Ciudades rebeldes
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Ciudades rebeldes

Del derecho de la ciudad a la revolución urbana

David Harvey, Juan María López de Sa y de Madariaga

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  1. 240 pagine
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Ciudades rebeldes

Del derecho de la ciudad a la revolución urbana

David Harvey, Juan María López de Sa y de Madariaga

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Mucho antes de que se creara el movimiento 15-M u Occupy Wall Street, las ciudades del mundo moderno se habían convertido en focos de la política revolucionaria, en los que emergían a la superficie las corrientes más profundas del cambio social y político. Las ciudades han sido, desde siempre, objeto de reflexión utópica y revolucionaria. Sin embargo, al mismo tiempo, la ciudad ha sido centros de la acumulación capitalista y línea del frente en las luchas por el control del acceso a los recursos urbanos así como de la calidad y organización de la vida cotidiana. ¿A quién corresponde ese control de la urbe, a los financieros y promotores inmobiliarios, o al pueblo? Ciudades rebeldes sitúa la ciudad en el centro de la lucha de clases y en torno al capital, desde Johannesburgo hasta Bombay y desde Nueva York hasta São Paulo. Dirigiendo su atención tanto a la Comuna de París como al movimiento Occupy Wall Street y los disturbios en Londres, Harvey se pregunta cómo se pueden reorganizar las ciudades de una forma socialmente más justa y ecológicamente más sana, y cómo se pueden convertir en el centro de la resistencia anticapitalista. ""¿De quién son las calles? ¡Nuestras!" En "Ciudades rebeldes" David Harvey nos muestra cómo podemos convertir en realidad ese dictamen. La tarea –y este libro– difícilmente podrían ser más importantes."Benjamin Kunkel, autor de Indecision y fundador de la web n+1 "David Harvey provocó una revolución en su especialidad y ha inspirado a una generación de intelectuales radicales." Naomi Klein "Análisis con escalpelo, despiadado." Owen Hatherley, The Guardian "Lo que proclama Harvey es que somos "nosotros", no los promotores inmobiliarios, los planificadores empresariales o las elites políticas, los que construimos verdaderamente la ciudad, y que sólo a nosotros nos corresponde el derecho a controlarla." Jonathan Moses, Open Democracy

