Venezuela
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Venezuela

Más allá de mentiras y mitos

Arantxa Tirado

  1. 272 pagine
  2. Spanish
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Venezuela

Más allá de mentiras y mitos

Arantxa Tirado

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Todos los días, por todos los medios de supuesta comunicación, tenemos un bombardeo incesante de noticias sobre Venezuela que nos presentan un panorama apocalíptico del país suramericano: "En Venezuela no hay comida, no hay pan, no hay luz, los hospitales no funcionan, se están muriendo de hambre, el país es un desastre…", "En Venezuela no hay democracia sino dictadura, se persigue a la oposición, cierran medios de comunicación, se tortura y reprime, los periodistas se exilian…". A la labor de los medios se une la versión de miles de venezolanos que viven fuera de su país y que contribuyen a una matriz de opinión que parece, cuando menos, exagerada. En estos tiempos paradójicos en los que mayor acumulación de noticias no significa estar más informado, Venezuela ejemplifica como ningún otro caso la muerte del periodismo. Un país que detenta las principales reservas de petróleo del mundo y que pasó a primera línea mediática sólo cuando decidió emprender una revolución. Un proceso de transformación social y política que ha sido deformado hasta la saciedad y usado como arma arrojadiza contra la izquierda mundial, la misma que calla para no ser salpicada por la experiencia política más demonizada de este siglo XXI. Este libro es un grito que rompe con rigor y valentía ese silencio, desmontando las mentiras, mitos y manipulaciones construidas en torno a la Revolución Bolivariana. Contar la verdad de Venezuela, un ejercicio imprescindible para hacer justicia al ejemplo del pueblo venezolano, pero también para entender qué implica en el actual momento histórico tratar de hacer una revolución.

