1
Ministerio es . . .
Dejar un rastro de polvo
Dave Early
La verdadera grandeza, el verdadero liderazgo,
no se consigue obligando a los demĂĄs a que nos
sirvan, sino entregĂĄndose uno mismo en
servicio generoso a los demĂĄs.
âJ. Oswald Sanders1
Cuando yo (Dave) era niño, me encantaba leer las tiras cĂłmicas del periĂłdico dominical. Una de mis favoritas era la de Carlitos. Impresa por primera vez en 1950, Carlitos es una de las tiras cĂłmicas mĂĄs famosas de todos los tiempos, y actualmente continĂșa apareciendo en los periĂłdicos del domingo. Una de las razones por las que gusta tanto es por su fascinante colecciĂłn de personajes, que incluye a Carlitos, el siempre desafortunado; Snoopy, su perro; Linus, el de la frazada; Lucy, la malvada hermana de Linus; Schroeder, el que toca el piano; y Pig Pen, mi favorito. Lo que me encantaba especialmente de Pig Pen es que allĂ donde fuese, dejaba atrĂĄs una nube de polvo.
El verdadero ministerio no consiste en estar tan sucios que dejemos siempre detrås una nube de polvo, pero sà en estar tan ocupados ensuciando nuestras manos en el servicio al Señor que dejemos tras nosotros un rastro de polvo.
Dejar un rastro de polvo
El tĂ©rmino griego mĂĄs comĂșn en el Nuevo Testamento para el verbo «servir» es ÎŽÎčαÎșÎżÏ
Î”Ï (usado 37 veces, que en 2 ocasiones se traduce como «ministrar»). DiĂĄkonos es el tĂ©rmino griego mĂĄs habitual en el Nuevo Testamento para el sustantivo «ministro» (13 veces traducido «ministro», 11 veces «servidor», «siervo» o «sirviente», y 4 veces «diĂĄcono» o «diaconisa»). En Fil. 1:1 y 1 Tim. 3:8-13 se refiere a un cargo de la iglesia, pero la palabra se suele utilizar casi siempre en sentido general.
Se trata de una palabra que hace referencia no solo al «trabajo» en general, sino principalmente al «trabajo que beneficia a los demås». Pablo utilizó el término diåkonos para describirse a sà mismo como servidor del Señor (1 Cor. 3:5), «ministros de Dios» (2 Cor. 6:4), «ministros [ . . . ] de un nuevo pacto» (2 Cor. 3:6), «ministro [del evangelio]» (Ef. 3:7), y «ministro [de la iglesia]» (Col. 1:25).
AdemĂĄs, Pablo destaca que muchos de sus colaboradores eran tambiĂ©n siervos: mujeres como Febe (Rom. 16:1) y hombres como TĂquico (Ef. 6:21; Col. 4:7), Timoteo (1 Tim. 4:6) y Epafras (Col. 1:7). JesĂșs dijo que Sus seguidores debĂan ser siervos (Mat. 20:26; 23:11; Juan 12:26); y todos los cristianos deben hacer la obra de un siervo o ministro, ya que todos lo somos de Cristo. Somos servidores de Su mensaje, y siervos los unos de los otros.
Aunque no estamos seguros del origen del tĂ©rmino, podrĂa ser el resultado de unir las palabras ÎŽÎčα («esparciendo») y ÎșÎżÎœÎčÏ («polvo»), que vendrĂa a significar «levantando polvo al realizar una actividad». De ahĂ que ser un «ministro» no consista solo en tener el tĂtulo de «ministro», «diĂĄcono» o «siervo», sino en hacer todo aquello que necesite ser hecho, en «servir de forma tan activa que dejemos un rastro de polvo». Lo importante no es el tĂtulo que nos den, sino el trabajo que realicemos: servir. Ministrar es ensuciarse para que otros puedan estar limpios; al fin y al cabo, Âżno es eso lo que hizo JesĂșs?
