Las vueltas del odio
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Las vueltas del odio

Gestos, escrituras, políticas

Gabriel Giorgi, Ana Kiffer

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Las vueltas del odio

Gestos, escrituras, políticas

Gabriel Giorgi, Ana Kiffer

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Corren tiempos de un implacable avance de nuevos fascismos y el odio, entendido no como una pasión homogénea, sino como un condensador de afectos diversos, cumple una función clave en su desarrollo cotidiano, en su injerencia en diferentes ámbitos de la vida social. El odio lleva al límite los pactos discursivos, las formas de relación social, los protocolos de la vida civil y las reglas de lo democrático.Gabriel Giorgi y Ana Kiffer analizan y observan sagazmente no solo la naturaleza compleja e inestable del odio, sino sobre todo su capacidad de transformación, de convertirse en algo diferente. El odio contemporáneo es fundamentalmente un odio escrito: se publica, se postea, se viraliza, se hace cadena. Así, Giorgi y Kiffer recorren tres instalaciones artísticas, una argentina y dos brasileñas, que exhiben escrituras del odio y, al hacerlo, las piensan y las disputan: "Diarios del odio", de Roberto Jacoby y Sid Krochmalny, "Odiolândia", de Giselle Beiguelman y "Menos um", de Verónica Stigger.Las vueltas del odio indaga en las urgencias y las insurgencias de nuestro presente para permitirnos hablar de aquello que preferiríamos que no estuviera entre nosotros, pero lo está.

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ARQUEOLOGÍA DEL ODIO

Escrituras públicas y guerras de subjetividad

GABRIEL GIORGI
“Ese negro, ¿cómo compró esa moto?, ¿por qué en vez de moto no se arregla el comedero? ¿no tienen vergüenza salir a defender lo indefendible? a estos solo les cabe un idioma: plomo, plomo y más plomo”.1
“Argentina, un país con buena gente. Algunas ideas para contrarrestar los piquetes: francotiradores bajando muñecos a modo de devolución del miedo…”.2
“Limpia toda esa bosta que nadie aguanta el olor de esos drogones. Saca esos adictos de ahí, acaba con el tráfico y demuestra que quien manda es el pueblo y no los adictos que acaban con las familias. Hay que limpiar esa aberración. ¡Mata esa porquería! ES PARA ESO QUE PAGAMOS IMPUESTOS. Asco de este Brasil. Asco!”
3
El odio contemporáneo –su naturaleza estentórea, su cualidad inequívocamente política, sus temporalidades y memorias múltiples– es fundamentalmente un odio escrito: un odio que se escribe en nuevos territorios, especialmente los electrónicos, y que refleja una transformación radical de la escritura, de la que es inseparable. Doble inflexión del odio: la de un afecto político con una nueva gravitación en las formas de expresión democráticas en la conjugación de nuevas enunciaciones y subjetivaciones y a la vez, la de una reconfiguración radical del universo de lo escrito, de sus tecnologías, sus circuitos, sus enunciadores y sus públicos. Si el odio es una pasión inherente a lo político, sus formas contemporáneas son indisociables de una transformación de los sujetos y las prácticas de la escritura. El odio es siempre una disputa por lo decible, por los pactos de dicción que definen la posibilidad de la vida democrática –los lugares de enunciación, de interpelación, de lectura– y, por lo tanto, por las formas de repartir eso que llamamos “esfera pública”, y que necesitamos repensar en contextos de una transformación que es a la vez subjetiva, tecnológica y política. El odio del presente se rehace junto con sus escrituras y pasa por las gramáticas bajas, subterráneas, de lo democrático. Un odio que se publica, se viraliza, se postea, se hace cadena, en escrituras que imantan nuevas voces y lugares de enunciación, que electriza circuitos y discursos, que irrita la textura de lo social y lo compartido, y donde lo que se pone en juego es ese entre cuerpos que es lo público: tal el punto de partida de este ensayo.
Entre 2014 y 2017 –un período en el que tanto Argentina como Brasil atravesaron transformaciones profundas en sus prácticas democráticas–, tres instalaciones artísticas, dos brasileñas y una argentina, tuvieron la inteligencia y la atención necesaria para captar que algo clave se estaba jugando en el terreno de las escrituras y concibieron obras que, fundamentalmente, exhiben escrituras del odio, y al hacerlo, las piensan y las disputan. Se trata de los Diarios del odio, de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny (2014 y 2016), luego escenificada por el grupo ORGIE dirigido por Silvio Lang (2017), de Odiolândia, de Giselle Beiguelman (2017), y de Menos um, de Verónica Stigger (2014); obras que, como veremos, atraviesan y conjugan distintos formatos pero que insisten sobre el odio escrito en territorios electrónicos, en un contexto de transformación tanto tecnológica como política, donde la emergencia de retóricas de restauración conservadora e imaginarios (neo)fascistas se lee en continuo con voces y subjetividades que encuentran en cierta transformación de las tecnologías de escritura su condición de emergencia.
Este foco de las instalaciones sobre el odio a partir de sus escrituras me parece clave como herramienta para pensar el presente. Las instalaciones son, sin duda, reflejo o síntoma de una transformación social, pero también, y fundamentalmente, repertorio de herramientas formales. ¿Qué otra cosa es el arte sino ese laboratorio de lo sensible donde se forjan las herramientas para las luchas que nos tocan? El presente ensayo quiere seguirles el rastro a estas exploraciones en torno a estas escrituras performáticas del odio y sus movimientos: hace de las instalaciones, más que “obras” a interpretar, un método crítico, un procedimiento a potenciar. Busca leer –esto es: activar– desde ahí una nueva repartición de sentidos, afectos, subjetivaciones y enunciaciones en la que se despliega una arqueología en tiempo presente que encuentra en el odio escrito su línea de entrada.