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Informazioni

Anno
2019
ISBN
9788446048312
CAPÍTULO V
No hay revolución sin contrarrevolución: desestabilización «made in USA»
«Ante una invasión del gobierno más poderoso de la Tierra, nosotros nos dispersaríamos, nos haríamos tierra, aire, agua y conduciríamos una guerra de resistencia.»
Hugo Chávez Frías
Desde sus procesos de independencia, el destino político de los países de América Latina y el Caribe quedó, en menor o mayor medida, vinculado a los EEUU. Por la propia naturaleza expansiva de su creación como país, EEUU consideró pronto que debía ejercer algún tipo de tutela sobre los territorios que se encontraban en su mismo hemisferio. De ahí surgieron varias teorías para justificar las ansias imperialistas, la famosa Doctrina Monroe, sintetizada en su «América para los americanos», o el Corolario Roosevelt.
Los intentos de los países latinoamericanos y caribeños por tener un desarrollo autónomo, nacional, se toparon siempre con el freno de EEUU, que ha impedido que estos países ejerzan su legítimo derecho a la soberanía. La simple industrialización latinoamericana era concebida como un peligro para EEUU, pues suponía que la región podía llegar a tener mayor independencia y capacidad de decisión frente a la dependencia económica a la que las relaciones centro-periferia, surgidas durante la Colonia, pero perpetuadas en los siglos posteriores, la sometían. Es importante tener esto en mente para comprender que, para EEUU, cualquier intento de salirse del guion por parte de unos países que considera que deben estar subordinados a sus intereses es un desafío a su propia seguridad. La historia así lo ha demostrado cada vez que América Latina y el Caribe han intentado poner en marcha procesos soberanos; fuera en la forma de reformas agrarias, fuera en la forma de un desarrollismo nacionalista que ni siquiera rompía con un modelo capitalista, EEUU ha actuado de manera beligerante. A la región latinoamericano-caribeña no se le permite siquiera desarrollar un capitalismo nacional e independiente.
Evidentemente, este proyecto imperial no es un proyecto de todo un país, sino de la clase que domina ese país, el establishment, la burguesía, la oligarquía o la clase dominante estadounidense, como se le quiera denominar. Esta clase tiene a sus aliados necesarios entre las elites y oligarquías de América Latina y el Caribe. Unas elites que son untadas desde el centro con migajas para garantizar su anuencia en la exacción de los bienes públicos que deberían ser propiedad de los pueblos, no de quienes privatizan lo público bajo intereses particulares.
En EEUU los militares y la oligarquía tienen una relación orgánica. El sector militar desempeña un papel relevante que explica, en buena medida, el carácter bélico de la nación estadounidense. Guerra y EEUU son prácticamente conceptos indistinguibles. Se calcula que, desde su fundación en 1776, este país ha pasado el 93 por 100 de su existencia en guerra, 222 de 239 años[1]. La guerra se hace con material muy costoso que producen empresas que dirigen personas, algunas militares, otras no, que alternan su participación en el Gobierno con cargos en la industria armamentística. Estas «puertas giratorias» ya eran preocupantes en la década de los cincuenta. En su discurso de despedida cuando dejó la Presidencia en 1961, el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower alertó sobre la existencia de un «complejo militar-industrial» que tenía una presencia creciente en el interior del Gobierno y en otras instituciones, así como una gran influencia en la toma de decisiones gubernamentales.
Mucho se habla de la presencia militar en la Revolución Bolivariana, la cual existe, sin duda alguna, pero poco se menciona esta presencia militar en EEUU. En 1957 el sociólogo C. Wright Mills calculaba que, hasta entonces, «la mitad de los treinta y tres hombres que han sido presidentes de los Estados Unidos habían tenido algún tipo de experiencia militar; seis eran militares de carrera, y nueve habían sido generales»[2]. En tiempos más recientes se reproduce esta dinámica. Muchos presidentes y altos funcionarios estadounidenses han sido militares de carrera o han participado en guerras en el extranjero (algo que, en contraste, no ha hecho ningún militar venezolano). En efecto, ser veterano de guerra es un plus para la carrera política en EEUU.
Aunque la intervención militar directa para controlar a los países «es una opción que está sobre la mesa», como diría Donald Trump para el caso de Venezuela, esta es la última opción en un engranaje de dominio complejo a través de mecanismos que combinan el ejercicio del «poder duro» y del «poder blando». Por eso, para controlar a la región, Washington no necesita la intervención militar directa, ni golpes de Estado, aunque los fomente o respalde cuando lo considera oportuno. Puede estar presente a través de determinados organismos de cooperación en materia de seguridad, a través de la CIA o la DEA, o de asistencia para el desarrollo vía USAID, que es otra manera de controlar que los países no se descarrilen del redil. No es casual que los gobiernos con mayor conciencia antiimperialista hayan puesto límites a estas agencias e, incluso, hayan llegado a expulsarlas de su territorio, como fue el caso de la Bolivia de Evo cuando en 2008 sacó a la DEA de la lucha antinarcóticos boliviana. Pero también hace uso de los organismos presuntamente multilaterales, como el FMI o el Banco Mundial (BM), en realidad entes que forman parte de las estructuras del Departamento del Tesoro y del Departamento de Seguridad de EEUU, para imponer sus intereses económicos, presentándolos como intereses del conjunto de países. Se trata de que los Estados apliquen en sus fronteras lo que EEUU no hace en las suyas. A saber: que los países periféricos abran sus economías y quiten sus aranceles a los productos estadounidenses; que no hagan uso, en definitiva, de las políticas proteccionistas que EEUU ha aplicado a su economía para poder llegar a ser la potencia que es hoy. EEUU, emisor de la principal moneda de uso a escala global, el dólar, puede también emitir moneda sin respaldo de reservas en oro o en otro tipo de garantía. Algo que sería impensable para el resto de países.
La pauta de comportamiento de EEUU es bien conocida: primero trata de cooptar a través de todos estos mecanismos, pero, cuando no lo logra, despliega la política del garrote. El famoso palo y zanahoria se aplica perfectamente, aunque la zanahoria sea muy efímera realmente y casi un espejismo. Lo que ha caracterizado a EEUU, en su accionar internacional ha sido la construcción de enemigos, reales o imaginarios. A ellos, y a sus coaliciones políticas, hay que combatirlos en nombre de la libertad y la seguridad de EEUU que se convierte, ipso facto, en la libertad y seguridad que debe asumir todo el planeta. La disidencia ante el modelo estadounidense no puede existir. Como expresó alguna vez el expresidente Ronald Reagan, la simple existencia de la URSS era una «provocación» para EEUU. La política exterior estadounidense se militarizó cada vez más, al menos desde Reagan. La URSS colapsó, pero los países disidentes de hoy deben ser también llevados a un punto de implosión, si no de extirpación, cual si de un tumor cancerígeno se tratase. Lo grave en este caso es que, siguiendo el símil, EEUU no es el médico que va a salvar al paciente, sino el agente patógeno que causa prácticamente todos sus problemas.
WASHINGTON-CARACAS: ALTO VOLTAJE
Venezuela es un país de una importancia geopolítica, geoeconómica y geoestratégica vital para EEUU. Por su posición geográfica, es la puerta de entrada al subcontinente suramericano. Por sus reservas en hidrocarburos y sus riquezas minerales, es un territorio destacado como «reserva estratégica» para el capitalismo estadounidense. Y, por su proceso político, es un ejemplo de construcción política y geopolítica antiimperialista que se debe erradicar antes de que se propague. Sólo estos tres elementos ya dan cuenta de la relevancia de Venezuela para los intereses estadounidenses.
Siguiendo su pauta de actuación de siempre, las elites estadounidenses trataron de cooptar al recién elegido presidente Chávez, reuniéndose con él durante la gira que realizó como presidente electo en enero de 1999. Fue recibido por el presidente Bill Clinton, por el secretario de Energía Bill Richardson y por el presidente del FMI Michel Camdessus. En un segundo viaje lo recibió el poderoso ex secretario de Estado Henry Kissinger, quien lo elogió, destacando su «energía y dedicación»[3]. Pronto, mucho antes de que Hugo Chávez se pronunciara abiertamente a favor de una transición al socialismo, estos elogios dieron paso a declaraciones y acciones mucho menos amigables. Chávez «hizo méritos» para engrosar la lista de jefes de Estado que la CIA intentó asesinar, en palabras del exdiplomático estadounidense William Blum[4]. Hay teorías, no comprobadas hasta la fecha, que incluso avalan que se le habría inducido un cáncer con nanotecnología. Sea como fuere, la historia está plagada de ejemplos de cómo EEUU ha eliminado o tratado de eliminar a líderes incómodos (el caso de Fidel Castro, superviviente de más de 600 atentados, es paradigmático).
Igual que Fidel Castro, Chávez era peligroso para los intereses de EEUU en América Latina y el Caribe, sin duda. El maniobrar de Hugo Chávez en el interior de la OPEP, para concertar una subida de precios favorable a los intereses de estos países, desató las alarmas. También en el ámbito petrolero, el Gobierno venezolano decidió, legítimamente, cambiar las condiciones en las que operaban las empresas extranjeras que explotaban el petróleo en la Faja Petrolífera del Orinoco, la mayor reserva de crudo del planeta. A raíz de la promulgación de la Ley de Hidrocarburos en 2001, dichas empresas tuvieron que pagar un porcentaje mayor de regalías, que antes era irrisorio, y conformarse con ser socias minoritarias en los proyectos de explotación petrolera. Dos empresas estadounidenses, ExxonMobil y Conoco-Phillips, se rebelaron ante las nuevas condiciones y le declararon la guerra al Gobierno venezolano. Lo llevaron a los tribunales internacionales, al Centro Internacional de Arreglos de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), dependiente del Banco Mundial. Bajo la presidencia de Donald Trump, el que fuera presidente y director ejecutivo de ExxonMobil durante diez años, Rex Tillerson, pasó a ocupar el cargo de secretario de Estado en 2017, hasta 2018[5]. Podemos imaginar cuál podría ser la política exterior del gobierno estadounidense hacia Venezuela al poner a dirigirla a un representante de la industria petrolera con cuentas pendientes con el Estado venezolano.
EEUU estaba demasiado acostumbrado a considerar a los presidentes venezolanos como marionetas a su servicio, sin reparo en darles órdenes que, por supuesto, estos presidentes no se negaban a cumplir. Nadie podía toser a EEUU ni bloquear el paso a sus intereses. Con Chávez las cosas cambiaron. En plena «guerra contra el terror», iniciada por George W. Bush como respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001, Hugo Chávez realizó unas declaraciones en las que denunciaba los bombardeos de EEUU sobre población civil en Afganistán. Mientras mostraba las imágenes de unos niños destrozados por las bombas de EEUU, dijo: «No se puede combatir el terror con el terror». La furia de EEUU se desató y el Departamento de Estado llamó a consultas a su embajadora en Caracas, Donna Hrinak, algo que no había sucedido antes en la historia de la relación entre ambos países. Hrinak regresó de Washington con un mensaje que transmitió al presidente Chávez en un tono «desafiante y agresivo», según el presidente. Años después Chávez contaba lo que sucedió al periodista Miguel Bonasso:
Yo la recibí [a Donna Hrinak] y déjame decirte que la embajadora, en un tono muy desafiante, agresivo, me hizo una serie de planteamientos. Yo me vi obligado a pararla y decirle: «Embajadora, yo le recuerdo que está hablando con el presidente de este país, hágame el favor y se retira y cuando usted entienda cómo tiene que hablar al presidente de un país, usted regresa». La señora salió hecha una tromba[6].
A pesar de esta lección de soberanía y dignidad, que seguramente sorprendió a la embajadora y que consideraría como «insolente», EEUU no aprendió la lección y ha seguido tratando de controlar la política ve...