En cierta ocasiĂłn, hablĂ© en una iglesia que estaba experimentando un crecimiento explosivo mediante la evangelizaciĂłn de los estudiantes de una universidad pĂșblica. Me sorprendiĂł un poco observar a varios adultos, evidentemente ya graduados, sirviendo con diligencia a los estudiantes que llegaban. El pastor de la iglesia me llamĂł aparte y me comentĂł que el que cargaba alegremente las sillas era el alcalde, el caballero sonriente que daba la bienvenida en la puerta a las visitas era un importante abogado, el que pasaba con gozo la ofrenda era un distinguido profesor, y la feliz mujer que llevaba la guarderĂa era una enfermera. Todos ellos eran tambiĂ©n miembros del equipo de liderazgo.
A diferencia de algunas iglesias que nombran y votan a los diĂĄconos como si de un concurso de popularidad se tratase, ellos lo abordaban de forma diferente: escogĂan a aquellos que eran siervos destacados. Aquel pastor me dijo que lo buscaban era «una nube de polvo», asĂ que seleccionaban a aquellos que servĂan de forma tan activa que dejaban «una nube» en su camino.
El verdadero ministerio consiste en ensuciarse para Dios
Tras mi primer año en la universidad, pasĂ© el verano con Teen Missions International. Su lema era, y sigue siendo: «EnsĂșciate para Dios». Pasamos las dos primeras semanas a las afueras de Merrit Island, Florida, viviendo en tiendas de campaña en medio de la jungla. Los dĂas se hacĂan largos, duros y embarrados.
HabĂa oĂdo hablar de Teen Missions porque su fundador, Bob Bland, fue durante muchos años director de Juventud para Cristo y director de reclutamiento del Christian Service Corps en mi ciudad natal. Bob habĂa fundado Teen Missions junto con un grupo de hombres y mujeres a los que les apasionaba la idea de conseguir que los jĂłvenes participasen en las misiones. Su deseo consistĂa en dar una experiencia ministerial a los jĂłvenes antes de la finalizaciĂłn de su grado universitario.
Esta idea innovadora, que empezĂł con un sencillo viaje a MĂ©xico, se ha ido desarrollado hasta tener en la actualidad mĂĄs de 40 equipos que viajan a 30 paĂses cada año. El objetivo de Teen Missions es hacer ver a los jĂłvenes las necesidades de las misiones, familiarizĂĄndolos con la realidad de la vida en el campo misionero, y dĂĄndoles una oportunidad de servir al Señor mediante proyectos de trabajo y evangelismo. El Ă©xito de Teen Missions en estos Ășltimos 40 años, reside en que los jĂłvenes pueden experimentar en quĂ© consiste de verdad el ministerio.
El verano que pasĂ© con Teen Missions fue uno de los mĂĄs difĂciles de mi vida. La aventura de estar lejos de casa, dormir en un colchĂłn de aire en el atrio de una iglesia, alimentarme con sopa de tomate, y bañarme y afeitarme con un balde, perdiĂł el encanto de la novedad en pocos dĂas. Las diez semanas seguidas de ministerio duro y extenuante se hicieron agotadoras, pero valieron la pena, porque tuve la oportunidad de trabajar con Dios y mis compañeros, para Su reino; pude «ensuciarme para Dios» con el fin de que otros estuviesen limpios para Ăl; guiĂ© a varios hombres jĂłvenes a Cristo y los discipulĂ©. Aquello cambiĂł sus vidas . . . y la mĂa tambiĂ©n.
El verdadero ministerio consiste en servir a los demĂĄs
Los discĂpulos de JesĂșs eran hombres jĂłvenes y competitivos. Me los imagino durante sus viajes, bromeando un montĂłn, discutiendo sobre muchas cosas y maniobrando para conseguir la mejor posiciĂłn. Un dĂa, Jacobo y Juan dieron libre expresiĂłn a toda su naturaleza competitiva:
Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron diciendo: Maestro, querrĂamos que nos hagas lo que pidiĂ©remos.
Ăl les dijo: ÂżQuĂ© querĂ©is que os haga? Ellos le dijeron: ConcĂ©denos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda . . .
Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. (Mar. 10:35-37,41)
ÂżSe ha fijado? Jacobo y Juan buscaban puestos altos, pedĂan ser los lĂderes espirituales nĂșmeros uno y dos, deseaban ser grandes en el reino de Dios.
