eBook - ePub
Lolita
Vladimir Nabokov, Francesc Roca
This is a test
Partager le livre
- 392 pages
- Spanish
- ePUB (adapté aux mobiles)
- Disponible sur iOS et Android
eBook - ePub
Lolita
Vladimir Nabokov, Francesc Roca
DĂ©tails du livre
Aperçu du livre
Table des matiĂšres
Citations
Ă propos de ce livre
La historia de la obsesiĂłn de Humbert Humbert, un profesor cuarentĂłn, por la doceañera Lolita es una extraordinaria novela de amor en la que intervienen dos componentes explosivos: la atracciĂłn «perversa» por las nĂnfulas y el incesto. Un itinerario a travĂ©s de la locura y la muerte, que desemboca en una estilizadĂsima violencia, narrado, a la vez con autoironĂa y lirismo desenfrenado, por el propio Humbert Humbert. "Lolita" es tambiĂ©n un retrato ĂĄcido y visionario de los Estados Unidos, de los horrores suburbanos y de la cultura del plĂĄstico y del motel. En resumen, una exhibiciĂłn deslumbrante de talento y humor a cargo de un escritor que confesĂł que le hubiera encantado filmar los picnics de Lewis Carrol.
Foire aux questions
Comment puis-je résilier mon abonnement ?
Il vous suffit de vous rendre dans la section compte dans paramĂštres et de cliquer sur « RĂ©silier lâabonnement ». Câest aussi simple que cela ! Une fois que vous aurez rĂ©siliĂ© votre abonnement, il restera actif pour le reste de la pĂ©riode pour laquelle vous avez payĂ©. DĂ©couvrez-en plus ici.
Puis-je / comment puis-je télécharger des livres ?
Pour le moment, tous nos livres en format ePub adaptĂ©s aux mobiles peuvent ĂȘtre tĂ©lĂ©chargĂ©s via lâapplication. La plupart de nos PDF sont Ă©galement disponibles en tĂ©lĂ©chargement et les autres seront tĂ©lĂ©chargeables trĂšs prochainement. DĂ©couvrez-en plus ici.
Quelle est la différence entre les formules tarifaires ?
Les deux abonnements vous donnent un accĂšs complet Ă la bibliothĂšque et Ă toutes les fonctionnalitĂ©s de Perlego. Les seules diffĂ©rences sont les tarifs ainsi que la pĂ©riode dâabonnement : avec lâabonnement annuel, vous Ă©conomiserez environ 30 % par rapport Ă 12 mois dâabonnement mensuel.
Quâest-ce que Perlego ?
Nous sommes un service dâabonnement Ă des ouvrages universitaires en ligne, oĂč vous pouvez accĂ©der Ă toute une bibliothĂšque pour un prix infĂ©rieur Ă celui dâun seul livre par mois. Avec plus dâun million de livres sur plus de 1 000 sujets, nous avons ce quâil vous faut ! DĂ©couvrez-en plus ici.
Prenez-vous en charge la synthÚse vocale ?
Recherchez le symbole Ăcouter sur votre prochain livre pour voir si vous pouvez lâĂ©couter. Lâoutil Ăcouter lit le texte Ă haute voix pour vous, en surlignant le passage qui est en cours de lecture. Vous pouvez le mettre sur pause, lâaccĂ©lĂ©rer ou le ralentir. DĂ©couvrez-en plus ici.
Est-ce que Lolita est un PDF/ePUB en ligne ?
Oui, vous pouvez accĂ©der Ă Lolita par Vladimir Nabokov, Francesc Roca en format PDF et/ou ePUB ainsi quâĂ dâautres livres populaires dans Literature et Literature General. Nous disposons de plus dâun million dâouvrages Ă dĂ©couvrir dans notre catalogue.
