La importancia de no hacer nada
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La importancia de no hacer nada

El crítico como artista (I)

Oscar Wilde, Lorenzo Fernández Díaz

  1. 80 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (adapté aux mobiles)
  4. Disponible sur iOS et Android
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La importancia de no hacer nada

El crítico como artista (I)

Oscar Wilde, Lorenzo Fernández Díaz

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En 1890, cuando ya goza de una brillante carrera como escritor, Oscar Wilde publica la primera parte de su ensayo El crítico como artista, que titula La importancia de no hacer nada. Con un lenguaje desenfadado y mordaz, propone que la labor del crítico es más meritoria que la del artista y aprovecha para escandalizar a la sociedad de su época con provocaciones y epigramas. Establece que la diferencia entre periodismo y literatura radica en que "el periodismo es ilegible y la literatura no se lee". Afirma que el público inglés "se siente mucho más a gusto cuando le habla un mediocre", y defiende los libros de memorias porque están escritos por personas que "han perdido por completo la memoria o nunca han hecho nada digno de ser recordado".

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Informations

Éditeur
Rey Lear
Année
2011
ISBN
9788492403677

DIÁLOGO

Personajes: Gilbert y Ernest. Escenario: la biblioteca de una casa en Piccadilly con vistas a Green Park.

GILBERT (al piano): ¿De qué se ríe, mi querido Ernest?
ERNEST (alzando la mirada): De una excelente anécdota que acabo de leer en este libro de Memorias que estaba en su mesa.
GILBERT: ¿Qué libro es? ¡Ah! Ya veo. Aún no lo he leído. ¿Está bien?
ERNEST: Pues me he divertido hojeándolo mientras usted tocaba, y eso que, por norma, me desagradan los libros modernos de memorias. Suelen estar escritos por personas que o bien han perdido por completo la memoria o nunca han hecho nada digno de ser recordado; lo cual, claro está, es la auténtica razón de su éxito, pues el público inglés suele sentirse a gusto cuando le habla un mediocre.
GILBERT: Sí, es un público increíblemente tolerante. Lo perdona todo, menos el talento. Pero debo confesar que a mí me gustan todos los libros de memorias, tanto en su forma como en su contenido. El engreimiento siempre es delicioso en la literatura. Es lo que nos fascina de las cartas de personalidades tan diferentes como Cicerón o Balzac, Flaubert o Berlioz, Byron o madame de Sévigné. No podemos dejar de darle la bienvenida, y cuesta olvidarlo, cada vez que nos lo encontramos, lo cual, curiosamente, es poco frecuente. La Humanidad siempre querrá a Rousseau por haber confesado sus pecados al mundo, en vez de a un sacerdote, y ni las ninfas tendidas que Cellini esculpió en bronce para el castillo de Francisco I de Francia, ni su Perseo en verde y oro, que se halla en la Loggia dei Lanzi en Florencia, mostrando a la Luna el horror muerto que antaño convertía la vida en piedra, proporcionaron más placer que esa autobiografía donde el bribón supremo del Renacimiento nos cuenta su historia de esplendor y vergüenza. Bien poco nos importan sus opiniones, su carácter, o lo que haya logrado en la vida, que sea un escéptico como el gentil monsieur de Montaigne o un santo como el amargado hijo de Santa Mónica[1], cuando sabe hechizarnos al contarnos sus secretos y hacer que nuestros oídos escuchen y nuestros labios callen. No creo que perdure la forma de pensar que representa el cardenal Newman[2], si es que puede llamarse «forma de pensar» a algo que busca resolver problemas intelectuales negando la supremacía del intelecto, pero el mundo jamás se cansará de contemplar a ese pobre alma en su progreso desde las tinieblas para llegar a las tinieblas. Siempre le será grata la solitaria iglesia de Littlemore, donde «el hálito de la mañana es húmedo y escasos los fieles», y cada vez que los hombres vean florecer la amarilla dragonaria en los muros de la Universidad de Trinity se acordarán de aquel gentil estudiante que vio en esa recurrencia de la flor la profecía de que siempre estaría con la bondadosa madre de sus días, profecía cuyo incumplimiento debió poner a prueba su fe, en su sabiduría o su locura. Sí, la autobiografía es un género irresistible. Ese pobre, necio y desdichado que es el secretario de marina Pepys[3] ha conseguido ingresar en el círculo de los inmortales gracias a su charlatanería y, consciente de que la indiscreción es la mejor parte del valor, se mueve cómodamente entre ellos vistiendo ese «peludo traje púrpura, con encaje y botones de oro» que tanto le gusta describirnos, parloteando para disfrute propio, y nuestro, sobre la falda azul índigo que le ha comprado a su mujer, sobre la «buena fritura de cerdo» y la sabrosa «suave fricasé de ternera» que tanto le gusta comer, sobre su partida de bolos con Will Joyce y sus «devaneos con bellezas», sobre sus recitales dominicales de Hamlet y las veces que toca la viola entre semana, además de otras vulgaridades o travesuras. El engreimiento no pierde su atractivo ni siquiera cuando se ve ante la vida cotidiana. Las personas que hablan de los demás tienden a ser aburridas, pero cuando hablan de sí mismas casi siempre resultan interesantes, y serían del todo perfectas si, cuando se vuelven cansinas, se les pudiera cerrar la boca con la misma facilidad con que se cierra un libro del que te has cansado.
