1. BOTES DE LADRILLOS VACĂOS
Un LeĂłn, un Eclipse o un TiburĂłn. El hijo de la farmacĂ©utica se hubiese conformado con cualquiera de los tres, pero el LeĂłn era su preferido. Un LeĂłn amarillo del 2001 como el que tenĂa ese soldado que se habĂa partido un diente bailando en las fiestas del pueblo. Un LeĂłn amarillo con llamas tribales en las puertas, el tubo de escape trucado y un alerĂłn rollo WRC. Ese era el coche de los sueños del hijo de la farmacĂ©utica. Ese sĂĄbado por la tarde, como casi todas las tardes del Ășltimo año, se lo cruzĂł en la carretera de la mina cuando daba una vuelta en bici buscando botes de ladrillos vacĂos.
Los domingos todos los chavales del pueblo admiraban al hijo de la farmacĂ©utica. La culpa la tenĂan los altavoces que habĂa puesto en el maletero del ZX gris de su abuelo. Cada domingo a primera hora de la tarde entraba derrapando en el parking de la gasolinera para participar en una competiciĂłn en la que ganaba el dueño del coche cuyos altavoces alcanzasen mĂĄs decibelios. El resto de la semana era un pringao. VivĂa para esos diez segundos que pasaban desde que se persignaba y comenzaba a subir el volumen hasta que, cuando este llegaba al mĂĄximo, el jurado miraba el medidor de decibelios y lo declaraba ganador. Los premios solĂan ser descuentos para el taller o copas en el bar del pueblo. Con todos los descuentos que habĂa ido acumulando en los meses anteriores, el hijo de la farmacĂ©utica estaba a punto de poder ponerle un tubo de escape trucado al ZX. Aunque a Ă©l, que siempre habĂa sido un marginado y seguĂa siĂ©ndolo seis dĂas a la semana, lo que mĂĄs placer le daba era ver las caras de envidia de los chavales que tenĂan un coche mejor que el suyo, chavales que llevaban años humillĂĄndole entre semana y los domingos se preguntaban cĂłmo era posible que el bakalao sonase tan alto en aquel coche tan viejo.
Por desgracia para Ă©l las competiciones de altavoces solo se celebraban los domingos, y el resto de la semana al hijo de la farmacĂ©utica le tocaba recorrer el pueblo buscando botes de ladrillos vacĂos. El pueblo estaba lleno de botes de ladrillos vacĂos. La gente los tiraba en medio del monte y a la orilla del rĂo, debajo de los coches y por encima de las vallas de las fĂĄbricas abandonadas, en las ruinas de la ermita y en la boca de la mina. En el pueblo todo el mundo comĂa ladrillos desde los tiempos en que los mineros se zurraban con los antidisturbios, y todo el mundo se avergonzaba de comerlos. Los comĂan los viejines, que estaban depres porque no sabĂan si aguantarĂan vivos para ver cĂłmo se morĂa el pueblo; y los comĂan las viejinas, que desde que chaparon la mina, la tĂ©rmica y las fĂĄbricas tenĂan que aguantar a los viejines borrachos en casa a la hora de comer; y los comĂan los hijos de los viejines y las viejinas, que estaban en paro y no encontraban curro o directamente no lo buscaban, porque les acojonaba que fuese verdad lo que decĂa la gente y realmente no hubiese trabajo; y los comĂan sus nietos, algunos porque sus padres les obligaban, porque los crĂos tenĂan problemas y ellos no se los podĂan solucionar, y otros porque ellos querĂan, porque sus padres tenĂan problemas y ellos no se los podĂan solucionar. Todo el mundo comĂa ladrillos y todo el mundo tiraba los botes vacĂos en medio del monte o a la orilla del rĂo, debajo de los coches o por encima de las vallas de las fĂĄbricas abandonadas, en las ruinas de la ermita o en la boca de la mina, donde fuese con tal de que nadie los encontrara en sus bolsas de basura.
Pero eso qué tiene que ver con la chavala esa, me interrumpió Aguedita. Eståbamos los dos sentados en el suelo de la cocina, cada uno con una yonkilata. Las canciones y las voces de la gente que estaba en el salón sonaban cada vez mås alto al intentar imponerse unas por encima de las otras.
