Didáctica de la investigación
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Didáctica de la investigación

Yessica Espinosa Díaz, Luis Lloréns Báez, Juan José Sevilla García

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Didáctica de la investigación

Yessica Espinosa Díaz, Luis Lloréns Báez, Juan José Sevilla García

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La asignatura sobre la materia de "métodos" y "técnicas" de investigación, se ofrece en la mayoría de los programas de bachillerato, licenciatura y posgrado, pero es común que quienes la imparten posean poca o nula experiencia directa, donde la materia termina careciendo del impacto real en la formación de los estudiantes.La clave del libro es alejarse de la "receta" que se aprende de memoria pero que sirve de poco, y crear un proceso basado en la visión de complejidad, mucho más cercano a lo que ocurre en la realidad de quienes disfrutan y practican esta actividad.A diez años de su primera edición, y con los objetivos alcanzados, se crea esta nueva edición, aprovechando el convenio de colaboración entre la Universidad Autónoma de Baja California y la casa editorial Miguel Ángel Porrúa.

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Information

Publisher
MAPorrúa
Year
2019
ISBN
9786075242941
Topic
Bildung
Subtopic
Lehrmethoden
PRIMERA PARTE
En la vida práctica, saber investigar no es un saber optativo

Capítulo 1
¿Qué es y para qué sirve la investigación?
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En este primer capítulo se analizarán cinco ideas clave que nos ayudarán a comprender qué es y para qué sirve saber hacer investigación. Estas ideas ayudarán a entender y sobre todo aplicar en la práctica los diversos aspectos que se tratan en cada uno de los capítulos de la obra. Cualesquiera que sean los objetivos a lograr, cuando buscamos respuestas verdaderas a nuestras preguntas, haciendo para ello algún tipo de investigación, nos involucramos como personas, de manera integral, incluyendo lo que somos, hacemos y tenemos, así como el contexto del que formamos parte. Esto significa que en el proceso de tratar de construir una respuesta verdadera incorporamos no solamente el pensamiento lógico, la observación y la medición objetiva de los fenómenos, sino también nuestras experiencias, emociones, visión, prejuicios y sentido ético. Al final de cuentas, la investigación es una actividad humana, compuesta de intentos y aproximaciones, razones y emociones, aciertos y errores.
Saber-hacer investigación
La palabra investigación es parte de la vida cotidiana. Seguramente tendremos alguna noción sobre ella, porque la hemos escuchado o leído en alguna parte. Entendemos desde edades tempranas la necesidad de obtener respuestas a preguntas, porque queremos saber o experimentar, porque sobrevivir y convivir forman parte de nuestra naturaleza. Para preguntar y buscar respuestas no es necesario portar una bata blanca o disponer de un laboratorio lleno de equipo con luces de colores; lo que nos mueve es una combinación entre la necesidad, la curiosidad y la voluntad de llevar a cabo la búsqueda. Los niños comienzan a hacer preguntas casi al mismo tiempo que aprenden a hablar —y a veces antes de ello—, “investigando” a su modo. Lo hacen todo el tiempo: cuando miran lo que les rodea, se acercan a algún objeto y lo tocan, o tratan de jalarlo hacia ellos; también investigan, creando conexiones, construyendo saberes y generando experiencias, cuando por ejemplo gritan, poniendo a prueba sus pulmones y con ello la paciencia de sus padres. Al principio no verbalizan lo que hacen, pero su cerebro e inteligencia, en formación, captan, conectan y organizan una gran cantidad de información, creando con ella imágenes, actitudes y conductas, todo ello orientado a la primera y más importante misión del cerebro humano: la sobrevivencia en la convivencia.
Investigar, en este sentido básico e incipiente, es una función directa para ese fin esencial, desde el cual el niño podrá, si la escuela, la familia y el medio social lo permiten, entender y apreciar a la investigación como la búsqueda de respuestas verdaderas por motivos diversos y con la certidumbre de que habrá más de un camino para satisfacer sus motivos y lograr los objetivos propuestos.
Más adelante, con el apoyo progresivo del lenguaje, los niños se convierten en productores inagotables de preguntas. No tardan mucho en darse cuenta de que las respuestas provienen no sólo de quienes los escuchan, sino también de sí mismos, de su propia búsqueda. Es así como descubren el cajón de las galletas o las reacciones del perro cuando le jalan la cola. Las preguntas no cesan, a menos que los adultos cerca de ellos les hagan sentir que cuestionar es materia de dosis, tiempos y a veces de silencio. La mente investigadora de los niños se topa muy pronto con la rutina, la incapacidad o el desprecio de los adultos.
La escuela, la familia y los medios de comunicación tienden a coartar y reprimir el gusto y la necesidad de preguntar, creando el prejuicio de que la investigación es una actividad complicada, reservada, que requiere de equipos e instalaciones costosas y mucho tiempo y recursos. Dicho de otra manera: en la edad adulta no aparecerá “como por arte de magia” una mente investigadora, que contribuya de manera creativa al desarrollo humano, personal y del entorno, si previamente en la infancia y la adolescencia no se cultivó con inteligencia y tolerancia una mente inquisitiva, preguntona y a veces incluso necia y molesta.
