El enigma Belgrano
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El enigma Belgrano

Un héroe para nuestro tiempo

Tulio Halperin Donghi

  1. 144 pagine
  2. Spanish
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El enigma Belgrano

Un héroe para nuestro tiempo

Tulio Halperin Donghi

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Entre los personajes venerados como Padres de la Patria, Manuel Belgrano es el único que nunca ha sido cuestionado. Como creador de la bandera, como símbolo de virtudes cívicas y de renuncia a los honores, ocupa un verdadero lugar de excepción. ¿Cómo explicar esa admiración unánime, cuando al mismo tiempo se admiten y se disculpan sus imperfecciones y sus calamitosas derrotas? ¿Qué hay detrás de ese consenso que desde hace un siglo y medio celebra a un héroe atravesado por innegables luces y sombras? Tulio Halperin Donghi encuentra en estos interrogantes un enigma, y para rastrear las claves que permitan descifrarlo ha escrito un ensayo fascinante.Leyendo a contrapelo del mito los textos del propio Belgrano, los relatos fundacionales de Bartolomé Mitre y José María Paz, y sobre todo el riquísimo intercambio epistolar entre los miembros de la familia Belgrano, se detiene en los momentos más significativos de la vida del prócer. En el funcionario de la monarquía católica que propone construir chimeneas hogareñas con materiales inaccesibles para la época, o que intenta regular la plaza comercial porteña; en el militar revolucionario que ordena a los soldados del regimiento de Patricios cortarse las trenzas y provoca un sangriento motín; en el principista que diseña para las escuelas primarias un estatuto con un detalle excesivo de castigos y penas, descubre a un Belgrano que tiene enormes dificultades para conciliar sus aspiraciones con los datos de una realidad más compleja que la imaginada, un Belgrano que comete errores y los atribuye a la injusticia o la estupidez del mundo.Tulio Halperin Donghi muestra a un personaje desconocido hasta ahora, dramáticamente tensionado entre las esperanzas depositadas en él, sus propias intenciones y su capacidad para satisfacerlas. Sobre estas oscilaciones construye un relato agudo y atrapante, que expone los resortes más íntimos de la personalidad de Belgrano al tiempo que lo aparta del lugar de héroe indiscutido.