Informations
Sujet
LiteratureSous-sujet
Literature GeneralSegunda parte
1
Entonces empezaron nuestros prolongados viajes a lo largo y lo ancho de los Estados Unidos. No tardĂ© en preferir a cualquier otro tipo de alojamiento para turistas los que proporcionaban los funcionales moteles: sus cabañas eran escondrijos limpios, agradables, seguros; lugares ideales para el sueño, la discusiĂłn, la reconciliaciĂłn, el amor ilĂcito e insaciable. Al principio, mi temor a suscitar sospechas me hacĂa pagar gustoso el alquiler de las cabañas dobles, con dos habitaciones, cada una de ellas equipada con una cama de matrimonio. Me preguntaba para quĂ© clase de cuĂĄdruple juego se habĂa ideado tal disposiciĂłn, ya que sĂłlo una farisaica parodia de intimidad podĂa obtenerse mediante el tabique incompleto que dividĂa la cabaña o cuarto en dos nidos de amor comunicados. Con el tiempo, las posibilidades sugeridas por tan honesta promiscuidad (dos jĂłvenes parejas cuyos miembros cambiaban alegremente de cama, o un niño sumido en un sueño ficticio para ser testigo auricular de las sonoridades de la escena original) me hicieron mĂĄs audaz, y de cuando en cuando alquilaba una cabaña con dos camas o una cama y un catre, una celda paradisĂaca, aunque no por ello dejaba de ser la celda de una cĂĄrcel, con persianas amarillas bajadas para que, al despertar por la mañana, tuviĂ©ramos la ilusiĂłn de estar en Venecia, en medio de un sol resplandeciente, cuando, en realidad, estĂĄbamos en Pensilvania y llovĂa.
AsĂ pudimos conocer ânous connĂ»mes, para usar un tono flaubertianoâ la cabaña de piedra, bajo enormes ĂĄrboles a la Chauteabriand, y la de ladrillo, y la de adobe, y la revocada con estuco, emplazadas en lo que la GuĂa del AutomĂłvil Club describe como terrenos «sombreados», o «vastos», o «ajardinados». Las cabañas de troncos, con acabados de nudoso pino, recordaban a Lo, a causa de su leve brillo pardo dorado, los huesos de los pollos fritos. Desdeñåbamos las sencillas cabañas de chillas enjalbegadas, que olĂan levemente a cloaca, o a otras cosas no menos deprimentes y desagradables, que no tenĂan nada de que enorgullecerse (excepto «buenas camas») y cuyas encargadas, siempre adustas, casi parecĂan esperar que rechazaras aquello que te ofrecĂan («... bueno, puedo ofrecerle...»).
Nous connĂ»mes (y nos lo pasamos en grande) el supuesto encanto de sus nombres, repetidos una y otra vez: todos esos Moteles del CrepĂșsculo, Elegantes Cabañas, Moteles de la Colina, Cabañas con Vistas sobre el Pinar, o sobre la Montaña, o sobre el Horizonte, Moteles Ajardinados, Verdes Prados, el Motel de Mac. A veces habĂa algo especial en su descripciĂłn; por ejemplo: «Los niños son bienvenidos; se admiten mascotas.» (TĂș eras bienvenida, Lolita; tĂș, mi mascota, eras admitida.) Por lo general, todos tenĂan duchas cubiertas de azulejos, con una infinita variedad de alcachofas y otros artilugios dispensadores de agua, pero con una caracterĂstica, nada laodicense, en comĂșn: la propensiĂłn, cuando funcionaban, a echar de repente sobre ti un chorro ardiente como el infierno o gĂ©lido como el hielo, dependiendo de que tu vecino mĂĄs cercano hubiera abierto el grifo del agua frĂa o de la caliente, lo que bastaba para privarte de uno de los componentes esenciales de la ducha que tan cuidadosamente habĂas equilibrado. Algunos moteles tenĂan un cartel colocado encima del retrete (sobre cuya cisterna se apilaban a menudo las toallas, sin demasiado respeto por la higiene), en el que se pedĂa a los huĂ©spedes que no tiraran a la taza basura, latas de cerveza, cartones de leche ni reciĂ©n nacidos muertos; otros tenĂan avisos enmarcados y protegidos por un cristal en los que, por ejemplo, informaban acerca de posibles actividades recreativas (EquitaciĂłn: Es frecuente ver bajar por la calle Mayor a jinetes que vuelven de un romĂĄntico paseo a la luz de la luna. «¥Es frecuente verlos pasar a las tres de la mañana!», exclamĂł, burlona, la nada romĂĄntica Lo).
