Posmodernidad y posmodernismo
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Posmodernidad y posmodernismo

Textos desde el psicoanálisis en tiempos de posverdad

Jorge L. Ahumada

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Posmodernidad y posmodernismo

Textos desde el psicoanálisis en tiempos de posverdad

Jorge L. Ahumada

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La posmodernidad –la época en que nos toca vivir– es, como resultante de magnos cambios tecnológicos y sociales, un tiempo de perpetuo presente y también un tiempo de posverdad. Tema abordado a lo largo del siglo por múltiples autores, entre ellos Sigmund Freud quien no ocultó su preocupación, anotando la transformación del hombre en un dios protésico. Este libro indaga las complejidades de la posmodernidad y las psicopatologías a ella ligadas desbordando los marcos clásicos del psicoanálisis, asentados en la teoría de las neurosis. Toma como punto de partida el examen de la translocación del modelo del arte a la realidad cotidiana en el romanticismo alemán, donde pasa de la literatura al plano de la política, para luego abordar la Era de los Medios y el surgimiento de las nuevas psicopatologías, entre ellas los estados fronterizos y la epidemia del autismo. Examina luego nuestra herencia instintiva y los diversos niveles de la evolución del pensar, evaluando hallazgos no disponibles en la época de Freud para acercarse a los magnos procesos de desconocimiento que se ponen en juego en la actualidad. El Addendum ahonda en la dinámica de las nuevas psicopatologías.

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Informazioni

Anno
2021
ISBN
9789878362243

CAPÍTULO 1
Del insight a la auto-creación
Vicisitudes de la interpretación desde la modernidad a la posmodernidad

La corporeidad de lo psíquico y los procesos de individuación se ubican para Freud en el núcleo del advenimiento de nuestro ser personal. Así, en “El yo y el ello”1 afirma que el Yo es primero y fundamentalmente un Yo corporal, una diferenciación del Ello a efectos de la percepción; esto es, de lo que se logre ir captando (y pensando) a punto de partida de lo experimentado. A partir de la corporeidad de lo psíquico, el logro de una identidad personal implicó para Freud un complejo proceso de diferenciación e individuación a través de la niñez y la adolescencia hasta llegar a la adultez, proceso que abarca una parte del psiquismo, no la totalidad de nuestra vida psíquica. La concretitud e indiferenciación de nuestras dependencias emocionales primarias y la conflictiva ligada a ellas se perpetúa en nuestras relaciones durante nuestro decurso vital, como se hace evidente en la importancia que adquiere en el Freud final su concepto ampliado de lo inconsciente no reprimido como zócalo de la personalidad.
Conviene ceñir la vastedad de nuestro tema distinguiendo el posmodernismo (como ideología filosófica y académica heredera del romanticismo, que extiende a la vida cotidiana el modelo del arte) de la posmodernidad como la época sociocultural en la que vivimos, donde la realidad cotidiana y la realidad política se pliegan al modelo mediático del espectáculo signado, afirma un autor mayor de la izquierda literaria norteamericana, por la infinitización del presente y la incapacidad de elaborar las experiencias personales a raíz del “olvido” del tiempo histórico.2 El posmodernismo académico, sostiene Fredric Jameson, se asienta en el pasaje de la parodia hacia el pastiche, pasaje donde la ironización romántica se vacía más y más de contenido.3 A esto cabe agregar que en la eclosión de lo novedoso la celebración se torna omnipresente.4
Entre nosotros, en El asedio a la Modernidad, Juan José Sebreli (1991) enfatizó el translado masivo al plano político de la concepción wagneriana de la “obra de arte total”. Ya en la época del surgimiento del nazismo, señala, Goebbels postulaba el predominio de la imagen fusionando en la “obra de arte total” la propaganda política y la estetización, al modo de un todo retórico englobando lo real. Por esas épocas, en un ya lejano 1937, el historiador y filósofo del arte Roger Collingwood5 anotaba que bajo el impacto mediático la prevalencia social de la diversión bifurcaba la experiencia en una parte “real” y otra consistente en un “hacer creer” ilusorio, con lo cual entraba en bancarrota la realidad cotidiana, configurando un cambio fundamental de nuestras experiencias personales.
En el pasaje a la cosmovisión de la posmodernidad los procesos de evolución psíquica viran en la sociedad global y también en el ámbito del psicoanálisis, pues el eje del tratamiento y la función de la interpretación pasan del insight a la autocreación, tema tratado en otros trabajos.6 No se me escapa que abordar el tema del psicoanálisis en la posmodernidad implica adentrarse en un campo minado, dada la turbulencia emocional que habita la interfase entre las cosmovisiones moderna y posmoderna.
El contexto académico de la segunda mitad del siglo XX estuvo signado por distintas variantes del llamado “giro lingüístico” de la filosofía y las disciplinas del hombre, donde la retórica y el orden del discurso se autonomizaron reviviendo impulsos nucleares de la vertiente romántica. Tomaré como guía el eje que va desde el romanticismo a Nietzsche y Foucault, para pasar luego al posmodernismo psicoanalítico.

