Deuda y culpa
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Deuda y culpa

Elettra Stimilli

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Deuda y culpa

Elettra Stimilli

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Como consecuencia de la gran crisis financiera de 2008, a los países endeudados se les impuso un régimen de "austeridad", es decir, debían ajustar y ahorrar para reducir la deuda.¿Pero qué es la deuda? La respuesta de Elettra Stimilli es contundente: es la manifestación de una forma de poder represivo basado en un sistema de exclusión en el que participan tanto el Estado como el mercado que se utiliza como herramienta para la gobernanza global. Es un dispositivo de coerción que convierte a los deudores en culpables.En este singular ensayo, Stimilli pretende poner al descubierto los nodos teóricos contenidos en la relación semántica entre "deuda" y "culpa" siguiendo el rastro de investigaciones de Weber y Foucault. Y para ello recurre a las palabras proféticas de Walter Benjamin sobre el capitalismo como un "culto endeudante", que "no es expiatorio sino culpabilizante". Así, este trabajo intenta entender el problema de la deuda en un contexto más complejo que el de la ciencia económica, revelando los mecanismos de una teología política.

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Informazioni

Anno
2020
ISBN
9788425443664

1. La deuda: entre apropiación, intercambio y don

El contexto problemático

Estar en deuda es la característica típica de la experiencia contemporánea. La actual crisis económica ha hecho evidente un fenómeno de enormes proporciones, que sigue estando oculto bajo una cierta opacidad, y sobre el que, por tanto, es oportuno continuar investigando. Como observa Melinda Cooper, ya
los primeros años setenta se caracterizaron por un proceso que convirtió a Estados Unidos en el punto central de un verdadero imperialismo de la deuda —[…] un imperio que se sostiene como no-lugar principal, aunque evanescente, de una deuda continuamente renovada.
[…]
Sin embargo si algo caracteriza la actual forma de la deuda no es simplemente su relación paradójica con el poder imperial estadounidense, sino el nivel de producción sobre el que este actúa. Lo que está en juego en la acumulación capitalista contemporánea es la regeneración de la biosfera, es decir, los límites de la Tierra misma. […] El desvarío de la forma de la deuda […] permite, en efecto, que el capital se reproduzca a sí mismo en el ámbito de la mera promesa, más allá de los límites actuales de la Tierra, […] sueña con reproducir la autovalorización de la deuda en la forma de la autopoiesis biológica.1
El libro de Cooper, publicado en Estados Unidos en 2009, tenía como objetivo analizar los enormes cambios que se han producido en la economía posindustrial tras el desarrollo de las nue­vas bio­tecnologías y la consiguiente transformación de la misma vida biológica en plusvalía. La crisis económica todavía actual ha puesto en radical evidencia que el fenómeno de la valoración de la vida en el corazón de los procesos económicos mundiales —fun­damentalmente centrados en las nuevas formas de producción y en sofisticadas operaciones financieras— no se limita al solo dominio biológico, sino que se extiende a la misma capacidad humana de dar forma y valor a la vida. Sobre este cambio creo que todavía conviene reflexionar para comprender qué es lo que nos jugamos con la economía de la deuda hoy dominante.
La historia de los últimos años es ya, lamentablemente, demasiado conocida. Desde 2001, la rebaja de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal ha alimentado, sobre todo en Estados Unidos, el crédito en modalidades nunca conocidas, favoreciendo la burbuja del mercado inmobiliario y la expansión de los préstamos destinados al consumo, cuya única garantía era una hipoteca de segundo grado sobre la casa comprada. Entre 2000 y 2005 los precios de las viviendas y los préstamos contraídos por las familias estadounidenses se duplicaron en comparación con los registrados en los años inmediatamente precedentes. El nivel de vida de las personas con rentas medias y bajas ya no estaba directamente vinculado al nivel de la renta recibida en función del trabajo realizado. Las grandes instituciones de crédito estadounidenses comenzaron así a emitir productos dirigidos incluso a quien no tenía ingresos o trabajo, y a quien no podía ofrecer garantías patrimoniales. Eran préstamos de alto riesgo, luego conocidos como hipotecas subprime por el elevado riesgo de insolvencia que suponían.
Como escribía Joseph Stiglitz en el periódico La Reppublica el 6 de mayo de 2008: «La burbuja inmobiliaria ha alimentado el consumo de una manera nunca conocida; se sacaba dinero de la casa como de un cajero automático a un ritmo frenético».
Formas de consumo ilimitado basadas en el endeudamiento privado se convirtieron así en el motor principal de la economía estadounidense. No es casualidad que el economista Michael Hudson —que ya en 1972, en el libro Super imperialism,2 identificaba en la deuda pública el factor que impulsaba el dominio mundial estadounidense—, a partir de la elección de Obama, en 2009, incitara a la administración del nuevo presidente a prestar atención a la «nueva psicología de la deuda privada», vista su importancia para la economía global.3
A partir de 2009, cuando la crisis ya había hecho presa de la economía global, asistimos a una transformación progresiva y gigantesca: los problemas inicialmente vinculados a un inédito aumento de la deuda del sector privado involucraron la deuda pública de muchos países económicamente avanzados. Este acontecimiento, en lugar de reducir el volumen total de la deuda y reanimar la economía, sentó las bases para una crisis mayor: la de la deuda soberana, tal como se ha definido en la jerga económica con una expresión que muestra la ambigüedad del fenómeno al que se refiere. Las intervenciones públicas se orientaron en primer lugar a restablecer los niveles patrimoniales mínimos de los bancos para evitar quiebras estrepitosas. Una cantidad sin precedentes de dinero público se destinó a socorrer a las grandes entidades privadas, sobre todo financieras. Partiendo de Estados Unidos, la crisis se extendió a todo el mundo, afectando principalmente a Europa, donde se creó una escisión entre el «modelo alemán», favorable a una política de austeridad, y los países más endeudados, como Grecia, Portugal e incluso Italia, que se vieron obligados a sufrir en muchos aspectos esa política.
Si una forma de endeudamiento planetario es la base de los engranajes de la economía mundial, es conveniente preguntarse qué es lo que está en juego en ella y por qué, después de la figura de la producción y luego la del consumo, la figura central que emerge en nuestros días es justamente la de la deuda.
Para intentar dar una respuesta a estas preguntas quizá sea útil situar la cuestión de la deuda en un contexto más amplio, que implique una confrontación preliminar con aquellas modalidades que, en el discurso económico y político dominante, se relacionan con el sistema productivo: la apropiación y el intercambio. En este mismo horizonte podemos situar un tratamiento específico del don. En cuanto es algo que no puede ser sustraído ni intercambiado, el don está al margen de la lógica de la economía clásica; pero, como hecho social, fruto de prestaciones que crean vínculos, entra en cambio en una formulación de la economía orientada a trazar su perfil de manera diferente y, en este sentido, particularmente fértil para una investigación que quiera aprovechar los recursos que provienen de puntos de vista distintos del estrictamente económico. Se trata solo de un intento con el fin de encontrar nuevas herramientas para afrontar la complejidad en la que nos encontramos.

