El almuerzo desnudo
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El almuerzo desnudo

William S. Burroughs, Mariano Antolín Rato

  1. 256 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El almuerzo desnudo

William S. Burroughs, Mariano Antolín Rato

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Información del libro

El almuerzo desnudo, una de las novelas más míticas de la literatura norteamericana, es un descenso a los infiernos de la droga y una denuncia horrorizada y sardónica, onírica y alucinatoria de la sociedad actual, un mundo sin esperanza ni futuro. Burroughs dispara sus flechas contra las religiones, el ejército, la universidad, la sexualidad, la justicia corrupta, los traficantes tramposos, el colonialismo, la burocracia y la psiquiatría representada por el siniestro Dr. Benway, el gran manipulador de conciencias, el experto en control total.

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Información

Año
2006
ISBN
9788433928030
Categoría
Literatura

ISLAM INC. Y LOS PARTIDOS DE INTERZONAS

Yo estaba trabajando en una empresa que se llamaba Islam Inc., y que financiaba A. J., el famoso Mercader de Sexo que escandalizó a la buena sociedad internacional cuando se presentó en el baile del Duc de Ventre disfrazado de pene andante y cubierto con un enorme condón que llevaba escrito el lema de A. J.: «¡No pasarán!»
–De bastante mal gusto, amigo mío –dijo el duque.
A lo que replicó A. J.:
–Levante el suyo con vaselina Interzonas –aludiendo al escándalo de la vaselina que todavía estaba incubándose por entonces. Las agudezas de A. J. se refieren frecuentemente a sucesos futuros. Es un maestro del corte de efecto retardado.
Salvador Hassan O’Leary, el rey de las secundinas, está metido también. Es decir, una de sus sociedades filiales ha hecho algunas contribuciones no especificadas, y una de sus personalidades subsidiarias ha sido agregada a la organización en funciones de asesoramiento sin compromiso ni colaboración algunos con la política, acciones u objetivos de Islam Inc. Hay que mencionar también a Clem y Jody, los Hermanos Ergot, que diezmaron la República de Hassan con trigo envenenado, Ahmed Autopsias y Hal Hepatitis, el mayorista de frutas y verduras.
Los militantes que asisten a las reuniones (de las que los mandarines se abstienen con gran prudencia) forman una chusma de mulays y muftíes y mussines y caids y glauíes y jeques y sultanes y santones y representantes de todos los partidos árabes imaginables. A la entrada de cada reunión se registra cuidadosamente a los delegados, pero a pesar de ello, terminan invariablemente en un tumulto. Es frecuente rociar con gasolina a los oradores y prenderles fuego hasta que mueren, o que algún rústico jeque del desierto abra fuego contra sus oponentes con una ametralladora que había escondido en la barriga de su oveja mascota. Mártires nacionalistas con granadas metidas en el culo se mezclan entre los asistentes a la reunión y de repente hacen explosión y causan fuertes bajas... Y hubo una vez que el presidente Ra tiró al primer ministro británico al suelo y lo sodomizó por la fuerza, espectáculo televisado en directo para todo el mundo árabe. Los alaridos de felicidad se oían en Estocolmo. Una ordenanza de Interzonas prohíbe cualquier reunión de Islam Inc., a menos de diez kilómetros de los límites de la ciudad.
A. J. (que en realidad es de una oscura extracción del Próximo Oriente) posó un tiempo de gentleman inglés. Su acento inglés se desvaneció con el Imperio Británico, y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en americano por ley del Congreso. A. J. es un agente como yo, pero nadie ha podido descubrir de quién o de qué. Se rumorea que representa a un trust de insectos gigantes de otra galaxia... Yo creo que está del lado factualista (como yo mismo); naturalmente, podría ser agente licuefaccionista (el programa licuefactor versa sobre la eventual fusión de todos en el Uno a través de un proceso de absorción protoplasmática). En este negocio no se puede estar seguro de nadie.
¿La tapadera de A. J.? Playboy internacional y bromista inofensivo. A. J. fue el que puso las pirañas en la piscina de Lady Sutton-Smith, y durante una recepción del Cuatro de Julio en la Embajada de Estados Unidos alegró el ponche con una mezcla de ayahuasca, hachís y yohimbina, precipitando una orgía. A consecuencia de ello, diez eminentes ciudadanos (norteamericanos, por supuesto) murieron de vergüenza. Morirse de vergüenza es una hazaña exclusiva de indios kwaiutl y norteamericanos (otros dicen simplemente «Zut alors» o «Son cosas de la vida»* o «Alá el Todopoderoso me ha jodido»).
Y cuando la Asociación Anti-Flúor de Cincinnati se reunió para festejar su victoria con agua pura de la fuente, se les cayeron todos los dientes al instante.
–Yo os digo, hermanos y hermanas del movimiento AntiFlúor, que en este día hemos dado un gran paso por la pureza, un paso que ya nunca se desandará... ¡Fuera, proclamo, esos cochinos fluoruros extranjeros! Dejaremos esta hermosa tierra limpia y dulce como el tenso flanco de una adolescente... Y ahora vamos a cantar nuestro himno «El viejo cubo de roble».
