Un amor imposible
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Un amor imposible

Christine Angot, Rosa Alapont Calderaro

  1. 232 Seiten
  2. Spanish
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Un amor imposible

Christine Angot, Rosa Alapont Calderaro

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Una hija, una madre, un padre. Una relaciĂłn marcada por el incesto y el distanciamiento. Un libro estremecedor y valeroso.

Estremecedor, valiente, en Un amor imposible se entrecruzan tres historias, tres vidas, tres personajes movidos por pasiones destructoras en lo que es, por encima de todo, el retrato de una madre.

A finales de los años cincuenta del pasado siglo, en ChĂąteauroux se conocen Pierre Angot, un burguĂ©s parisino sofisticado que trabaja temporalmente como traductor para una base americana de la zona, y Rachel Schwartz, una chica judĂ­a de origen mucho mĂĄs humilde. Él no quiere ni oĂ­r hablar de compromiso, de matrimonio, pero le pide a ella que se instale en ParĂ­s cerca de Ă©l, a lo que Rachel se niega. De esa relaciĂłn rota nace una hija, Christine, a la que el padre verĂĄ fugazmente apenas en tres ocasiones durante toda su infancia.

La niña crece con su madre, pero en la adolescencia el padre, que ha formado otra familia, retoma el contacto con ella. La invita a pasar unos días con él en Estrasburgo, y luego en París, y la introduce en un mundo cosmopolita y culto, alejado de la gris vida provinciana. Pero en ese reencuentro anida un secreto desgarrador: el incesto.

Christine Angot vuelve a dirigir la mirada hacia su propia vida para narrar la historia de tres personajes marcados por los amores imposibles, la diferencia de clase, la dominaciĂłn, los traumas. Pero el eje central del libro es la compleja relaciĂłn entre una hija y su madre, devastada por todo lo que ha sucedido y que para reconducirse, superar el pasado y buscar la reconciliaciĂłn debe vencer silencios, heridas abiertas, sentimientos de culpa. Un libro emocionante y contundente galardonado con el Prix DĂ©cembre 2015.