Nous connĂ»mes los diversos tipos de encargado de motel: el criminal reformado, el profesor jubilado, el comerciante fracasado, entre los hombres; las variantes maternal, pseudoaristocrĂĄtica y de madama de burdel, entre las mujeres. A veces, en la noche monstruosamente caliente y hĂșmeda aullaban trenes con agudeza lacerante y ominosa, mezclando la energĂa y la histeria en un solo alarido desesperado.
EvitĂĄbamos las casas que alquilaban habitaciones a turistas, parientes campestres de las funerarias: eran anticuadas, cursis, no tenĂan duchas en las habitaciones, los deprimentes dormitorios estaban pintados de blanco y rosa y tenĂan tocadores la mar de escenogrĂĄficos, y habĂa por doquier fotografĂas de los hijos de la propietaria en todas las etapas de su vida. Pero de cuando en cuando me rendĂa a la predilecciĂłn de Lo por los hoteles «de verdad». Ella escogĂa en la guĂa (mientras yo la magreaba en el automĂłvil, parado en el silencio de un camino misterioso, sazonado por el crepĂșsculo) algĂșn alojamiento junto a un lago, profusamente recomendado y que ofrecĂa toda clase de cosas magnificadas por el haz de luz de la linterna que proyectaba sobre ellas âagradable compañĂa, tentempiĂ©s entre las comidas, barbacoas al aire libreâ, pero que evocaban en mi mente odiosas visiones de malditos estudiantes de secundaria con sudaderas y mejillas como ascuas apretadas contra las de Lo, mientras el pobre doctor Humbert, sin abrazar otra cosa que sus dos masculinas rodillas, enfriaba sus almorranas sobre el cĂ©sped mojado. Asimismo, eran una gran tentaciĂłn para Lo las «posadas coloniales», que, ademĂĄs de su «atmĂłsfera agradable» y sus ventanas que daban a impresionantes panoramas, prometĂan «cantidades ilimitadas de manjares exquisitos». Los recuerdos que atesoraba del principesco hotel de mi padre me impulsaban a veces a buscar su equivalente en el extraño paĂs que recorrĂamos. Pronto me sentĂ decepcionado; pero Lo seguĂa en pos del aroma de comidas exquisitas, mientras que lo que realmente me emocionaba âpor motivos no exclusivamente econĂłmicosâ era leer junto a la carretera anuncios tales como: HOTEL DEL BOSQUE. Niños menores de catorce años gratis. Por otro lado, me estremezco al recordar cierto presunto hotel de «alta categorĂa», en un estado del Medio Oeste, que anunciaba «neveras siempre bien provistas, que le permiten asaltarlas a medianoche para darse un atracĂłn» y donde, sorprendidos por mi acento, inquirieron los apellidos de soltera de mi difunta esposa y mi no menos difunta madre. ÂĄUna estancia de dos dĂas allĂ me costĂł ciento veinticuatro dĂłlares! ÂżY recuerdas, Miranda,17 aquella «ultraelegante» cueva de ladrones donde daban cafĂ© gratis por la mañana y salĂa agua helada por los grifos, y donde no admitĂan a menores de diecisĂ©is años (nada de Lolitas, por descontado)?