Aparece un manantial iluminado por luces fluorescentes que juegan sobre él a base de colores espantosos de máquina de discos. Los antifluoristas pasan en fila junto al pozo y cantan mientras van tomando su bebida del cubo de roble...
«El viejo cubo de roble, el dorado cubo de roble...
El glubylubleogle...»
A. J. había adulterado el agua y metido una raíz sudamericana que convierte las encías en puré.
(Oigo hablar de esa planta a un viejo buscador de minas alemán que se está muriendo de uremia en Pasto, Colombia. Se cree que crece en la región de Putumayo. Nunca localizó ninguna. No la buscó demasiado... El mismo individuo habla de un bicho parecido a un saltamontes grande que se llama xiucutil:
–Es un afrodisíaco tan potente que si se te posa uno encima y no puedes encontrar una mujer inmediatamente, te mueres. He visto a los indios correr de un lado a otro para escapar del contacto de ese animal.
Por desgracia, yo nunca pude conseguir un xiucutil...)
Noche de estreno en la Ópera de Nueva York. A. J. protegido por un olor repelente suelta un enjambre de xiucutiles. La señora VanderBligh espantando a manotazos un xiucutil:
–¡Oh...! ¡Oh...! ¡Ooooooooh!
Gritos, cristales rotos, telas rasgadas. Intenso crescendo de gruñidos y chillidos y lamentos y gemidos y jadeos... Hedor a semen y coño y sudor y el olor rancio de los rectos penetrados... Brillantes, pieles, trajes de noche, orquídeas, smokings y paños menores salpican el suelo cubierto por una masa resollante de cuerpos desnudos, contorsionados, frenéticos.
Una vez, A. J. reservó mesa con un año de antelación en Chez Robert, donde un gourmet enorme y gélido cuida de la más exquisita comida del mundo. Tan venenosa y despectiva es su mirada, que más de un cliente ha caído fulminado y se ha revolcado por el suelo meándose por encima en un intento convulsivo de obtener gracia.
Así que llega A. J. con seis indios bolivianos que mascan coca entre plato y plato. Y cuando Robert se apoya con toda su majestad gastronómica sobre la mesa, A. J. mira por arriba y dice a grandes voces:
–¡Hombre, macho! Tráeme un poco de ketchup.
(Variante: A. J. saca un frasco de ketchup y riega con él la haute cuisine.)
Treinta gourmets paran de masticar al unísono. Podría oírse bajar un soufflé. Robert, por su parte, suelta un berrido de rabia como de elefante herido, corre a la cocina y se arma de un gran machete de carnicero... El sommelier lanza horribles rugidos, la cara se le pone de un extraño morado iridiscente... Rompe una botella de champán brut del 26... Pierre, el jefe de rango, agarra un cuchillo de trinchar. Los tres persiguen a A. J. por el restaurante entre gritos entrecortados de rabia inhumana... Mesas derribadas, vinos escogidos y viandas incomparables se estrellan contra el suelo. Gritos de «¡Hay que lincharlo!» surcan el aire. Un gourmet anciano, con ojos inyectados en sangre de mandril enloquecido, prepara una soga de ahorcado con un cordón de cortinaje de terciopelo rojo... Al verse acorralado y en peligro de inminente descuartizamiento como mínimo, A. J. juega su último triunfo. Echa la cabeza atrás y lanza una llamada de cerdos, y cerdos famélicos que había situado en las cercanías se precipitan en el restaurante, hozando en la haute cuisine. Robert cae como un gran árbol, derribado por un infarto, y los cerdos lo devoran en el suelo:
–Pobres cabrones, no entienden lo suficiente para apreciarlo –dice A. J.
Paul, el hermano de Robert, emerge de su retiro en un manicomio de la localidad y toma posesión del restaurante para servir algo que se llama «Cocina Trascendental»... La calidad de la comida va descendiendo imperceptiblemente hasta llegar a ser basura en sentido literal; los clientes están demasiado intimidados por la reputación de Chez Robert y no se atreven a protestar.
Ejemplo de menú:
La Sopa Clara de Meados de Camello
con Lombrices de Tierra al vapor
El Filete de Raya Madurado al Sol,
macerado en Eau de Cologne
y guarnecido de ortigas
La Suprema de Boeuf a la Placenta en aceite
de caja de cambios usado, servida con una salsa
picante de yemas de huevo podrido
y puré de chinches
El Queso de Limburgo curado al azúcar de orina
de diabético y bañado
en Matarratas Casero Flameado
Así que los clientes van muriendo discretamente de botulismo... Un día A. J. vuelve rodeado de árabes refugiados del Oriente Medio. Toma un bocado y grita:
–¡Basura, maldita sea! ¡Cocinadme a ese listo en sus propias inmundicias!
Y así la leyenda de A. J., el simpático, el encantador, el excéntrico, creció y creció... Fundido a Venecia... Cánticos de gondoleros y gritos patéticos se elevan desde San Marcos y Harry’s.
Encantadora anécdota veneciana de viejos tiempos sobre este puente: parece ser que algunos navegantes venecianos hacen un viaje alrededor del mundo y todos se vuelven maricas y se follan al camarero del barco y cuando llegan de vuelta a Venecia es necesario que pasen por el puente mujeres con los pulmones al aire para despertar los deseos de tan poco claros ciudadanos. Un batallón de choque travestido ocupa San Marcos.
–Chicas, estamos en la Operación Todo al Aire. OTA. Si vuestras tetas no los detienen, destapad los coños y confundid a esos maricones.
–¡Oh, Gertie, era verdad! ¡Todo era ver...