Apropiación

Aunque sea analizando unos cuantos datos disponibles en la red, no es difícil identificar la causa principal del desastre económico mundial, al que estamos asistiendo, en una nueva forma de apro­piación indebida, de la que son responsables restringidos grupos oligárquicos vinculados a las altas esferas de la política y las finanzas. De ahí el enorme aumento del nivel de pobreza y la distancia cada vez mayor entre ricos y pobres, que constatamos incluso en los países económicamente más desarrollados. Creo que esta es una tesis con la que es difícil no estar de acuerdo y que es importante discutir también a la luz de las diferentes perspectivas que surgen del reciente debate sobre los «bienes comunes», particularmente activo en Italia, que ha iniciado una fértil discusión política que va «más allá de lo privado y lo público»4 y un replanteamiento del papel del derecho.5 Pero creo que este tipo de enfoque, aunque del todo convincente ante la evidencia de algunos hechos indudables, debe seguir cuestionándose para intentar medirnos de una nueva manera con la complejidad del fenómeno al que asistimos. Quisiera, por ello, detenerme en la consideración del concepto de «apropiación», no entendiendo claramente con ese término un gesto genérico de rapiña, sino más bien un proceso político. La pregunta, a la que intentaré dar una respuesta es: ¿en qué sentido el acto apropiativo se conecta con una acción política y, por tanto, de qué tipo de institución esta­mos hablando?
Como es sabido, el primero que supo sacar a la luz la dimensión política de la apropiación en el ámbito económico fue Karl Marx con la teoría de la plusvalía, según la cual, en el proceso de producción, el capitalista se apropia de una determinada cantidad de trabajo no remunerado, explotando en consecuencia al obrero.6 Pero quien ha ilustrado de manera clara los términos del problema desde el punto de vista institucional ha sido más bien el jurista alemán Carl Schmitt —conocido partidario del nazismo, así como del concepto teórico de «lo político»— que en 1953 dedicó específicamente a este tema un ensayo, quizá menos conocido que otros, que aun procediendo en un sentido totalmente opuesto lleva a sus extremas consecuencias la posición de Marx.
El motivo principal del interés de este texto es que la «apropiación» se identifica aquí con la acción primaria origen de todo el ordenamiento jurídico, de todo orden económico y de cualquier estadio de la vida asociada, de modo que desde el comienzo se la identifica como un dispositivo político. Para explicar este proceso, Schmitt se remonta al significado originario de la palabra griega nómos, normalmente traducida por «ley». Este recorrido, que parece un regreso a los ...

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