El regreso de Max
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El regreso de Max

Camino al liderazgo: libro primero

Manuel Ramírez

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El regreso de Max

Camino al liderazgo: libro primero

Manuel Ramírez

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Max es un ejecutivo con cierto éxito profesional, pero que se ha perdido a sí mismo por el camino. No está a gusto con su trabajo, a pesar de ganar mucho dinero y de tener el cargo que deseaba; tampoco goza de un buen entorno laboral, ni de los principios por los que se rige la dirección del hotel en el que trabaja.Una noche, después de un enfrentamiento con su jefe, tiene un extraño sueño. Algo le hace cambiar su forma de ver las cosas y, poco a poco, se transforma todo su entorno.Con la ayuda de su novia, Iris, y de una herramienta muy especial, Max descubre el verdadero camino al liderazgo, tanto a nivel profesional como personal.Este libro ayudará al lector a observar su propia realidad desde otra perspectiva, permitiéndole encontrar soluciones diferentes a los problemas de siempre, y emprenderá un viaje a lo largo de los miedos y las dudas, tanto dentro del mundo de la empresa como en el ámbito privado.

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Information

Year
2012
ISBN
9788415098584
Las finanzas del éxito
Lunes por la mañana.
La semana anterior había empezado como siempre: mal. Pero el miércoles por la noche, las cosas habían cambiado. Había conocido a un ser especial que no sabía qué era, o si solamente formaba parte de sus sueños. El caso es que lo estaba ayudando a cambiar de perspectiva, a romper sus creencias limitantes, a ver las cosas responsablemente, interpretándolas de forma que se sintiera mejor y a utilizar lo aprendido para ayudar a los demás.
Esta semana sería mejor aún. Intuía que había empezado un cambio importante en su vida. Se había estado haciendo mayor en los últimos años, y la semana anterior había rejuvenecido. Pero quería más. Quería volver a sentirse como cuando era un estudiante de Administración de Empresas; tenía muchos y muy gratos recuerdos de esa etapa de su vida.
Se levantó a las siete de la mañana, se puso ropa cómoda y bajó a la calle a correr. Hacía muchísimo tiempo que no lo hacía. Años atrás había sido atleta semiprofesional, cuando estudiaba en los Estados Unidos. Después, ya de vuelta a Barcelona, había practicado durante algún tiempo de forma amateur. Se ponía un pantalón corto y una camiseta, se ajustaba el pulsímetro y salía a correr. Pero de eso hacía mucho.
La primera sensación que tuvo fue de frío. Tenía todo el cuerpo congelado. Era normal, puesto que estaban en el mes de enero, pero recordaba que, cuando practicaba a diario, la sensación de frío era algo que no acostumbraba a tener. Ahora, a pesar de ir abrigado, estaba pasando un auténtico suplicio.
Aguantó poco más de veinte minutos. Todo un fracaso para un atleta pero un éxito para alguien no acostumbra­do a salir a correr. En cualquier caso, Max se sintió conten­to, porque muchas veces se había dicho a él mismo que ya no se­­ría capaz de hacerlo nunca más.
Se prometió repetir a la mañana siguiente, y a la siguiente. Iría aumentando la duración de sus sesiones de running a medida que se fuera poniendo en forma de nuevo. Estaba decidido a volver a hacer ejercicio y recuperar una buena forma física. Sabía que, cuando lo consiguiera, no solo se vería mejor ante el espejo, sino que se sentiría con más energía y vitalidad, y eso le vendría muy bien en estos momentos.
Al volver a casa, se duchó y se vistió para ir a trabajar. Desayunó y salió en dirección al hotel Reyes. Cuando llegó a la puerta principal, el reloj de la entrada marcaba las ocho y cincuenta y cinco, por lo que en esta ocasión no iría al bar a tomarse un café, sino directamente a su despacho. Estaba ansioso por saber cómo habría ido el evento del fin de semana. Lo había dejado todo preparado el viernes y la jefa de cocina se había comprometido a atender con especial cariño a la gente de la empresa que iba esos días. Se aseguraría de que todo hubiera ido como debía.
Llegó a su escritorio y encendió el ordenador. Dos minutos después, tenía un e-mail en la bandeja de entrada. Lo enviaba Ricardo, su cliente. En realidad, Ricardo era un amigo de Max desde hacía muchos años, y era la mano derecha del presidente de su empresa. Le había enviado el e-mail a las ocho en punto de la mañana. Demasiado pronto. Eso debía de significar que había habido problemas. Lo abrió con cierto temor y leyó:
Querido Max,
Te escribo porque, como bien sabes, hemos pasado el fin de semana en tu hotel, en nuestra convención anual. Siempre nos juntamos todos los socios y muchos de los trabajadores de la empresa, y organizamos una serie de conferencias. ¿Qué te voy a contar? Tú te has encargado de la organización de todo.
Quiero contarte yo mismo la experiencia para informarte de primera mano. Nos la jugábamos con el presidente de mi empresa, porque sabes que otros miembros de nuestro equipo directivo querían ir a otros hoteles en los que tienen conocidos. Y debía salir todo bien, si queríamos repetir.
Como te conozco, y me imagino que después de dos párrafos de introducción ya debes de estar histérico por conocer lo que quiero decirte, lo haré sin más dilación: ¡FUE TODO UN ÉXITO! Tanto el presidente de la empresa como los directivos quedaron encantados. Incluso aquellas personas que querían organizar la convención en otros luga­res, terminaron admitiendo que todo había sido perfecto.
Quiero que agradezcas especialmente a la jefa de cocina por su atención y cuidados. Creo que se llama Isabel. Estuvo pendiente de nosotros, por si nos faltaba algo en las comidas y por si todo estaba en orden. La calidad de la comida fue exquisita. Incluso los coffee-breaks, que son algo absolutamente estándar en otros sitios, en vuestro hotel fueron espectaculares. ¡Qué cariño le ponía todo el equipo de cocina y de camareros a lo que hacían!
Por otro lado, el equipo de logística estuvo siempre atento a lo que pudiéramos necesitar. Los equipos de audio funcionaron siempre y en todo momento hubo alguien pendiente de nosotros, por si había un fallo de última hora.
Finalmente, en Recepción se mostraron increíblemen­­te amables y realizaron todas las gestiones externas que ne­cesitamos, como pedir una pequeña flotilla de taxis, por ejemplo.
Quisiera agradecerte el esfuerzo que has hecho al organizar todo el evento y quiero que felicites de nuestra parte a todas las personas que, de forma directa o indirecta, estuvieron a cargo de nosotros.
La única lástima fue no verte. Supongo que estuviste con tu chica. Pero me hubiese gustado saludarte. Hace tiempo que no nos vemos.
Un abrazo,
Ricardo
P.D.: Por supuesto, podéis contar con nosotros para los próximos años.
Max se quedó un rato mirando la pantalla, embobado. Parecía que todo estaba yendo en la dirección adecuada. Este e-mail era muy importante, no tanto para él, sino para defender a todo el equipo del hotel frente a Carlos. En la última reunión, este había sido muy duro con ellos, y ahora Max tenía argumentos para enfrentarse a él y demostrarle que se equivocaba.
Horas más tarde, Max estaba preparando su informe sobre el evento del fin de semana. Una de las cosas que quería hacer era confirmar con el departamento de Contabilidad y Finanzas que no hubiesen tenido gastos adicionales. Se fue a ver a Óscar. Prefería preguntárselo en persona que por teléfono, así salía un momento del despacho y estiraba las piernas.
Llegó al despacho de Óscar y lo encontró gritándole al teléfono, como de costumbre. Últimamente estaba más irascible de lo habitual, pero quería hablar con él, de todos modos. Se presentó frente a su puerta y Óscar le hizo una señal con la mano para que entrase y se sentara. Max esperó pacientemente a que Óscar colgase el teléfono.
—¿Vengo en un mal momento?
—No es peor que otros, tranquilo. ¿Qué sucede?
—Quería saber si había algo destacable del evento del fin de semana, algo que deba saber para mi informe.
—Bueno, ahora estaba discutiéndolo con Isabel. Resulta que el domingo por la tarde les ofreció el mejor cava que tenemos. Eso sería genial si se lo hubiese cobrado, así habríamos aumentado la facturación, pero decidió que lo mejor era hacerles un regalo, tener un detalle —dijo con tono sarcástico.
—¿Y eso aumenta mucho los gastos?
—Fueron veinte botellas, a un precio de treinta euros cada una; así que seiscientos euros perdidos.
—¿Tenemos un cava que nos cuesta treinta euros por botella? ¡Me parece carísimo!
—No. Te he dado el precio de venta, no el de coste. A nosotros nos cuestan la mitad.
—Entonces no hemos perdido seiscientos euros, Óscar, sino trescientos.
—Gracias, Max. Me siento más seguro si ha­­ces tú mismo la multiplicación. Está claro que tengo dificul­tades haciendo cálculos. ¡¿No ves que hemos dejado de fac­turar seiscientos, aunque nuestro incremento de costes «solo» sea de la mitad?!
—S...

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