RAZONES Y SINRAZONES DE LA ELECCIÓN DE TRUMP:
LOS RETOS A LA DEMOCRACIA1
Paz Consuelo Márquez-Padilla*
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016 tienen que ser analizadas dentro de un contexto más amplio, si queremos entender su resultado. Para ello, consideraré dos niveles: por una parte, el contexto internacional y, por la otra, el contexto interno.
Existe una tendencia internacional dominante en la cual los países se definen como excluyentes, proteccionistas, nacionalistas y antiglobalización o como incluyentes, promigración y proglobalización.
En países como Hungría, Bulgaria, Eslovenia y Eslovaquia se han construido muros o rejas. Al mismo tiempo, los partidos de derecha han adquirido importancia en Inglaterra, donde, por ejemplo, se votó por abandonar la Unión Europea y ganó el brexit para sorpresa de todos. En Italia, Lega Nord y Forza Italia han ganado varias elecciones locales. En Francia, Marine Le Pen ganó más simpatizantes de lo esperado para su partido. Por su parte, en Polonia y Turquía dominan gobiernos autoritarios. Aunque afortunadamente en Holanda no ganó el partido populista de derecha, en Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Austria, Grecia, España y Suiza también hay partidos populistas, de ambas orientaciones, derecha e izquierda. En general se puede observar un descontento con la clase política y, por tanto, se abrió la posibilidad de que candidatos no asociados con los partidos fuertes tradicionales que se presentaban como anti establishment resultaran vencedores, como Trump en Estados Unidos y Macron en Francia.
No podemos negar que la globalización ha traído ganadores y perdedores, pero, sobre todo —en tanto no exista una gobernanza internacional que regule y ponga límites normativos a las grandes corporaciones multinacionales— la riqueza se ha concentrado en el 1 por ciento de la población mundial, aquellos amos del universo de los que nos hablan Piketty (2014), Chomsky (2016) y Stiglitz (2012), y esto ha provocado temor a la globalización.
Según Joseph Stiglitz (2012), el 40 por ciento de la riqueza está en manos de ese 1 por ciento de la población, lo que dista mucho de lo observado en 1979, cuando este sector sólo concentraba el 9 por ciento de la riqueza. Es importante resaltar que no se puede culpar sólo a la globalización por estas grandes diferencias; a nivel interno han faltado las políticas públicas que ayuden a aminorarlas. En contraste con lo ocurrido en otras épocas, estas grandes diferencias pueden ser monitoreadas a través de una multitud de medios de comunicación en donde a diario se muestra la opulencia. De esta forma, justo en el nivel interno hay tres factores importantes por analizar: uno de carácter económico, otro cultural-tecnológico y, finalmente, uno de índole política.
El factor económico
En relación con lo económico, hay que subrayar que fue específicamente la crisis de 2008 la que puso en claro que en la sociedad estadunidense se ha ido generando una gran concentración de la riqueza. Durante dicha crisis, los estadunidenses se dieron cuenta de que los costos y los beneficios de la cooperación social no se repartían de forma equitativa, lo que acentuó la separación entre las elites y las masas.
El gobierno, argumentando que las grandes empresas eran demasiado grandes para dejarlas fracasar, acudió al rescate de muchas de ellas. Paradójicamente, los financieros —en gran medida causantes de la crisis— mantuvieron su dominio, mientras que millones de ciudadanos perdieron su casa, además de adquirir grandes deudas. Por tanto, la clase media y los trabajadores fueron los grandes perdedores de esa debacle financiera de repercusiones mundiales.
Por otro lado, cabe recordar que la globalización obliga a las grandes empresas a buscar nuevos mercados para ser más competitivas y esto ha provocado que el capital emigre a países como México y China con miras a pagar salarios más bajos. Esto sucedió con empresas de automóviles ubicadas en el llamado rust belt, en Ohio, Michigan, Wisconsin y Pennsylvania (Gallup, s/fa), los denominados “estados péndulo” (swing-states), donde se han perdido muchos trabajos; sin embargo, tal pérdida no se debe sólo al deseo de reducir costos, sino también a que los grandes avances tecnológicos han propiciado la automatización de la producción y a que la minería de carbón va a la baja ante el surgimiento de las tecnologías limpias.
Esa área —el rust belt— solía ser el bastión de los demócratas, pero en la pasada elección sorpresivamente se votó por el candidato republicano. De manera paradójica, Donald Trump les robó la narrativa a los demócratas, quienes tradicionalmente lideraban el discurso antimigración y estaban contra los tratados comerciales, debido a que sus bases partidistas eran los grandes sindicatos; no obstante, el republicano y sus asesores hábilmente captaron que esos temas debían ser abordados también en su campaña. Los 500 condados que ganó Hillary Clinton generan el 64 por ciento de la producción económica, en contraste con los 2 600 ganados por Trump, que generan sólo el 36 por ciento del Producto Nacional Bruto. Es decir, los condados que votaron por Trump son más rurales y pobres que los que favorecieron a Clinton (Muro y Liu, 2016).
En consonancia con su narrativa populista, el presidente Trump pugna por dar marcha atrás a la globalización, regresar al proteccionismo y al nacionalismo y, sobre todo, recurrir nuevamente a las industrias extractivas contaminantes. Aquí valdría la pena hacernos la pregunta: ¿qué tan posible es poner fin a la globalización? Una cosa es redireccionarla y otra muy diferente acabar con ella. Sabemos que desde la época de los grandes descubrimientos el comercio internacional ha sido un motor fundamental de la economía de los países. Es cierto que últimamente se ha intensificado debido a que se han creado cadenas productivas con el fin de ser más competitivos vis-à-vis otras regiones, aunque Norteamérica es una de las más productivas del mundo. Como sostiene Pankaj Ghemawat (2017) en la revista de negocios de Harvard, si se intenta dar demasiada prioridad a lo local se puede afectar negativamente la capacidad de las compañías de crear valor a través de las fronteras sin poder utilizar gran número de estrategias globales que son efectivas. Este autor explica, además, que en el discurso se ha exagerado el grado de profundidad de la globalización en el sector de inversión y en general de la actividad económica en el nivel internacional, que no es tan grande en relación con lo que ocurre en el nivel interno (Ghemawat, 2017: 112-123).
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