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Informazioni

Anno
2019
ISBN
9789876294973
El enigma Belgrano
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Manuel Belgrano, uno de los rostros de un héroe sin rostro. Miniatura de Joseph Alexandre Boichard, posiblemente realizada en España en 1793. Museo Histórico Nacional.
Hace ya más años de lo que quisiera acordarme, en un temprano intento de armar un relato de la metamorfosis que a lo largo de las doce décadas ricas en inesperadas peripecias que corren entre ese año de 1794 –cuando fray Servando Teresa de Mier, convocado a conmemorar el milagro de Guadalupe ante las elites novohispanas, recurrió a sus saberes y destrezas de letrado del Antiguo Régimen para suscitar un resonante succès de scandale capaz de acelerar los avances de una carrera que temía peligrosamente estancada y conquistar así un lugar expectable en un mundo nuevo que aún no existía, pero cuyos perfiles su imaginación clarividente había sabido prever– y los que se abrieron en 1914, en que desde su nativo Reino de León hasta el Río de la Plata, en las tierras antes españolas del Nuevo Mundo los –y ahora también las– intelectuales, que a diferencia de los tiempos coloniales encarnaban un tipo humano cada vez más diversificado, pululaban con la misma abundancia que en los países del Viejo Mundo que hasta poco antes, en ese campo como en tantos otros, habían sido tenidos desde esas tierras por modelos inalcanzables, me pareció adecuado confrontar el destino del imprudente orador regiomontano con el que iba a tocar en suerte en esas remotas comarcas rioplatenses al deán y doctor Gregorio Funes y al general y también doctor Manuel Belgrano. En ellos me pareció reconocer a dos figuras ubicadas en los polos opuestos del abanico de alternativas que la crisis terminal de ese Antiguo Régimen dejaba abiertas a quienes en 1810 se arrojaron al torbellino revolucionario en el curso de una ya avanzada carrera de “literato” –tal el término que utilizó Funes, que lo hizo pasados sus setenta años– u “hombre de letras”, que es el preferido por Manuel Belgrano, quien –aunque cuando se lanzó a él frisaba los cuarenta años– sólo iba a sobrevivir por diez a esa arrojada decisión.
Ese modo de enfocar el tema, descrito programáticamente en un ensayo de 1981,[1] que me permitió darme razones que encontré satisfactorias (al menos para mí) del papel que desempeñó el Deán como provecto militante revolucionario, fracasó por entero frente a Belgrano, con cuyos textos hacía tiempo que estaba más familiarizado que con los de aquel: a medida que avanzaba en mis esfuerzos por aferrar su perfil, que esperaba encontrar más nítido que el del algo escurridizo clérigo cordobés, ese perfil parecía desvanecerse cada vez más, hasta tal punto que debí apelar al recurso heroico de eliminarlo del elenco de personajes cuya trayectoria había anunciado mi intención de explorar en el ensayo ya citado.[2]
Nada me había incitado a anticiparlo, ya que en la memoria argentina Belgrano es el único entre los personajes venerados como Padres de la Patria cuyo derecho a ser tenido por tal no ha sido impugnado por una comunidad historiadora que, lejos de pasar por alto los reveses, que en su breve carrera abundaron más que los éxitos, ha venido explicándolos a partir de limitaciones de las que ha levantado un cada vez más minucioso inventario. Porque ocurre que esa litigiosa comunidad –que, tras disputar por un siglo y medio acerca de los méritos de quienes cruzaron la escena pública rioplatense y luego argentina desde el arribo de los primeros conquistadores europeos, ha logrado finalmente no dejar títere con cabeza– a lo largo de ese mismo siglo y medio se ha mantenido unánime en la afectuosa comprensión por quien había logrado desplegar durante su breve carrera casi todas las fallas que sus integrantes denunciaban agriamente en las figuras aborrecidas por las corrientes políticas que habían ganado su favor. En busca de entender cómo logró Manuel Belgrano ocupar ese lugar de excepción en los anales históricos de lascomarcas del Plata, intentaremos aquí rastrear la clave del enigma en las peculiaridades de la coyuntura de esos años centrales del siglo XIX en que ese lugar le fue asignado.
* * *
El 3 de febrero de 1852 Juan Manuel de Rosas, treinta y tres años después de su primera elección como gobernador de la provincia de Buenos Aires y veintisiete de su triunfal reelección en el mismo cargo en 1835, abandonaba el campo de Monte Caseros, derrotado por su antes aliado y ahora rival Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, para buscar refugio en una de las naves de guerra apostadas en la rada frente a la ciudad que había largamente gobernado. Los tripulantes estaban preparados para restablecer el orden en ella si, como se temía, cualquiera fuese el desenlace del combate que puso fin a la que ya entonces era conocida como Época de Rosas, la soldadesca que iba a librarlo la entregaba al saqueo.