En la fractura que divide al ser que cuestiona del ser que se conforma germina y se normaliza la idea de la investigación como algo reservado para personas dedicadas muchos años a estudiar, o muy especializadas en algún campo del conocimiento. La imagen es incompleta, y por ello incorrecta. Efectivamente, hay investigaciones que requieren grandes equipos, cuantiosos recursos y gente muy preparada, pero esto no significa que todas sean así. Más importante aún: no hay una relación directa entre la capacidad de hacer investigación y el tiempo dedicado a estudiar determinado tema. La investigación no es una capacidad que se adquiere al final o como resultado de largos años de análisis y práctica. En cambio, es una capacidad (competencia, conocimiento producto de estudio, disposición y experiencia) que puede desarrollarse y perfeccionarse a lo largo de toda una vida; no obstante, en esencia, nacemos con el impulso a dudar y cuestionar, podría decirse que “lo traemos de fábrica”, aunque después lo atrofiemos.
En la investigación, sin importar cuáles sean los objetivos específicos, habrá siempre una intención principal: llegar a respuestas verdaderas. Si pensamos con sentido común habrá que aceptar que nadie en su sano juicio hace investigación con el propósito deliberado de obtener respuestas falsas a sus preguntas. Sí habrá, en cambio, quien trate de ocultar o distorsionar una respuesta verdadera, animado por motivos o intereses diversos. Ahora bien, debido a la intención de formular respuestas verdaderas, propia de la ética del investigador, la conexión entre ética e investigación es real e ineludible, independientemente de que sea explícita o no.
El motor detrás de la experiencia, a través de la cual aprendemos a investigar, es la curiosidad que produce la duda y la inconformidad de no saber. La curiosidad se convierte en preguntas, que a su vez se transforman en una búsqueda orientada a lograr una respuesta que nos satisface porque la consideramos verdadera. La curiosidad, la duda y la inconformidad que nos motiva son cualidades intrínsecas, forman parte de la esencia de la inteligencia humana. La necesidad y el deseo de aprender son la consecuencia natural de esta cualidad.
Aprendemos para sobrevivir individualmente y en sociedad, lo que implica comunicarnos y relacionarnos con otros, con el mundo que nos rodea y con nosotros mismos. Aprendemos utilizando la inteligencia, lo que lleva no sólo a acumular información, sino a poder utilizarla oportuna y eficazmente para entender y resolver problemas. Investigamos para saber algo, entenderlo, formar patrones de explicaciones que nos sirvan para predecir el comportamiento de objetos, procesos y posiblemente de las personas. También investigamos para crear, diseñar, construir, poner a prueba algo, resolver o disolver en la práctica algún objeto, instrumento, sustancia, equipo, programa, maquinaria, medicamento, etcétera.
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Esto significa al menos tres cosas: primero, la investigación no es ajena a los procesos de la inteligencia, pero requiere de un entrenamiento continuo en la práctica; segundo, la investigación es tanto para saber (entender, conocer, explicar, predecir) como para saber hacer (desarrollar, elaborar, solucionar problemas); y tercero, en adición a la anterior, entender que la investigación nos humaniza, es decir, nos permite ser humildes, observar y habitar la Tierra, porque recupera en nosotros la cualidad de reconocer nuestra ignorancia, de preguntar y buscar respuestas, comprometernos en el proceso de hacerlo y, sobre todo, entender que cada respuesta encontrada se multiplica en un número mayor de preguntas.
Todos estos aspectos forman el marco de referencia de este libro, y particularmente de los capítulos de la tercera parte, donde imaginaremos qué pasaría (al fin y al cabo, soñar no cuesta) si la investigación fuera el eje de la educación escolarizada.
De manera abreviada, adelantaremos que investigar es una actividad de la inteligencia humana, consistente en una búsqueda que intenta construir o descubrir respuestas, aceptadas como verdaderas, a preguntas para las cuales no tenemos una solución inmediata. De este modo, la investigación es un puente que tendemos; un vínculo entre una pregunta que nos interesa y una respuesta que no tenemos. Los tres aspectos (pregunta, respuesta y el vínculo entre ellas) son construcciones de la inteligencia, a la que podemos entender como la capacidad de la mente para aprender algo nuevo a partir de lo que ya sabemos; capacidad que a su vez se apoya en el lenguaje, la memoria, la experiencia y otras capacidades que forman parte del saber acumulado por la sociedad en algún momento de su historia.
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La expresión “saber-hacer” sugiere que la única manera de reconocer que sabemos investigar es porque lo podemos demostrar, por ejemplo, en las artes, la mecánica automotriz, la medicina o la arquitectura. Así, por ejemplo, el saber del médico no se manifiesta (solamente) al hablar por muchas horas sobre una enfermedad, sino al demostrar que sus decisiones fueron acertadas para sanar a un paciente. El saber del concertino no se demuestra cuando el director de una orquesta sinfónica lo saluda al entrar o salir del escenario, sino en que puede ejecutar una obra musical para el deleite de quien escucha, lo que justifica su presencia en el escenario.
De la misma manera, saber investigar no se demuestra repitiendo de memoria una receta de metodología o explicando las diferencias entre distintas técnicas de observación o de validación de datos. Estos saberes no “se muestran”, sino que “se demuestran” en la práctica, cuando se hacen las cosas y se llega a resultados porque se entiende el proceso, en su conjunto y en sus partes. De esta aproximación inicial es posible desprender cinco ideas clave que nos ayudarán a caracterizar el qué, por qué, para qué y cómo de la investigación:
  • La investigación es una búsqueda de respuestas verdaderas.
  • Una búsqueda orientada a crear, mejorar o recrear conocimiento.
  • Justificada en motivos y enfocada a objetivos.
  • Mediante un diálogo continuo ...

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