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Mi padre y mi madre se conocieron en ChĂąteauroux, cerca de la avenida de la Gare, en la cantina que ella frecuentaba; a sus veintisĂ©is años llevaba ya varios trabajando en la Seguridad Social, habĂ­a empezado a los diecisiete como mecanĂłgrafa en un garaje; en cuanto a Ă©l, tras largos estudios, con treinta años, Ă©se era su primer empleo. Era traductor en la base americana de La Martinerie. Los americanos habĂ­an construido entre ChĂąteauroux y Levroux un barrio que se extendĂ­a a lo largo de varias hectĂĄreas, casitas individuales de una sola planta rodeadas de jardines, sin valla, en las que residĂ­an las familias de los militares. Les habĂ­an confiado la base en el marco del Plan Marshall, a principios de los años cincuenta. HabĂ­an plantado algunos ĂĄrboles, pero al pasar por delante, desde la carretera se veĂ­an multitud de tejados rojos a cuatro aguas, diseminados por una extensa planicie sin obstĂĄculos. En el interior de lo que constituĂ­a un autĂ©ntico pueblecito, las calles, anchas y asfaltadas, permitĂ­an a los residentes circular en coche al ralentĂ­, entre las casas y la escuela, las oficinas y la pista de aterrizaje. Lo habĂ­an contratado al terminar el servicio militar, pero no tenĂ­a intenciĂłn de quedarse allĂ­. Estaba de paso. Su padre, que era director en Michelin, querĂ­a convencerlo de que trabajase para la GuĂ­a Verde, mientras que Ă©l se veĂ­a haciendo una carrera de investigador en lingĂŒĂ­stica, o de profesor universitario. Su familia vivĂ­a en ParĂ­s desde hacĂ­a generaciones, en el distrito diecisiete, cerca del parque Monceau, y procedĂ­an de NormandĂ­a. De padres a hijos habĂ­an abundado los mĂ©dicos, les gustaba ver mundo, sentĂ­an pasiĂłn por las ostras.
Él la invitĂł a tomar un cafĂ©. Y pocos dĂ­as despuĂ©s a bailar. Aquella noche ella debĂ­a acudir a un baile «de sociedad» con una amiga. Organizados por un grupo o una asociaciĂłn que alquilaba una orquesta y una gran sala, los bailes de sociedad, a diferencia de las discotecas, frecuentadas por americanos pero tambiĂ©n por prostitutas, atraĂ­an a los jĂłvenes de ChĂąteauroux. AquĂ©l se celebraba en una gran sala de exposiciones situada en la carretera de DĂ©ols, el parque Hidien. Mi padre no estaba acostumbrado a los sitios como Ă©se.
–Oh, nunca voy a ese tipo de cosas... Ya saldremos juntos otra noche. Me quedarĂ© en casa. Tengo trabajo...
Ella fue con su amiga, Nicole, y el primo de ésta. La velada estaba ya bien avanzada cuando lo vio abrirse paso a lo lejos a través del gentío. Se dirigía a su mesa. La sacó a bailar, ella se levantó, llevaba una falda blanca con un ancho cinturón. Avanzaron en dirección a la pista, al llegar él le sonrió, ella estaba lista para deslizarse en sus brazos, él la tomó de la mano para guiarla y hacerla moverse entre los que bailaban. En ese momento la orquesta atacó los primeros compases de «Nuestra historia es la historia de un amor».
Era una canciĂłn que se oĂ­a en todas partes. Dalida acababa de crearla. La cantaba con intensidad, mezclando lo trĂĄgico con lo banal. Su acento oriental redondeaba las palabras, estirĂĄndolas al mismo tiempo, su voz grave arropaba los sonidos y los dotaba de una sustancia especial, el conjunto tenĂ­a algo de hechizante. Y para cautivar mĂĄs al auditorio, la cantante de la orquesta se entregaba a la interpretaciĂłn original.
«Notrre histoirreu, c’est l’histoirreu d’un ammourr
Éterrrnell et banal qui apporrrteu, chaqueu jourr
Tout le bien tout le mall...»
Ninguno de los dos hablaba.
«C’est l’histoirrreu qu’on connaĂźt...»
La pista estaba hasta los topes, era una canciĂłn muy conocida.
«Ceux qui s’aimment jouent la mĂȘmme, je le sais
Ma complainneteu c’est la plainneteu, de deux cƓurrs
C’est un roman comme tant d’autrres, qui pourrait ĂȘtre le vĂŽtrre
C’est la flamme qui enflamme, sans brrĂ»ler
C’est le rrĂȘve queu l’on rrĂȘve, sans dorrmirr
Monne histoirreu c’est l’histoirreueu... d’un... ammourr.»
Durante toda la canciĂłn guardaron silencio.
«... avec l’heurrre oĂč l’on s’enlasssse, celle oĂč l’on seu ditttadieu
Avec les soirĂ©es d’angoisssse, et les matins... merrrveilleux...
Et trrragique ou bien profonnedeu, c’est la seule histoirrre du monnedeu,
Qui ne finirrra jamais
C’est l’histoirreu d’un ammourrr...»
No se miraban.
«... mais naĂŻve ou bien profonnedeu, c’est la seule histoirreu du monnedeu,
Notrre histoirreu c’est l’histoirreueu... d’un ammourrrr1
AcabĂł la canciĂłn. Volvieron a poner distancia entre ellos. Y cruzaron de nuevo la sala en direcciĂłn a la mesa. Ella le presentĂł a Nicole y a su primo.
Empezaron a salir. Iban al cine, al restaurante, a bailar, el fin de semana se iban fuera, Ă©l alquilaba un coche y se echaban a la carretera. Los dĂ­as entre semana pasaba a recogerla al trabajo, o bien iba a su casa. No tardaron en verse todos los dĂ­as.
Ella estaba descubriendo todo un mundo.
Un mundo de intimidad, de palabras incesantes, de preguntas, de respuestas, la menor sensaciĂłn era inspeccionada, personalizada y detallada. Los detalles inesperados, las palabras nuevas. Las comparaciones, sorprendentes, inĂ©ditas, a contracorriente, atrevidas. Ideas que ella jamĂĄs habĂ­a oĂ­do expresar. Él barrĂ­a los convencionalismos con naturalidad. Y describĂ­a cuanto veĂ­a, los lugares que visitaban, los paisajes por los que caminaban, la gente con la que se cruzaban, con tal precisiĂłn que a ella lo que decĂ­a se le quedaba grabado. Le contaba que habĂ­a optado por la libertad, no criticaba la forma de vivir de los demĂĄs, pero se mantenĂ­a al margen. Algunas cosas lo sacaban de sus casillas, otras, que a ella le chocaban, lo hacĂ­an reĂ­r o lo enternecĂ­an. Dios, al que siempre habĂ­a considerado por encima de ella, no existĂ­a para Ă©l, la religiĂłn estaba hecha para los espĂ­ritus dĂ©biles. Por aquel entonces era una cuestiĂłn importante.
