Un poema como cartografía. Un espacio textual donde cohabiten los que veneran. Infieles, cuando un imperio cae. Cuando se deshacen los modos imperiales y nace una república. Cuando para formar parte de un tiempo se limpian los cuerpos de las minorías. Infieles, en el momento anterior a desaparecer o a convertirse, conviviendo en un territorio mientras escuchan los llamados a la oración. Poema salmodiado, poema y cantilación. Las cursivas corresponden a citas del libro sagrado El Corán en la traducción al castellano de Juan Vernet, Barcelona, editorial Austral, 2010, y son reproducidas con el respeto que merece el libro de fe.
Cuando hablo de mi vida
ya no cuento esta versión.
Carolyn Forché, El país entre nosotros
Está prohibido, a un pueblo que hemos destruido, el que sus habitantes regresen.
Compré unos cuchillos labrados en la feria de artesanías. Al llegar a la aduana el oficial me dice: en la valija usted tiene unas dagas. Me pide el pasaporte para marcarlo. Le hablo en turco y le contesto que son regalos. Me deja pasar.
Tiene una daga en la valija. Debemos marcar su pasaporte porque está prohibido, a un pueblo que hemos destruido, el que sus habitantes regresen. No me dice esto último. Esta frase es una oración con la que mi padre sueña.
Tengo unos cuchillos labrados que he adquirido en la feria de artesanías de Ereván.
Cuando mi padre estaba en el hospital, producto de la anestesia, deliraba. Al acercarme a visitarlo me decía: “Los enfermeros vienen con cuchillos, tienen ojos tatuados en sus frentes. Los enfermeros son turcos”.
Está prohibido, a un pueblo que hemos destruido, el que sus habitantes regresen.
Voy a Estambul. Hacia la Nueva Roma. Hacia los azulejos decorativos. Hacia la alfombra para el rezo, el servicio del café y los banquetes a la turca. Voy hacia la tradición de comer de las bandejas en el piso. Voy hacia el cristal en el protocolo otomano. Voy hacia una isla sin serpientes ni escorpiones venenosos.
Todo el mundo es una morada, pero Sultanahmet es una cárcel.
Entre la mezquita de Sultanahmet y la Ayasofya construida mil años antes. En una de las siete colinas, el palacio de justicia desaparecido por el fuego en el año 1933. Una prisión luego de la ocupación de Estambul por las fuerzas aliadas.
Voy hacia ese sonido de los pasos diciendo: Alá nos sabe, cada vez que se cerraban las puertas de las celdas por las noches.
Está prohibido, a un pueblo que hemos destruido, el que sus habitantes regresen.
Nunca fui su habitante.
Quiero decirte: lastimame. Me toco el cuerpo, no lo reconozco. Las manos. El dedo. El pulgar. Le pido el pulgar mientras se lo chupo. Luego la mano. El dedo. El pulgar. Mirame las manos, le digo. Está morada. Fijate. Las manos. Mirame las manos.
¿Se deformaron?
Está prohibido, a un pueblo que hemos destruido, el que sus habitantes regresen.
Tengo unos cuchillos en la valija. Unos cuchillos que no son dagas, que he adquirido en la feria de artesanías de Ereván.
Lastimame.
Su mirada fija. Su mirada que no ve. Sus ojos absortos que no ven. En el momento de perder, de acabar. De volcarse, tanto. De soltar. Cuanto más pierde más da. Me sube sobre su vientre. Desnuda sobre su vientre. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste así? Lento. Más lento. Comer. Atar. Golpear. Adorar. Absolutamente afuera. Yo todo afuera. No puedo amamantarte porque no sos mi hijo.
Mordeme hasta que la sangre se haga otra cosa. Lo primero que haré cuando me levante es ir a buscar una cucharita. Una de mango largo.
El banquete a la turca. Una cucharita, no un cuchillo, el filo deshecho de eso que no es una daga en mi valija.
Tengo que marcar su pasaporte.
Y yo hablo en turco.
Hablo en turco. No le digo al oficial de la aduana: escupime. No le digo, Alá nos sabe, cada vez que se cierran las puertas d...