No bien llegĂĄbamos a uno de los sencillos moteles de carretera âque se convirtieron en nuestro asilo habitualâ, Lolita ponĂa en marcha el ventilador elĂ©ctrico o me inducĂa a que echara una moneda en la radio, o leĂa los avisos y me preguntaba lloriqueando por quĂ© no podĂa cabalgar por algĂșn sendero recomendado, o nadar en la piscina local de tibia agua mineral. Casi siempre, con aquel aire cansino y hastiado que cultivaba, caĂa postrada y abominablemente deseable en una butaca de muelles roja, o en un canapĂ© verde, o en una tumbona de tela a rayas con reposapiĂ©s y dosel para protegerse del sol, o en una silla de tijera, o en cualquier otra silla de jardĂn bajo una sombrilla, en el patio, y necesitaba horas de persuasiones, amenazas y promesas para conseguir que me prestara durante algunos segundos su cuerpo de miembros morenos en la reclusiĂłn de aquella habitaciĂłn de cinco dĂłlares, hasta que se le ocurrĂa entregarse a cualquier diversiĂłn y dejaba de lado mi humilde goce.
Mezcla de ingenuidad y engaño, de encanto y vulgaridad, de deprimente malhumor y optimista alegrĂa, Lolita podĂa ser cuando querĂa una chiquilla exasperante. En realidad, no estaba preparado para sus accesos de aburrimiento, que tanto tiempo nos hacĂan perder, sus achuchones impulsivos y apasionados, sus actitudes de abandono (piernas abiertas, aire ausente, ojos apagados), sus bravuconadas (una especie de difusas payasadas que consideraba muy «duras», segĂșn los cĂĄnones de un muchachote pendenciero). Mentalmente, la consideraba una chiquilla de lo mĂĄs convencional; tanto lo era, que llegaba a resultar desagradable. El almibarado hot jazz, los bailes de salĂłn âen especial, la cuadrillaâ, las copas de helado mĂĄs imponentes y empalagosas que quepa imaginar, los programas musicales y las revistas de cine ocupaban, sin duda, los primeros lugares en la lista de sus cosas preferidas. ÂĄSabe Dios cuĂĄntas de mis monedas de cinco centavos alimentaron las insaciables gramolas de los bares y restaurantes donde comimos! TodavĂa me parece oĂr la voz nasal de aquellos seres invisibles que le cantaban serenatas, gentes con nombres como Sammy y Jo y Eddy y Tony y Peggy y Guy y Patti y Rex, asĂ como las canciones sentimentales que estaban entonces de moda, todas tan similares a mis oĂdos como los diversos helados que gustaba de comer Lo a mi paladar. Dolly creĂa con una especie de fe celestial en todo anuncio o consejo aparecido en Movie Love o Screen Land («Starasil seca los granos» o «Chicas, procurad no llevar los faldones de la camisa por encima de los tejanos, pues Jill dice que queda fatal»). Si un cartel decĂa junto a la carretera ÂĄVISITAD NUESTRA TIENDA DE RECUERDOS!, debĂamos visitarla, debĂamos comprar sus curiosidades indias, sus muñecas, sus alhajas de cobre, sus dulces de zumo de cacto. Las palabras «novedades y recuerdos» la hechizaban igual que las mĂĄs cadenciosas melodĂas. Si un letrero en un cafĂ© ofrecĂa BEBIDAS HELADAS, Lo se dirigĂa automĂĄticamente hacia allĂ, aunque las bebidas estaban heladas en todas partes. Lo era el destinatario de todos los anuncios: el consumidor ideal, el sujeto y objeto de cada engañoso cartel. Y Lo intentĂł patrocinar âsin Ă©xitoâ sĂłlo aquellos restaurantes donde el sagrado espĂritu de Huncan Dines18 hubiera descendido sobre las supuestamente coquetonas servilletas de papel y las ensaladas coronadas de requesĂłn.