“CRISPACIÓN”: UNA REDISTRIBUCIÓN DE AFECTOS COLECTIVOS

Durante los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2008-2015), una palabra pareció capturar el sensorium de la esfera pública argentina: “crispación”. La crispación definía un humor social propio de una polarización cada vez más intensificada en torno a políticas redistributivas del gobierno kirchnerista y una politización –que muchxs percibían como demasiado agresiva, o directamente manipulatoria y enmascaradora de problemas reales– desde un gobierno al cual sectores de la política y de la prensa caracterizaban como “ideologizado”. Dicha crispación indicaba, para algunos sectores, una conflictividad puesta al servicio del gobierno (contra ciertos actores como la oligarquía, la prensa hegemónica, etc.) o bien, desde otros sectores, movilizaba contra el gobierno –y especialmente la figura de Cristina– una violencia verbal que recuperaba tonos racistas, machistas y clasistas, y que abrevaba en una tradición antiperonista de larga data. En todo caso, “crispación” marcaba algo fundamental: el desfondamiento de las retóricas del consenso democrático que habían marcado el horizonte normativo de una democracia allí donde la crisis económica y social generada por las políticas neoliberales desde los años noventa producía contradicciones cada vez más insolubles al interior de las liturgias de lo democrático. Los años subsiguientes, durante la gestión de Mauricio Macri, indicarán, de modos cada vez más intensos a medida que las contradicciones del modelo económico se profundizan, la habilitación de retóricas racializantes, clasistas y xenófobas como tecnologías de gobierno en las que el horizonte de la inclusión democrática empieza a ser disputado por imaginarios segregativos de la democracia.
En Brasil, de modos diferentes aunque comparables, las marchas en torno al precio del transporte público iniciadas en el 2013 fueron el punto de subida a la superficie de retóricas sexistas y racistas enfocadas en Dilma Rouseff y en el gobierno del PT. El inconsciente colonial del que habla Suely Rolnik4 encontró allí un modo de articulación en lenguajes públicos y consolidó, en el marco de una campaña mediática formidable, un permiso y una legitimidad nueva: las latencias micropolíticas que circulaban en el subsuelo de los discursos encuentran su articulación macropolítica en la “lucha contra la corrupción”, el Lava Jato y la persecución a Lula, proceso en torno al cual se consolidan fórmulas discursivas que harán posible la candidatura, hasta entonces más que improbable, de un Jair Bolsonaro.
Crispación es una palabra interesante. Una rápida búsqueda en Google nos arroja el siguiente resultado:
crispación
nombre femenino
1.1 Gran irritación.
1.2 Contracción brusca y momentánea de un músculo, nervio o miembro.
Por un lado, crispación (“nombre femenino”) pasa por el estado psicológico o la atmósfera emocional de un sujeto o un grupo: la “irritación” que satura una situación dada. Pero a la vez, crispación apunta al cuerpo: una “contracción”, un endurecimiento, una cristalización nerviosa y muscular. El movimiento semántico pasa por el afecto y por el cuerpo: va del humor al gesto, pasa entre terminales que son a la vez físicas y subjetivas, y siempre contagiosas: lo que traza un contorno de los cuerpos y de sus relaciones, que no se contiene hacia el interior y necesita manifestarse para afuera, hacia el entre de la vida en común. Nombra, dicho de otro modo, algo que Ana Kiffer en este mismo libro llama “inscripción” de “afecciones” colectivas: una suerte de escritura difusa, derramada desde y sobre los cuerpos, capaz de expresar y de canalizar energías afectivas y deseantes que oscilan entre lo latente y lo dicho, entre el rumor y la palabra articulada. Sentidos latentes, dichos a medias, marginales, vocabularios que “siempre estuvieron allí” pero que encuentran su línea de pasaje a esferas públicas que los reciben con una nueva permisividad y una nueva