Un océano de luz
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Un océano de luz

Contemplación, transformación, liberación

Martin Laird

  1. 294 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (adapté aux mobiles)
  4. Disponible sur iOS et Android
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Un océano de luz

Contemplación, transformación, liberación

Martin Laird

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Esta obra esta´ dirigida tanto a quienes acaban de emprender el sendero contemplativo como a quienes ya tienen una pra´ctica madura de la contemplacio´n. Esta pra´ctica va progresivamente elevando el alma, libera´ndola de los obsta´culos que introducen confusio´n en nuestra identidad y, por tanto, confusio´n sobre el misterio que denominamos "Dios".A lo largo de una vida de silencio interior brota la flor de la consciencia: la vi´vida realizacio´n de que nunca hemos estado separados de Dios ni del resto de la humanidad, al mismo tiempo que cada uno va convirtie´ndose en aquello para lo que fue creado. En la contemplacio´n nos hacemos silencio ante Dios, de modo que el "ante" desaparece. Aquellos cuyas vidas les han llevado a la tierra del silencio lo saben.

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Informations

Année
2021
ISBN
9788428836975

PARTE SEGUNDA

3

ECOS LEJANOS DE CASA.
MENTE REACTIVA

«Sácate primero la viga del ojo;
entonces verás claro y podrás sacar la mota
del ojo de tu hermano»
(Mt 7,5; Lc 6,42).
Mi corazón había quedado sordo
por el desorden de mi mente
(SAN AGUSTÍN).
INTRODUCCIÓN
El momento presente es nuestro hogar. En sus habitaciones descubrimos la plenitud de nuestra vida cotidiana escondida en la eternidad. Hasta que nuestras vidas, especialmente nuestras costumbres emocionales y nuestras rutinas diarias, tan absolutamente anodinas, hayan sido integradas en el misterio de estos hechos más sencillos, con casi toda seguridad pensaremos que debemos hacer un hueco a Dios en nuestras vidas, invitarle a entrar. Pero esto distorsiona la relación y nos deja, como expresa el poeta Franz Wright, «huérfanos de luz» 1. Si Dios está más cerca de nosotros que nosotros mismos, como nos recuerda san Agustín en su célebre frase 2, o como Franz Wright repite haciéndose eco de san Agustín:
Más cerca de mis huesos tú,
tú estás aquí
3.
Entonces, ¿quiénes somos nosotros para invitar a Dios, que ya está en el mismo fondo de nuestra búsqueda? Dios es la gran invitación: una invitación a liberarnos perpetuamente en ese Amor que encuentra en nosotros el descanso del shabbat y nos sustenta en nuestro ser.
Aquí no hay dentro o fuera, ni antes o después, ni arriba o abajo. «No hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28). En el misterio de Dios en Cristo no existen esas distinciones y autorizaciones para excluir aprobadas socialmente; no hay autorizaciones ni personales ni sociales para comparar, rivalizar o ejercer la violencia.
No hay más que un eterno ahora. El silencio del eterno ahora es simplemente el abrazo del Amor brillando como el sol, bañándonos en su luz, «donde la eternidad sujeta el tiempo» 4. El propio amor no es sino este eterno ahora. Como escribe R. S. Thomas:
... el amor es
un momento que rebosa eternamente
5.
¿Que rebosa como qué? La humanidad divinizada de Cristo envolviendo nuestra propia humanidad en el misterio insondable de su persona.
«SÁCATE PRIMERO LA VIGA DEL OJO»
¿Qué es el «verdadero ser» o el «ser real» del que tanto oímos hablar?
El verdadero ser como opuesto al falso ser es otro dualismo inútil que nos vende la industria espiritual, que habla de ese «falso yo» como si fuera una especie de algo de lo que tenemos que librarnos. Si hay algo de lo que tenemos que librarnos es, en primer lugar, de la ilusión de que hay algo de lo que tenemos que librarnos y de que hay además una persona separada que tiene que hacer esa liberación. Viajamos por el mundo en busca de nuestro «verdadero ser» y pagamos cantidades de dinero para adquirir lo que no puede adquirirse, porque por derecho de nacimiento hemos sido siempre quienes somos. Así que vamos por la ciudad conduciendo el mismo coche que pensamos que hemos perdido y que debemos encontrar.