ERNEST: Es un «sí» notable, que diría Touchstone. ¿De verdad sugiere que todos deberíamos ser nuestro propio Boswell[4]? ¿Qué sería entonces de los laboriosos compiladores de Vidas y Memorias?
GILBERT: ¿Qué va a ser de ellos? Son la plaga de estos tiempos. Ni más ni menos. Hoy día todos los grandes hombres tienen discípulos, y siempre es Judas quien escribe la biografía.
ERNEST: Pero, ¡mi querido amigo!
GILBERT: ¡Me temo que es así! Antes canonizábamos a los héroes. Ahora, lo moderno es vulgarizarlos. Las ediciones baratas de grandes libros pueden ser deliciosas, pero las ediciones baratas de grandes hombres son por completo detestables.
ERNEST: ¿Puedo preguntar a quién se refiere, Gilbert?
GILBERT: ¡Oh! A todos nuestros literatos de segunda fila. Estamos invadidos por gente que, en cuanto fallece un poeta o un pintor, acude a su casa con el funerario y olvidan que su único deber es ser mudos. Pero no hablemos de ellos. Son los ladrones de cadáveres de la literatura. A unos les toca el polvo y a otros las cenizas, y el alma queda fuera de su alcance. Y ahora, ¿quiere que le toque algo de Chopin o de Dvorak? ¿Una fantasía de Dvorak, quizá? Compone piezas muy apasionadas y de peculiar colorido.
ERNEST: No; ahora no me apetece oír música. Es demasiado indefinida. Además, anoche llevé a cenar a la baronesa Bernstein y, pese a ser absolutamente encantadora en cualquier otro aspecto, se empeñó en hablar de música, como si ésta se escribiera en alemán. Y, suene como suene la música, me alegra poder decir que no suena para nada como el alemán. Hay formas de patriotismo que resultan de lo más degradantes. No, Gilbert, deje de tocar. Dése la vuelta y hábleme. Hábleme hasta que en la habitación entren las horas con cuernos de plata. Su voz tiene un timbre maravilloso.
GILBERT (levantándose del piano): Esta noche no estoy de humor para hablar. De verdad que no. ¡Hace usted mal en sonreír! ¿Dónde están los cigarrillos? Gracias. ¡Exquisitos esos narcisos solitarios! Parecen hechos de ámbar reciente y de marfil. Son como objetos griegos de la mejor época. ¿Qué le hizo tanta gracia de las confesiones del académico arrepentido? Dígamelo. Cuando toco a Chopin me siento como si llorase por pecados que nunca cometí y llevase luto por tragedias ajenas. La música siempre parece producirme este efecto. Te crea un pasado del que eras ignorante y te llena con el sentimiento de pesares ocultados a nuestras lágrimas. Puedo imaginar a un hombre que siempre hubiese llevado una vida corriente oyendo un día por casualidad alguna pieza musical y descubriendo de pronto que su alma había pasado por experiencias terribles y conocido alegrías desbordantes, amores enloquecidos y grandes sacrificios, sin haber sido nunca consciente de ello. Venga, Ernest, cuéntemelo. Deseo divertirme.
ERNEST: ¡Oh! No creo que tenga importancia. Es que me pareció un ejemplo admirable de la auténtica valía de la crítica de arte. Parece ser que una dama preguntó con toda seriedad al académico arrepentido, como usted lo llama, si su célebre cuadro Día de primavera en Whiteley, o Esperando el último tranvía, o algún nombre parecido, estaba pintado a mano.
GILBERT: ¿Y era así?
ERNEST: Es usted incorregible. Pero, hablando en serio, ¿para qué sirve la crítica de arte? ¿Por qué no se deja en paz al artista para que cree un mundo nuevo si así lo desea, o para que retrate el mundo que ya conocemos y del que, imagino, ya estaríamos hartos de no ser porque el arte, con su fino espíritu de elección y su delicado instinto selectivo, lo purifica para nosotros, por así decirlo, dotándolo de una perfección momentánea? Tengo la impresión de que la imaginación crea, o debiera crear, cierta soledad a su alrededor, y que funciona mejor en el silencio y el aislamiento. ¿Por qué debe verse el artista turbado por el estridente clamor de la crítica? ¿Por qué quienes no pueden crear se arrogan el derecho a juzgar la valía de la obra creativa? ¿Qué sabrán ellos? Las explicaciones son innecesarias cuando la obra de un hombre es fácil de comprender.
GILBERT: Y cuando la obra es incomprensible, toda explicación la perjudica.
ERNEST: Yo no he dicho eso.
GILBERT: ¡Ah! Pues debería. Quedan tan pocos misterios hoy en día que no podemos permitirnos perder ni uno solo más. Siempre me ha parecido que los miembros de la Browning Society[5], los teólogos de la Broad Church Party o los autores de la serie Grandes...

Table des matières

  1. Cover
  2. Impressum
  3. PRESENTACIÓN
  4. LA IMPORTANCIA DE NO HACER NADA
  5. NOTAS
Normes de citation pour La importancia de no hacer nada

APA 6 Citation

Wilde, O. (2011). La importancia de no hacer nada ([edition unavailable]). Rey Lear. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2082042/la-importancia-de-no-hacer-nada-el-crtico-como-artista-i-pdf (Original work published 2011)

Chicago Citation

Wilde, Oscar. (2011) 2011. La Importancia de No Hacer Nada. [Edition unavailable]. Rey Lear. https://www.perlego.com/book/2082042/la-importancia-de-no-hacer-nada-el-crtico-como-artista-i-pdf.

Harvard Citation

Wilde, O. (2011) La importancia de no hacer nada. [edition unavailable]. Rey Lear. Available at: https://www.perlego.com/book/2082042/la-importancia-de-no-hacer-nada-el-crtico-como-artista-i-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Wilde, Oscar. La Importancia de No Hacer Nada. [edition unavailable]. Rey Lear, 2011. Web. 15 Oct. 2022.