, Hector. (2018) 2018. Memorias. [Edition unavailable]. Ediciones Akal. https://www.perlego.com/book/2040447/memorias-pdf.

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Berlioz, H. (2018) Memorias. [edition unavailable]. Ediciones Akal. Available at: https://www.perlego.com/book/2040447/memorias-pdf (Accessed: 15 October 2022).

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Berlioz, Hector. Memorias. [edition unavailable]. Ediciones Akal, 2018. Web. 15 Oct. 2022.