En 1855, cuando en Buenos Aires la Imprenta de la Revista sacó a luz, bajo un título que buscó con éxito llamar la atención del público porteño, las Memorias póstumas del Brigadier General D. José M. Paz. Comprenden sus campañas, servicios y padecimientos, desde la guerra de Independencia hasta su muerte, con variedad de otros documentos inéditos de alta importancia,[3] quizá fuese la irrevocabilidad del desenlace de Caseros el único rasgo permanente en una etapa, que todo indicaba destinada a ser duradera, en que la inestabilidad se había constituido en norma. Ya en 1852 se habían sucedido los más dramáticos golpes de escena: apenas el vencedor de Caseros, triunfalmente recibido en la capital de Rosas, se alejó de ella, un alzamiento –apoyado tanto por los exilados políticos de la época pasada, con quienes había mantenido cuidadosamente sus distancias, como por figuras del elenco militar y administrativo del régimen caído– lo obligó a retornar para dirigir el sitio y bloqueo de Buenos Aires, sólo para levantarlo cuando las autoridades porteñas revelaron contar con recursos suficientes para sobornar a la flota bloqueadora. Desde entonces, aunque Buenos Aires se resistía a la tentación de constituirse en un estado independiente del que en 1853 adoptó una constitución federal, convivía en insegura paz con el que el resto de las provincias argentinas intentaba con escaso éxito organizar en un estado viable cuando le faltaba una de las piezas esenciales para lograrlo.
Era esta una situación que todos sabían a la larga insostenible pero preferían prolongar, en la esperanza de que un cambio de circunstancias abriera una salida para ese callejón que no la tenía en el presente. Mientras tanto, los dos centros rivales se medían también en la búsqueda de apoyos entre quienes encarnaban la continuidad con la ya remota etapa fundacional en la breve historia de la nación que se esforzaba por tomar forma en la comarca rioplatense, y muy particularmente el de los veteranos de esas lejanas batallas. Ya en el desfile de los vencedores de Caseros el general Gregorio Aráoz de La Madrid había conocido como tal las aclamaciones entusiastas del público porteño, lo que lo incitó quizás a evocar sus pasadas hazañas en unas memorias cuya publicación incitó a su vez al general José María Paz, apoyado en un prestigio militar más sólido que el del gallardo pero caprichoso e imprevisible paladín tucumano, a escribir las que en 1855 publicaron póstumamente sus hijos.
En las líneas iniciales de sus memorias, Paz invoca la autoridad de Belgrano para reforzar la propia:
La lectura del fragmento de memoria escrito por el virtuoso y digno general Belgrano –leemos allí– me ha hecho recordar aquellos hechos de que fui testigo y actor, aunque en una edad muy temprana y una graduación muy subalterna, y excitado el deseo de hacer sobre ella [sic] algunas observaciones y, si me fuese posible, concluirla.[4]
En esas frases sencillas vemos en acción un dispositivo que en una de las jergas que aparecen fugazmente en uso en el lenguaje de este tercer milenio es caracterizado como de autorización recíproca. El éxito con que el brigadier general supo ponerlo a su servicio está ampliamente documentado no sólo por las constantes reediciones de un texto unánimemente considerado básico en el canon historiográfico argentino, sino por la fe que a más de siglo y medio de su primera publicación siguen prestándole sus lectores, como lo refleja la decisión de los editores de la más reciente y muy hermosa aparecida en el año 2000, que si han reproducido en la segunda solapa de su primer tomo los juicios laudatorios de los dos padres fundadores de nuestra historiografía es porque están seguros de que sus lectores buscarán allí enseñanzas relevantes para este apocalíptico presente.
Esos lectores verán allí avalada su confianza por el juicio de Vicente Fidel López; “por sus labios –proclamaba quien en sus narrativas históricas gustaba de atribuir admirativamente a más de uno de nuestros próceres bellissimi inganni habitualmente menos sanguinarios pero no menos ingeniosos que los que Maquiavelo había celebrado en César Borgia– no cruzó nunca la mentira”, mientras que Bartolomé Mitre, que fue además un hombre del oficio, dictaminaba en lenguaje más sobrio: “Después de San Martín, que es nuestro numen guerre-ro, Paz es nuestro primer maestro […] el más completo de nuestros generales. […] Nada nos ha pedido, ni poder, ni riqueza, ni gratitud, ni nada de lo que puede halagar la vanidad humana; bastaba a esa alma bien templada la satisfacción de cumplir con su deber”.
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Daguerrotipo atribuido a Carlos Enrique Pellegrini, que retrata a José María Paz durante sus últimos años de vida. Buenos Aires, ca. 1854. Museo Histórico Nacional.
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Brigadier General D. Manuel Belgrano. Grabado, ca. 1850. En 1855 se publican las Memorias póstumas del general Paz, uno de los textos fundamentales del canon historiográfico argentino. En ellas sucede algo curioso: para autorizar su propia voz, Paz comienza invocando el aval del “virtuoso y digno” general Belgrano, pero a lo largo del relato no hace sino erosionar su figura, implacablemente.
Esos comentarios sugieren que ni Mitre ni López percibieron todo lo que hace difícil reconocer en las Memorias un texto surgido de las motivaciones invocadas por Paz al prepararlo para su publicación en sus últimos meses de vida, y en efecto este tuvo una génesis muy distinta. Por lo que sabemos, Paz reunió allí fragmentos escritos en distintas etapas de su carrera a partir de una fecha no más tardía (y quizá más temprana) que la de 1831, en que su captura en una escaramuza menor en la frontera de Córdoba y Santa Fe lo redujo a un azaroso cautiverio, destinado a durar nueve años a lo largo de los cuales los gobernadores de esas provincias y de Buenos Aires mantuvieron tortuosas negociaciones acerca de su destino final. En más de una oportunidad estuvieron muy cercanos a alcanzar un consenso favorable a poner fin a su vida, hasta que en 1840 logró fugarse de Buenos Aires al Estado Oriental, adonde se había trasladado ya su familia (madre, hermana, esposa e hijos), por cuya vida llegó a temer cuando la crisis política que estuvo próxima a derribar al régimen rosista repercutió en las matanzas que hicieron célebre a ese año.
