Mi cĂĄncer dice:
acuérdate de mà ahora que eres adulta y que han llegado los tiempos en que el agua bendita es sólo agua. Los tiempos en que el håbito del santo ha sido abandonado en la playa. Los tiempos en que tu påramo se ha partido en dos.
Escucha todo lo que suena en tu cĂĄncer. ÂżAlguien podrĂĄ oĂrlo contigo?
Abro el miedo. Mi madre viaja sola sobre un iceberg. Dentro de Ă©l estoy yo congelada mirĂĄndolo todo.
Algo. Algo es. Un pezĂłn estrujado. Inger, algo avanza por mi pecho hasta casi llegar al hueso. Se aferra a algo y algo y algo. No puede detenerse, como los sonĂĄmbulos. Se aferra a lo que encuentra. Se aferra mĂĄs.
SĂ Inger, el agua bendita de Santa Rosa de Lima existe
La frĂa herida detenida existe
con los mechones del cĂĄncer arrancados existe
Teresa Orbegoso existe
Las células buenas se encuentran con las células malas en la danza de las células. Hay una guerra. Las células buenas pierden. Las células malas colocan su bandera de vencedoras sobre mi pecho.
Mi cĂĄncer dice:
cose tu historia a la mĂa y encontrarĂĄs a una madre y a una hija y dentro de ellas una palabra como una penitencia que las alumbra. Alguna de las dos reconocerĂĄ que un dĂa dijo: no vayas al matrimonio como la vaca al matadero. Sin saber. EmpapĂĄndote con la sangre del miedo. Que no te convenzan con eso de que tu madre es el mejor esposo. CuĂĄntas veces las abuelas han destruido sus cabezas. La enfermedad se extiende sobre tu vestido como una mancha de aceite con la que deberĂĄs luchar. A la vencedora se le darĂĄ una revelaciĂłn y se le darĂĄ tambiĂ©n una pureza nueva y al interior de esa nueva pureza como una luz intermitente, un canto que nadie conoce sino sĂłlo la que lo recibe.
Algo se repite en otros cuerpos. Se desarrolla. Dice aquĂ estoy. Se anuncia. Se impone. Me causa dolor. Adquiere confianza y se reproduce. Marcha.
Abro el miedo. Tener corazĂłn para la paz. Tener corazĂłn para la peste. Conocer los dientes blancos y brillantes de la felicidad. Aprender a bordar con oro la justicia. La enfermedad como un movimiento regular, como la marcha de un ejĂ©rcito de neblinas. Una Ășnica Teresa entre los juguetes viejos de la Ășnica niña de la Ășnica ciudad sobreviviente de la Ășltima guerra. Cada instante un rito: un ruido continuo, el voto de las naciones enloquecidas y la violencia, pequeña huĂ©rfana que corre, corre contenta para clavar su aguja sin aviso sobre los cuerpos de las mujeres con cĂĄncer. En este mundo, una gasa ensangrentada sobre el viento tiene el mismo peso que la verdad y la misericordia. Las riendas de la tranquilidad tiene la mano del que ignora a quĂ© viene a la vida. Y en su cara aparecida la cara vacĂa de la bondad y sus doce hijos, que tampoco tienen nada. La mĂșsica de los cortadores y los fĂłrceps, su murmullo, como el silbido de una enfermera olvidada en los pasillos de un hospital. La gran sala del trabajo con sus mĂ©dicos sindicalistas de paja, sus pacientes disecados y sus objetos polvorientos: entre ellos la gratuidad como muñecote de papel machĂ© inclinada junto a un ecĂłgrafo roto como rezando en silencio. Los libros de la salud esparcidos, pĂĄrrafo a pĂĄrrafo, sobre las llaves del padecimiento.
Inger, algo sigue tomando mis órganos. Algo es. Con mayor tamaño. Con mayor fuerza. Tan absoluto.
Teresa Orbegoso existe
La paciente con cĂĄncer existe
El amigo que le da un beso intempestivo para que ella recuerde la vida
Desaparecemos de la faz de la tierra
una tarde una mañana una noche una madrugada
cualquiera ya sea
que un sonido te golpee o
el remolino de las cosas te sumerja una noche cualquiera
Algo silba otra lengua y da Ăłrdenes. Algo microscĂłpico que baila dentro de mĂ.
Una mĂșsica disonante que no me dice nada: un absurdo.
Mi cĂĄncer dice:
tienes cuarenta años. La edad para ver aunque tĂș no lo quieras. La vida nos toma y nos deja caer. Yo no era la muerte. Y entonces tĂș caĂas y te mirabas asĂ: caĂda, sin poder hacer nada. TĂș: la huĂ©rfana. Te dabas cuenta de que la felicidad no era una mĂĄquina, ni un peluche, ni un animal.
Algo busca nuevas palabras. Me lleva al recuerdo desordenado de mi infancia.
Rueda y rueda como una piedra que hace volteretas con mis miedos.
Abro el miedo. Una mañana morirĂ©. Y ese dĂa podrĂ© al fin escuchar la Ășltima Ăłpera de mis cĂ©lulas. Ese dĂa el universo serĂĄ de agua y el sol serĂĄ una pelusa que veo levantarse cuando tiendo mi cama. Del cĂĄncer vengo y al cĂĄncer voy: Âżbienaventuranza o enfermedad? Un tronco se parte entre las dos. Miro los libros pasar. Son tĂtulos y nombres de autores que desconozco. Caigo sobre las jaulas de las gallinetas de mis vecinos, sobre los brazos de mi abuela, sobre la pista de ceme...