IV. Las venas abiertas de las desigualdades y de las discriminaciones
Introducción
La idea de que el nuevo coronavirus democratizó el derecho a matar ha sido muy difundida. Nada más lejos de la verdad. Es cierto que en algunos países es posible identificar, sobre todo en las primeras semanas de contagio, cierta indiferencia del virus hacia el estatus social de las víctimas. Pero incluso en estos casos, la forma en que se propaga y, en particular, la forma en que mata revela que este virus no sólo refleja, sino que profundiza las desigualdades y la discriminación que imperan en las sociedades contemporáneas. El virus abre las venas del mundo que Eduardo Galeano nos enseñó a ver (1971) y revela con extrema virulencia todas las vulnerabilidades que marcan la vida cotidiana de la gran mayoría de la población mundial. Y no sólo las revela, las hace sangrar aún más.
Cualquier pandemia es siempre discriminatoria, más difícil para unos grupos sociales que para otros. Debido a la amplitud y velocidad de su propagación, la nueva pandemia es particularmente discriminatoria. No me refiero aquí al caso del nutrido grupo de profesionales sanitarios (médicos, enfermeras, personal técnico y de limpieza) cuya misión los pone en contacto directo con el virus. En principio, no habría necesidad de hablar de vulnerabilidad cuando la práctica profesional tiene como objetivo, precisamente, atender a los pacientes infectados por el virus. Ocurre que, en muchos países, y especialmente en las primeras semanas del virus, este inmenso y muy dedicado grupo profesional no contaba, en muchos contextos, con equipos de protección personal para poder realizar su trabajo en condiciones seguras. El espíritu de misión habló más fuerte y prestaron sus servicios corriendo riesgos. En algunos países, asumieron riesgos particularmente desproporcionados. Por ejemplo, en el Reino Unido, el número de profesionales de la salud que fallecieron por la covid-19, al 13 de julio de 2020, fue de quinientos. Un análisis más cercano a estas víctimas (incluido el personal de hospitales, de residencias de ancianos, etc.) muestra que seis de cada diez eran minorías étnicas. Según los datos del proyecto Lost on the Frontline, a mediados de julio de 2020 alrededor de 795 trabajadores de la salud en la línea del frente habían muerto de la covid-19 en los EEUU. La mayoría de los profesionales documentados eran principalmente afroamericanos, asiáticos y de las islas del Pacífico.
En este capítulo analizo otros grupos para los que la pandemia fue un factor más de desigualdad y de discriminación que se suma a tantos otros de los que son víctimas. Estos son los grupos que tienen en común una especial vulnerabilidad que precedió a la pandemia y se agravó con ella. Estos grupos conforman aquello que llamo Sur global. En mi opinión, el Sur no designa un espacio geográfico. Designa un espacio-tiempo epistemológico, político, social y cultural. Es la metáfora del sufrimiento humano injusto causado por la explotación capitalista, la discriminación racial y la discriminación sexual. Propongo analizar la pandemia desde la perspectiva de quienes más han sufrido estas formas de dominación. En el Capítulo 7 mostraré las iniciativas de autoprotección en las comunidades donde viven las poblaciones vulnerables del mundo para, también desde su perspectiva, imaginar los cambios sociales que se requieren una vez finalizada la fase aguda de la pandemia. A partir de mi propuesta de epistemologías del Sur (Santos, 2014a; 2019a), he venido defendiendo que vivimos en sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales. Cada uno de estos modos de dominación crea vulnerabilidades, exclusiones y discriminaciones específicas. La lucha contra ellos debe articularse ya que muchos grupos humanos sufren las exclusiones cruzadas del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. En este capítulo, trato de mostrar cómo la pandemia ha agregado más vulnerabilidades y exclusiones a las que ya existían, desequilibrando aún más, si no colapsando, los frágiles medios de subsistencia y defensa de la vida. Las exclusiones dieron como resultado una mayor vulnerabilidad a la pandemia por varias razones: vulnerabilidad preexistente de salud y de hábitat; menor capacidad para seguir las normas de la OMS, concretamente con respecto al confinamiento, el distanciamiento físico y la higiene; acceso deficiente o nulo a los sistemas de salud que podrían salvar vidas o aliviar el sufrimiento.