Para vivir en paz bastaba con hacer una o dos concesiones a la sociedad. Lo cual tenĂ­a la doble ventaja de no herir a la gente y, llegado el momento, de cosechar lo que podĂ­an aportarte. Ella achacaba las palabras que la molestaban a su personalidad nada convencional. Él se detenĂ­a en medio de un sendero, la miraba y subrayaba la singularidad de su inteligencia, como enamorado y como experto, hablaba de ella con la misma pasiĂłn con que lo harĂ­a de un autor al que admirase. Para Ă©l, la pertinencia de lo que ella decĂ­a no tenĂ­a nada que ver con el hecho de que no tuviera estudios. Confeccionaba una lista de personas instruidas que eran unos imbĂ©ciles, pese a su elevada posiciĂłn pĂșblica. Para que aprovechara su experiencia, le explicaba que habĂ­a que halagarlos, dado que para vivir con libertad era preciso estar solo, y ser el Ășnico en saber que lo estabas.
La radio estaba encendida, de pronto se ponĂ­a furioso. Criticaba las frases que pronunciaban, despreciaba a los rehenes, que vertĂ­an amargas lĂĄgrimas pidiendo a su paĂ­s de origen que los salvara, por anteponer el interĂ©s personal al interĂ©s pĂșblico. Por lo general, los sentimientos colectivos lo dejaban frĂ­o, las erupciones volcĂĄnicas, los terremotos que causaban miles de pĂ©rdidas humanas, todo eso ya se reflejaba en las estadĂ­sticas, no contaba a tĂ­tulo de informaciĂłn. Era la primera vez que ella oĂ­a algo semejante.
La miraba de hito en hito sin pestañear, hasta que, llevado de la emoción, se veía obligado a entornar los ojos, conmocionado por su sonrisa. Tenía una sonrisa dulce. Pero nunca ingenua. Su rostro era radiante, pero reservado. Sus ojos eran vivos, verdes, chispeantes, movedizos, pero también frågiles, pequeños, quebrados. Le hablaba de la altura de sus pómulos, de la franqueza de sus rasgos, de la elegancia de sus labios, de aquella sonrisa que lo transformaba todo, y de su cuello, sus hombros, su vientre, sus piernas, de la suavidad de su piel, buscando la palabra que mås se ajustara a lo que veía. Se concentraba en la sensación que sus manos experimentaban cuando la acariciaba. Sus dedos se demoraban en una zona precisa, con el fin de descubrir qué materia exacta evocaba la textura de ese pequeño espacio.
–La seda. Tu piel es de seda.
La lectura de Nietzsche habĂ­a trastornado su vida. DespuĂ©s de hacer el amor, le leĂ­a aĂșn echado varias pĂĄginas, ella apoyaba la cabeza en el hueco de su hombro y, con la mejilla posada en su torso, escuchaba. Luego salĂ­an, iban al bosque de Le Poinçonnet, caminaban por los senderos cogidos de la mano. Se habĂ­an conocido a finales del verano.
–QuĂ© suaves son tus manos, Rachel, es maravilloso. No sĂłlo son bonitas, sino de terciopelo. Tienes autĂ©ntico fluido.
–Ah, ÂżtĂș crees?
–Nunca habĂ­a conocido esto. No se trata sĂłlo de la suavidad de tu piel, que es extraordinaria, sino de que tienes fluido, Rachel, te lo aseguro. Como Isolda. TambiĂ©n tĂș das a beber un filtro a tu amante. En el hueco de tus manos.
Deslizaba los dedos entre los suyos como las alas en reposo de un pajarillo, al abrigo en un estuche. Luego:
–Espera, Rachel.
Los retiraba y los agitaba en el aire, a fin de hacerles olvidar la sensación de terciopelo que acababan de abandonar. Caminaba unos minutos con las manos en los bolsillos, o colgando a lo largo del cuerpo, a su lado, sin tocarla. Después volvía a poner la mano en la suya, suavemente, la deslizaba de nuevo en la sedosa palma, que se cerraba sobre ella sin apretarla.
–Este momento en que te doy la mano. Este momento preciso, el momento en sí. En que deslizo mi mano en la tuya. Este instante. Supone tal placer... Estos breves segundos. Ahhhh... Es maravilloso.
Cerraba los ojos para sentir mejor, ella reĂ­a.
–Mmm, están calientes.
Ella se limaba las uñas en óvalo, se las pintaba con un esmalte anaranjado, tenía los dedos largos, blancos, las manos grandes y finas, la piel tenía el color del té claro, se veían las venas por transparencia.
En ocasiones, lo Ășnico que parecĂ­a preocuparlo era la pareja que formaban. Él la hacĂ­a ser consciente de su rareza, y de ...

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  1. Portada
  2. Un amor imposible
  3. Créditos
  4. Notas
Zitierstile fĂŒr Un amor imposible

APA 6 Citation

Angot, C. (2017). Un amor imposible ([edition unavailable]). Editorial Anagrama. Retrieved from https://www.perlego.com/book/3174082/un-amor-imposible-pdf (Original work published 2017)

Chicago Citation

Angot, Christine. (2017) 2017. Un Amor Imposible. [Edition unavailable]. Editorial Anagrama. https://www.perlego.com/book/3174082/un-amor-imposible-pdf.

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Angot, C. (2017) Un amor imposible. [edition unavailable]. Editorial Anagrama. Available at: https://www.perlego.com/book/3174082/un-amor-imposible-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Angot, Christine. Un Amor Imposible. [edition unavailable]. Editorial Anagrama, 2017. Web. 15 Oct. 2022.