Si esos tres aliados y rivales veían en Paz simultáneamente a una presa codiciada y a un huésped embarazoso, se debía a que este era en efecto, como quería Mitre, el “primer maestro” de quienes habían abrazado la carrera de la revolución. Y no lo era tan sólo como el “más completo” de los generales movilizados a su servicio, aunque en ese aspecto desde el momento mismo en que abandonó sus estudios en la universidad de su nativa ciudad de Córdoba para tomar las armas se reveló capaz de hacer un uso inesperadamente eficaz de los siempre precarios recursos disponibles para lanzar al combate; que en su trayectoria las victorias alternaran con excesiva frecuencia con las derrotas no disminuía su prestigio a los ojos de émulos que advertían muy bien que nadie sabía como él esquivar las peores consecuencias de la permanente penuria en que tanto él como ellos debían aprontarse a la lucha.
Esos émulos iban a apreciar en lo que valían las lecciones que Paz les brindaba en sus Memorias no sólo con sus comentarios acerca de sus propias experiencias en esa carrera difícil entre todas, sino también con los que le inspiró el desempeño de otras figuras que se cruzaron en su camino, y que no siempre son los esperables de la pluma del hombre de alma bien templada a quien, en opinión de Mitre, bastaba para mirar con satisfacción su propia trayectoria la conciencia de que a lo largo de ella había sido capaz de cumplir en todo momento con su deber.
Así veremos a Paz volcar todo su desprecio sobre la decisión del coronel Borges, que, cuando un convoy de armamentos destinados al ejército del Norte entonces en lucha con los enemigos de la revolución emancipadora cruzó su reducto de Santiago del Estero, lo dejó pasar movido por un escrúpulo patriótico totalmente inadecuado en la situación apurada en que se encontraba.[5]
Apenas emprendí la lectura de las anotaciones acumuladas por Paz a partir de esos duros años de cautiverio, descubrí que –como cuando había buscado aferrar el perfil de Belgrano en los escritos que de él nos han llegado y cuanto más avanzaba en mis esfuerzos más veía su imagen disiparse en el aire– cuanto más avanzaba en la relectura de las Memorias póstumas, más parecía disiparse de nuevo en el aire la imagen del “virtuoso y digno General Belgrano”, cuyo aval invocaba Paz en su primer párrafo para autenticar ante el lector el contenido de estas. No necesité avanzar demasiado en ellas para verla disolverse bajo la mirada melancólica y desconfiada del maduro caballero de rostro abotagado que nos trasmite el daguerrotipo atribuido a C. E. Pellegrini, reproducido en la primera solapa del tomo II de la edición de 2000 (y aquí en página 28). En la página 15 del tomo I leemos la invocación del aval de Belgrano, y ya en la 17 vemos cómo, al refirmar esa imagen, Paz comienza a erosionarla:
El general Belgrano, sin embargo de su mucha aplicación, no tenía, como él mismo lo dice, grandes conocimientos militares, pero poseía un juicio recto, una honradez a toda prueba, un patriotismo el más puro y desinteresado, el más exquisito amor al orden, un entusiasmo decidido por la disciplina y un valor moral que jamás se ha desmentido. Mas a estas calidades eminentes reunía cierta ligereza de carácter para juzgar a los hombres. […] Las primeras impresiones tenían en él una influencia poderosa; de modo que si en sus primeras relaciones con una persona estas eran favorables, podía contar esta por mucho tiempo con su benevolencia… se dejaba alucinar con mucha facilidad, y hemos visto oficiales, y aun individuos de tropa, que no eran más que charlatanes, que le merecían un buen concepto de valientes y arrojados. […] La primera impresión que esta charlatanería había producido era por lo común duradera… [con resultados más de una vez deplorables, tal como pudo atestiguar el propio Paz, quien lo refiere en una nota al pie] En el año 17, cuando yo era ya teniente coronel y que por consiguiente podía aproximármele más recordando la derrota de Ayohuma, dijo estas terminantes palabras: “Perdí esa batalla por cinco jefes cobardes que no correspondieron al concepto que yo tenía de ellos”. No los nombró, pero yo sabía a quiénes aludía. Sin embargo, ellos habían merecido antes sus distinciones y su plena confianza.[6]
Y a medida que se avanza en la lectura de las Memorias avanza también implacablemente la erosión de la imagen de Belgrano, en un crescendo que sugiere que Paz está decidido a no detenerse hasta haber destruido por entero la reputación del virtuoso y digno general cuyo aval había comenzado por invocar,[7] y es en cambio la de ese propio Paz la que adquiere consistencia creciente: cada vez más el lector se inclina a ver el mundo como él mismo ha aprendido a verlo durante sus años de cautiverio, cuando, aunque no sabe si sus captores le permitirán salir de él con vida, sabe que e...