Indice dei contenuti

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Contraportada
  4. Legal
  5. Dedicatoria
  6. Introducción. ¿Por qué un libro sobre Venezuela?
  7. I. Cómo se llega a una revolución
  8. II. Venezuela, esa extraña «dictadura»
  9. III. Un país petrolero con una economía bloqueada
  10. IV. Venezuela, una política exterior al servicio de la integración contrahegemónica
  11. V. No hay revolución sin contrarrevolución: desestabilización «made in USA»
  12. VI. Guerra de IV Generación: los opinólogos del mundo contra Venezuela
  13. VII. España, capital Caracas
  14. Coda. ¿Qué aprender de Venezuela?
  15. Bibliografía
Stili delle citazioni per Venezuela

APA 6 Citation

Tirado, A. (2019). Venezuela ([edition unavailable]). Ediciones Akal. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2043589/venezuela-ms-all-de-mentiras-y-mitos-pdf (Original work published 2019)

Chicago Citation

Tirado, Arantxa. (2019) 2019. Venezuela. [Edition unavailable]. Ediciones Akal. https://www.perlego.com/book/2043589/venezuela-ms-all-de-mentiras-y-mitos-pdf.

Harvard Citation

Tirado, A. (2019) Venezuela. [edition unavailable]. Ediciones Akal. Available at: https://www.perlego.com/book/2043589/venezuela-ms-all-de-mentiras-y-mitos-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Tirado, Arantxa. Venezuela. [edition unavailable]. Ediciones Akal, 2019. Web. 15 Oct. 2022.