TĂș escucha. El caso es que la su bici...
¿Por qué dices «la su bici»?, me interrumpió otra vez Aguedita.
Pues porque lo decĂa la mi abuela. Joder, tĂș eso tenĂas que saberlo, que eres filĂłloga.
Pero de español, no de leonés.
Yo es que hice un curso online de leonés que me moló la hostia. Y luego todo lo que le he ido oyendo a la mi abuela, claro.
Venga, pues håblame un poco en leonés.
En verdad casi no me acuerdo.
Lo que te acuerdes, va.
A ver. Por ejemplo. La «h» se pronuncia como una «f», la «j» se escribe con «x» y «pl» a veces se transforma en «pr». Se dice «praza» en vez de «plaza», «igresia» en vez de «iglesia», y asĂ. De eso sĂ que me acuerdo. Ah, y «es» se dice «ye», y...
Eso parece asturiano o castellano antiguo, me interrumpiĂł Aguedita.
SĂ. O sea, no. No sĂ©. Es que es lo mismo que el asturiano, solo que en LeĂłn no se conserva tanto y... no sĂ©. En el curso este que te digo lo llamaban asturleonĂ©s.
Claro, claro. Eso ya me suena mĂĄs.
Pero ya se me olvidĂł casi todo. No sĂ©. Son muy importantes las contracciones, de eso tambiĂ©n me acuerdo. AsĂ que me venga ahora a la cabeza, se dice «nĂ©l» y «nĂșn». Bueno, «nun» asĂ sin tilde tambiĂ©n quiere decir «no». TambiĂ©n estĂĄ «pol» o «pola». Por ejemplo, hay una asociaciĂłn que se llama «Facendera pola Llingua». La facendera era un trabajo comunitario tĂpico de LeĂłn al que tenĂa que ir todo el pueblo.
No lo entiendo, me dijo Aguedita.
¿Qué no entiendes?
Lo de la facendera.
Pues eso. No sĂ©. Por ejemplo, si habĂa que arreglar la plaza del pueblo o, yo quĂ© sĂ©, algĂșn camino, se citaba a toda la gente, daba igual que fuesen niños o viejos, y entre todos lo apañaban en un momento.
¥Qué bonito! ¿Y eso ya no se hace?
QuĂ© va. Imposible. Ahora la poca gente que queda en los pueblos puede pasar semanas sin verse. Se muere alguien y a lo mejor pasan dĂas hasta que se enteran sus vecinos. Cada uno mira por lo suyo. AdemĂĄs, lo de poner a niños a currar...
Ya, total.
No me acuerdo de mucho mĂĄs, la verdad. Este verano te invito a las fiestas, pa que lo veas.
No sé si me enteraré de algo.
Na, tranqui, que luego casi nadie habla asĂ. Ni la mi abuela.
Chachi. Pero venga, sigue con la historia, me dijo.
La carretera de la ermita no lleva a la ermita, sino a una de las canteras de la cementera. Para llegar a las ruinas de la ermita hay que coger un desvĂo de la carretera de la mina y atravesar una collada en la que siempre sale algĂșn mastĂn o algĂșn carea. El hijo de la farmacĂ©utica recorrĂa todo el pueblo en bici buscando botes de ladrillos vacĂos. Esa tarde, despuĂ©s de cruzarse con el LeĂłn amarillo en la carretera de la mina, fue a la ermita, donde siempre aparecĂa algĂșn bote, y, cuando saliĂł con uno en la mano, su bici habĂa desaparecido.
Realmente la bici no era suya, porque Ă©l se la habĂa robado meses antes a un chaval del pueblo a la puerta de la piscina. Era una bici azul casi nueva, con amortiguaciĂłn delantera y frenos de disco, que el hijo de la farmacĂ©utica habĂa pintado de naranja y gris y en la que, desde que se hizo con ella, se montaba todos los dĂas para ir a buscar botes de ladrillos vacĂos por el pueblo. Todos los dĂas excepto los domingos, que era el dĂa en que su abuelo le solĂa dejar su coche para que lo llevase al parking de la gasolinera.