Índice

  1. PORTADA
  2. INTRODUCCIÓN
  3. UNO
  4. BENWAY
  5. JOSELITO
  6. LA CARNE NEGRA
  7. HOSPITAL
  8. LÁZARO VUELVE
  9. LA SALA DE JUEGOS DE HASSAN
  10. CAMPUS DE LA UNIVERSIDAD DE INTERZONAS
  11. LA FIESTA ANUAL DE A. J.
  12. REUNIÓN DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE PSIQUIATRÍA TECNOLÓGICA
  13. EL MERCADO
  14. GENTE NORMAL Y CORRIENTE
  15. ISLAM INC. Y LOS PARTIDOS DE INTERZONAS
  16. EL OFICIAL DEL JUZGADO
  17. INTERZONAS
  18. EL RECONOCIMIENTO
  19. ¿HAS VISTO A ROSA PANTOPON?
  20. PARANOIAS DE LA COCA
  21. EL EXTERMINADOR HACE UN BUEN TRABAJO
  22. EL ÁLGEBRA DE LA NECESIDAD
  23. HAUSER Y O’BRIEN
  24. PREFACIO ATROFIADO ¿Y TÚ NO?
  25. APÉNDICE
  26. NOTAS
  27. CRÉDITOS
Estilos de citas para El almuerzo desnudo

APA 6 Citation

Burroughs, W. (2006). El almuerzo desnudo ([edition unavailable]). Editorial Anagrama. Retrieved from https://www.perlego.com/book/3174953/el-almuerzo-desnudo-pdf (Original work published 2006)

Chicago Citation

Burroughs, William. (2006) 2006. El Almuerzo Desnudo. [Edition unavailable]. Editorial Anagrama. https://www.perlego.com/book/3174953/el-almuerzo-desnudo-pdf.

Harvard Citation

Burroughs, W. (2006) El almuerzo desnudo. [edition unavailable]. Editorial Anagrama. Available at: https://www.perlego.com/book/3174953/el-almuerzo-desnudo-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Burroughs, William. El Almuerzo Desnudo. [edition unavailable]. Editorial Anagrama, 2006. Web. 15 Oct. 2022.