legitimidad. Líneas de paisaje y de vaivén entre micro y macropolítica: entre la modulación de afectos y sentidos virtuales y su formulación como plataforma política, reclamo de derechos y eventualmente palabra de Estado.5 Ese vaivén, ese movimiento (que es también sacudida y sismo) entre rumor y enunciación, entre lo dicho “a medias”, anónimamente, en el lenguaje de los afectos y los gestos, y el discurso público, “racional” y atribuible a enunciadores reconocibles, adquiere aquí las tonalidades del odio. Dicha oscilación, dicho movimiento revela la capacidad del afecto para condensar sentidos, y precisamente esa es su potencia política: la de yuxtaponer, como sedimentos acumulados, sentidos políticos, experiencias colectivas, temporalidades e historias (de clase, identitarias, de género, etc.). El afecto es a la vez evento y memoria: tal su potencia expresiva en contextos de disputa a la vez política y cultural, y que adquiere una centralidad inédita en las nuevas inflexiones de lo democrático.
Pero a la vez –y este es el punto principal de este ensayo– la “crispación” se evidenciaba inseparable de otra transformación: la de las escrituras. Toda la conversación sobre la irritación social durante el gobierno de Cristina o de Dilma estaba anudada, desde luego, al debate sobre el rol de los medios, especialmente la figura de los “medios hegemónicos” monopolizando la palabra pública y ejerciendo lo que se denominó, en el caso argentino, “periodismo de guerra”, volviéndose, para muchxs, el rostro mismo de la oposición real a los gobiernos. Pero la crispación era fundamentalmente inseparable de un nuevo espacio de escritura, de enunciación y de circulación, que tensaba e imantaba con un nuevo poder las prácticas mismas de escribir y que arrastraba hacia una nueva lógica a los medios tradicionales, previos, de lo impreso: los territorios electrónicos, que comenzaban a gravitar y a producir sus registros, sus personajes (“usuarios”, “comentadores”, “trolls”, “bots”, etc.) desde donde se moduló un nuevo registro de lo político y también de las prácticas del escribir. Ese espacio de escritura –que se anunció como “subsuelo”, literalmente abajo, de los portales de noticias de los diarios, donde enmarcaba en “foros”, frecuentemente cacofónicos y violentos, las noticias– fue ganando peso, potencia de expresión y focos de subjetivación. La crispación era también, entonces, una dispersión y un reordenamiento de las prácticas de escritura: esa historia me parece una de las claves del presente.
Escrituras fragmentarias, asintácticas, anónimas, moviéndose entre registros de lo oral, lo performático y lo escrito, elusivas respecto de protocolos formales de lo decible y lo escribible en público: ahí se empezaron a consolidar lugares de enunciación que gravitarán de modos cada vez más densos en la vida política y social. Escrituras de la transgresión de pactos centrales a la democracia: reivindicarán la dictadura, el genocidio, el machismo, el racismo. Dirán todo lo indecible, lo “políticamente incorrecto”: se ufanarán en el goce de ese “todo” de lo interdicto, un todo sin fondo, insondable, donde la lengua quiere excavar las capas, los sedimentos, los tiempos y las memorias marginadas, expurgadas o interdictas por una civilidad democrática tenue. Esas enunciaciones encontrarán y cultivarán una nueva capacidad de la escritura –en su cruce con nuevas tecnologías– para indagar, articular, “tocar” sedimentos de sentidos y afectos colectivos que las democracias postdictatoriales necesitaron despejar para trazar las coordenadas de un pacto cultural y civil. Y sobre todo dispersarán la escritura misma, sacándola de sus formatos habituales –el periódico, el libro, la revista–, indexadores y modeladoras de lo público, abriéndola a modos de publicación, de circulación y de interpelación inéditos.
No hay odio contemporáneo sin esa nueva gravitación de la escritura que modula con nueva i...

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