He sostenido que las exclusiones más graves son las que resultan de la línea abismal que separa a la humanidad entre dos grupos: un grupo formado por seres plenamente humanos, dotados de toda la dignidad humana; y los seres subhumanos, poblaciones ontológicamente inferiores, desechables. La línea abismal establece y separa dos formas de sociabilidad incomunicables, la sociabilidad metropolitana de los seres plenamente humanos y la sociabilidad colonial de los seres infrahumanos. Existir al otro lado de la línea (en la zona colonial) significa existir sin ningún derecho efectivo y siempre a merced de un poder social fascista, aunque el régimen político sea democrático (lo que designo como «fascismo social»). En cualquiera de estas zonas existen exclusiones sociales, pero mientras en la zona metropolitana las víctimas de exclusiones pueden defenderse de manera realista invocando los derechos y la justicia (exclusiones no abismales), en la zona colonial las víctimas de exclusiones no tienen ninguna posibilidad de recurrir a estos mecanismos, incluso si existen formalmente (exclusiones abismales).
La vida de quienes viven en la zona colonial tiene muy poco valor y puede ser descartada sin alarma social alguna. La pandemia aumentó la gravedad de las exclusiones y en esa medida demostró cuántas de ellas eran exclusiones abismales. Quien fue víctima de ellas era tratado por la sociedad como ontológicamente inferior, subhumano. El coronavirus sólo confirmó y agravó la tragedia humana de las comunidades sujetas a exclusiones abismales. A continuación, analizo algunas situaciones, sin pretensión de ser exhaustivo. Basándome en mi concepción de la triple dimensión de la dominación eurocéntrica moderna, distingo tres líneas abismales principales: la capitalista, la colonialista y la patriarcal. Estos tres modos principales de dominación en las sociedades modernas y contemporáneas han ido acompañados de otros modos de dominación que llamo dominaciones-satélite, a saber, la dominación de castas, de la religión, de las prisiones, del capacitismo y, en ciertos contextos, de la edad misma (lo que denomino senexismo). Cada una de estas dominaciones genera una línea abismal. Muchos grupos oprimidos experimentan exclusiones causadas por varias líneas abismales simultáneamente. Propongo analizar aquí las líneas abismales más graves.
Este capítulo tiene una configuración que puede sorprender por la abundancia de datos y la naturaleza aparentemente caótica de su presentación. Mencionar datos del Congo o Myanmar junto con los de Reino Unido o Estados Unidos puede parecer extraño. Sin embargo, hay una intención teórica que lo justifica. Tomados de forma aislada, muchos grupos especialmente vulnerables son más o menos grupos minoritarios. Pero si los sumamos, estamos hablando de la gran mayoría de la población mundial. Esto debería hacernos pensar en los modos de clasificación que usamos en las ciencias sociales. Lo que llamamos normalidad es un dispositivo producido por la multiplicación y fragmentación de excepciones.
En segundo lugar, la pandemia ha puesto en tela de juicio muchas de las jerarquías del sistema mundial, o al menos ha puesto en duda las justificaciones que se dan a sí mismas. Si tenemos en cuenta que algunos países denominados «menos desarrollados» se defendieron mejor contra el virus y protegieron a su población con mayor eficacia que algunos países denominados «más desarrollados»; si tenemos en cuenta que conceptos producidos para caracterizar situaciones en el siempre lejano Sur geográfico, como, por ejemplo, «Estado fallido» o «medicina humanitaria», podrían aplicarse de manera creíble a algunos países del Norte global, podemos concluir que la pandemia ha revertido la cadena causa-efecto que en los últimos siglos se transformó en sentido común del (des)orden mundial. Me refiero a la relación entre jerarquía y superioridad. Nos acostumbramos a pensar que el poder económico, político y cultural del Norte global sobre el Sur global se deriva de la superioridad normativa del desarrollo y las instituciones en el Norte global. Este sentido común se vio profundamente afectado por la crisis pandémica. En vista de los comportamientos y hechos que relato en este capítulo, debemos llegar a la conclusión de que la relación causa-efecto entre supe...