Por aquel entonces aĂșn no se le habĂa ocurrido a ninguno de los dos el sistema de soborno monetario que habrĂa de producir terribles estragos en mis nervios y su moralidad no mucho despuĂ©s. RecurrĂa a otros tres mĂ©todos para someter y dulcificar âno muchoâ el vivaz temperamento de mi pubescente concubina. Pocos años antes, Lo habĂa pasado un lluvioso verano bajo los legañosos ojos de la señorita Phalen, en una granja destartalada de los Apalaches que habĂa pertenecido a algĂșn gruñón Haze en un pasado remoto. SeguĂa en pie, entre los prados cubiertos de una espesa capa de hierba, al borde de un bosque sin flores al final de un camino siempre enlodado, a treinta kilĂłmetros del villorio mĂĄs cercano. Lo recordaba aquella incĂłmoda casa, la soledad, los viejos pastizales siempre embarrados, el viento y los grandes, casi ilimitados, espacios abiertos con una enĂ©rgica aversiĂłn que torcĂa su boca e hinchaba su lengua entrevista. Y era allĂ adonde la habĂa amenazado con exiliarse junto a mĂ durante meses y años para recibir mis lecciones de francĂ©s y latĂn, a menos que cambiara «su presente actitud». ÂĄCharlotte, estaba empezando a comprenderte!
Lo, una niña inocente, en el fondo, chillaba «¥No!» y asĂa frenĂ©ticamente mi mano, que sujetaba el volante, cuando, para cortar sus arrebatos de malhumor, cambiaba de sentido en medio de la carretera y le insinuaba que nos irĂamos directamente a aquella morada oscura y lĂșgubre. Pero cuanto mĂĄs avanzĂĄbamos hacia el Oeste y mĂĄs nos alejĂĄbamos del Este, menos tangible se hacĂa mi amenaza, por lo que debĂ recurrir a otros medios de persuasiĂłn.
Ente ellos, la amenaza del reformatorio es el que recuerdo con el mĂĄs hondo gemido de vergĂŒenza. Desde el principio mismo de nuestra relaciĂłn tuve la lucidez suficiente para comprender que debĂa asegurarme su total cooperaciĂłn a fin de mantener secreta nuestra aventura, a fin de conseguir que esa actitud se convirtiera, por asĂ decirlo, en una segunda naturaleza para ella, por mĂĄs aversiĂłn que pudiera sentir hacia mĂ, y a pesar de cualesquiera otros placeres que mi Lo pudiera codiciar.
âVen, besa a tu viejo âle decĂa, por ejemploâ, y deja de poner esa cara de pocos amigos. En otros tiempos, cuando yo era todavĂa el hombre de tus sueños [el lector advertirĂĄ, sin duda, los esfuerzos que hacĂa por hablar en la lengua de Lo], te desmayabas al oĂr los discos de cierto Ădolo, nĂșmero uno del pĂĄlpito y el sollozo, que os tenĂa chifladas a ti y a tus coetĂĄneas. [Lo: «¿A mis quĂ©? ÂĄHabla en cristiano!»] Ese Ădolo tuyo y de tus amigas se parecĂa, segĂșn tĂș, al amigo Humbert. Pero ahora no soy mĂĄs que tu viejo, el mejor de los padres, que proteje a su niña, la mejor de las hijas.