Aunque podemos hablar de un progreso, intrazable, en la vida espiritual –no promoción ni certificación–, dicho progreso a menudo no parece ser tal. Además, no hay un lugar hacia el que avanzar ni un sujeto separado que necesite que vayamos hacia este «lugar hacia el que avanzar» (sobre ello hablaremos luego). Esto señala la gran y liberadora comprensión: cuando nuestra práctica de la contemplación nos revela esto, entonces habremos descubierto la «perla de gran valor» (Mt 13,46). Nuestra identidad, nuestra vida, un «ser», si se quiere llamar así –o, peor, «el ser»–, está siempre escondido, «escondido con Cristo en Dios» (Col 3,3). Nuestra identidad creada y creativa fluye desde y es consumada por el esplendor eterno de la inefable y divinizadora humanidad del misterio de Dios en Cristo. El salmista expresa la intimidad de este amor: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno» (Sal 139,13). El profeta Jeremías también habla de que Dios nos conoce íntimamente antes de haber sido siquiera concebidos: «Antes de formarte en el vientre te elegí» (Jr 1,5). Los ecos del salmista y del profeta se escuchan y pasan al autor flamenco anónimo del siglo XVI que escribió El templo de nuestra alma, que se apoya en los hombros de una nube de testigos. El alma está llena de luz, «para que sepa que [Dios] la conocía antes de que existiera, que [Dios] la amaba cuando aún no existía» 6. Paradójicamente, cuando nos encontramos escondidos con Cristo en Dios, no hay un yo separado que se esconda o que busque; así es la plenitud rebosante de la identidad creada.
Como veremos, la luz viene emitida tanto por el «falso yo» como por el «verdadero yo», incluyendo los dualismos que tanto ruido han provocado y que las mentes reactivas ven por todas partes. Vamos con uñas y dientes hacia estos dualismos, y dualísticamente los convertimos en lo que llamamos «lo no dual». La mente reactiva –y, de hecho, también la mente receptiva– se ve impelida a etiquetar lo que no puede etiquetarse. Como nuestra mirada interior está tan borrosa (cf. Mt 7,5) nos perdemos la sencillez de la Luz besando la jaula del fracaso. Esto no significa que nuestros errores y fracasos desaparezcan, dejando solo el esplendor de la virtud. La luz que ilumina toda nuestra identidad en Dios es al mismo tiempo el terreno luminoso de nuestra solidaridad en la fragilidad y fracaso comunes. Estar ocultos «con Cristo en Dios» (Col 3,3) no sustenta un «yo» separado, sino un «nosotros» desinteresado que se entrega. Esta es la solidaridad fundante de toda la humanidad in conspectu Dei (a los ojos de Dios). La profundidad de nuestra solidaridad en la vida de Dios en Cristo constituye los cimientos de la integridad personal. La luz se emite libremente, con alegría y generosidad, para revelar tanto nuestras ilusorias y peligrosas falsedades como las simples verdades de cada una de nuestras vidas y de nuestros amores. Y aun así el enfoque liberador sigue estando aislado de nosotros por el desorden de la mente reactiva.
San Agustín nos ha recordado con frecuencia que el propósito de la vida cristiana es «sanar el ojo del corazón con que ver a Dios» 7. «Sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano» (Mt 7,5; Lc 6,42). Para san Agustín, al parecer, el propósito de la vida cristiana no es tanto abrir la mirada interior cuanto curar el ojo del corazón que ya se ha abierto pero que sufre de vista cansada, de un desorden mental que ocluye la mirada unitiva del ojo del corazón. La práctica contemplativa disipa gradualmente la ilusión de estar separados de Dios. A través de la medicina de la gracia, el ojo de nuestro corazón se cura por la retirada gradual de la madera que provoca nuestro desorden mental, «la viga del ojo» que oscurece la luminosidad del corazón. La luminosidad es un rayo de la propia luz de Dios.