El hijo de la farmacĂ©utica mirĂł por todas partes buscando al ladrĂłn, pero sin las gafas apenas veĂa lo que habĂa al otro lado de la presa que separaba la ermita de la carretera. El sol empezaba a esconderse detrĂĄs de las chimeneas mĂĄs bajas y anchas de la central tĂ©rmica. El hijo de la farmacĂ©utica pasĂł casi todo el camino desde la ermita hasta la casa de su abuelo fumĂĄndose un cigarro, haciendo una lista mental de sospechosos y dĂĄndole patadas al bote de ladrillos que se habĂa encontrado en las ruinas de la ermita, el Ășnico que habĂa conseguido en toda la tarde. Con cada patada que daba los mecheros que llevaba en el bolsillo del chĂĄndal chocaban unos con otros. Ya casi habĂa llegado a casa cuando, despuĂ©s de dar una patada con mĂĄs rabia de la necesaria, el bote desapareciĂł por una alcantarilla al lado de un Vitara rojo que estaba aparcado cerca de la plaza. Resignado, el hijo de la farmacĂ©utica continuĂł el camino dando patadas al aire.
Al entrar en la cocina el hijo de la farmacéutica se encontró un plato de cocido encima de la mesa y a su abuelo comiéndose un yogur mientras miraba por la ventana.
Pufff, dijo el hijo de la farmacéutica mientras miraba con cara de asco el plato de cocido. Joooder, hermano, le dijo a su abuelo.
Su abuelo le mirĂł de reojo sin dejar de comer el yogur. El sol ya casi habĂa desaparecido y daba la impresiĂłn de que las chimeneas de algunas fĂĄbricas salĂan de las cumbres de las montañas.
Cocido pa cenar. No me jodas, primo, le dijo el hijo de la farmacéutica a su abuelo.
Venga, chaval, no hagas esparabanes, que te lo hice con todo el cariño, le contestó su abuelo, que acto seguido se acabó el yogur y lo tiró al fregadero, pero siguió chupando la cuchara como si fuese un helado.
¿Su abuelo hablaba en leonés?, me interrumpió Aguedita.
Yo quĂ© sĂ©. Yo a Ă©l no lo conocĂa. No seas ansias y dĂ©jame seguir.
Pero ¿qué son «esparabanes»?
Pues como aspavientos o algo asĂ. Eso lo decĂa mucho el mi abuelo tambiĂ©n. Como me interrumpas tanto no acabo, eh.
Sigue, sigue. Venga, me dijo Aguedita.
SĂĄcame otra lata, por fa, le dije aprovechando que se puso en pie. Ya me empezaba a doler todo el cuerpo despuĂ©s de haber pasado medio dĂa cargando las cajas de la mudanza.
Una moto pasĂł por la calle y el perro de caza del vecino empezĂł a ladrar. Al cabo de un rato la moto y su ruido desaparecieron calle abajo, pero el perro seguĂa ladrando.
¿Ya prendiste la lumbre o qué?, preguntó el hijo de la farmacéutica después de tragar una cucharada de cocido.
EchĂ© algo de carbĂłn antes, sĂ, dijo su abuelo.
Pero si aĂșn es verano. Joder, es que con este calor no hay quien coma. AdemĂĄs, mañana tengo competiciĂłn. No puedo comer cocido antes de competir. ÂżEs que tĂș no piensas? ÂżNo sabes que mañana madrugo?
DĂ©jate de telares, que aquĂ el verano siempre se acabĂł el dĂa de la AsunciĂłn, dijo el abuelo.
Guårdamelo pa mañana pa cenar, hostia, dijo el hijo de la farmacéutica después de tragar una segunda cucharada con la mitad de cocido que la primera.
Ni pa mañana ni pa Babia. O te lo comes, o mañana no hay coche. A ver si llevo yo toda la tarde cocinando pa que ahora venga el...
Joooder, hermano. Si estuviera aquà la mi abuela..., dijo el hijo de la farmacéutica ...