ȴMi chĂšre DolorĂšs! Quiero protegerte, querida, de las horribles cosas que les ocurren a las niñas en las carboneras y los callejones sin salida, y, ÂĄay!, comme vous le savez trop bien, ma gentille, hasta en los bosquecillos llenos de flores y durante el que se supone que ha de ser el mĂĄs puritano de los veranos. Cueste lo que cueste, serĂ© tu tutor, y, si eres buena, espero que un tribunal legalice esta situaciĂłn en fecha no lejana. Pero olvidĂ©monos, Dolores Haze, de la llamada terminologĂa legal, terminologĂa que acepta como correcto el concepto âcohabitaciĂłn lujuriosa y lascivaâ. No soy un psicĂłpata, un delincuente sexual que se toma indecentes libertadas con un niño. El violador fue Charlie Holmes; yo soy el terapeuta, lo cual es bastante mĂĄs distinguido, y merece ser destacado. Soy tu papaĂto, Lo. Mira: este libro que tengo entre las manos es un manual cientĂfico acerca del comportamiento de las niñas. Escucha lo que dice, querida. Cito: âLa niña normal...â Normal, tenlo en cuenta. âLa niña normalâ, repito, âsuele mostrarse ansiosamente deseosa de complacer a su progenitor. Intuye en Ă©l al precursor del deseado, y escurridizo, hombre de su vida. [ÂĄLo de âescurridizoâ es muy logrado, por Polonio!] âLa madre sensataâ, y la tuya lo habrĂa sido, de haber vivido, âdebe alentar el compañerismo entre padre e hija, conscienteâ, disculpa el estilo sentimentaloide, âde que la niña conforma sus ideales romĂĄnticos y masculinos mediante una asociaciĂłn con el padre.â Ahora bien, ÂżcuĂĄles son las asociaciones que cita ây recomiendaâ ese libro? Vuelvo a citar: âEntre los sicilianos, las relaciones sexuales entre padre e hija se dan por sentadas, y la niña que participa de tales relaciones no es mirada con desaprobaciĂłn por la sociedad de que forma parte.â Soy un gran admirador de los sicilianos, excelentes atletas, excelentes mĂșsicos, hombres excelentes y rectos, Lo, y grandes amantes. Pero no nos vayamos por las ramas. El otro dĂa leĂmos en la prensa el escĂĄndalo provocado por un delincuente sexual de mediana edad que se declarĂł culpable de quebrantar la ley de Mann al trasladar a otro estado a una niña de nueve años con propĂłsitos inmorales, sean Ă©stos cuales fueren. ÂĄQuerida Dolores! No tienes nueve años, sino casi trece, y no te aconsejarĂa que te considerases como mi esclava en este viaje a travĂ©s del paĂs, y deploro la ley de Mann, entre otras cosas, porque se presta a procaces juegos de palabras,19 la venganza que se toman los Dioses de la SemĂĄntica contra los incultos y reprimidos filisteos. Soy tu padre, y hablo en cristiano, y te quiero.
»Finalmente, veamos quĂ© ocurre si tĂș, una menor, eres acusada de tener relaciones sexuales con un adulto en un respetable establecimiento hotelero, y denuncias a la policĂa que te raptĂ© y violĂ©. Supongamos que te creen. Una menor que permite que una persona de mĂĄs de veintiĂșn años tenga acceso carnal con ella, hace que su vĂctima incurra en lo que legalmente se denomina violaciĂłn o sodomĂa en segundo grado, segĂșn la tĂ©cnica empleada. La pena mĂĄxima es de diez años de cĂĄrcel. AsĂ que me envĂan a la cĂĄrcel. De acuerdo. Voy a la cĂĄrcel. Pero ÂżquĂ© te ocurre a ti, huerfanita mĂa? Bueno, eres mĂĄs afortunada que yo. Pasas a depender del Departamento de Bienestar Social, lo cual me temo que no resulta demasiado prometedor. Una severa matrona, del tipo de la señorita Phalen, pero mĂĄs rĂgida aĂșn, y sin su aficiĂłn a la bebida, te quitarĂĄ el lĂĄpiz de labios y tus bonitos vestidos a la Ășltima moda. ÂĄSe acabĂł para ti el ir adonde quieras y cuando te plazca! No sĂ© si conoces las leyes relativas a los niños abandonados, incorregibles, delincuentes o que, por carecer de familia, tienen como tutor al Estado. Mientras yo me aferro a los barrotes, a ti, afortunada niña abandonada, te enviarĂĄn a cualquiera de los siguientes establecimientos penitenciarios, mĂĄs o menos iguales: el correccional de menores, el reformatorio, el centro de prisiĂłn preventiva de menores, a la espera de que el j...