El Sal 139,13 y Jr 1,5 se hacen eco a lo largo de los siglos y son escuchados por un autor flamenco del siglo XVI, que, en La perla del Evangelio, escribe: «Ahora me entrego de nuevo por completo [...] como cuando estaba increado en ti» 8. Entregarse desinteresadamente se asemeja a cuando no habíamos sido creados aún.
El ojo del corazón es la propia consciencia, la luz que recibe Luz; la luz sobre la Luz; Luz de Luz, como dice el Credo de Nicea: la Luz del Padre, que es también la del Hijo. No podemos ser conscientes de esta consciencia más de lo que podemos serlo de lo «no dual». Participamos tan profundamente en esta consciencia como para ser esta misma consciencia. Esta es nuestra vida juntos.
¿Por qué vivimos ignorantes de nuestro fondo radiante? Es una historia muy larga. Llamada tradicionalmente la caída, esta forma de explicar lo que solemos llamar «la condición humana» se ha contado a menudo y se ha interpretado bastante mal con frecuencia. Respecto a la vida contemplativa, que es la que nos ocupa aquí, san Diádoco de Fótice la enmarca muy bien: «Esta única capacidad de percepción se divide por la dislocación que, como resultado de la desobediencia de Adán, tiene lugar en el intelecto» 9. Lo que nos ha permitido ser una mirada unitiva que percibía no una oposición entre sujeto y objeto, sino una comunión desinteresada, percibe a Dios en los pedazos de un espejo roto, tanto dentro como fuera. La mirada unitiva del único ojo del corazón es una gran extensión o inmensidad luminosa que mira otras extensiones luminosas, el lugar de nuestra «identidad en solidaridad». Pero, tal como dice Diádoco, lo que hemos percibido como unidad está ahora dividido y está, por el contrario, fijado, en la negación mental del ruido interior, que ahora consideramos como normal, lo que san Agustín llama «el desorden de mi mente». Como resultado, vemos a Dios como un objeto externo que hemos de buscar. También nuestro «verdadero yo» es algo que salimos a buscar. La unidad fundante es constante, pero nuestra visión está cegada y es al mismo tiempo cegadora; fragmentada y fragmentadora.
Hacemos bien en recordar que la metáfora de despejar el desorden no implica una sucesión claramente delineada de etapas; porque el desorden de la mente viene y va, y vuelve a venir, en un proceso que se asemeja mucho a mantener una casa o a tratar de mantener ordenada nuestra mesa, limpia de montones de papeles y notas. No podemos cartografiar lo que es inexplorable. Cuanto más despeja la práctica de la contemplación la mente de la mente reactiva y receptiva, más brilla la luminosidad fundante de la consciencia unitiva. Esta cualidad unitiva y luminosa ha estado presente en su plenitud desde antes de que naciéramos. La mente libre de desorden permite que la luminosidad fundante de la mente ...

Table des matières

  1. Portadilla
  2. Dedicatoria
  3. Prefacio
  4. Agradecimientos
  5. Parte primera
  6. Parte segunda
  7. Parte tercera
  8. Notas
  9. Contenido
  10. Créditos
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APA 6 Citation

Laird, M. (2021). Un océano de luz ([edition unavailable]). PPC Editorial. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2692462/un-ocano-de-luz-contemplacin-transformacin-liberacin-pdf (Original work published 2021)

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Laird, Martin. (2021) 2021. Un Océano de Luz. [Edition unavailable]. PPC Editorial. https://www.perlego.com/book/2692462/un-ocano-de-luz-contemplacin-transformacin-liberacin-pdf.

Harvard Citation

Laird, M. (2021) Un océano de luz. [edition unavailable]. PPC Editorial. Available at: https://www.perlego.com/book/2692462/un-ocano-de-luz-contemplacin-transformacin-liberacin-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Laird, Martin. Un Océano de Luz. [edition unavailable]. PPC Editorial, 2021. Web. 15 Oct. 2022.