El romanticismo como matriz del pasaje hacia el posmodernismo

Siendo legión quienes comentan los temas del pasaje a la actual sociedad mediática sería abrumador nombrarlos; no lo es menos mapear los hitos filosófico-literarios que desde la crisis de la razón y el surgimiento del romanticismo marcan el camino académico hacia el posmodernismo. El historiador de las ideas Isaiah Berlin ubica ahí un punto de viraje, un cambio radical del marco conceptual, donde los problemas previos pasan a vivirse como remotos, obsoletos o ininteligibles, como “restos de confusiones de un mundo ido”.7 En el modelo romántico del arte, afirma, la creación se da a partir de la nada, ex nihilo: el arte, convertido en la actividad autónoma fundamental del hombre, no es imitación ni representación sino expresión, mostrando la chispa divina de cada uno, sicut Deus.
Aunque la abrogación de las nociones de verdad y falsedad suele atribuirse a la insistencia de Nietzsche en la “muerte de las evidencias”, el tema puede rastrearse casi un siglo antes. Cabe atribuir al romanticismo raíces alejadas en las tradiciones germánicas del Volk y, en territorio filosófico, en los idearios de Giambattista Vico y de Jean-Jacques Rousseau, a quien el filósofo de la historia y del arte Roger Collingwood8 considera el padre del romanticismo. El filósofo polaco-norteamericano Lészek Kolakowski ubica como manifiesto inicial de la ideología romántica a la conferencia inaugural de Friederich Schiller en Jena en 1789, abriendo el cuestionamiento de la idea de conocimiento y la contraposición frontal de subjetividad y conocimiento. Para Schiller, advierte Kolakowski, hechos y eventos son ensamblajes arbitrarios, donde “cualquier construcción, cualquier selección, cualquier estructura... vale tanto como cualquier otra”.9 Allí la subjetividad presente engendra el pasado, con la singular ventaja de que queda de lado la necesidad de aprender.
Por su parte, el historiador de las ideas de Oxford Isaiah Berlin ubica también en Schiller −en su obra como dramaturgo− el pasaje desde la cosmovisión moderna hacia el romanticismo, con la expansión de la noción de libertad y la idea de que es función preclara de lo humano desprenderse de la naturaleza. Idea vehiculizada por la voluntad, no por la razón y, menos aún, por los afectos, dado que el hombre los comparte con los animales. La idea de libertad se desamarra de toda idea de razón y la voluntad se contrapone en calidad de desafío a la naturaleza y a la convención.10 Allí, donde la subjetividad emerge del desafío, el personaje de la Medea de Racine, quien para vengarse del abandono por parte de Jasón mata a los hijos concebidos en común, es para Schiller una heroína trágica, quien exhibe en el crimen su libertad y autonomía triunfando sobre el amor maternal, esto es, sobre la naturaleza.
Actuar, ser amo de uno mismo en vez de ser actuado en forma pasiva es lo esencial. Con su énfasis en el protagonismo Gottlob Fichte, otrora discípulo de Kant, revierte la postura de su maestro para quien el hombre es un engranaje a merced de fuerzas externas.11 Rastreando en lo literario las raíces de la cosmovisión romántica, Isaiah Berlin destaca el borramiento de los límites entre filosofía y literatura y la extensión del modelo del arte a todos los ámbitos: en el arte, sostiene Schiller, el hombre se autonomiza de las cadenas de la causalidad. La prioridad del modelo del arte exacerba en Fichte una celebración de la voluntad y la acción donde la autoconciencia como sujeto surge de la confrontación: siendo que la necesidad de actuar genera nuestra conciencia del mundo y la autoafirmación, transformarse a sí mismo y transformar al mundo por el ímpetu de una voluntad indomable es deber sagrado. Pierden validez los intentos de objetivar los fines humanos pues no cabe descubrirlos sino crearlos: la creación es creación a partir de la nada, en una estética de la creación pura que abarca toda acción y toda ética. La imaginación deviene generativa tal como la voluntad de Dios generó al mundo y no hay lugar para reglas dadas pues solo existirán las que creamos.12 Análogamente, conocer consiste en imponer un sistema cuyas leyes no se tomarán de los hechos sino de nosotros mismos.13
Aún antes de Schiller, de Hölderlin, de Fichte y de Nietzsche, en la ancestral tradición germánica el peso salvífico del Dichter, destaca el crítico literario George Steiner en Una lectura contra Shakespeare, no se transmite fácilmente a otras culturas: así, el término “poeta” usado en inglés −y, agrego, en otras lenguas− no da lugar a las dimensiones adánicas del término germano. El auténtico Dichter, sostiene con fervor Steiner, es excepcional. Cito sus términos:
“La verdadera Dichtung da testimonio. ‘Conoce objetivamente’ en el sentido concreto en que la nominación de las formas vivientes del Edén por parte de Adán correspondía precisamente a la verdad. (...) Como Adán, el Dichter nomina lo que es, y su nombrar define, encarna su verdadero ser.”14
Tal “conocer objetivo” de la Dichtung como decir poético se distingue netamente, añade, del conocer cotidiano y del conocimiento científico. En el caso de Martin Heidegger, afirma Steiner, “el Dichter... ‘habla el Ser’. Es ‘el pastor del Ser’; en la custodia del Dichter el hombre se acerca más a lo que es (a lo que podría ser si es que va a ser hombre).”15 Tal función es a la vez ética y salvífica. Destaco a mis fines que Heidegger fue eje del pensamiento francés de la posguerra −la época de las “tres H”, Hegel, Husserl y Heidegger− y que ahí la función poética asume valor profético: el Dichter relata eventos futuros desde el lugar de los dioses, con lo cual la retórica instituye la realidad.
En el arte romántico, la obra de Richard Wagner ilustra la expansión de las expectativas de un renacer emancipatorio que avanza desde el drama musical hacia la sociedad global, aunando en su “obra de arte total”, dice el historiador de Oxford J. W. Burrow16, el papel de la tragedia en la Grecia antigua con la tradición del Volk de las mitologías teutónicas. Que ahí ...

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