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La humildad del tiempo profundo
La humanidad como un parpadeo
en la historia cósmica
En este momento de la historia, nuestra especie está pasando por una profunda crisis de perspectiva. Nuestros horizontes temporales se contraen rápidamente para formar una estrecha franja de segundos, horas y días justo cuando nuestra supervivencia depende de que ampliemos nuestra visión temporal. Mientras permanecemos ensimismados en nuestros teléfonos, podrían acechar en el horizonte peligros existenciales como el bioterrorismo o una guerra con drones, a la vez que los niveles del mar aumentan lenta e imperceptiblemente y amenazan con engullir las ciudades costeras. ¿Cómo podemos ampliar nuestra mente y hacernos una idea visceral de un ahora más extenso que ayude a apartar el rumbo de nuestra civilización de los peligros del cortoplacismo?
Un punto de partida esencial es desarrollar un sentido de la humildad del tiempo profundo, mediante el cual comprendamos la insignificancia de nuestra existencia transitoria en relación con el amplio marco temporal de la historia cósmica, lo cual libera nuestra mente para mirar tanto hacia el pasado como hacia más allá de nuestra vida, en dirección a un futuro lejano. Debemos aceptar la realidad de que nuestras historias personales, desde el nacimiento hasta la muerte, y todos los logros y tragedias de la civilización humana apenas dejarán huella en los anales del tiempo cosmológico.
Apartar nuestra mirada del presente más inmediato para adoptar el tiempo profundo requiere un salto imaginativo inmenso. Este capítulo explora las distintas maneras que ha tenido la humanidad de enfrentarse a ese desafío en los dos últimos siglos. Sin embargo, primero tenemos que salvar el gran obstáculo que se interpone en nuestro camino y que ha estado alimentando nuestra cultura del cortoplacismo durante más de medio milenio: el dominio tiránico del reloj desde la Edad Media.
La tiranía del reloj
A lo largo de casi toda la historia humana, nuestros antepasados tuvieron una visión cíclica del tiempo. Vivían en sintonía con los círculos rítmicos que formaban parte de su vida: desde los patrones de sueño diarios hasta las revoluciones periódicas de la Luna, las estrellas y el propio planeta. En los años treinta, Hehaka Sapa, o Alce Negro, el líder de los siux oglalas, hablaba de su concepto circular del tiempo y el cosmos:
Todo lo que hace un indio lo hace en un círculo, y eso es porque el poder del mundo siempre funciona en círculos. […] El viento, en su máxima intensidad, se arremolina. Los pájaros hacen sus nidos en círculos, pues su religión es la misma que la nuestra. El Sol sale y se esconde describiendo un círculo. La Luna hace lo mismo, y ambos son redondos. Incluso las estaciones forman un gran círculo al cambiar, y siempre vuelven donde estaban. La vida de un hombre es un círculo de infancia a infancia, y lo mismo ocurre con todo aquello en lo que se mueve la energía.
Una de las grandes tragedias de la civilización humana es que la mayoría de las sociedades, especialmente las occidentales, han perdido el contacto con el tiempo cíclico y su perspectiva largoplacista del regreso eterno, en la que el tiempo se reinicia constantemente. La ancestral idea del tiempo como un círculo se ha visto reemplazada por la idea del tiempo lineal, la flecha de tiempo que se mueve en línea recta desde el pasado, pasando por el presente y dirigiéndose al futuro. ¿Qué importancia tiene que concibamos el tiempo como un círculo o como una línea? Que la línea, a diferencia del círculo, puede acortarse.
El tiempo se convierte en dinero: trabajadoras hacen cola en la máquina de fichar de la fábrica de chocolate Rowntree, en Yorkshire, 1933.
El tiempo cíclico empezó a desmoronarse con la invención del reloj mecánico en la Europa del siglo XIV. Esos relojes no solo permitían medir el paso de las horas con más precisión que artilugios antiguos como los relojes de sol o de agua. También se convirtieron en instrumentos de poder que podían regimentar, mercantilizar y acelerar el tiempo. «¿Quién controla el tiempo?» se convirtió en una nueva pregunta en la historia humana.
La tiranía del reloj afloró en la batalla entre el concepto del tiempo cristiano y lo que el historiador Jacques Le Goff ha denominado el «tiempo del mercader». Según la doctrina oficial de la Iglesia, el tiempo fue un «regalo de Dios y, por tanto, no se puede vender». El resultado fue su oposición a la práctica de la usura —prestar dinero con intereses—, ya que ello implicaba utilizar el tiempo para obtener beneficios. Aquello era una mala noticia para los mercaderes, que dependían de las líneas de crédito para mantener su negocio. En términos más generales, su éxito comercial se basaba eminentemente en su capacidad para utilizar el tiempo a su favor: saber cuándo comprar barato y vender caro, calcular cuánto tardarían en llegar los envíos, predecir el momento de las fluctuaciones de divisas y el precio de la cosecha de la próxima temporada, y obtener más rendimiento de sus trabajadores en el mínimo tiempo posible. La ideología imperante entre los cada vez más numerosos mercaderes de la Europa medieval era que «el tiempo es dinero» y no un regalo divino.
Con la ayuda del reloj, el tiempo del mercader se impuso poco a poco al tiempo de la Iglesia. En 1355, un nuevo reloj repicaba en la ciudad francesa de Aire-sur-la-Lys para marcar las horas en las que podían llevarse a cabo actividades comerciales y determinar los horarios laborales de los trabajadores del sector textil, todo ello en beneficio de los mercaderes que lideraban la comuna. En 1374, solo cuatro años después de que apareciera un reloj público en la ciudad alemana de Colonia, se aprobó la primera ley que regulaba el tiempo del que disponían los trabajadores para comer, un signo profético de lo que estaba por llegar. «El reloj comunal —escribe Le Goff— era un instrumento de dominación económica, social y política» que permitió el auge del capitalismo comercial.
Aunque esos...