FĂjese tambiĂ©n en que dejaron totalmente al margen a los otros diez discĂpulos. Cuando estos se enteraron no les hizo mucha gracia, ni tampoco a JesĂșs.
A veces los lĂderes jĂłvenes piensan que el liderazgo cristiano tiene que ver con tĂtulos y cargos (por cierto, a veces los lĂderes veteranos piensan tambiĂ©n lo mismo). Suponen que el Ă©xito se mide por el tamaño de su despacho, la cifra de su sueldo, el tĂtulo escrito en su puerta y el nĂșmero de gente que les rinde cuentas. Creen que los sĂmbolos del Ă©xito equivalen a la grandeza, pero se equivocan.
AsĂ que JesĂșs los llamĂł y les dijo: âComo ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los sĂșbditos, los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser asĂ. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberĂĄ ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberĂĄ ser esclavo de todos. (Mar. 10:42-44 NVI)
Advierta que JesĂșs dijo que la verdadera grandeza estĂĄ en ser un «servidor» (ÎŽÎčαÎșÎżÎœÎżÏ) y un «esclavo» (ÎŽÎżÏ
λοÏ). JesĂșs deseaba que Sus jĂłvenes seguidores entendieran que, a diferencia de lo que ocurre en el mundo, en el liderazgo cristiano la medida del Ă©xito la constituye el servicio, el estar dispuesto a ensuciarse con el fin de beneficiar a los demĂĄs.
El auténtico ministerio cristiano no consiste en tener subordinados y dedicarse a dar órdenes, sino en subordinarse a otros y levantar a los demås. No consiste en recibir, sino en dar. No consiste en ser servido, sino en servir y sacrificarse.
Por si las palabras de JesĂșs no fuesen suficientes, tambiĂ©n quiso que considerĂĄsemos Su ejemplo. Al fin y al cabo, si el propio JesĂșs dejĂł Su posiciĂłn exaltada para servir y sacrificarse por nosotros, Âżno deberĂamos Sus discĂpulos hacer lo mismo?
Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Mar. 10:45)
JesĂșs es Dios. Antes de venir a BelĂ©n, existiĂł en el cielo por toda la eternidad. Como Dios, era el ser mĂĄs rico y poderoso del universo, los ĂĄngeles le servĂan en todas Sus necesidades. Sin embargo, cuando vino a la tierra, no vino para ser servido, sino para servir, y no solo esto, sino que tambiĂ©n vino a dar. Pero no vino a dar solo una cantidad razonable y moderada, vino a darlo todo: dio Su propia vida con el fin de rescatarnos de nuestros pecados.
El verdadero ministerio consiste en hacer lo que nos corresponde
Los cristianos del siglo I no son famosos por haber sido gigantes espirituales. Pablo, en la primera de sus cartas, intenta ayudarlos a resolver varias cuestiones y problemas. Para empezar los reprende por su carnalidad, envidias, peleas y divisiones. DespuĂ©s les regaña por su actitud infantil, ya que estaban formando facciones dentro de la iglesia y haciĂ©ndose partidarios de diferentes lĂderes cristianos.
De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aĂșn no erais capaces, ni sois capaces todavĂa, porque aĂșn sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, Âżno sois carnales, y andĂĄis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, Âżno sois carnales? (1 Cor. 3:1-4)
Pablo era un hombre que entendĂa el significado del verdadero ministerio. ViviĂł la vida de un servidor (ÎŽÎčαÎșÎżÎœÎżÏ; Ef. 3:7; Col. 1:23, 25) y de un esclavo de Dios (ÎŽÎżÏ
λοÏ; Rom. 1:1; GĂĄl. 1:10; Fil. 1:1; Tito 1:1). Para Ă©l, el absurdo intento de los corintios de escoger entre Apolos y Ă©l para poner a uno por encima del otro, era una necedad. DespuĂ©s de todo, Dios es el autĂ©ntico autor de la vida espiritual y su fruto, y Apolos y Ă©l solo er...