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Informazioni

Anno
2013
ISBN
9788446038627
Edizione
1
Argomento
Filosofía
Capítulo Dos
Las raíces urbanas de las crisis capitalistas
En un artículo publicado en el New York Times el 5 de febrero de 2011 con el título «Housing Bubbles Are Few and Far Between», Robert Shiller, economista al que muchos consideran el mayor experto estadounidense en cuestiones de vivienda dado su papel en la elaboración del índice Case-Shiller sobre el precio de la misma, intentaba tranquilizar a todos afirmando que la reciente burbuja inmobiliaria era un «acontecimiento infrecuente, que no se repetiría en muchas décadas». La «enorme burbuja inmobiliaria» de principios de siglo «no se puede comparar con ningún ciclo nacional o internacional en ese sector. Las anteriores burbujas fueron menores y más regionales». Los únicos antecedentes equiparables, aseguraba, fueron las burbujas del precio del suelo en Estados Unidos a finales de la década de 1830 y durante la de 1850[1].
Como demostraré, se trata de una lectura asombrosamente equivocada y peligrosa de la historia del capitalismo. El hecho de que haya pasado tan inadvertida atestigua un punto ciego muy serio en el pensamiento económico contemporáneo, que desgraciadamente parece darse igualmente en la economía política marxista. La crisis de la vivienda en Estados Unidos en 2007-2010, aunque haya sido más profunda y más larga que la mayoría –de hecho, bien puede marcar el fin de una era en la economía estadounidense–, no carecía de precedentes en su relación con las perturbaciones macroeconómicas del mercado mundial, y hay señales de que está a punto de repetirse.
La economía convencional trata rutinariamente la inversión en el entorno construido en general, y en la vivienda en particular, así como la urbanización, como algo marginal con respecto a los asuntos supuestamente más importantes que se desarrollan en una entidad ficticia llamada «la economía nacional». El subcampo de la «economía urbana» es pues un tema al que se dedican economistas de segunda fila, mientras que los más brillantes aplican sus habilidades macroeconómicas en otros terrenos, e incluso cuando prestan atención a los procesos urbanos, los presentan como si las reorganizaciones espaciales, el desarrollo regional y la construcción de ciudades fueran meros resultados de procesos a mayor escala que no se ven afectados apenas por lo que producen[2]. Así, en el Informe sobre Desarrollo del Banco Mundial de 2009, que por primera vez se tomó en serio la geografía económica y el desarrollo urbano, los autores no parecían pensar que nada pudiera ir tan catastróficamente mal como para detonar una crisis en el conjunto de la economía. Escrito por economistas (sin consultar a geógrafos, historiadores o sociólogos urbanos), su propósito era supuestamente explorar la «influencia de la geografía en las oportunidades económicas» y elevar «el espacio y el lugar, de meras cuestiones secundarias, a un papel más importante».
Sus autores se esforzaban de hecho por demostrar que la aplicación de los paradigmas habituales de la economía neoliberal a los temas urbanos (como dejar al estado fuera de la tarea de regular seriamente los mercados del suelo y la propiedad inmobiliaria y minimizar las intervenciones de la planificación urbana, regional y espacial en pro de la justicia social y de la igualdad regional), era la mejor de forma para aumentar el crecimiento económico (con otras palabras, la acumulación de capital). Aunque tenían la decencia de «lamentar» no disponer del tiempo y el espacio suficiente para explorar en detalle las consecuencias sociales y medioambientales de sus propuestas, creían simplemente que las ciudades que proporcionan
mercados fluidos para el suelo, la propiedad inmobiliaria y otras instituciones de apoyo –tales como la protección de los derechos de propiedad, la ejecución obligada de los contratos y la financiación de la vivienda–, prosperarían probablemente con el tiempo a medida que se modificaran las necesidades del mercado. Ciudades con éxito han relajado las leyes sobre las zonas para permitir a los usuarios con mayores recursos apostar por el suelo valioso y han adoptado nuevas regulaciones de uso para adaptarse a su papel, que va cambiando con el tiempo[3].
Pero el suelo no es una mercancía en el sentido más corriente de la palabra. Es una forma ficticia de capital que deriva de las expectativas de futuras rentas. El intento de maximizar su rendimiento ha expulsado durante los últimos años de Manhattan y del centro de Londres a las familias de bajos o moderados ingresos, con efectos catastróficos sobre las disparidades de clase y el bienestar de las poblaciones menos privilegiadas. Eso mismo es lo que ejerce una presión tan intensa sobre el suelo de alto valor en Dharavi (Bombay), un barrio de chabolas poblado por alrededor de un millón de habitantes que el informe caracteriza correctamente como un ecosistema productivo humano. En resumen, el informe defiende el fundamentalismo de mercado que ha dado lugar al terremoto macroeconómico por el que acabamos de pasar (aunque siga manifestando réplicas) al tiempo que ha generado movimientos sociales urbanos de oposición a la gentrificación, a la destrucción del medio ambiente y al uso de las expropiaciones (o de métodos más brutales) para desalojar a los residentes y permitir un uso más rentable del suelo.
Desde mediados de la década de 1980 la política urbana neoliberal (aplicada, por ejemplo, en toda la Unión Europea) concluyó que la redistribución de la riqueza a las barriadas, ciudades y regiones menos aventajadas era inútil, y que los recursos debían canalizarse por el contrario hacia los polos de crecimiento «empresariales» más dinámicos. Una versión espacial del «goteo» se encargaría de resolver, en el proverbial largo plazo (que nunca llega) esas latosas desigualdades regionales, espaciales y urbanas. ¡Entregar la ciudad a los promotores y especuladores financieros redunda, según ese mantra, en beneficio de todos! Si el estado chino hubiera liberalizado el uso del suelo en sus ciudades, entregándolo a las fuerzas del libre mercado –aseguraba el informe del Banco Mundial–, su economía habría crecido aún más rápidamente.