Indice dei contenuti

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. Colección
  4. Portada
  5. Copyright
  6. Prólogo. Un Belgrano diferente (Marcela Ternavasio)
  7. Dedicatoria
  8. El enigma Belgrano
  9. Notas
  10. Cronología
  11. Otros títulos publicados por Siglo XXI Editores
Stili delle citazioni per El enigma Belgrano

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Donghi, T. H. (2019). El enigma Belgrano ([edition unavailable]). Siglo XXI Editores. Retrieved from https://www.perlego.com/book/1914894/el-enigma-belgrano-un-hroe-para-nuestro-tiempo-pdf (Original work published 2019)

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Donghi, Tulio Halperin. (2019) 2019. El Enigma Belgrano. [Edition unavailable]. Siglo XXI Editores. https://www.perlego.com/book/1914894/el-enigma-belgrano-un-hroe-para-nuestro-tiempo-pdf.

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Donghi, T. H. (2019) El enigma Belgrano. [edition unavailable]. Siglo XXI Editores. Available at: https://www.perlego.com/book/1914894/el-enigma-belgrano-un-hroe-para-nuestro-tiempo-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Donghi, Tulio Halperin. El Enigma Belgrano. [edition unavailable]. Siglo XXI Editores, 2019. Web. 15 Oct. 2022.