El Banco Mundial favorece abiertamente al capital especulativo por encima del pueblo. Nunca cuestiona la idea de que a una ciudad le puede ir bien (en términos de acumulación de capital) aunque a su población (aparte de un sector privilegiado) y al medio ambiente les vaya mal. Aún peor, el informe es profundamente cómplice de las políticas que fomentaron la crisis de 2007-2009, lo que resulta particularmente llamativo ya que se publicó seis meses después de la bancarrota de Lehman Brothers y aproximadamente dos años después de que el mercado estadounidense de la vivienda se ensombreciera y comenzara el tsunami de los desahucios. Se nos dice, por ejemplo, sin un asomo de comentario crítico, que
desde la desregulación de los sistemas financieros en la segunda mitad de la década de 1980, la financiación de la vivienda con criterios de mercado se ha expandido rápidamente. Los mercados de hipotecas residenciales equivalen ahora en los países desarrollados a más del 40 por 100 del producto interior bruto (PIB), pero en los países en desarrollo es mucho más pequeño y en promedio no llega al 10 por 100 del PIB. El papel de los gobiernos debería consistir en estimular una participación privada bien regulada […] Establecer los fundamentos legales para contratos hipotecarios simples, ejecutables y prudentes sería un buen comienzo. Cuando el sistema de un país está más desarrollado y es más maduro, el sector público puede alentar un mercado hipotecario secundario, desarrollar innovaciones financieras y expandir la titulización de las hipotecas. Las viviendas que son propiedad de sus ocupantes, habitualmente el mayor activo con mucho de una familia, es importante en la creación de riqueza, la seguridad social y la política. La gente propietaria de su vivienda o que goza de una tenencia segura suele participar más activamente en su comunidad y es por tanto más probable que presione por una disminución del crimen, una gobernanza más fuerte y mejores condiciones medioambientales locales[4].
Esas aseveraciones resultan bastante asombrosas dados los recientes acontecimientos. Dan pábulo al negocio de las hipotecas-basura, alentado por mitos de fácil asimilación sobre los beneficios de la propiedad de la vivienda para todos y el hacinamiento de hipotecas tóxicas en CDOs altamente valoradas para ser vendidas a inversores ingenuos. Promueve la proliferación de urbanizaciones periféricas que consumen mucho más suelo y energía de lo que sería razonable para la sostenibilidad del planeta como hábitat para la población humana. Los autores podrían argüir plausiblemente que no entraba en sus atribuciones relacionar el tema de la urbanización con el problema del calentamiento global. Al igual que Alan Greenspan, podrían argumentar también que les habían pillado por sorpresa los acontecimientos de 2007-2009 y que no cabía esperar que anticiparan ningún problema en el escenario rosado que pintaban. Al insertar los términos «prudente» y «bien regulado» en su argumentación se habían «protegido», por decirlo así, frente a posibles críticas.
Pero dado que citan innumerables ejemplos históricos, «prudentemente elegidos» para apuntalar sus tesis neoliberales, ¿cómo se les pudo pasar que la crisis de 1973 se inició con un crac del mercado global inmobiliario que provocó la quiebra de varios bancos? ¿No se dieron cuenta de que la crisis de «Asociaciones de Crédito y Ahorro» [Savings and Loans] de finales de la década de 1980 en Estados Unidos, inducida igualmente por las Sociedades de Crédito Inmobiliario, dio lugar al hundimiento de cientos de instituciones financieras costándoles unos 200 millardos de dólares a los contribuyentes estadounidenses (una situación que irritó tanto a William Isaac, entonces presidente de la Corporación Federal de Seguro de Depósitos [Federal Deposit Insurance Corporation, FDIC], que en 1987 amenazó a la Asociación de Banqueros Americanos con la nacionalización si no enmendaban su comportamiento)? ¿Que el final del boom japonés en 1990 (del que Japón todavía no se ha recuperado) fue provocado por una caída vertiginosa de los precios del suelo? ¿Que el sistema bancario sueco tuvo que ser nacionalizado en 1992 como consecuencia de los excesos en el mercado inmobiliario? ¿Que uno de los desencadenantes del colapso en el este y sureste de Asia en 1997-1998 fue el excesivo desarrollo urbano en Tailandia?[5].
¿Dónde estaban los economistas del Banco Mundial mientras sucedía todo esto? Desde 1973 ha habido cientos de crisis financieras (mientras que antes eran mucho menos frecuentes), y buen número de ellas han sido provocadas por el desarrollo inmobiliario o urbano. Casi cualquiera que se hubiera puesto a pensar sobre ello –incluyendo, al parecer, a Robert Shiller– sabía que algo estaba yendo muy mal en el mercado de la vivienda estadounidense a partir de 2001, poco más o menos, pero creían que era algo excepcional, no sistémico[6].
Shiller podría argüir, por supuesto, que todos los demás ejemplos mencionados eran meros acontecimientos regionales. Pero entonces, desde el punto de vista de los brasileños o los chinos, también lo era la crisis de la vivienda de 2007-2009. Su centro fue el suroeste de Estados Unidos y Florida (con algunas repercusiones en Georgia), junto con otros puntos calientes (la crisis de ejecuciones hipotecarias que comenzó a finales de la década de 1990 en áreas pobres de ciudades antiguas como Baltimore y Cleveland era demasiado local y «poco importante» porque los afectados eran en su mayoría afroamericanos y miembros de las minorías). Internacionalmente, España y Irlanda se vieron muy golpeadas, y también Gran Bretaña, aunque en menor medida; pero no hubo serios problemas en los mercados inmobiliarios de Francia, Alemania, los Países Bajos o Polonia, ni en aquel momento en el conjunto de Asia.
Pero una crisis regional centrada en Estados Unidos se iba a globalizar, evidentemente, de una forma mucho más notoria que en los casos de, digamos, Japón o Suecia a principios de la década de 1990. Ya la crisis de Savings & Loans en 1987 (el año en que también se produjo una severa caída bursátil juzgada, erróneamente, como un incidente sin ninguna relación) tuvo ramificaciones globales. Lo mismo cabe decir de la muy s...

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